Disclaimer: los personajes de Harry Potter son propiedad de JK Rowling, yo los utilizo con afán de diversión y sin ánimo de lucro.

Para Clarice, que piensa, siente y vive en technicolor. Gracias por iluminar un pedacito de mí.


Morphine

Ella es como la morfina. Balsámica. Adictiva.

Y de efecto rápido.

Tan rápido que para cuando se da cuenta ya ha llegado, ha causado los estragos propios y se ha ido como un torbellino. Así, sin darle tiempo a respirar. Porque ella actúa como movida por un feroz impulso de hacer lo que le da la gana cuando le da la gana. Causa y efecto. Y muy deprisa.

A veces Harry se pregunta si no será todo un mero producto de su imaginación, que le está jugando una mala pasada; después de todo, no conviene olvidar que si hay algo que a él le sobra es precisamente imaginación. Pronto se dice a sí mismo que no puede ser, porque da la casualidad de que ella es muy real: los espejismos te confunden pero no se frotan contra ti como quien no quiere la cosa, y desde luego no te hablan de una manera que podría hacer sonrojar al más pintado. Y ella sí lo hace.

Todas las mañanas, temprano, la ve bajar a la sala común con esa actitud segura y unos ridículos shorts de pijama de un tono rosa en exceso estúpido -porque tiene que reconocer que él jamás ha visto un color tan cretino como el rosa-. También lleva una camiseta amarillo pastel que deja muy poco a la imaginación, y como ya sabemos, la de Harry es una imaginación particularmente poderosa que le hace preguntarse cómo sería arañar la piel blanca de su espalda -por supuesto desprovista de esa prenda tan horrorosa-, o cómo se sentirían sus piernas largas -de esas que llegan hasta el suelo- apretadas alrededor de su cintura, o cuán bonita sería la visión de su cabellera de fuego líquido cubriendo sus pechos pequeños, tiernos.

A Harry la mente le juega malas pasadas pero, ¡diablos!, la desea muchísimo y la quiere aún más. Y ni puede ni quiere evitarlo. Por eso, cuando esa mañana de sábado vuelve a ver, cómodamente desde el sillón, cómo Ginny baja la espiral de la escalera con los pies desnudos, los pantaloncitos rosa chicle y los pezones marcados bajo la camiseta que el rojo intenso de su pelo no logra disimular, no duda un minuto en hacerla subir de nuevo delante de él y meterla en su cuarto. Y cuando ella lo mira interrogante, con esos ojos de niña inocente y ese rictus de zorrita, y él la toma de la cintura y le besa la boca, el autocontrol se va a la mierda.

Y a la mierda también Ron y todos los demás.

Necesita una dosis de morfina.