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Rosas en escafandras
Este fic es un reto para el foro Proyecto 1-8 propuesto por el alma impredecible de Carriette. Parece que me excedí en el plazo, tampoco sé si me ciño a las condiciones del reto. Se supone que es humor pero parece que fallé… así que sorry por todo eso.
Advertencia para quien lee: Crack pairing + absurdo + referencias de la cultura pop.
Disclaimer: personajes reciclados del digimundo.
Sora
Preámbulo
He vivido varios romances, cuál de ellos más irreal. Relaciones imposibles, destinadas a fracasar desde sus inicios, pero aún sabiendo el riesgo, decidí continuar de todas maneras. Por cobardía, quizá.
La verdad me fue revelada en un papelillo d cm que venía en el interior de una galleta de la fortuna. «Cuando dejes de sabotear tus relaciones, encontrarás el verdadero amor» Conservé el papel. Lo guardé tras el desplegable de Cher que pegué en la puerta del armario porque, y desde entonces, secretamente, le rindo culto religioso.
Sabotaje. Allí se escondía la verdad de mis desgracias.
La sicóloga me decía que merecía ser feliz. Que yo no era mi madre, que no estaba condenada a seguir sus pasos si no lo quería, y otras tonteras de ese tipo. Francamente, le entiendo más a una galleta, la sicóloga no sabe ni papa, y reflexionando ¿por qué tiene que ser malo eso de sabotearse a una misma? La discriminación se manifiesta de diversas maneras, esa sicóloga era la típica pro-alegría y me tenía harta.
Así que esta no es la historia de mi verdadero amor, sólo es un relato más. El verdadero amor jamás me llegará y ese conocimiento es mi gran ventaja, porque ahora que sé que no lo viviré, puedo hacer con mi vida lo que me plazca, obedecer mis propias reglas, pensar para una persona y no para dos. Así, por ejemplo, si se me ocurre colocar rosas en una escafandra en lugar de un florero, ¡genial! No habrá un hombre al que le parezca una locura… o mujer. Ya no le cierro las puertas a nada. Tanto damos yo y mi vida.
Cuando la sicóloga insinuó que estaba enfocando mal el asunto, toé la decisión de abandonar su tratamiento. Me ha ido bien.
Disfruten con esta historia que es solo un relato más. Que no sé si su final es feliz o es triste, si deja alguna enseñanza o no deja nada. ¿A quién le importa? La vida está llena de anécdotas, también es discriminación contar sólo las buenas para aparentar que la vida es perfecta, o solo las tristes y trágicas para precipitarnos en emociones olvidadas. Las historias intermedias, que son las historias que más abundan y que tienen de protagonistas a las personas más corrientes de esta corriente que llaman «vida», también merecen ser conocidas porque son las que más nos representan como personas humanas.
No hay que olvidar lo poquita cosa que somos, y yo he decidido que lo soy y que no me importa.
.*.*.*.
Primera parte
Miyako decía que estaba cansada. «De qué», le pregunté en más de una ocasión con real curiosidad. Ella, quien es buena para no dar respuestas claras, se limitaba a encogerse de hombros.
—La vida… ya sabes —fue lo máximo que pude obtener de sus labios.
En su momento no comprendí qué querría decir Miyako con aquello. La observaba con atención cuando lo decía, buscando algún indicio asomarse en su rostro que me diera una pista de su cansancio. Jamás encontré nada. Al final, motivada más por mi bien mental que por el suyo, decidí atribuirle su cansancio a alguna moda pasajera de las que es tan afín, esas que repelo en voz alta, pero persigo en secreto, en un incómodo esfuerzo por recrear una imagen exclusiva y bien posicionada de mí, alejada y sin el mundo, cuando fervientemente, lo único que deseo, es encajar.
Parece que no encajo y la a vez sí. Encajo en la burbuja y allí me siento feliz.
En el estudio dicen que soy la próxima gurú de la moda y el estilo, así que, en teoría, encajo en el mundo delineado por las modas que sigue Miyako. Pero pese a mis talentos naturales, el ascenso se ve lejano. Y quizá sea de ese modo porque realmente no es genialidad lo mío, sino un modo natural de ser. Porque me he disfrazado toda la vida, combinar colores para disimular kilos, y ocultar las noches de llantos con una gruesa capa de maquillaje, que esto de inventarme tendencias no es más que una de mis tantas rutinas mañaneras.
Uf… ¡Rutina! Esa palabra me recuerda a madre. A rutina sabían sus caldos de pollo y sus medias desteñidas.
No me gustan las aves en general, pero ya pocos complejos me quedan con el pollo, sobre todo desde que llegó Carlos a nuestras vidas.
Carlos es el bantam japonés que salvamos con Miyako de unos carniceros. Con carniceros me refiero a Taichi, Yamato y Daisuke, que son los más bestiales que hay. Quiero decir, ¿qué es eso de comprar un pollo para criarlo y después matarlo? No soy activista ni animalista ni nada, pero ciertas cosas NO se pueden permitir.
Varios eventos ocurrieron a partir de la barbacoa que le arruinamos a Taichi Daisuke y Yamato. (1) Miya y yo adoptamos a Carlos (algunos prefieren pensar que lo secuestramos), (2) Taichi, Yamato y Daisuke nos retiraron la palabra y, (3) Miya y yo nos volvimos vegetarianas.
Bueno, casi vegetarianas… ¡Hamburguesas! ¡Cómo amo las hamburguesas! ¡Y el bistec! Pero ambas sentimos que comer carne de vacuno no es realmente comer carne, porque las vacas se alimentan de mucho pasto, que si uno lo piensa, comer una hamburguesa no es otra forma que comer vegetales en una forma procesada.
—¿Es una broma? —fue como empezó el escándalo que nos montó Mimi cuando escuchó nuestro argumento veggie-pro-hamburguesa, ya que ella es de las vegetarianas más estrictas.
Cada vez nos hablamos menos con Mimi. Tiene una facilidad innata para sentirse ofendida, que uno siempre termina sintiéndose miserable luego de treinta minutos de conversación. Es agotador. Entonces me doy cuenta que la burbuja es necesaria, para no hundirme en la depresión. Es una de burbuja como pompa de jabón de comercial de detergente; fragante, húmeda y esponjosa, en la cual solo hay lugar para Miya y yo…
…Y Carlos.
Actualmente Miya y yo coarrendamos un departamento en el centro. El piso es el 402 y el edificio está junto a una hermosa cafetería francesa de lujo, con pan francés, dueños franceses, queso francés y un cuadro de la torre Eiffel. Nunca hemos entrado, por miedo a que nos pidan retirarnos por nuestro aspecto de desamparo. Nos limitamos a estrujar nuestras mejillas contra el ventanal, babeando con la ilusión de que algún francés nos invite a un café.
Es una cafería cara y nosotras las cuentas no nos salen. Ciertas suntuosidades no nos podemos dar.
—Tenemos que conseguir a otro compañero de piso —sugirió Miya cuando acabó de hacer números—, nos meguecemos un novio fgancés —añadió con un acento que no le quedaba nada bien a esa cara redonda, y continuó—, ¿no te paguece? ¿Mademosille Soga?
Me entró el pánico. Incluir a alguien en la burbuja, aunque solo sea en plan hipotético…
—¿Quién va a querer compartir piso con nosotras, Miya? —dije despreocupada. Se me comprimía el estómago por dentro—. Mimí y Hikari viven juntas, y no conocemos a más gente.
—Puede ser uno de los chicos…
—¿Estás hablando en serio?
—Por qué no.
Vi el incendio en el horizonte. Era solo una simple idea de una simple conversación espontánea, pero… tomé mi hacha y la retroexcavadora para construir el cortafuegos. Nadie me toca la burbuja.
—¡Olvídalo Miyako! ¡Es una pésima idea! No de verdad, ni la menciones. Yo necesito mi privacidad. ¡La necesito! Tú me conoces mejor que nadie, y preferiría que eso… ¡Sabes lo mucho que me gusta pasearme desnuda los fines de semana! ¿Crees que Mimi…? ¿O Hikari…? ¡No! ¡Nadie puede saberlo! Que casi nunca me depilo las axilas, o que como con los dedos, o que eructo en la mesa. Y tú también tienes lo tuyo. Tus manías, tus vicios.
—Sí, tienes razón —interrumpió Miyako, de pronto acalorada—. Lo siento Sora, a veces no pienso lo que digo, discúlpame por favor. Sacaré a Carlos para que haga sus necesidades, con tu permiso…
Amarró una correa a Carlos, y pollo y humano salieron a las calles tokiotas, a caminar.
No me di cuenta de que pasaba algo con Miya hasta la semana siguiente, cuando me encontré con Koushiro en el supermercado, y si a alguien le interesa el detalle, me lo topé en la sección de lácteos buscando un producto compatible con su…
—¿Intolerancia a la lactosa? —pregunté en su hombro —¿Tú también?
Koushiro se sobresaltó y quiso esconder el cartón en su espalda, acción inútil puesto que ya había sido descubierto. Se encogió de hombros y se resignó a la verdad.
—No, no lo soy… era para Miyako… la he notado un poco decaída últimamente.
Sé que debí haberle preguntado por Miyako, pero ya no sirvo para ser una buena amiga. En mi defensa, lo de los lácteos me pareció bastante curioso.
—Y tú pensabas levantarle el ánimo… ¿Con una leche, Koushiro?
—La leche aporta calcio y vitaminas.
—Entonces regálale un plátano porque parece que anda baja en potasio.
—¿Qué?
—Nada. Quería presumir que también sabía algo de nutrición. Mejor olvídalo —me rasqué la cabeza incómoda. Así que dejé lo de la leche a un lado, y volví mi atención a Miyako—. Entonces, ¿dices que notas a Miya decaída?
Nunca creí que Koushiro pudiese ser una persona observadora, me refiero en cuanto a lo emocional. Cuando un hombre combina sandalias con calcetas blancas, una no piensa que le preocupe el mundo que le rodea.
—A lo mejor es una paranoia mía —sí, él era bastante paranoico—. pero ya no dice tanto «bingo» como antes, y dejó de ir a los jueves de pool del laboratorio. El otro día dijo estar cansada de la vida.
—Sí, a mí también me ha comentado algo así. Aún sigo sin entender lo de la leche.
—Quería cambiarle la rutina un poco. No debe estar acostumbrada a recibir cartones de leche todos los días, mucho menos siendo intolerante.
—Eres rebuscado. Tú necesitas salir de la rutina. Hay un término sicológico para esto ¿sabías?
—No ¿Cuál?
No lo sabía, improvisé una respuesta:
—Esto… síndrome Microsoft–Chanel —lo primero en que pensé fue en computadores y vestidos—, de la… ¿externalización de las insatisfacciones? Es algo común, como acusar a tu pareja de serle infiel cuando tú lo eres pero aplicado a otros aspectos de la vida.
—Y yo soy el rebuscado —respondió con sarcasmo, no pude reprochárselo.
Pero la verdad es que las palabras de Koushiro me preocuparon un poco y al día siguiente lo consulté con la persona más neutral que conocía: el superior Jou.
El Superior ha demostrado ser la voz de la razón del grupo en varias oportunidades. ¿Un poco nervioso? Sí. ¿Conservador? También. Además de ser conocido como el insoportable sabelotodo que siempre está corrigiendo a la humanidad, un llorón y quejica cobarde incapaz de invitar a una hermosa señorita de refinados modales a cenar a un restorán ¡no estoy pidiendo uno de cinco estrellas! Me conformaría con una hamburguesa, todos lo saben.
Lo confieso, estaba buscando una excusa para visitar a Jou.
En ese entonces él vivía como interno en el hospital. Les llaman residentes o eso creo. No se me dan bien los nombres ni las cosas médicas, quise ver ER emergencias, pero ese tipo de dramas no va conmigo. Ahora que lo pienso, la televisión jamás ha satisfecho mis necesidades recreacionales. He tenido que adaptarme a programas de platillos volantes, de modelos a quienes fotografían todo el día, y niños ricos que creen conocer el concepto de sufrimiento porque han embarazado a otras niñas igual de ricas. Que alguien me diga, ¿cuándo piensan sacar una serie de diseñadoras tenistas y vegetarianas que tienen madres locas por las flores?
Nota mental: enviar una carta a la Fugi TV sugiriendo una idea de programa más realista.
En fin, la cosa es que Jou me recomendó algo respecto a Miyako que olvidé apenas lo dijo. Me quedé hipnotizada viendo sus ojos aumentados tras aquellas gafas sin marco. Uyuyuyuyi, mis hormonas se alborotaran cada vez que se topan con ese cabello azul que cae recto sobre sus afiladas mejillas. Su cuello largo, sus hombros rectos, cómo la polo se pega en ese pecho tan angosto y magro que tiene.
Este síndrome sí es real: el síndrome de las enfermeras. Lo leí en una revista, alguna vez. Es el típico recurso que utilizan en películas de guerra, en la cual la enfermera termina enamorada del paciente. La historia, si uno se pone a revisar, prolifera de amores de este tipo en las épocas de guerra. Y yo, como la mujer idiota que soy, me pasó algo parecido con Jou. Yo Takenouchi Sora, salvé a Jou de morir ahogado en el digimundo. Lo saqué del mar embravecido, le di refugio y comida, y luego… las putas hormonas, damas y caballeros, las putas hormonas.
Si lo pienso, no es más que un capricho, esto que siento por Jou. Y él jamás tendrá ojos para mí, no mientras Mimi esté por allí. Es tan injusto que Mimi sea tan hermosa y yo tan enfermera.
No volví satisfecha de mi reunión con Jou. Antes de entrar al edificio, me detuve en la vitrina de la cafetería francesa. Entonces, algo hizo clic en mi cabeza, relacioné algunos conceptos y volví sobre mis pasos para buscar un consejo real, el cual nunca me llegaría en boca de Jou porque yo tenía otros planes para su boca. Necesitaba un segundo consejo de a segunda persona más inteligente que conocía: mi amigo pelirrojo Koushiro.
—¿De verdad Miyako siente que su vida es rutinaria? —irrumpí en el laboratorio de nerds donde trabajaba Koushiro y lo secuestré por un par de minutos en la sala del café.
Koushiro no estaba nada feliz con mi aparición.
—¿Tú no tienes trabajo, Sora?
—No importa, Joe me dio un justificante, ahora responde.
—No me ha dicho nada, es sólo una impresión.
—¿Y qué impresión es esa?
—No lo sé, yo… Esto en realidad deberías hablarlo con Miyako, no conmigo. Ahora está en una reunión intentando que nos aumenten el presupuesto. Hay un computador buenísimo que nos ayudaría mucho y… y como veo que no te interesa no sigo.
—La verdad es que yo prefiero hablarlo contigo. Mira, es que el otro día Miya sugirió que nos buscásemos un roommate ¿sabes? Para compartir gastos y así desayunar en la cafetería francesa y conseguir un novio francés. Pero ahora que lo pienso, me late que no fue honesta.
—Te late… —Koushiro enarcó una ceja debido a mi vocabulario. Con la experiencia adquirió una veta sarcástica que lograba darle el toque sexy que necesitaba para salir de la soltería.
—Sí, me late, me súper late de hecho. Yo creo que quiere un roommate para agregarle diversión a su vida… a nuestras vidas… tener nuevas experiencias nuevas y qué se yo.
—No me parece prudente llevar a un desconocido a casa sólo para un cambio de rutina —lo sexy desapareció apenas salió a flote su lado paranoico—, puede traer más problemas que beneficios. Hay muchos sicópatas y ustedes, como las dos jovencitas que son, están vulnerables a robos, secuestros, viola…
—¿Podrías callarte? —interrumpí asqueada por lo último que dijo.
—¿Qué pasa si es un traficante de órganos? —prosiguió él como si nada, yo me llevé las manos a la cabeza sin creer lo que estaba escuchando: ¡parecía mi madre!—. Nadie habla del tráfico de órganos o de los hospitales ilegales, esa es la verdadera mafia del siglo XXI, no la droga, no la corrupción de los políticos, o la prostitución, es el tráfico de órganos.
—No puedo contigo.
—Te voy a pasar un documental donde hablan sobre el tema. Dura unas dos horas. Ahora jamás entro a los baños de grandes tiendas: allí es donde secuestran a la gente.
—¿De verdad? ¿En los baños? Entonces ya no debería tener ningún órgano.
—Tal vez… ¿te has fijado si tienes alguna cicatriz en el abdomen que no recuerdas haberte hecho?
—Sí, de hecho, tengo tres.
Él siguió insistiendo por varios minutos. Que me llevara el diablo, Koushirou era súper raro cuando quería. Y pensar que, por tres segundos, lo consideré incluso sexy. Me súper disgusté, más conmigo que con él. Conmigo porque, de hacerse Koushirou un corte, o sufrir una baja de azúcar, por decir algo, la enfermera que cargaba en mi interior saldría de lo oscuro para enamorarse de ese impostor de sensualidad, y me enamoraría sin remedio.
Dicho aquello, fue terrible que en ese momento apareciera, en la sala del café, mi amiga Miyako. Y me pregunto en qué momento fue que yo tenía una taza de café en la mano. Impresionada por la intempestiva aparición de Miyako, derramé todo mi café sobre Koushiro.
—¡No te revuelques en el piso! —gritó Miyako a Koushiro— ¡tienes que sacarte la camisa! ¡Por qué eres tan idiota!
Miyako ayudó a Koushiro a ponerse de pie, le quitó la bata de trabajo y le abrió la camisa naranja para evitar que la camisa mojada siguiera en contacto con su piel. La enfermera dentro de mí comenzaba a rasguñarme el interior de la piel.
Tragué pesado. Tragué tan pesado que Miyako lo oyó y se dio cuenta que yo también estaba allí.
—¡Sora! ¿qué haces en el laboratorio? —la voz de Miya me aterrizó a la realidad y devolvió a la enfermera a la profundidad.
—Ah sí… mira… Koushiro. te compró una leche.
—¿Una leche?
Miyako miró a Koushiro extrañada. Koushiro me miró a mí, con cara de odio, y yo le devolví una mirada de «me delatas y te mato». Entonces, resignado, Koushiro volvió al laboratorio y regresó con un cartón de leche sin lactosa.
—¿Es una broma? —dijo Miyako.
—Más o menos —respondió Koushiro.
Hace tiempo que no había visto a Miyako reír de aquella manera. Y me impresionó, porque en realidad no era tan gracioso. Era una leche. Una leche. Entonces se me ocurrió una idea que supe que no podía ser cierta, sin embargo eso no evitaba que me la cuesionara de todas maneras: ¿podría ser que a Miyako le gustase el esquizoide de Koushiro?
Por primera vez, me sentí muy mal de la burbuja. Y en la desesperanza de constatar lo pésima amiga que era, por ser incapaz de provocar una risa así de escandalosa en Miyako, dije el más absurdo de los absurdos…
—¡Sorpresa Miyako! ¡Koushiro se viene a vivir con nosotras!
—¿QUÉ? —grito Koushiro.
—¡SÍ KOUSHIRO! ¡HAS PASADO LA PRUEBA! ¡BIENVENIDO A NUESTRO BARCO DE SIRENAS! —y le pisé el pie lo más fuerte que pude. Miyako estaba súper contenta.
Después Koushiro y yo tuvimos una discusión severa. Lo correcto sería decir «intento de discusión» porque Koushiro no sabe de peleas. Hay que decir que el muchacho dio su mejor esfuerzo.
—Por qué dijiste algo como eso, Sora.
—¿Qué? ¿Querías que le dijera que vine a aquí solo para hablar contigo sobre ella?
—Las buenas amigas no hablan a espaldas de la otra.
—Quién ha dicho que yo sea una buena amiga.
—¿Por qué eres así? No tiene que ser un secreto que te preocupas por Miyako.
—No me preocupo por Miyako —dije firme—. Ya no soy mamá Sora, dejé ese papel. Soy Sora la independiente que no quiere saber nada del mundo.
—Y aun así quieres que vaya a vivir contigo —preguntó enarcando nuevamente su ceja.
¡Claro que me preocupo por Miyako! Solo prefería que Koushiro no lo supiera. Tuve que cambiar de estrategia. Me crucé de brazos y bajé la cabeza, intentando no mirar a Koushiro.
—Creo que Miyako se aburre conmigo. Hoy la vi tan feliz, y no fue gracias a mí. Hace unos días propuso un compañero de piso, y no lo sé.
—Pero por qué yo.
—¿Acaso quieres que convivamos con traficantes de órganos? Además, ya estás grandecito como para seguir viviendo con tus padres, emancípate por favor.
Y ahora fue él quien evitó mi mirada.
—Es algo temporal, el antiguo departamento que coarrendaba… pues como que explotó.
Así fue como me enteré de que Koushiro coarrendó con un traficante de anfetaminas. De allí el por qué se había vuelto tan paranoico y conspiracionista. A lo mejor mi amigo intelectual era un adicto a las drogas, y por alguna razón eso sólo lograba hacerlo más sexy a mis ojos. Imagínense a Koushiro, ingresado en una clínica de rehabiliación. Imagínense a mí como su enfermera, o su terapeuta.
¡Dios! ¿qué me estaba pasando? Me tuve que dar tres baños de agua helada.
La idea de vivir con Koushiro me molestaba justamente porque no me molestaba, pero estaba haciendo este sacrificio por Miyako. Koushiro y yo no tendríamos una historia romántica, nunca, me lo rejuré. Podía luchar contra mí, podía.
Entonces, se presentó la primera desgracia.
—¿Es necesario que te ayuden Taichi, Yamato y Daisuke en transportar un par de cajas?
Los carniceros que intentaron comerse a nuestra mascota Carlos ayudarían a Koushiro a llevar sus cosas desde el departamento de sus padres, hasta el nuestro.
Por supuesto, mi negativa a esta situación no tenía nada que ver con el hecho de que Taichi se me hubiese declarado hace un par de meses, o que Yamato fuese mi ex. No tenía nada contra Daisuke, pero si excluía a dos, entonces tenía que excluir a tres, no podía hacer excepciones.
—Si estás preocupada por Carlos, tranquila, ya lo hablé con los chicos. La verdad es que están bastante arrepentidos, quieren hacer las paces. Fue un poco macabro comprar un pollo para después engordarlo y matarlo.
Genial, se fue la excusa del pollo. La convivencia con Koushiro no sería algo fácil: él era de los literales. Pero algo en mi rostro delató mi malestar y le informó a mi amigo que mi humor se hubo ensombrecido.
—Ven, te invito a un número de la lotería —dijo.
Era definitivo, lo de Koushiro son los regalos inesperados.
Ese número lo compramos entre los tres, como un símbolo de fortuna para nuestra futura convivencia. Yo no soy supersticiosa, pero me pareció un bonito gesto, y ya teníamos una razón para volver a reunir al antiguo grupo: observar la lotería por televisión para saber si seríamos los ganadores del súper pozo acumulado.
Las estadísticas no estaban a nuestro favor, pero una vida con estadísticas tiene que ser algo bastante aburrido.
Aburridos eran los peinados de mi madre, yo ya no quería parecerme a ella.
Pero la fiesta venía después, lo primero era instalar a Koushiro en nuestro departamento.
Había una habitación pequeña que usábamos a modo de trastero. Como ninguna de las dos andaba con ánimos para clasificar los papeles y los cachivaches viejos, reciclamos lo reciclable y donamos a caridad las ropas que ya no nos entraban o que habían pasado de moda.
Yamato y los demás llegaron en la tarde. La camioneta de Yamato estaba repleta de cajas. El día, que habían anunciado como bastante soleado, se encapotó al medio día. Qué novedad. Yamato es de esos con un alma tan gris y confundida que ensombrece todo lo que toca. En los tiempos que salí con Yamato, solo vi dos veces el sol: en una película, y una vez que me dormí en el solárium.
No soy más que otra de las tantas víctimas de los ojos vacíos y sin esperanzas de Yamato; de sus manos agrietadas y heladas, de su cabeza llena de pensamientos melancólicos, y su voz desgarrada.
Que alguien clave un cuchillo en mí ahora antes de que sea demasiado tarde. Yamato, hace tanto tiempo que no veo a Yamato, y me pregunto, ¿por qué rompimos la última vez? Podríamos volver a intentarlos, podría salir bien esta vez.
Siento cómo se erizan todos mis vellitos bermejos, y cómo mis muslos se vuelven de magma. Estoy caliente. Estoy muy caliente. Siento cómo corre agua por mis piernas, y como mi voluntad me flaquea.
Y a mi lado, por el rabillo del ojo, me sentí levemente mejor al darme cuenta que Miyako, la fiel y pura de Miyako, poco a poco también se derretía en su sitio al toparse con la mirada de Yamato. No puedo culparla ni culparme. Es el efecto que produce el hombre inconquistable que no le pertenece a nadie. Mi reacción, la de Miyako, la de cualquier idiota que sucumbe a su encanto, no se trata más que de un acto reflejo.
—Ayuden con las cajas —«saludó» el semental.
Me puse roja como un cangrejo.
—¡Qué gracioso eres, Yama-boy!
Ahh y yo soy tan rematadamente idiota. ¿Yama-boy? Que alguien me mate ya porque he perdido dignidad y no me importa.
—No actúes así, Sora —me susurró Taichi, al pasar por mi lado.
Por favor, que alguien tenga la decencia de matarme justo ahora.
Tomé una caja que decía «almohadas» y esperé a Miyako a que tomara otra caja para que subiéramos juntas el ascensor. Ella transportaba una caja amarilla que tenía escrito en la cara superior Kill Bill. me pregunté por qué Koushiro tenía interés en matar a alguien de nombre Bill.
Pero la idea de vivir con un posible asesino no me importó en ese momento. Tenía otras preocupaciones en mi mente en ese mismo momento.
—Miya, ahora soy más o menos consciente de mi cuerpo, pero en unos minutos más comenzaré a obedecer a mi instinto básico y eso sólo atraerá a la tragedia: no dejes que me acerque a Yama ¿quedó claro?
—¿Tragedia dices?
—Sí, la peor de todas —dejé la caja en el suelo y puse mi cara de advertencia—. Sólo prométemelo, no te conviene saber más. No ahora, te explicaré todo cuando el resto se haya ido.
Mi historia con Yamato es pasado podrido que jamás acabará. Mi vida entera es parte del pasado, incluido el presente y el futuro impredecible. Lo de impredecible es por darme algún cariño, o un consuelo, porque en mi caso el futuro, que lo he heredado de mi madre, podrá tener distintas versiones, mas solo acarrear desdicha y sufrimiento. Es algo inherente en mí, lo mismo que el cabello naranjo, la tendinitis y mi madre que siempre está allí con sus medias, sus caldos y sus flores.
Dejamos la puerta de entrada del departamento abierta ya que habría bastante movimiento. A nuestro pollo lo encerramos en mi habitación, porque pese a que Koushiro haya dicho que los carniceros estaban arrepentidos, con Miyako no íbamos a arriesgarnos. Aún había que limar ciertas asperezas.
La mudanza no tardó demasiado. Por precaución, evité mirar a Yamato en todo momento, obligándome a no separarme de Miyako nunca. Pero si pasaba erca mio, y yo sentía su aroma, era igual a volverme loca.
El espectáculo de subir la cama hasta el piso fue bastante divertido. Teníamos un portero bastante carcas y disfrutaba haciéndonos la vida imposible.
—No pueden subir eso por allí —dijo señalando el ascensor. Jamás lo hube visto tan feliz.
—Tiene que estar bromeando —Koushiro comenzó a sudar antes de tener siquiera que empezar a cargar la cama.
—¿Cómo que no se puede? —bramó Taichi quien es el más explosivo del grupo—¿Por qué no se va a poder?
—Mira, si digo que no se puede es que no se puede y punto en boca. Ahora comiencen a subir sus trastos por las escaleras que me ensucian el portal.
—¿Me va a decir que toda la gente que vive en este edificio subió todos sus muebles por las escaleras? Venga ya hombre, no estoy para sus estupideces. Izzy, Davis, ustedes tomen la cama de los pies.
—Hey, hey, hey, tú no pasarás —bramó el conserje cual Gandalf, y con la escoba le bloqueó el paso a Taichi.
La cosa comenzó a ponerse ruda a partir de ese momento. Sabía que Taichi era temperamental, solo no recordaba cuánto, y Daisuke que siempre lo ha admirado, no tardó en unirse al conflicto.
Entonces, ocurrió lo que no tenía que ocurrir. En el caos, me despreocupé por un segundo, y mi mirada se encontró con la de Yamato.
Estaba un poco distanciado, observando el espectáculo con indiferencia. Me observó como diciendo «qué críos», y yo solo pude interpretarlo como «casémonos aquí y ahora». De usar falda, se me habrían caído las bragas.
Qué madurez desplegaba con aquella actitud indiferente y, ¿cómo rayos lograba que su pelo brillase de aquella forma? El tiempo dejó de tener sentido. Lo último que supe es que Yamato apagaba su cigarrillo en la suela de su converse y se quitaba la chaqueta de cuero.
Luego, según me contaron, se montó una pelea de las memorables, de esas que son tan guarras que una sólo quiere ser partícipe para luego ser parte de la leyenda. Que volaban patadas y puetazos, que la gente sangraba, y que todo se iba a ir al carajo.
Qué vergüenza aún sufrir los efectos de mi ex. No me di cuenta de nada. Solo supe, que en algún momento, Miyako tomaba de mi mano, me escondía en el cuarto de lavandería y me cruzaba la cara con toda la fuerza de su manaza de programadora experimentada.
—¡Miya!
—¡Sora! ¡No es tiempo para babear! ¡Es el apocalipsis allá afuera!
—¿El qué?
—¡Estan todos peleándose! ¡Ayúdame a solucionarlo!
—No puedo Miya, no puedo ¿le viste? Está así parado sin hacer nada y Dios ¡es tan sexy! Qué vergüenza, qué vergüenza, no puedo salir y mirarle, es más de lo que puedo soportar.
—Esta es la típica recaída con un ex, no hay nada de qué avergonzarse.
—¿Crees que se saque la camisa? Me pregunto si se habrá hecho el tatuaje de dragón… le gustan los dragones ¿sabías? Es que Yama es súper culto y le encanta la mitología. Dios, necesito saber si se lo hizo, tenemos que quitarle la camisa.
—¡NADA DE ESO! —Bramó y yo me callé en el acto—. En verdad, no eres tú, eres otra. Espérame aquí solo tres segundos, no hagas nada.
Salió de la lavandería y dejó la puerta bloqueada para que no pudiera escapar. Luego volvió con Daisuke. Tenía un moretón en el ojo y un tajo en el labio.
Sangre, roja y brillante. Salí inmediatamente de mi estado de estupor.
—Cuídala un rato —pidió Miyako a nuestro amigo—, las peleas la alteran un poco, intenta tranquilizarla. Y que no salga de aquí hasta que yo te lo indique ¿tienes tu celular? Muy bien, estate atento a mi mensaje. Cualquier cosa que te diga Sora, solo ignórala. No es ella, es otra.
Miyako me levantó los pulgares.
—Gracias —murmuré con sinceridad cuando ella hubo abandonado la lavandería. Luego volví la vista al lastimado de Daisuke—. Ven aquí, déjame ayudarte con tus heridas.
Lo de andar con un mini botiquín en mi cartera fui idea de Jou. Mientras le esterilizaba las heridas al clon de Taichi, me entró la nostalgia. Fue inevitable hacer un paralelo entre mi vida y la de Daisuke: ambos amábamos a alguien que no podía amarnos.
A Daisuke le gustaba Hikari. A Hikari le gustaba cualquier persona que no fuera Daisuke. Tan triste.
—¿No te parece que la vida es un chiste cruel? Le gustas a quienes no te gustan y te gustan a los que no les gustas, así es imposible que se puedan gustar dos personas al mismo tiempo. Tal vez las parejas actuales se van turnado en cuándo gustas y cuándo te gusta sino no me explico cómo perduran.
—Me enredé en la parte de gustar, existen los sinónimos por si no estabas enterada… ¡AUCH! ¡ARDE!
—No me seas quejica ¿quieres? —pero lo cierto es que pasé el algodón con malicia debido a su comentario—. Tiene que arder, eso es una buena señal. Si no arde entonces se te llenará de bacterias, todos lo saben. A ti te faltó economía doméstica.
—Los niños no necesitamos economía doméstica, la economía doméstica es para débiles y afeminados.
—Mira quien fue a hablar, al que le asustan las palomas.
—¡Las palomas son diabólicas! ¿Has visto como nos vigilan? Nos superan en número, por cada japonés hay tres palomas… están tramando algo.
Otro conspiracionista, mis amigos son una mala influencia. Tuve que haberlo deducido antes, ahora ya es tarde para buscarme otras amistades. No me quedó más que reír ante su comentario. Él se me unió luego.
—Tienes una bonita sonrisa —comentó él.
Me gustó su sinceridad. Hace tiempo que no recibía un piropo.
—Gracias, tú… pues tienes bonitas cejas —quise devolverle el cumplido, apenas lo pronuncié supe que había dicho una estupidez: las cejas de Daisuke eran lejos las más feas que existían. O tal vez empataban con las gaviotas de Koushiro ¡Dios que cosas tan espantosas! Cada vez que lo veo me dan unas ganas locas de tomar las pinzas y hacer lo que sé hacer mejor.
—Eres un poco rara, Sora. Eso me agrada.
La luz se cortó en ese momento.
Síndrome de la enfermera: activado.
NOTAS (RANDOM) DE LA AUTORA
Esto… holas! Lo sé, esta historia no es comedia, pero tampoco es algo serio. Yo lo denomino absurdo a falta de una palabra mejor para describirlo. Esta vez no lo pensé mucho, sólo escribí y dejé que las cosas fluyeran, así que perdón por eso.
El título de cada capítulo tomará el nombre del personaje que cuente la historia.
Sé que en este capítulo Sora parece ser una maldita enamoradiza… así salió y no quise cambiarlo.
Soy fans de The Simpson, tengo los diálogos en mi cabeza dando tumbos todo el día, alguna que otra frase se resbaló por el teclado, pero tampoco quise cambiar aquello... lo mismo con ANHQV
Si alguien se tomó la molestia de leer y llegar hasta aquí, entenderé la furia del review que quieras dejar por esta pérdida de tiempo... también perdón por eso.
—Japiera Clarividencia
