NUEVOS CAMINOS.

5 AÑOS DESPUES.

1 PARTE.

Oscuridad absoluta, o casi.

La suave respiración de Quinn y el intenso abrazo al que sometía a su almohada, daban muestras inequívocas del intenso sueño que la mantenía completamente ajena a lo que se empezaba a producir a su alrededor.

El liviano chirriar de la puerta de su dormitorio provocaba un pequeño susto en su subconsciente, pero no lo era lo suficientemente fuerte como para despertarla de aquel placentero sueño.

Los pies de Elise apenas provocaban sonido alguno sobre el suelo de madera, sobre todo porque se esmeraba en caminar hacia su madre con total y absoluto sigilo, sin que ni siquiera el aire pudiese provocar algún extraño ruido que rompiese con su magnífica y perfecta sorpresa.

Shhh…no vayas a hablar, señor Asparagus—susurró a su pequeño oso de peluche—, mamá está dormida.

Aquel inaudible susurro de la pequeña volvía a provocar un leve movimiento de cabeza en Quinn, que había desatendido la almohada para ocupar el otro lado de la cama, el que pertenecía a Rachel excepto cuando no estaba allí, como aquella noche.

Al contrario que la morena, que solo utilizaba un pequeño espacio de la cama mientras dormía, Quinn aprovechaba al máximo cuando estaba a solas y ocupaba todo lo que podía y más de la cama para descansar con soltura.

Elise la observó por algunos segundos y buscó la mejor de las alternativas para dar la ansiada sorpresa a su madre.

Rodeo la cama con el mismo sigilo con el que había entrado y tras acomodar el oso de peluche en los pies de la misma, se subió a ella con delicadeza, tratando de contener una risa que ya casi empezaba a ser audible solo por imaginarse la emoción que iba a sentir su madre al descubrirla allí, en aquel día tan especial para ambas.

Ni se inmutó.

Quinn yacía en la absoluta inconsciencia cuando Elise se deslizó junto a ella y con la travesura inundando su sonrisa, comenzó a rozar con la yema de sus dedos la punta de la nariz de su madre.

El cambio de ritmo de la respiración y una divertida mueca con la nariz y la boca, fueron la respuesta a la primera tanda de cosquillas que Elise tenía preparadas para su madre. A punto estuvo de romper a reír tras ver el gesto de su madre, pero seguía durmiendo y eso no era lo previsto para la pequeña.

De nuevo sus dedos atacaban y lo hacían en el mismo punto, sobre la nariz de Quinn, solo que esa segunda vez estuvieron acompañados por un suave soplo que ella misma produjo.

Mmmm—Quinn se quejó y desvió su cabeza hasta quedar boca arriba, tratando de acabar con aquella extraña molestia que se estaba cebando con su nariz y que para colmo había empezado a mover su pelo.

Elise sonrió, tanto que tuvo que tapar su boca con ambas manos. Había llegado el momento de acabar con la sutileza y dar paso a lo que realmente tenía preparado.

Se bajó de la cama con la misma tranquilidad con la que se había subido a ella, encendió la lámpara que adornaba una de las esquinas del dormitorio y se colocó de nuevo junto a la cama.

Templó los nervios como su madre le había enseñado, giró su cabeza dos veces a cada lado para permitir que los músculos de su cuello estuviesen preparados para proteger a sus cuerdas vocales, y tomó una gran bocanada de aire para llenar sus pulmones y dar el tono a su nota más alta.

Uno…dos…tres—susurró antes de acabar con toda la delicadeza—¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz! ¡Te deseo mamá!

La respiración, a Quinn le faltó la respiración y los ojos a punto estuvieron de salirse de sus órbitas mientras trataba de contener el pulso y evitar que el infarto llegase a su corazón.

Miraba a todos lados y no era capaz de saber que estaba sucediendo y qué o quién intentaba matarla en mitad del sueño.

—¡Cumpleaños…fe…liz!

Elise no se olvidó ni siquiera de la reverencia final. No había prestado atención a la reacción de su madre porque una verdadera artista no permitía que nada ni nadie acabasen con su actuación.

—¡Elise!—Exclamó Quinn al recuperar la consciencia y ver que era su propia hija quien estaba cantando a pleno pulmón en su habitación—, ¡Oh dios!—volvió a dejarse caer sobre la almohada tras el aspaviento que la llevó a sentarse en la misma por culpa del susto.

—Gracias mamá…gracias señor Asparagus

Oh dios…cielo, ¿Qué haces aquí?—preguntó Quinn tras observar las obsesivas reverencias que su hija seguía haciendo al improvisado público compuesto por ella y el oso.

—¡Es tu cumple!—estalló de alegría al tiempo que volvía a subirse a la cama y se abrazaba a su madre—¡es tu cumple y es mi cumple!

Oh dios…—volvía a lamentarse. Aún sentía como el pulso seguía acelerado—, es mi cumple cielo, y el tuyo…pero es muy temprano, deberías estar dormida.

No…porque yo quería sorprenderte, ¿Te he sorprendido?—preguntó mientras buscaba la mejor postura para mantener un cara a cara con su madre; sentada sobre su barriga.

—Sí, sí que me has sorprendido…pero no vuelvas a hacerlo nunca más, ¿De acuerdo?

—¿Por qué?, mamá siempre te sorprende por tu cumple y te canta por la mañana, ella me lo dijo ayer.

—Así que ha sido ella quien te ha dicho que vengas a cantarme, ¿No?

Asintió sonriente.

Cuando sea su cumpleaños las dos le cantaremos a ella tal y como tú lo has hecho, ¿De acuerdo?—dijo pensando en la mejor forma de vengarse de su propia mujer.

Sí, cantaremos los tres…tú, yo y el señor Asparagus—musitó recuperando el pequeño oso.

Perfecto, pero escúchame…la próxima vez que vayas a hacerme algo así, tienes que hacerlo como lo hace mamá, con suavidad…nada de tonos altos, ¿Entiendes?

—¿Con suavidad?

Sí, tienes que cantar bajito…para que sea más bonito y no llegue a asustarme. Tan bajito que solo se escuche cuando estás cerquita…cerquita.

—¿Cómo de cerquita?—se interesó la pequeña recostándose sobre su madre—, ¿Así?

—Sí, así—susurró Quinn tras abrazar a su hija y acomodarla sobre su pecho.

—¿Y cómo cantarías?

Quinn sonrió y se apresuró en buscar un mejor apoyo sobre el cabecero de la cama.

Si había algo que realmente le hacía feliz, era poder disfrutar de aquellos momentos con su hija pequeña.

Elise cumplía aquel día 7 años de edad. De enorme sonrisa y pelo castaño que acompañaban a dos grandes y hermosos ojos del color de la miel, su hija había sacado los rasgos más significativos su madre, convirtiéndose en una pequeña Rachel Berry con la única diferencia de tener una nariz pequeña, heredada de su padre.

Elise había nacido por y para cumplir los mismos sueños que Rachel había tenido de pequeña.

Aprendió a dormir escuchando la voz de su madre cantarle cada noche, y creció viendo musicales en vez de dibujos animados. Su dulzura e inocencia también procedían del gen de los Berry, sin embargo no todo en ella la asemejaba a Rachel.

Elise tenía una absoluta y casi mística conexión con Quinn. El gen artístico de la pequeña no solo se proyectaba hacia lo musical, sino que también mostraba interés por el arte y el mundo de los museos.

Eran muchas las tardes que la pequeña Elise había acompañado a Quinn a algunos de los mejores museos que había en Nueva York, en detraimiento de los parques con juegos, y siempre mostraba especial interés por las historias que su madre le contaba con cada cuadro, o pieza de exposición que descubrían.

Las tres se complementaban a la perfección y Elise tenía el don de poder conectar con ambas por separado cuando las circunstancias se sucedían.

Cumpleaños…feliz—susurró entonando la canción mientras acariciaba el pelo de su hija—, cumpleaños…feliz…te deseo…mi vida—sonrió—, cumpleaños…fe…

liz…—continuó Elise acompañándolo con una imprevisto bostezo.

Aún es temprano cielo, ¿Qué te parece si dormimos un poco más?

—¿Puedo dormir aquí contigo?—preguntó con apenas un hilo de voz.

Claro…vamos, acomódate, y voy a apagar la luz.

—Mamá—musitó la pequeña ocupando el lugar que le pertenecía a Rachel en aquella cama—, ¿Cuándo va a venir mamá?

Quinn se alejaba de ella con la intención de apagar la lámpara que minutos antes había encendido su hija y respondía ya con la oscuridad ocupando de nuevo la habitación.

Pronto, vida…mamá vendrá pronto.

Fue lo último que le dijo a su pequeña antes volver a la cama y observar como caía rendida por el sueño que le había provocado madrugar con tanta emoción.

Apenas eran las 6 de la mañana, y a menos que fuese un día entre semana, no había expectativas ni motivos para levantarse tan pronto.

Aquel cinco de noviembre había llegado en pleno sábado y con la tranquilidad de saber que iban a pasar todo el día juntas, aunque con el inconveniente que suponía no contar con Rachel.

Era uno de los pocos contras que tenía el estar casada con alguien que vivía del teatro.

Una pequeña gira por varias ciudades la tenía aquel día anclada en Kansas, obligándola a posponer la celebración del cumpleaños de su mujer y su hija para la semana siguiente.

Quinn no pudo reprocharle absolutamente nada. Ella también solía viajar por culpa de su trabajo y si ambas decidieron comenzar una nueva vida en Nueva York, era precisamente para que Rachel lograse alcanzar su gran sueño; trabajar en Broadway.

Lo había conseguido, y a pesar de llevar apenas 5 años en aquella ciudad, ya había logrado hacerse un hueco en aquel complicado mundo.

No suponía ningún inconveniente para Quinn estar a solas en aquel día, evidentemente no se alegraba de ello, pero tampoco era algo que le preocupase.

Los últimos acontecimientos en su vida consiguieron bajar su estado anímico hasta el punto de tocar con una extraña depresión que nadie esperó. Todos conocían el dolor al que se había tenido que enfrentar Quinn, pero también sabían de su fortaleza y su capacidad para seguir adelante, sin dejarse caer ante los obstáculos que salían a su paso. Y fue esa misma fortaleza lo que la rubia utilizaba como caparazón y evitar que los demás pudiesen preocuparse por su estado.

Estar a solas en un día tan especial como aquél, le suponía un pequeño plus de tranquilidad para no tener que demostrar que por dentro, estaba rota.

Elise era la única que no iba a percibir ese estado. Su inocencia no le permitía ver más allá, y para ella, salir a disfrutar del zoo y probablemente terminar con una gran merienda en Manhattan, era más que suficiente para celebrar su cumpleaños. Y eso era exactamente lo que Quinn había preparado para aquel día.

Dormir mucho, desayunar, asegurarse del tiempo que iba a determinar la jornada de aquel día, y salir con su hija a celebrar el cumpleaños juntas.

Nada más. Aunque por supuesto, el destino y un par de ojos azules tenían otros planes preparado para ellas en aquel día.

Apenas habían pasado 40 minutos desde que Elise había vuelto a dormirse y ella lo intentaba, cuando escuchó el timbre de la puerta de entrada.

El reloj marcaba la 6:34 de la mañana y Quinn no pudo evitar preocuparse al escuchar el sonido, no una sino dos veces más.

Se cubrió con un delicado salto de cama y salió de la habitación dispuesta a descubrir quien llamaba a aquella hora de la mañana.

Los dos ojos azules.

Quinn se sorprendió tras observar por la mirilla de la puerta y no tardó en abrirla completamente preocupada.

—¡Por fín!— exclamó la chica tras ver como Quinn accedía a abrir la puerta.

—¡Beth!, ¿Qué haces aquí?, ¿Ha pasado algo?—cuestionó asustada

No…lo único que ha pasado es que mi estúpido móvil se ha quedado sin batería y no he podido llamarte antes—se excusó adentrándose en la casa ante la atónita mirada de su madre—, ¿Te he despertado?

—Son las 6:30 de la mañana, ¿Qué haces en Nueva York?—volvió a insistir ignorando la pregunta de su hija. Solo esperaba recibir una respuesta lógica y coherente para comprender por qué su hija no estaba en Los Ángeles, sin embargo lo único que recibió es una sonrisa

Una enorme sonrisa que eliminaba el incipiente mal humor que parecía atacarla por haberse quedado sin batería en el teléfono móvil—, ¿De qué te ríes?

—¡Feliz cumpleaños!—exclamó abriendo los brazos en un claro gesto de querer recibir el abrazo de su madre.

¿Qué?...¿Has venido para decirme…

No pudo continuar. Beth se abalanzó sobre ella y se fundió en un tierno y emotivo abrazo que terminó conquistando a su madre.

No era muy típico en Beth mostrar aquel tipo de afecto, de hecho jamás lo hacía. Solo en contadas ocasiones, cuando las circunstancias lo exigían. Sin embargo Quinn jamás le iba a reprochar aquella actitud, era algo que ambas compartían en sus genes.

No pensarías que te iba a dejar sola en éste día, ¿No?—susurró Beth consiguiendo que Quinn se emocionara—, no te vas a librar de mí tan fácilmente—, la miró para ofrecerle una de esas imágenes que una madre jamás olvida; la de su hija a escasos centímetros de ella con los ojos a punto de dejar escapar algunas lágrimas—. Te quiero, mamá.

Hija—balbuceó recuperando el abrazo—, no tendrías que haber venido…o al menos haber venido con tiempo y yo iba a recogerte.

Entonces no habría sido una sorpresa…apuesto a que aún nadie te ha sorprendido como yo—bromeó.

Pues…pues me temo que alguien se te ha adelantado—sonrió— vamos…pasa, dame la maleta.

—¿Quién se me ha adelantado?, ¿Elise?

—Sí, Elise…ha estado a punto de matarme del susto.

—¿Qué ha hecho?, ¿Dónde está?, me muero por verla…

—Está dormida en mi habitación— explicó mientras se adentraban en el salón principal—, ¿Quieres desayunar?

—No…prefiero un café y ya está—respondió—, ya desayuné antes de salir y no quiero cebarme más de lo que estoy. ¿Qué ha hecho Elise?—se interesó mientras acompañaba a Quinn hasta la cocina.

—¿Qué ha hecho?, pues ha entrado en mi habitación cuando aún estaba dormida y de repente, así sin más…ha empezado a cantar a pleno pulmón…ha sido...dios, aún tengo el pulso acelerado.

—¿Y me lo he perdido?, dios…adoro a mi hermana, es única.

—No, la única es Rachel—masculló—, ha sido ella quien le dio la idea…pero no le aclaró el pequeño detalle de cantar en voz baja y no como si estuviera en mitad de un teatro…era increíble, cada día me sorprende más la voz que tiene—añadió—, estoy segura de que va a superar a Rachel cuando sea mayor.

Pues ya es complicado, pero no me extrañaría nada…¿Cómo lleva que no esté aquí Rachel?, supongo que estará triste, ¿No?

Bueno…lo cierto es que ya casi que lo asimila—respondió—, ¿Quieres leche en el café?

—No, lo prefiero solo…tengo un día bastante ajetreado por delante y quiero estar despierta.

Ok… ¿Por qué no has venido más tarde?, mi idea es salir a merendar con Elise y visitar el zoo.

—Genial, yo os acompaño—sonrió.

—¿Te quedas todo el fin de semana?

Sí, no solo he venido para felicitarte…también quiero darte mi regalo –le guiñó el ojo.

Quinn mostró una mueca de desacuerdo mientras entregaba la taza llena de café a su hija y la invitaba a que tomase asiento.

Sabes que no me gustan los regalos, no quiero que me compréis nada ni…

No te he comprado nada—interrumpió la chica rápidamente—, y si, te voy a hacer un regalo que te nunca jamás habrías esperado recibir—sonrió traviesa. Y esa misma travesura que Beth mostraba, conseguía alertar todos los sentidos de Quinn.

Beth era como ella y no solo se parecía en el aspecto físico.

La joven que acababa de cumplir los 23 años de edad, no había cambiado un ápice de su carácter, a pesar de haber pasado la mayor parte de su adolescencia viviendo con ellas, no se había dejado influenciar por la dulzura de Rachel ni el consentimiento que Shelby le proporcionaba para que tomase las decisiones por ella misma la habían convertido en una persona mimada.

Beth era toda una mujer que un día tomó la decisión de regresar a Los Ángeles para cumplimentar sus estudios de literatura y lograr convertirse en lo que siempre había soñado, en lo que un día pensó en dedicar su vida; la escritura.

Desde entonces, desde que se lanzó para cumplir con sus deseos, los viajes entre Nueva York y Los Ángeles habían marcado un hábito casi rutinario en la vida de la joven, aunque fue en la ciudad de los sueños, donde empezó a cimentar su vida.

Su primer y sorprendente gran éxito llegó de la mano de su primera novela como escritora novel. Una novela basada en la vida de su madre y en como el destino quiso que ella volviese a pertenecer a su familia.

Aquella historia que empezó como un pequeño ensayo para un proyecto escolar, terminó convirtiéndose en la base de lo que se había convertido en una de las sagas de libros más vendidas de la última década en todo el país, y ese mismo éxito le había dado el suficiente dinero como para permitirse el lujo de vivir en su propia casa y poder dedicar su tiempo a trabajar en lo que deseaba; escribir.

Beth, te lo advierto…nada de sorpresas, no me gustan…ya lo sabes y no me apetece tampoco armar mucho revuelo. Si por mí fuera no celebraba mi cumpleaños, pero Elise no tiene la culpa de nada y lo voy a hacer por ella.

—¿Por qué no quieres celebrarlo?, es un día especial…¿Tienes el síndrome pro cuarenta?—se burló

No, yo no tengo síndrome de nada, no me importa cumplir años…pero no me apetece celebrar nada, no tengo nada que celebrar—respondió apagada—¿De verdad que no quieres desayunar?— insistió.

No, no quiero nada mamá—hizo una breve pausa—, ¿Sigues…sigues mal?—cuestionó a media voz

—No estoy mal— se excusó—, es solo que no tengo ánimos para estar de fiesta, pero no te preocupes ¿Ok?, me alegra muchísimo que estés aquí…y a Elise le va a encantar verte. Será más divertido contigo aquí.

Mamá—interrumpió con el gesto serio—, no me vale que digas que estás bien…quizás a Elise puedas mentirle en ese aspecto, pero no a mí. Guardarlo no es la solución, quedarte con eso ahí dentro no es lo mejor para ti…puedes…puedes contar conmigo, lo sabes ¿verdad?

Cielo, todo está bien…

Mamá—volvió a interrumpirla—, es normal que estés triste, es lógico…todos lo estamos y todos echamos de menos a la abuela. Pero ella nos lo pidió, nos pidió que siguiésemos adelante y recordásemos todo lo bueno, nada más… ¿Crees que ella no estaría aquí preparando una gran fiesta para ti y para Elise?, no…no puedes permitir que esté donde esté, se enfade contigo por no tratar de disfrutar de lo que…

Basta Beth—murmuró con la voz entrecortada—, basta por favor…

Mamá—se acercó a Quinn para regalarle una caricia en el hombro—, no estás sola, puedes contar conmigo, con Rachel…

No puedo estar amargando a Rachel con mi pena—estalló dejándose caer sobre uno de los taburetes que rodeaban la isleta de la cocina—, no puedo estar llorando cada noche junto a ella porque la voy a terminar destrozando. Ella, ella es muy sensible y sé que cada día que va a trabajar, va pensando que me deja a solas que me paso las horas en la galería sin poder concentrarme y lo paso mal.

—¿Acaso no es cierto?

Sí, sí lo es…pero no puedo permitir que ella cargue con una pena que no le pertenece. No me siento bien sabiendo que se va así.

Mamá, ella también quería a la abuela, ella también está afectada…todos nos hemos derrumbado, ha…ha sido algo tan inesperado que es imposible asimilarlo sin que te afecte…y pasarán muchos años hasta que lo hagamos, pero no por eso tienes que cargar tú con todo, no por eso vas a evitarnos a nosotros pasarlo mal. Somos una familia y las familias salen adelante unidas, ¿No es cierto?

—¡Mamá!— la voz de Beth rompió la conversación que se producía en la cocina— ¡Mamá, ¿Dónde estás?!—cuestionó alzando la voz.

—¡Ya voy cielo…estoy en la cocina!.

Deja que vaya yo—dijo Beth recuperando la sonrisa—, voy a darle una sorpresa.

Ok…ahora…ahora voy yo, no quiero que me vea llorando—se excusó mientras trataba de eliminar el resto de las lágrimas que ya habían empezado a caer por sus mejillas. Y fue ahí, justo en una de sus mejillas, donde Beth terminó dejando un tierno beso que no hizo más que emocionar aún más a Quinn.

Relájate mamá, éste es tu día y el de Elise, tienes que sonreír y lo tienes que hacer con el corazón…¿De acuerdo?

Quinn se limitó a asentir tras las hermosas palabras que su hija le estaba regalando y la observó alejarse de ella.

Por cierto—se detuvo antes de abandonar la cocina—, a partir de éste mismo instante, no eres la que ordena en ésta casa…quedas bajo mi mandato hasta que yo te lo ordene.

—¿Qué?—balbuceó confusa, pero no recibió una respuesta concreta por parte de Beth, solo un simple y rápido guiño de ojos que no le indicaba otra cosa más que algo grande y sorprendente, estaba a punto de suceder.


PARTE 2. Lunes 17