La vuelta a Hogwarts
Draco iba recostado sobre el regazo de Pansy Parkinson de camino a Hogwarts.
Era vagamente consciente de su mano acariciando su cabello. Podía escuchar los murmullos de sus compañeros en el pequeño compartimiento. Pero la verdad era que él no tenía tiempo, paciencia o ganas de escucharlos.
Iba a ser su sexto año en Hogwarts, pero no podía ser más distinto a lo que alguna vez soñó. La serpiente enredada en una calavera en su brazo era la prueba viviente de ello. El recuerdo del dolor, de la quemazón y la humillación al verse marcado como simple ganado muggle lo carcomía por dentro.
Respondió al azar, fingiéndose importante y enigmático, a las preguntas directas de sus compañeros pero seguía con la mirada perdida. Tenía que fingir ser el perfecto Slytherin que siempre había sido.
Era un maestro para esconder sus verdaderos sentimientos y pensamientos. Muchas personas dirían que siempre tuvo envidia a Potter, por ser más famoso que él, por ser más popular, pero solo Draco sabía que lo que más le envidiaba a Potter, era su capacidad para lograr que la gente lo amé y lo cuide con tanta saña. Tenía a sus dos papás con vida pero sabía, de sobra, que ninguno se iba a poner frente un avada kedavra por él. Y eso era lo que más le envidiaba al niño dorado de Gryffindor.
Otros tantos, podían decir que odiaba a sanPotter. Pero siempre lo admiro. Al principio no iba a negar que le avergonzó furiosamente que Potter pasará con tanta facilidad de él, solo para quedarse con el pobretón de Weasley, pero cuando al final del primer curso vio lo que habían hecho esos tres, se tuvo que tragar su mierda y aceptar que era una suerte que ese Gryffindor hubiera pasado de él. Nunca hubiera podido ayudarlo. No porque Weasley fuera mejor mago que él, por Merlín no, es solo que a esa edad sentía tanto miedo como amor por Lucius y nunca hubiera podido desafiarlo de aquella manera. Su padre veneraba al señor tenebroso y él al ayudar a Potter hubiese retrasado su vuelta. Solo de pensar que le hubiera hecho su padre en esa circunstancia le daba miedo.
Un movimiento en donde guardaban los baúles llamó su atención. Otro ligero movimiento y sólo gracias a sus años de entrenamiento, logró obligar a su rostro a no perturbarse.
Como no, el maldito elegido estaba ahí. Lo sabía porque en ese compartimiento iban todos los hijos de los mortifagos reconocidos, por el niño prodigio de Hogwarts. Nadie iba a ser tan suicida, salvo como no Potter, de meterse ahí a escondidas para escuchar de qué hablaban.
Su estómago se comprimía con violencia y podía sentir el aporreo constante de su corazón palpitando en sus oídos. Rodó los ojos mentalmente así mismo. Por Merlín Draco, este no el jodido momento para que te pongas como una colegiala desquiciada se reto sumamente indignado.
Centró su mente, ese era el momento pensar. Consultó su reloj de bolsillo y vio que le quedaban unas largas horas para llegar a Hogwarts. Bien -se dijo mentalmente.
La presencia del inconsciente de Potter en ese compartimiento confirmaba las dudas que lo envolvieron todo el verano. Potter iba a ser un dolor en el culo, de proporciones épicas. El señor tenebroso, en un acto de grandeza que lo enalteció, había dado como trabajito, a él, que matara a Dumbledore.
Si tuviera algo de sentido del humor, quizás se hubiera reído. Quizás. Pero no lo tenía, y sabía bien que aquello era todo menos un chiste.
Había vuelto a la mansión humillado por saber que su padre estaba preso en Azkaban. Pero sus problemas, como entendió poco después, solo habían empezado. Para la mitad del verano, su madre y su tía lo habían arrastrado ante el Señor Tenebroso. Lo halagó dulcemente, por sus logros académicos, por ser perfecto, como él mismo (comentario que lo llevó a tirar la asquerosa insignia inmediatamente), Por la pureza de su sangre, por su odio a Potter (cosa que Draco tuvo que fingir cierta) y por sus ganas de formar parte de sus filas siguiendo los pasos de sus padres.
Fue en ese momento que entendió que nunca tuvo la opción de decir que no. Si la falta de pregunta era problemática, la afirmación de que él quería ser un mortifago, era como poco, una condena.
El Señor Tenebroso, por las dudas que tuviera alguna opinión contraria, dejó caer que: sería una terrible pérdida para la noble causa que Draco se fuera. Su madre a su lado dio un respingo ante esas palabras y esa fue toda la confirmación que necesitó para entender que aquello era una condena de muerte. O se convertía en mortifago o moriría. Como las opciones no eran muchas, en un acto tan Gryffindor que llegó a asustarlo considero la segunda opción por unos instantes. Sabía que no importaba lo mucho que despreciada que los valores mágicos se fueran perdiendo poco a poco por los mestizos e hijos de muggles que hubiera en la comunidad mágica, él nunca iba a poder matarlos. Torturarlo, quizás. Pero todavía recordó la repulsión que le dio lo que vio en los juegos mundiales de quidditch. Una experiencia que no quería repetir. Ni que mencionar llevar a cabo. Era un poco cruel, se burlaba de la gente. Los insultaba y le gustaba sentirse poderoso. ¿Pero lastimarlos, de verdad? No, Draco sabía que él no tenía lo que a su tía le sobraba.
En retrospectiva, se dio cuenta que el Señor Tenebroso notó aquello porque con un siseo espeluznante agregó:
La familia Malfoy, tan leales, tan necesarios. Oh, qué desgracia sería perderlos a todos. Mi querido Lucius en Azkaban. Ese lugar tan siniestro. -Negó con la cabeza consternado- Imagínense morir ahí, solo, abandonado, con frío y hambre. No, pobre Lucius. Pero no se preocupe joven Draco, cuando esté en encuentras filas voy a dejar que lidere el grupo que va a ir a sacar a mis filmes de aquel lugar.
Casi se echó a reír por tal amenaza y por lo poco camuflada que estaba. Pero, en definitiva eso inclinó la balanza. Dos días después. Frente a un selecto grupo, extendió su antebrazo al señor tenebroso y se dejó marcar. Si cerraba los ojos, podía escuchar las risas de todos ahí al escucharlo gritar de dolor. Más tarde esa noche en su cuarto. Después de asegurarse estar solo, se permitió llorar mirando la marca.
Durante todo el verano su mente había ido a Potter con insistencia abrumadora. Cada pocos minutos se encontraba pensando en el gryffindor y eso alteraba más sus nervios.
Se torturaba pensando que hubiera hecho el héroe del mundo mágico en su lugar. Seguro morir, se repetía siempre. Pero una parte de él, le decía que no podía estar seguro, que quizás hubiera hecho lo mismo que él, que quizás hubiese elegido no inmolarse a él y a sus padres. Pero la sombría realidad siempre lo golpeaba, sus padres se inmolaron por él. Y los suyos dejaron que él se inmolara por ellos.
Después de esas disertaciones consigo mismo, pensaba en lo valiente que era el moreno. Draco no lo había visto nunca hacer nada que no sea plantearle la cara a señor tenebroso.
Cuando su papá le contó que él mismo Harry Potter con sólo catorce años había decidido salir de su escondite y luchar con dignidad se le había parado el corazón. ¿Como iba el jodido gryffindor morir de otra manera? Y para asombro de todo el mundo, salió vivo de ahí. Sabía que nunca iba a ser tan valiente. No se engañaba. Apreciaba tanto su vida que nunca podía exponerse a esos peligros por propia voluntad.
Pero ahora, el Señor Tenebroso hizo el trabajo por él. Lo había mandado a matar a Dumbledore. Como si eso fuera una opción.
No había ninguna, asumió su pena de muerte con toda la alteza que pudo. Lo único en lo que podía pensar era en su madre y un poco en su padre, pero la verdad no le importaba tanto. No ahora, de cualquier manera.
Inevitablemente, pensar en Dumbledore lo llevaba a pensar en Potter. Y estaba hasta los dientes de tanto pensar en él. La admiración había dado paso a algo más después de la marca. Ahora entendía la causa por la que el muchacho luchaba. Porque, si alguien como Draco era obligado a hacer eso ¿que quedaba para los demás?. Él no quería tomar la marca, todos en esa sala se pudieron darse cuenta de eso. Lo habían obligado, peor lo habían coaccionado.
Cómo era posible querer defender una causa, en la que se suponía los magos de verdad iban a ser liberados de la opresión de esconderse, si para lograrlo, había que permanecer bajo el yugo de un hombre como aquel, que podía matar tanto a enemigos como a sus fieles.
En ese momento se había dado cuenta de que el lado correcto era el lado del maldito Potter.
Bueno ese tren ya había zarpado para él. La picazón de su brazo era un recordatorio constante. Pero era un slytherin. Y era muy inteligente. Siempre había algo por hacer, se recordaba cuando sus miedos lo asaltaban en las noches. Esa palabrita se convirtió en su mantra personal. Siempre, siempre siempre, se repetía cada vez que la duda lo encontraba en su cama acurrucado sintiéndose muy solo y asustado. Se abrazaba al pensamiento de que en algún lado estaba Potter y compañía luchando para que su verdugo no volviera a joderle la vida a ningún chico. Tanto se concentraba en ese pensamiento, que una buena noche, le escupió en la cara.
La primera vez que se levanto empalmado porque soñó con Potter, se obligó a sí mismo a no terminar el trabajo. Era no sólo insultante, si no que muy desconcertante. La segunda vez empezó a lanzar hechizos explosivos contra todas las cosas de su cuarto hasta que se calmó. La tercera vez, para su horror, su subconsciente lo mantuvo dormido hasta encontrar la liberación que él le negaba. Las siguientes noches paso lo mismo y una mañana lleno de odio, mientras se limpiaba, sopeso la posibilidad de empezar a tomar una pasión para dormir sin sueños. Descartó eso por estúpido. No podía permitir que su mente flaquera. No en la casa donde el señor de las tinieblas dormía y vivía.
Acepto sus nuevas circunstancias y el Slytherin en él reconoció que era mucho más agradable tener esos sueños que despertarse muerto de miedo porque un rayo verde lo azotaba a él, a su madre y a su padre. En ese orden. Cuando el rayo verde tocaba a Potter, Draco se levantaba con un grito clavado en la garganta.
No, sin dudas soñar con un Potter sonrojado, jadeante y receptivo era una mejoría inimaginable. Se negó a llevar sus pensamientos mucho más allá respecto a esos sueños. No podía. Si entraba en ese camino, quién sabía dónde podía ir a parar.
Él que era extremadamente bueno en oclumancia, decidió que iba a hacer. Sabía por su madre que su padrino iba a intentar ayudarlo. Y eso no era algo bueno. Volvió la vista al compartimiento de los baúles. Tener detrás suyo al jodido-te-hago-sentir-mariposas-en-el-estómago-Potter tampoco iba a ser bueno. Lo necesitaba lejos, muy lejos. Lo más que pudiera. Porque como pudiera, iba a tener que intentarlo. Lo peor era eso, él iba a tener que intentar cumplir aquella misión suicida. Y ese condenado cuatro ojos no iba a estar siempre lejos del viejo y él no podía ni pensar en hacerlo frente a esos ojos Esmeralda.
Corrió los ojos en otra dirección, no quería asustar a Potter. Solo merlín sabía con qué estupidez salía al sentirse descubierto.
Repaso mentalmente las cosas que tenía claras de momento.
Iba a morir por intentar matar a Dumbledore -Hecho.
Iba a intentar darle tiempo a sus padres -Hecho.
Iba a poner su granito de arena para joderle los planes al Señor Tenebroso -Otro jodido hecho.
Cuando la noche empezó a caer, se dio cuenta que era hora de pensar en el problema invisible sobre su cabeza.
Lo primero que tenía que lograr era que ese infeliz no se expusiera a sus compañeros de casa. Alguno de ellos era capaz de matarlo en el acto, si con eso se ganaban el agrado del Señor Tenebroso y que se jodiera la serpiente, no lo iba a permitir. Lo segundo en su lista, era intentar sacarlo de Hogwarts, tenía la sospecha de que El Señor Tenebroso, iba a intentar algo con el colegio, no sabía qué, pero su instinto le decía eso. Bien el punto era, cómo sacar a Potter de ahí, el cabroncete era más duro que un bloque de cemento. No iba a poder convencerlo de nada, menos amenazarlo. Merlín sabía que si lo enfrentaba en un duelo, el que iba a salir perdiendo era él mismo. Su orgullo le permitía reconocer esto solo en privado, ni bajo la maldición cruciatus lo diría en voz alta. Se devanó los sesos buscando una salida. Y la brillante idea llegó cuando empezó a sentir como su corazón se volvía a acelerar.
Dumbledore, era un sentimental de mierda. Era de conocimiento público que ese viejo si pudiera, metería a Harry en una cajita de cristal en su despacho. Sospecho que si Harry era atacado en el mismo Expreso de Hogwarts Dumbledore iba a perder los papeles y lo iba a encerrar para cuidarlo.
Una sonrisa tiró de sus labios, ese era un buen plan. Ahora, no era estúpido. Si eso salía mal, cosa probable, al primero que iba a ir a buscar era a él. Su varita iba a ser obligada a escupir todos los hechizos que hizo y sin dudas lo iban a expulsar y si pretendía vivir lo suficiente para que su madre pensara una buena forma de escapar de la muerte, tenía que poder estar en Hogwarts unos meses.
Trazó un plan en su cabeza y cuando logró que lo dejen solo lo llevo a cabo.
Petrifico al joven y se regodeo unos instantes en su figura.
Merlín Draco, se supone que lo odiamos. No seas básico. El Señor Tenebroso puede verte a través de él -se gritó a sí mismo cuando se quedó petrificado confirmando la sospecha de que, en realidad le gustaba tanto el chico dorado de Gryffindor como temía.
Después de dejarlo solo en el vagón, huyó. Imploro a todos los magos poderosos del mundo que las cosas salieran como las había planeado.
Pero cometió un error de principiante. Las cosas nunca salían como él quería. Era el Malfoy con peor suerte en la historia de toda su familia.
