Pétalos Desmembrados.
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Pétalos desmembrados esparcidos sobre la almohada, están manchados de escarlata sabor cobre y adornan el suelo al caerse de las sábanas. El pequeño noble no ha parado de toser pétalos color blanco, el insólito caso es desconocido incluso para el mayordomo -demonio de negro carmesí-. Ningún doctor que lo ha visto ha logrado dar un diagnóstico acertado, si acaso se escandalizan y escapan; la superstición los domina -no sin antes ser advertidos (amenazados) de tener discreción-.
Esta rara situación comenzó una mitad de mes atrás, cuando el conde tuvo lo que parecía ser un ataque común de asma, pero terminó corriendo al baño, y vomitó varios pétalos que danzaban en restos de té darjeeling. No tardó en llamar al demonio, quién estuvo largo rato en silencio -con leve expresión de disgusto y asombro mezclado-, considerando las posibilidades; pero al final no pudo musitar más que la indicación de reposo y no excederse, si algo más pasaba llamarían a un médico.
Como ya sabemos, algo más pasó, y el conde tosia cada vez más, los pétalos blancos crecían en número, y eventualmente, después de quince días escupía la flor entera frecuentemente. Eran prístinas anémonas de centro negro -manchadas de escarlata sabor cobre-, pero el cómo habían llegado a sus pulmones, cómo habían crecido, eso aún no se resolvía. Estaban solos, apenas habían logrado una forma de entendimiento mutuo, apenas habían logrado asemejar un conde y un mayordomo, y estaban frustrados, perdidos. El conde no era ajeno a estar en cama antes, con fiebre y tosiendo sus pulmones afuera, ¡pero nunca flores! ¡Anémonas! ¿Cómo siquiera florecen sin la luz del sol? Pero bueno, lo que pasó, pasó y las flores desmembradas no dejan de buscar salida, a costa de la garganta irritada y los costados en agonía, porque, en algún momento sintió como si algo se fracturara en su costado derecho al toser, y le lastimaba recostarse de ese lado.
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La sombra de negro carmesí va de un lado, y luego al otro. ¡Va a hacer un hueco con sus repetidas pisadas! Mas no le importa, está preocupado -debatiblemente- por la salud de su joven señor, no conoce la enfermedad que lo aflige -semejante a los doctores que pasaron por ahí- y esto le molesta. Por más insoportable que sea el mocoso la mayoría del tiempo, no es tan malo pasar el rato con él, su alma es seguro el mejor manjar que va a tener en mucho tiempo, pero eso no sirve de nada si muere antes de que esté ''bien condimentado''. Es una situación frustrante. Hasta ahora ha trabajado más de lo que debería para conseguir la cena perfecta a costa de ése niño malcriado.
Sale de la biblioteca y da un paseo por la mansión vacía -de nada sirve gastar el suelo de una sola habitación- y se mueve silenciosamente por los pasillos, recordando adónde lleva cada uno de memoria. Sus pasos inquietos lo llevan a estar frente a la puerta del conde, no oye más que una respiración leve, el niño debe haberse dormido por fin. Entra silenciosamente y se coloca a un lado de la cama, inclinándose levemente sobre la figura que descansa. Tiene ojeras bajo sus pestañas, y perdió el poco peso que logró ganar, no está en los huesos como antes, pero tampoco está regordete como debería. Hay pétalos y anémonas mal formadas alrededor de su figura, la habitación y su habitante tienen el aroma dulzón de flor mezclada con cobre. Ha estado tosiendo sangre y vomitando a veces lo poco que logra comer entre ataques que le roban el aliento y lo sacuden violentamente. Sin embargo en estos momentos en que está inconsciente casi parece una pintura, con sus labios entreabiertos -resquebrajados, con sangre asomando sus bordes internos-, su nívea piel -confundiéndose con las sábanas-, sus manitas aferrándose a la almohada -frágiles y delgados deditos-, su cuerpo enterrado en el colchón -casi parece que no hay más que sus brazos y cabeza-, las sombras causadas por las cortinas cerradas -parece su lecho de muerte-. Casi se atrevería a decir que es hermoso. Casi. La palabra correcta es apetecible.
La sombra se endereza y sale como entró, sin pertubar nada en esa habitación.
