Responder a todos.

Hubo un tiempo, a los cinco años, vivió con su tía Connie en la granja familiar. Todos los días lo levantaba a las seis de la mañana con sus gritos histéricos. Hoy, no era la voz de Tía Connie lo que lo despertaba.
La alarma golpeó los oídos de Stiles cómo un balde de agua fría. Se sentó de golpe en su cama, Scott y Matt, sus compañeros de habita, también parecían aturdidos desde la litera.
La puerta se abrió de golpe y Daniel Lahey, el consejero del edificio masculino, apareció en el umbral con su cara roja y una vena gruesa sobresaliendo de su cuello. Stiles se preguntó qué pasaría si la apretaba lo suficiente.
— ¡Todo el mundo, fuera del edificio!—les gritó.
¿Acaso era un simulacro? El internado Beacon Hills siembre planeaba simulacros de emergencia, a horas muy tempranas de la mañana. Stiles salió, Matt detrás de él. Scott casi se cae al intentar bajar de la parte superior de la litera.
En el pasillo, un montón de chicos arrastraba sus pies, con caras cansadas y adormiladas. El mar de personas era casi desesperante. Estiró su cuello para ver si encontraba a Jackson, Liam, o Boyd: sus compañeros de equipo; pero era difícil con todas las personas aglomeradas en el estrecho corredor.
— ¿Qué hora es?—le preguntó Scott a su lado.
Stiles tanteó sus bolsillos, pero no sintió el pequeño rectángulo que llevaba todos los días—Deje mi teléfono en la habitación.
— ¿Y tú reloj?
Pff, nadie usa relojes ahora.
Le era complicado dar un paso sin poder chocar con alguien. Cuando llegaron a las escaleras, justo a su lado izquierdo, divisó la figura de un chico que jamás había visto: ojos verdes, y cabello negro. No lo conocía, Stiles sabía todos los nombres de cada alumno en Beacon, pero ese muchacho no estaba en su base de datos.
A diferencia del resto, el chico usaba una camisa blanca, jeans, y zapatos enlodados, mientras que los demás aún estaban en ropa para dormir.
Antes de poder observarlo más, Scott lo arrastró hasta las escaleras.

El caminó al edificio de las chicas no era largo. Sin embargo, el sueño presente hacía parecer diez segundos cómo una eternidad. Lo único que lo mantenía espabilado, era el hecho de que Isaac Lahey, hijo de Daniel y bufón designado del internado, siempre tropezaba de una manera graciosa y lo hacía reír.
Por desgracia, Isaac también era parte del equipo de natación, uno de los mejores de hecho. Pero su personalidad friki siempre lo volvía objeto de burla para todo el mundo.
Al llegar, una gran cantidad de chicas estaban reunidas a los pies del edificio. Una camioneta negra también estaba presente. Era de noche, pero podía leer las grandes letras amarillas «Morgue de California.» Su corazón dio un vuelco.
¿Morgue?
El resto de los chicos también pareció captarlo, porque los murmullos no se hicieron esperar. La única vez que Stiles vio una camioneta funeraria, fue cuándo su abuelo sufrió un infarto frente a sus ojos y murió en el suelo de su propia casa. Nunca fue el mismo, pero el incidente había activado una malicia y frialdad creciente en él.
Pensó en algunas chicas que conocían ¿Allison, Kira, Heather, La perdedora Stacy? Incluso Lydia, su novia. No quería pensar lo peor, pero debía ser realista. Al acercarse hasta la multitud, una imagen que jamás olvidará pasó por sus ojos: el grupo se abrió y dos hombres salieron empujando una camilla; en ella, algo descansaba dentro de una bolsa blanca. De nuevo, Stiles no era estúpido, era un cuerpo. Pero ¿De quién?
Sus dudas se disiparon cuándo vio al decano Reyes sentado en la parte trasera de la camioneta, la cual habían abierto. Se veía diferente, normalmente era un hombre con temple de acero. Siempre estaba firme y seguro; ahora, estaba llorando en uno de los asientos. Se veía frágil.
¿Erica? No, no podía ser ella. Pero si no era ¿Por quién más lloraría el decano?
Los dos hombres metieron la camilla en el vehículo, el decano se derrumbó sobre la bolsa. Alguien abrazó por detrás a Stiles.
Se volteó, y Lydia estaba sujetándolo mientras enterraba su cara en él. Pronto, sus lágrimas llenaron su ropa.
—Stiles, gracias al cielo—sollozó con la voz rota.
La camioneta rugió y se puso en marcha. Cuándo desapareció por el camino, los llantos de las muchachas se hicieron más fuerte. Por otro lado, los chicos continuaban confundidos. Igual que él. ¿Dónde estaban las demás chicas del equipo?
—Lydia ¿Qué está pasando? ¿Quién murió?
Ella siguió llorando. Balbuceó algo, pero no entendió muy bien qué había dicho.
—Muy bien todos. Necesito que guarden la calma—Stiles oyó la voz de Claudia Stilinski, su madre y consejera en el edificios femenino, flotando sobre los llantos—. Deben organizarse. Esto es serio, acaban de matar a una de las nuestras. Formen una fila.
Varios segundos, minutos, puede que horas, pasaron antes de asimilar lo que su madre dijo. Entonces lo notó: la puerta corrediza rota, el hecho de que Allison (A quién apenas notó) lloraba desconsoladamente en rincón alejada de las demás, y la ausencia de una persona específica.
Los murmullos se hicieron más fuertes, en el grupo de los chicos. Sintió cómo dos fuertes brazos lo sujetaban por detrás y lo alejaban de ella.
—Tú vienes conmigo—le dijo Jordan Parrish a su espalda.
Unos coches policiales habían arribado, y el sonido de las sirenas se unió al de los llantos, murmullos, además del de alarma. Sus oídos iban a explotar. Lydia trató de agarrarlo y mantenerlo junto a ella, pero Jordan jaló con más fuerza.
—Todos los estudiantes que no estuvieron presentes con las chicas, al momento del... asesinato—su madre comenzó, alzando las manos—, será llevado al auditorio e interrogado por el jefe John—decir que también era su esposo, parecía inapropiado—. Ahora, acompañen a los policías y...
Se oyó un ping en la distancia. Todos guardaron silencio. Luego, el sonido del cantar de unos pájaros, y una canción de Celine Dion rompieron el silencio. Cómo un efecto dominó, todos los teléfonos emitieron un ruido. Los tonos sonaron en discordia, pasó un segundo y todos tenían sus celulares en mano; Jordan incluido.
Muchos gritaron, otros produjeron sonidos similares.
— ¿Qué?—preguntó. Todos estaban tan sumergidos en las pantallas, que no le hicieron el mínimo caso—. ¿Qué es? ¡Quiero ver!
Jordan, con un rostro inexpresivo, giró su teléfono y lo pegó a su cara. Tuvo que retroceder, y esperar a que su vista se ajustara, para poder apreciar bien lo que mostraba.
Stiles Stilinski.
Scott McCall.
Allison Argent.
Lydia Martin.
Jackson Whittemore.
Kira Yukimura.
Malia Tate.
Heather Connor.
Liam Dumbar.
Isaac Lahey.
Vernon Boyd.
Erica Reyes.

Los nombres brillaban en la pantalla. Uno debajo del otro, en lista. El último nombre estaba tachado. Se dio cuenta de que todos formaban parte del equipo de natación.
— ¿Qué es esto?—le preguntó a Jordan.
El seguía sin expresión alguna en su rostro—Eso vamos a averiguar—le afirmó antes de agarrar su brazo y meterlo a la patrulla.