Disclaimer: Lo que reconozcas es de Jotaká y le doy las gracias por ello. En ningún momento pretendo robárselo o lucrarme de ello. La trama del fic, en cambio, es mía, así que te pediría que la respetaras :)
Gracias a Booh por el beteo.
COMO NIÑOS
Capítulo I
Cuando tienes veintidós años y te has pasado la vida sobre una escoba, saber que los equipos no te quieren, no es agradable. Para Katie, tampoco lo fue. Era la tercera vez que la rechazaban. Ni los Magpies ni las Harpies (y ahora, tampoco los Tornados) habían querido hacerle un hueco en su equipo. Katie sabía bien que una lesión tan grave a los veintiún años era un fuerte obstáculo, pero aún confiaba en tener la oportunidad de demostrar que podía lograrlo. Para su desgracia, sólo se había encontrado puertas cerradas y malas contestaciones.
"Hay grandes jugadores ahí fuera que no están lesionados."
"No podemos arriesgarnos, tu lesión es complicada."
"Juegas bien, pero en cualquier momento tu pierna puede volver a fallar, y no podemos permitírnoslo."
Sabía que podría intentar hacer otras cosas. Sus notas en Hogwarts habían sido buenas, aún podía hacer una carrera. Gringotts no era mala opción. Quizás la destinaran a Egipto, como le había pasado al hermano de George tiempo atrás. Seguro que era fascinante. O, quien sabe, podía intentar ser árbitro de quidditch. O quizás entrar en el Departamento de Juegos y Deportes Mágicos. Podía hacer muchas cosas.
Pero no podía volar.
Y volar era lo único que le daba esa sensación. La de que todos lo malo se iba. La de que todo lo malo echaba a volar, lejos, muy lejos, y se desvanecía. Y sólo quedaban ella y el viento, y esa escoba que la sostenía en el aire y la hacía surcar los cielos a toda velocidad. Quería sentir la textura de la quaffle en sus manos durante toda su vida. Eso era lo que Katie quería hacer.
Tenía recuerdos de cuando era una niña pequeña y aún llevaba coletas. Se recordaba en el salón de su casa, con su padre y su madre y la primera escoba de su vida entre sus manos. Recordaba haber estado en el jardín, aprendiendo a volar, casi sin bajar de la escoba durante días. Se cayó infinidad de veces. Su madre la reñía por llegar llena de barro, herida y cansada. Le decía que tal vez debería guardar la escoba y sacar las muñecas otra vez. Y ella siempre se rebelaba. Gritaba un ¡no! rotundo y se abrazaba al palo de su pequeño tesoro.
Y cuando apenas habían pasado dos semanas desde la primera vez que voló, Katie Bell lo decidió: ella sería jugadora de quidditch. Por mucho que le costase. Por muchas caídas que sufriese, por muchas heridas y lesiones que tuviera que soportar, ella lograría un puesto en un equipo de quidditch. Primero en Hogwarts, y luego en la Liga. Y, quizás, si la suerte la acompañaba, puede incluso que en la selección.
La primera vez que lo había dicho en voz alta, tenía siete años. La última… había sido unas tres horas atrás, mientras se preparaba para su prueba. Y sin embargo, los Tutshill Tornados ni siquiera le habían dejado subir a la escoba.
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-¡Katie!
-¿Mmm?
-Ni siquiera me estás oyendo, te das cuenta, ¿verdad?
Leanne llevaba un par de semanas afincada en su casa. Desde que había cortado con Roger, más exactamente. Recordaba a la perfección que cuando sus padres (y ella misma) le habían dicho que Davies no era un buen partido, ella no había querido escucharles. Y se había ido a vivir con él. Katie estaba un poco cansada de tener razón en esas cosas, y tal vez fuera cierto eso que su amiga decía a veces de que era ella quien traía la mala suerte a las parejas.
"Por eso no tienes novio, Kat, por eso no lo has tenido nunca."
Bueno, sí, puede que fuese cierto, ¿y qué? Sólo había conocido unos pocos chicos en su vida que tal vez podrían haber merecido la pena. Pero las cosas nunca habían acabado como a la pequeña e inocente niña que era entonces le hubiera gustado.
Cedric Diggory fue el primer chico que le hizo sentir algo. A ella, a una chica de doce años que pensaba que las citas, los corazoncitos y los querubines cantarines eran un mal que debía ser erradicado del mundo, le había gustado ese niñato de Hufflepuff que repartía sonrisas y palabras amables y aún pretendía hacerles creer que no se consideraba un tío guapo y genial.
Pero lo cierto es que después de eso había llegado Oliver, y Cedric pasó a importarle más bien poco. Porque era guapo, pero no era Oliver. Porque jugaba al quidditch, pero no era Oliver. Porque tenía una sonrisa preciosa, pero no era la sonrisa de Oliver, ésa que le iluminaba toda la cara cada vez que hacían un buen entrenamiento.
Fue allá por su tercer curso cuando se dio cuenta. Pero era una niña y cuando, pasado más de un año, él se marchó del colegio, nadie sabía que a la cazadora le gustaba su capitán. Y mucho menos el capitán, claro.
Y, como ella solía decir cuando lo comentaba con Alicia o Leanne, el tiempo pasó, la relación fue enfriándose… y terminó olvidando a Oliver Wood.
Sabía que Angelina aún mantenía un estrecho contacto con su capitán. Y que incluso George se carteaba con él de cuando en cuando. Pero ni ella ni Alicia tenían verdadero trato con él. Cierto era que nunca faltaban las felicitaciones de Navidad y de cumpleaños, en las que se contaban las buenas nuevas, y las no tan buenas también. Pero solían ser cuatro o cinco líneas en las que se decían lo indispensable y prometían encontrarse un día de estos.
Día que, claro está, no llegaba nunca.
-…así que quizás debería volver con él y pedirle explicaciones. ¿Qué te parece?
Katie la miró, desconcertada, y asintió. Su amiga bufó, mirándola mal, y un par de mechones castaños le cayeron sobre la cara. Cerró el libro que sostenía entre sus manos desde hacía un buen rato, y se colocó las gafas sobre la cabeza, para levantarse bruscamente y marcharse dando un portazo, mientras ella suspiraba, con la mirada perdida y aún inmersa en sus pensamientos, examinando una vez más la carta que acababa de recibir.
Una carta del Puddlemere United.
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Estimada señorita Bell,
Nos comunicamos con usted por una razón muy simple. Nuestro equipo carece de suplentes para la temporada que se avecina, y los rumores aseguran que usted busca un equipo en el que jugar. Hemos recibido varias recomendaciones sobre su buen juego y su perseverancia para mejorar día a día, lo que la convierte en un perfil atractivo para un equipo como el nuestro. Es por eso que nos gustaría ponerla a prueba.
En caso de que le interese nuestra propuesta, esperamos su respuesta en un plazo menor a diez días.
Atentamente,
Charles Michael Thorton
Seleccionador de Plantilla del Puddlemere United.
¿Qué si le interesaba la propuesta? ¿Estaba loco? Llevaba semanas enviando cartas a equipos que no la querían. Y ahora el Puddlemere United se interesaba por ella. No era el equipo de sus sueños. No eran los Magpies, el equipo que la había hecho soñar cuando era una niña, pero por algo se empezaba. Quizás si comenzaba jugando en el Puddlemere, podría demostrar que aún valía. Que era joven y una buena jugadora, y que lucharía hasta el final por su sueño.
Así que sí. Le interesaba. Y mucho, además. Contestó inmediatamente y en un par de días recibió una lechuza en la que le comunicaban la hora y el día de la prueba. Había releído aquella carta muchas veces. Se la había enseñado a Leanne y también a Angelina, y había corrido a Sortilegios Weasley para gritárselo a George, ante la estupefacción de su hermano pequeño.
Durante unos días, pensó que podría volar sin alas. Y sin escoba.
Y ahora, allí estaba. Tenía la escoba firmemente agarrada, pero le sudaban las manos y le temblaban las piernas. Había volado cientos, miles de veces. Pero ahora se lo jugaba todo a un vuelo, a un juego con la quaffle. Era el único equipo que se había interesado en ella, mientras los demás la rechazaban uno a uno, sin piedad. Así que tenía que hacerlo bien. No, tenía que hacerlo mejor que bien. Debía demostrarles lo que valía una Bell. Sí, eso haría.
-¿Señorita Bell? Me alegro de conocerla. Soy Samuel Curtis, su futuro entrenador en caso de que supere esta prueba. Espero que esté preparada.
-Sí… sí, lo estoy.
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-Deja de morderte las uñas ahora mismo, Katherine.
-Sabes que no me gusta que me llames Katherine, mamá.
-Y sabes que no deberías comerte las uñas, Katherine.
Bufó. Cuando se ponía cabezota, mucha gente se preguntaba a quién había salido. Ella lo tenía muy claro: su madre era aún más cabezota que ella. Siempre que iba a visitarla ocurría lo mismo. Discutían y comenzaba el duelo. El duelo consistía en averiguar quién era más cabezota de las dos. Generalmente, su madre lanzaba algún comentario mordaz acerca del quidditch y de que debería buscarse un trabajo de verdad, y ella siempre mordía el anzuelo.
Tal vez debería aprender a callarse. O aprender que su madre lo hacía adrede, para que picara. Pero nunca lo hacía y esas cenas acababan siempre igual. Una a cada lado de la mesa, sin dirigirse la palabra, y con la radio como única conversación mientras comían. "Papá, pásame la sal" y "Roger, acércame aquel plato" era lo más parecido a una conversación que solían tener esas noches. Aunque siempre acababan haciendo las paces en cuanto su padre sacaba el helado de chocolate porque mis chicas se merecen lo mejor, y terminaban la noche entre risas y abrazos.
Pero aquel día, su madre, en lugar de discutir, se empeñaba en preguntarle.
"Y… ¿te van a coger?"
"¿Cuándo te contestarán?"
"¿Cómo te salió la prueba? ¿Crees que tienes posibilidades?"
"Si no te cogen, tal vez deberías buscar otra cosa. ¿Qué hay de Gringotts? Siempre te gustó."
"¿Y qué equipo dijiste que era?"
"El Puddlemere United, mamá, el Puddlemere", había respondido cuando le había preguntado lo mismo por enésima vez.
-Ahí viene.
-¡¿Qué?!
Katie se levantó rápidamente de la silla y corrió hacia la cocina, casi llevándose por delante una pequeña (y horrorosa) mesita que su madre había comprado para regalarle a la abuela paterna de Katie. Efectivamente, cuando se asomó por la ventana de la cocina, vio una lechuza parda acercándose velozmente hacia su ventana. Si no se hubiera encontrado en ese mismo instante con la mirada reprobatoria de su madre, se hubiera puesto a saltar a la pata coja por toda la estancia, pero en lugar de eso, se acercó a la ventana y la abrió, para coger la carta casi al vuelo.
Estimada señorita Bell,
El Equipo Directivo del Puddlemere United ha estado considerando su prueba de quidditch, teniendo siempre presente las recomendaciones hacia su persona y las impresiones del señor Curtis acerca de sus ganas de trabajar y su increíble energía.
Es por esta razón que hemos decidido darle una oportunidad. Entrará al Equipo como suplente durante dos meses. De su juego en los partidos de pretemporada dependerá su permanencia o no en el equipo.
Atentamente,
Charles Michael Thorton
Seleccionador de Plantilla del Puddlemere United.
-¡Sí! ¡Sí! ¡SÍ! ¡LO HE CONSEGUIDO!
-¿Qué…?
-¡Estoy dentro, papá!
-¿Dentro…?
-¡EL PUDDLEMERE UNITED ME HA COGIDO COMO SUPLENTE DE PRUEBA!
-No hace falta que grites, Kat -dijo su madre con falsa indignación.
Katie se lanzó a abrazar a su padre. Roger Bell había sido jugador de quidditch durante diez años y entrenador durante otros siete. Finalmente, había decidido dedicar el resto de su vida al Departamento de Deportes y Juegos Mágicos del Ministerio de Magia, pero si había alguien que podía entender su alegría en un momento como aquel, era él. Su padre le había enseñado lo que era una escoba, le había enseñado a montarla y a colar las quaffles por el aro.
Roger Bell le había enseñado a ser quien era. Y Katie se lo devolvería demostrándole hasta dónde podía llegar.
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El primer entrenamiento acababa de terminar hacía poco menos de una hora, y en ese instante se encontraba en una taberna, rodeada por sus nuevos compañeros.
Sentado en una esquina estaba Daniel Doherty, el veterano del equipo. Tenía treinta años y llevaba los últimos doce golpeando bludgers para los Puddlemere. Y me pasaré los próximos doce bateándolas para el mismo equipo, Bell, te lo aseguro. La experiencia.
Ian y Rebecca eran los otros dos cazadores del equipo. Eran mellizos, con el mismo pelo pajizo, escuálidos y escurridizos, pero de mirada firme y segura. Llevaban cuatro años en el equipo, y acababan de firmar por otros tres años más. Ellos eran la estrategia, sus jugadas eran impecables.
Pierre era el otro golpeador. Un tipo francés muy callado, de ojos oscuros, que tomaba su güisqui de fuego en una esquina. Estaba a punto de cumplir los treinta y se decía que se marcharía pronto a Francia, para casarse con una cantante de éxito en aquel país. Él era la fuerza, sus bludgers eran imparables.
David era el guardián. Había entrado como suplente tres años atrás, pero ya llevaba dos como titular; justo desde que Oliver Wood había abandonado el equipo. Era un tipo español que chapurreaba inglés con mucha gracia. Contaba chistes continuamente y había sido el primero en hablar con Katie. Él era el impulso, las ganas.
Y luego estaba Chang. La recordaba de sus tiempos de Hogwarts. Estaban en el mismo curso, y compartieron algunas clases. Por lo que sabía, además, Cho había salido con Harry Potter. Y ahora, era la nueva incorporación del equipo, junto con ella. Había desaparecido sin dejar rastro tras la Segunda Guerra y había vuelto casada con un muggle y decidida a dedicarse al quidditch, ante la mirada atónita del mundo mágico.
Ellas eran la ilusión, la esperanza.
-¿Otra cerveza, Bell?
-No, gracias, con esta me basta.
Levantó su cerveza y sonrió, mientras miraba alrededor, intentaba descubrir por qué tenía esa sensación. La sensación de que pasaba algo. O faltaba algo, mejor dicho. David le hablaba de quidditch (o eso creía ella), pero Kat buscaba una y otra vez entre las caras a su alrededor. El cazador del que iba a ser suplente no estaba allí, porque una lesión le mantenía en cama, así que no tenía sentido buscarle entre sus compañeros. Pero en realidad se preguntaba si era al jugador a quien buscaba, o a otra persona.
No vas a encontrar a Oliver aquí, Katie.
Notas: Tengo varias OTP het en Harry Potter, así que podía haber elegido cualquiera de ellas. Pero no he leído muchos fics largos de esta pareja, así que me apeteció escribir uno. Llevo meses hablando de este fic y, por fin, está terminado y corregido casi en su totalidad. Tiene siete capítulos, y publicaré uno cada semana, probablemente los domingos. Advertir que, aunque parezca sólo romance, no lo es. Y hasta ahí puedo leer.
Y ya sabéis, si queréis decirme qué os ha parecido (cosa que se agradecería), el botón del Go os estará esperando ;)
