Perfectamente equivocado

Capítulo 1

La noche en Princeton, New Jersey, era fría. Demasiado. Ninguna persona caminaría tranquilamente en este tiempo inclemente a menos que estuviera loca… o fuera un vampiro, como yo.

Era un raro momento de placer silencioso el que estaba disfrutando. Vestido únicamente con unos pantalones negros, camisa blanca, y sencillo abrigo que no mantenía cerrado. Llevaba un paraguas al brazo aunque no tenía la menor intención de utilizarlo. La nieve caía, ligera y constante, acumulándose en mis hombros y en mi cabello. Me gustaba la sensación, crujiente y suave al mismo tiempo, de cada ínfima astilla de cristal helado que se estrellaba contra mi piel dura e igual de fría. Era gracioso notar como podía sacar la lengua para capturar un copo de nieve y que no se derritiera.

Me encantaba caminar en noches nevadas. Me daba una vaga sensación de estar solo en el mundo.

A lo lejos pude ver que la puerta de una casa se abría. La luz dorada se derramó sobra la oscuridad de la calle haciendo brillar la nieve blanca. Escuché un alegre intercambio de despedidas entre dos mujeres y después una de ellas se marchó.

El viento me trajo el olor de su maquillaje, del fijador en el cabello rubio y bien peinado, de la fina seda de su blusa y la suave piel del abrigo que la envolvía. Pero sobre todo, el olor de su sangre.

Era un buen aroma y de inmediato me hizo sentir llamas en la garganta, a pesar de que no habían pasado ni dos noches desde la última vez que había cazado.

La seguí inconscientemente, mientras ella se apresuraba por la acera. Quería probar ese dulce sabor, el dulce sabor de la sangre de una mujer. Hasta ahora solo había cazado varones, pues había una regla: no mates a personas inocentes; y, hasta el momento, solo los hombres parecían caer en la clasificación de culpables.

Lo sabía perfectamente y nunca me había equivocado. Cada vez que encontraba a un asesino, un violador, un torturador, las escenas de sus actos pasados recorrían sus mentes una y otra vez. Eso me daba carta blanca para hacer lo que debía. Para evitar que siguieran haciendo daño.

Quería probar la sangre de esa mujer pero no lo haría. Ella era inocente. Los únicos pensamientos que había en su mente eran buenos deseos para la amiga que acababa de visitar y la vibrante esperanza de que su prometido le diera una gran sorpresa de cumpleaños al día siguiente.

Me obligué a parar y me recargué contra una pared para tranquilizar mi ansiedad. Ya vendría una oportunidad. Si había algo de sobra en este mundo eran personas dispuestas a dañar a otras.

Un sonido de pasos, distinto del repiqueteo de los tacones de la mujer, me sacó de concentración. Eran unos pasos mesurados, calculados. Para un humano no serían perceptibles pero yo podía escuchar el leve susurro que hacia la suela de caucho sobre el asfalto. Giré hacia la izquierda y vi una figura oscura salir de un estrecho callejón y dirigirse en la misma dirección que la mujer elegante.

No podía distinguirlo bien. Solo veía que iba de negro completamente, con pantalones anchos, botas y un pesado abrigo de fieltro que lo cubría desde la nuca hasta las rodillas. En la cabeza tan solo podía distinguir una boina del mismo material y color.

Tenía las manos en los bolsillos y por un momento pensé que era tan solo un transeúnte que había sido sorprendido por la nieve. Hasta que vi que sacó una mano enguantada del bolsillo derecho, sosteniendo firmemente una reluciente y, al parecer, muy afilada daga.

Mi cuerpo se tensó, con el lejano instinto protector y la sed ardiente al mismo tiempo. Mi oportunidad había llegado.

Me dispuse a seguir al hombre con lentitud y cautela, tal como él hacia con la mujer. Era bueno. Se movía sigilosamente sin llamar la atención de la rubia alta que caminaba aprisa en medio de la nieve y la oscuridad. A pesar de que él no se apresuraba, nunca dejaba que ella le sacara ventaja. Se mantenía a un ritmo constante esperando el momento perfecto para atacar, igual que yo. Entonces cometió un error.

Se resbaló y cayó, sobre sus manos y una rodilla, en un charco congelado ennegrecido por la suciedad, haciendo que el hielo se cuarteara estruendosamente antes de romperse.

La mujer se detuvo en seco y se volvió a medias para observar. Al darse cuenta de que había sido seguida recuperó la dirección de sus pasos y caminó a mayor velocidad, tan rápido como se lo permitían sus agudos tacones.

El hombre se incorporó en un segundo y dejó de preocuparse por el ruido que hacía al caminar, siguiendo a la mujer abiertamente. Él todavía no se había dado cuenta de que yo le seguía, y continuó caminando a un ritmo constante, adaptándose a la velocidad de la mujer.

Mis ojos vigilaban sus movimientos mientras que mi mente se concentraba en los pensamientos desesperados de la dama, que habían dejado de ser felices y pacíficos:

¡Oh no! ¡Por favor no!

Podía escuchar los latidos acelerados de ambas personas, sus respiraciones rápidas y entrecortadas, sentía el olor de la adrenalina en el aire frío.

La mujer empezó a correr, aunque un pensamiento pesimista de que no lograría escapar se había apoderado de ella. Si supiera que estaba a punto de ser salvada. El hombre aceleró junto con ella, blandiendo la afilada hoja con mano firme, segura y hábil.

¡Dios mío! ¡Por favor, ayúdame!

Casi sintiéndose perdida, le mujer comenzó a sollozar, con fuertes jadeos incontrolables de angustia y cansancio. Viendo que ella estaba a punto de ser alcanzada, corrí y salvé los treinta metros que me separaban del maldito en dos segundos.

Para mi sorpresa, él se detuvo justo antes de alcanzarla, dejando que ella escapara al dar la vuelta al final del callejón. Pero eso no lo salvaría. Yo había visto sus intenciones y la próxima vez, la mujer a la que persiguiera podría no tener tanta suerte.

En un segundo arrojé al asesino contra la pared del callejón y escuché unos ligeros crujidos de torceduras a pesar de que lo había lanzado con relativa suavidad. En ese momento me di cuenta de que de él emanaba un aroma suave, dulce y deliciosa, más que cualquiera que hubiera inhalado antes. Me sorprendía que una bestia capaz de intentar asesinar a una mujer indefensa pudiera oler tan bien.

Mi pensamiento racional se nublo y, sin poder esperar más, me abalancé contra él, arrancando la pesada bufanda oscura que le cubría el cuello y parte del rostro. Al hacerlo, me golpeó el aroma más exquisito que alguna vez hubiera tenido la suerte de sentir y se coló por mis fosas nasales sin encontrar ningún obstáculo. Un estremecimiento me recorrió la espalda y la boca se me lleno de veneno, espeso y abundante. Era un aroma increíble. Sin miramientos lo tomé por los hombros y perforé la piel de su cuello con mis agudos dientes.

Fue incomparable el éxtasis que me produjo sentir el sabor de esa deliciosa sangre en mi lengua, deslizándose con suavidad por mi garganta. Un latido violento envió un nuevo torrente de dulce y tibia sangre a través de mis labios abiertos. Presioné más los dedos contra sus hombros y cerré los ojos, permitiéndome disfrutar de ese glorioso momento.

La sensación era perfecta. Demasiado perfecta. A través de la nube de placer que me envolvía pude discernir que este momento era diferente a cualquier otro que hubiera vivido al cazar. La diferencia era tan obvia que me sorprendía no haberlo notado antes: él estaba en silencio.

No el silencio simple de entender cuando una persona sencillamente no emite ningún sonido, sino un silencio profundo e impensable que no venía de sus labios mudos, sino de su mente.

Sorprendido, dejé de succionar y permití que la sangre entrara por si sola en mi boca. Me concentré en él, en su cuerpo tembloroso que de pronto me pareció muy pequeño, en el espacio en blanco que había sobre sus hombros, donde debería estar su mente, intentando descifrar algún pensamiento. Era como una capa de niebla que mantenía oculto el interior de su cabeza.

La niebla se disipó lentamente, al tiempo que su pulso se volvía lento. Y cuando pude penetrar en el misterio de su mente, me sepultó un alud de recuerdos y pensamientos tan incompatibles con quien yo creía tener sometido, que al principio no los comprendí.

En uno de ellos podía ver la fachada de una pequeña casa gris y casi en ruinas. El letrero clavado en el patio delantero rezaba: "Saint Clare Orphanage". Luego, dentro de la casa, veía a una muchacha pálida y demacrada, pero extrañamente hermosa, jugando con un pequeño grupo de niños en lamentable estado: sucios, delgados, con ropas maltratadas, desgastadas y deshilachadas.

Los recuerdos me mostraban la terrible situación del orfanato: casi no había comida, no tenían manera de calentarse o cocinar lo poco que tenían, la lluvia y el aire helados entraban por infinidad de goteras y rendijas, dormían sobre el suelo de tablas viejas o, en el mejor de los casos, sobre tapetes sucios y desgastados, cubriéndose apenas con un pequeño pedazo de manta gris, áspera y raída.

Un sentimiento de tristeza e impotencia me invadió, pero eso no era todo.

En otro de los recuerdos pude ver a la muchacha, bonita y frágil, desesperada en medio de la plazoleta pidiendo limosna. Después entraba a los bares o a las tiendas de costura pidiendo algún empleo, y tan solo era despreciada, insultada y echada del lugar sin ningún remordimiento. La vi, llorando desesperada, con la cara enterrada entre las manos sucias, cuando una mujer mayor, pelirroja y elegante, se le acercó con una bolsa llena de dinero. Ella, esperanzada, intentó tomar la bolsa, pero la mujer la retiró y le dijo que le daría esa y otras dos iguales si le hacía un favor. Cuando la muchacha aceptó la mujer le entregó un pequeño saco; dentro había un abrigo y una boina que me eran familiares. Una daga de plata grande y afilada brilló dentro del saco. El recuerdo se desvaneció.

Un jadeo de asombro se me escapó, pero por alguna extraña razón aun no acaba de comprender lo que había visto. Hasta que otro recuerdo llegó con fuerza: la muchacha estaba hincada a la orilla de un delgado río, lavándose la cara y las manos lo mejor que podía con las aguas heladas que corrían veloces. Después se puso de pie y se secó con su camisa desabotonada. Se recogió el abundante cabello castaño, formando una coleta enredada que sujetó sobre su cabeza con ayuda de la boina, después se puso el abrigo y se lo ajustó de manera que solo una parte de su rostro asomaba. Se miró en las aguas cristalinas del río y el reflejo distorsionado que capté era la imagen de la pequeña persona que ahora tenía acorralada contra una fría pared de ladrillos.

La revelación me crispó los nervios y enterré con más fuerza mis dedos en sus hombros, tanto así que sentí como el hueso cedía y escuche el chasquido de sus frágiles clavículas rompiéndose. Un ahogado, y claramente femenino, grito de dolor me devolvió a la realidad y me separé rápidamente de la persona que en un segundo había pasado de ser un asesino a una frágil chica desesperada por ayuda.

Al alejarme, las piernas de ella cedieron y se deslizó bruscamente hasta el suelo. Con el movimiento, la boina saltó de su lugar y el largo cabello castaño cayó en una cascada fragante. El fuego ardió de nuevo en mi garganta y yo me aferré a la pared a mi espalda para no saltar de nuevo sobre ella. Me tapé la boca ensangrentada, reprimiendo un grito de angustia mientras la miraba horrorizado.

La nívea piel de su cuello estaba llena de sangre, sus bellos ojos achocolatados se opacaban cada vez más, sus finos rasgos estaban deformados en una mueca de angustia y dolor.

Su mente debilitada ahora me permitía el libre acceso a sus pensamientos. Era una tortura.

Duele…

- Lo siento tanto… - le susurre desde mi lado del callejón

Dios… perdóname… no quería hacerlo… no quería

El recuerdo de los últimos minutos pasó por su mente, y yo pude ver la situación desde su perspectiva. Ella tenía miedo de lo que estaba a punto de hacer, tenía miedo de comprobar que era capaz de asesinar a una mujer inocente. Pero estaba desesperada. Si no mataba a aquella dama no podría obtener el dinero que necesitaba para los niños y para el orfanato. No tenía otra alternativa, ya lo había intentado todo.

Se acercaba a ella cada vez más y sentía repulsión por si misma al ver que la mano que empuñaba la daga no temblaba ni un poco. Era el momento. Tenía que hacerlo antes de que salieran del callejón. La rubia corrió y la muchacha la persiguió. Tenía que hacerlo. Su corazón latía con fuerza y sabía que estaba a punto de alcanzarla, darle la vuelta y enterrar el filo de la daga de plata en sus entrañas.

Entonces escuchó los sollozos desesperados de la mujer y se quedó de piedra. Comenzó a sentir el temblor que había estado esperando y se dio cuenta de que no podía hacer tal cosa. No quería acabar con una vida humana, por mucho que necesitara hacerlo. Tenía que buscar y volver a buscar hasta encontrar otra salida, pero no se convertiría en una asesina.

El siguiente recuerdo fue el del dolor. Dolor en la espalda al chocar contra la pared, dolor en el cuello al sentir que algo terriblemente afilado se clavaba en su piel, el dolor que le producía la succión de su sangre a través de la herida. El dolor insoportable en los hombros como si una plancha de concreto la hubiera aplastado.

Después vi sus pensamientos en el momento real, y me vi a mi mismo a través de sus ojos. Mi cara era la de un monstruo, con los labios y los dientes ensangrentados y los ojos de un color escarlata que refulgía. Ella me miraba y sentía pavor.

La mirada de aquella frágil chica humana caló en el fondo de mi ser. Esa fue la primera vez que me avergoncé de lo que era. La primera vez que supe que daría cualquier cosa por volver a ser humano… o por morir.


Hola y gracias por leer éste primer capítulo. Va a ser un mini-fic de no más de cinco o seis capítulos, seguramente.

Espero que les haya gustado.

Críticas, sugerencias?