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El viento ondeaba suavemente sus largos cabellos azabaches. La menuda figura enfundada en un vestido negro se inclino y deposito sobre la tumba un ramo de rosas.

-Souta...-su voz sonó quebrada y llena de dolor mientras lágrimas cristalinas se deslizaban por sus mejillas. Acaricio suavemente la escritura en la que se podía leer "Souta Higurachi amado hermano"

Cerro sus ojos chocolates y miles de recuerdos cruzaron su memoria, cuando eran niños y jugaban juntos, las travesuras que hacían y que sacaban de quicio a su padre quien los reprendía con una sonrisa, los dulces que ambos robaban al cocinero y que comían a escondidas para después terminar con dolor de estomago, las noches de lluvia donde Souta se empeñaba en negar que había monstruos afuera pero que siempre se quedaba cuidándola, cuando la enseño a montar, cada vez que la consolaba mientras lloraba, lo protector que se volvió cuando ella comenzó a crecer y la ultima vez que lo vio, hacia tres años... tan contento, tan feliz diciendo adiós con una sonrisa en el rostro arriba de "El mercader" con sus ojos llenos de expectación y en espera de aventura.

-Tantos recuerdos...-susurro ausentemente.

-Tranquila niña. No pienses más en esas cosas.-aconsejo una sabia voz mientras acariciaba sus cabellos maternalmente.

Kagome sonrío tristemente y se volvió mirando a su nodriza.

-Tengo que hacerlo Kaede, tengo que aferrarme a algo.-

No hizo falta decir más, la cabeza llena de cabellos grisáceos de la mujer que la había cuidado desde su nacimiento asintió comprendiendo.

Kagome miro el cielo, una gran nube cubría los vestigios del astro sol quien luchaba por ser libre...como ella, pensó vagamente.

-Vamos. Es hora de volver.-

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El aire frío que traía consigo la noche chocaba contra su rostro, apretó aun más fuerte las riendas del caballo y lo insto a ir mas rápido al ver la inminente tormenta que estaba por caer.

La sombra se desplazaba silenciosa por las oscuras calles de San Sebastian, su objetivo se vio materializado ante su vista, bajo ágilmente de su trasporte y su gran mano resonó en la puerta de madera que estaba ante él, al mismo tiempo que las primeras gotas de lluvia caían por las vacías calles, haciendo un sonido sordo al tocar la tierra seca.

La puerta se abrió y unos ojos azules como el mar se abrieron de par en par al mirarlo.

-¡Inuyasha!-

El aludido sonrío socarronamente.

-¿Quién mas iba a ser Miroku? No me digas que ya estas metido en líos de faldas.-

-¿Yo?-pregunto inocentemente recordando ciertos incidentes mientras se hacia a un lado para dejarlo entrar.-¿Cómo crees? Para nada. Pero dejame decirte que aquí florecen flores muy bonitas y exóticas. Chicas de todos los gustos...-

-Miroku...-interrumpió impaciente el hombre, mientras se deshacía de su camisa y sus botas.-Espero que hayas hecho lo que te mande en vez de estar pensando en mujeres.-

-Claro que lo hice Inuyasha. Tengo toda la información acerca de Kagome Higurachi.-

Miroku observo como los ojos dorados de Inuyasha se clavaron en los suyos, expectantes.

-¿Y?-

-Y no creo que te vaya a gustar lo que descubrí.-

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-¿Dónde estaban?-

Ambas se quedaron quietas a mitad de la escalera al escuchar la fría y cruel voz masculina proveniente de la planta baja.

-Kaede prepara mi baño.-dijo la joven mirándola, vio la duda en los ojos de su nodriza, era obvio que no quería dejarla sola con él. Sonrío débilmente alentándola.-Por favor.-

Cuando la mujer se marcho de mala gana, Kagome se volvió y encaro a la peor de sus pesadillas, pero una que sabia, no se iría al despertar. El hombre enarco una ceja y miro su atuendo. Tomo un sorbo de whisky y sonrío.

-Ya veo... Este es el que ¿tercer mes de su muerte?-pregunto burlón.

-Cuarto Naraku.-corrigió la joven.

El asintió tomando otro sorbo de su copa casi vacía, su mirada se deslizo por el cuerpo de la joven y se acerco a ella. Kagome no se movió de su sitio, tan solo impulsada por el orgullo y la rabia que sentía en contra de ese hombre, no estaba dispuesta a mostrarle miedo.

-Incluso así...-susurro mirando sus senos descaradamente.-Luces increíblemente hermosa.-alzo su mano tocando suavemente el contorno de su pecho.

Kagome se mantuvo rígida, tomo su mano y él la miro a los ojos.

-Hazlo Naraku, tómame y todos tus planes se vendrán abajo.-dijo con voz calmada, pero detrás de la cual se escondía una gran satisfacción.

Él alejo lentamente su mano, Kagome sabia que estaba ebrio, pero no era estupido, aun así Naraku sonrío enormemente.

-Habrá un día en que eso no me detendrá.-advirtió deslizando una vez mas sus ojos negros llenos de deseo por la silueta de la joven, después la miro a los ojos.-Quiero verte hermosa mañana en la noche. Los Himura darán una fiesta.-

Se dio media vuelta y se marcho entrando de nuevo en el despacho. Kagome soltó todo el aire que pudo y miro hacia el gran ventanal que se dejaba apreciar desde la estancia, donde una gran tormenta se desataba, rogando que se la llevara con ella, para no aguantar más este sufrimiento.

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¿Y? ¿Mas? ¿No gusto?

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