DISCLAIMER: Nada de esto me pertenece.
Mis manos se apretaron a la reja que me mantenía en esa sucia y maldita celda. Maldecía a Edward, una y otra vez en mi mente. ¡Él era el que me tendría que haber salvado de esta humillación publica! Dos gruesas lágrimas cayeron por mis mejillas, pero me las sequé rápido para no mostrar ninguna debilidad ante el hombre de ojos verdes y cabellos cobrizos que se hacia llamar Edward.
Abrieron la celda y la cerraron cuando mi abogado entró. Los guardias se fueron dejándonos nuestra privacidad.
Sus labios chocaron contra los míos con rudeza. Como siempre lo hacia luego de días de no vernos. Ya hace un mes que no me sacaba de esa celda mugrienta y de poca clase.
–Sácame de aquí –le dije mientras lo apartaban y sus brazos rendidos dejaron de acariciar mi cintura.
–No puedo… –murmuró con dolor en la mirada.
–¡Yo no puedo vivir aquí! ¡Necesito mi vida, mi dinero, mi reputación! –grité y el me miró con los ojos entrecerrados.
–No hubieras mandado a matar a tu esposo… –susurró y yo quedé pálida. Él no tenia que creer eso de mi, no él.
–¿Crees eso de mi? ¡Yo no hice eso! ¡Amaba a mi esposo! –le dije tomando sus mejillas entre mis manos.
–¡No seas hipócrita, Bella! –murmuró con un odio que nunca había escuchado de sus labios–. Ya lo sabes… no puedo hacer nada por ti. Ve acostumbrándote, porque vas a estar toda tu vida aquí.
Y se fue.
Sus cambios de ánimos me volvían loca, primero me besaba y luego sentía asco por mi. De mis labios salió una palabrota hacia él, la verdad es que no tendría que enojarme por eso ni por sentimientos inútiles. Tenia que concentrarme en salir de la cárcel, de alguna forma…
