El Reinado del Miedo
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Prólogo
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Al inicio, mucho antes de que el tiempo fuera tiempo y el espacio fuera espacio, solo el Caos reinaba.
La existencia aún estaba muy lejos de ser existencia y la vida misma no era más que un sueño.
Sin embargo, ese Caos era Alguien. O Algo. Ese Caos era la esencia original de todo lo que alguna vez sería.
Y así, un día la vida fue soñada, y el propio e inconmensurable poder del Caos hizo realidad ese sueño. Cuatro mundos fueron creados, y en cada uno de ellos el bien y el mal fueron concebidos, para jamás detenerse en su contienda, para librar una lucha destinada a durar por siempre.
En uno de estos cuatro mundos, el bien, bajo la forma del Dios Dragón Rojo, y el mal, bajo la forma del Rey Demonio Ojo de Rubí, combatieron incansablemente durante miles de años. Uno con la esperanza de proteger la vida que comenzaba a florecer, y el otro con la oscura ambición de destruirla y regresar todo al Caos Primario…
Tras incontables siglos de colosales y terribles batallas, el bien finalmente logró imponerse. El Dios Dragón Rojo, haciendo uso de todo su increíble poder, logró fragmentar al Rey Demonio en siete partes, las cuales fueron poderosamente selladas. El bien había logrado triunfar sobre el mal, permitiéndole a la joven vida continuar su existencia en el mundo.
No obstante, el esfuerzo y el desgaste del Dios fueron tales que no fue capaz de conservar el poder de su esencia original, y, en consecuencia, de mantenerse unido como un solo ser. Así, agotado y herido, se vio obligado a dividir su espíritu en cuatro partes, cada una de las cuales velaría por la seguridad del mundo, esperando incansables el momento en que el mal volviera a renacer.
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Esta es la historia que todos los seres, mortales e inmortales, conocen y respetan. Sin embargo, hay algo que muy pocos saben, algo que quedó perdido y olvidado en los innumerables reveses del tiempo.
Antes de dividirse en cuatro partes, después de derrotar a su eterno enemigo, el Dios contempló la destrucción que la batalla había causado. El mundo había sido destruido, e incontables vidas se habían extinguido como consecuencia. La tristeza y el dolor de los pocos que habían conseguido sobrevivir eran abrumadores...
Inundado en pena por el sufrimiento que él mismo había contribuido a causar, dolido y culpable por la destrucción del mundo, el Dios lloró. Y los profundos sentimientos de tristeza, culpa, sufrimiento e ira por su obra fueron concentrados en sus lágrimas, para jamás desaparecer, para por siempre perdurar.
Hay alguien que conoce esta parte de la historia. Alguien que, a diferencia de sus pares, no desprecia el poder de los sentimientos del Dios. Alguien que sabe sobre el poder que esas lágrimas ocultan. Alguien que las ha estado buscando durante mucho, mucho, tiempo.
Alguien que finalmente las ha encontrado.
