Konnichiwa! He decidido que en vez de sacar un montón de fanfics (¿más? ¬¬). Colocaré aquí los one-shots que debo, o he prometido, así como los que se me ocurran en mis momentos de ocio. A lo mejor y eso activa mi imaginación y me distrae de esta terrible oleada de aburrimiento y bloqueo.
Se preguntarán, ¿entonces para qué escribes sí estás bloqueada? Es que no es lo mismo escribir algo suelto y sin precuela o secuela que darle a una historia un seguimiento. Esto es sólo para matar el rato y entretenerlos mientras escribo las continuaciones de mis fics n—n Así, ni ustedes se impacientan ni yo me presiono ;D
Disclaimer general para todos los capítulos: KHR! no me pertenece, es de Amano-sensei. Tampoco me pertenecen las canciones, o fragmentos de ellas que salgan posteriormente, pues son de sus respectivos autores.
Pairing: YamaHaruGoku
Para; Miku Takamine(No sé si continúes en el fandom, pues creo que te pasaste a Inazuma. Lo sé, el yaoi es súper tentador XD. Pero finalmente, después de medio año –gomen!- traigo este fic).
Rated: M
Advertencia; violación, y violencia. Algunos temas religiosos, pero respeto cualquier religión y creencia. Me disculpo de antemano sí os ofendo, pues no pretendo eso.
Castidad
"—¡No! —" suplica en gritos una y otra vez. Siente su cuerpo ser injuriado, tocado y poseído sin piedad por varios hombres.
Es golpeada, ella llora sin contenerse, recuerda su vida, sus amistades, a sus difuntos padres, y llora con más fuerza.
Otro hombre entra en ella, la chica de 19 años grita y forcejea, un hombre la vuelve a golpear, partiéndole el labio. Con su pistola golpea su cráneo y cuando ella queda quieta, continua ultrajándola.
Lagrimas corren por su rostro, mientras aquel despreciable ser la llena con ese asqueroso líquido blanco.
La dejan tirada en aquel callejón sucio y oscuro. Está hipando, apenas y tiene la fuerza para soltar esos leves gemidos de dolor y desesperación.
Sus ropas yacen tiradas y rotas a lado suyo.
Sus ojos oscurecen.
Quiero morir
Su vida está arruinada, su castidad se ha perdido.
Empieza a llover, lavando la sangre de su cabello y rostro, pero eso no quita aquel carmesí de su violación.
Se acurruca entre sus piernas, no piensa en nada, está temblando.
Escucha pasos, tiene miedo. Cada vez se acercan más a ella las pisadas, aprieta los ojos y se afianza a su propio cuerpo. Queriendo proteger lo perdido.
Solloza.
—¿Estás bien? —escucha una amable voz, pero al ser masculina; siente terror. Levanta la vista con miedo latente. Observa un paraguas negro, a un hombre en traje oscuro, al parecer de sacerdote. Sus ojos se vuelven oscuros, y cristalinos. Cubre su desnudez.
No dice nada, su voz se perdió en el llanto de hace unos minutos.
El creyente observa su rededor, las ropas de la muchacha están tiradas, y rajadas a su costado. Tiene moretones y está golpeada. Arruga las cejas; ¿cómo puede haber personas que se salen del camino de Dios? ¿Cómo pudo alguien vejarla?. Se acerca más, está preocupado. Deja su sombrilla sobre el asfalto y deposita la bolsa del mercado en el piso.
Empieza a buscar algo con que taparla, no encuentra nada. Se quita su túnica de seminarista, quedando con su pantalón negro y camisa blanca.
La ve, no sabe cómo acercarse, pero lo intenta. Ella tiembla y se aleja ante el roce de la tela con su piel.
—Lo siento —dice, siente piedad por aquella joven. Vira la vista, y extiende su mano a varios centímetros de ella. No la ve parpadear, sólo agrega.
—Póntela, un deber es dar ropa al desnudo. Soy seminarista, no te haré daño —explica. Ella asiente, con seísmo acepta la negra tela, la aprieta entre sus dedos y se convulsiona un poco al llorar nuevamente.
El muchacho seminarista vuelve a encorvar las cejas. No levanta la vista.
—Ya… —pronuncia ella en un murmuró apagado y rasposo. Él la ve, asiente. Recoge su bolsa y su paraguas. Escucha un golpe contra el agua y el asfalto, se gira, viéndola tirada. Se preocupa y la carga, corriendo con ella hasta la capilla.
No hay truenos ni rayos, sólo una intensa lluvia cayendo sobre los dos.
Las puertas barrocas del santuario se abren. El muchacho corre hasta la oficina del superior.
—Adelante —escucha, y abre. Los ojos arrugados de aquel sacerdote mayor de aspecto pálido y delgado se expanden al ver a su mejor y más noble alumno con el rostro preocupado y una mujer en sus brazos, bañada en agua y golpes, yaciendo inconsciente.
—¿Qué has hecho? —exclamó preocupado, persignándose.
—La encontré en un callejón, estaba golpeada, y… —no pudo terminar, la simple imagen le aterraba y provocaba una desilusión de la humanidad.
—No puede quedarse aquí —sentenció el mayor, el chico le miró incrédulo.
—Pero Dios dice que debemos de ayudar a nuestro prójimo, ¿acaso no es ella una persona digna de ayuda? —preguntó. El anciano cerró sus parpados con pesadez, y miró con tristeza a su estudiante.
—Lo es, pero mira la hora. Es de noche, no podemos tener a una mujer en el monasterio. Está prohibido —aclaró, el muchacho de ojos avellana la miró con misericordia.
—¿Entonces me dice que la abandone? —había cierto reclamó, su mentor negó.
—Llévala al convento de monjas, ellas sabrán cuidarle —afirma. El menor no tarda en virarse, y mostrar preocupación en su rostro al ver el rostro cargado de sufrimiento que tiene la mujer. Asiente, y sale aprisa.
Toca, una, dos, repetidas veces.
Nadie abre.
Una madura mujer pasa a su lado corriendo, al parecer la lluvia la atrapo antes de llegar a su casa. Observa a un joven desesperado tocar las puertas del convento, mira su casa a unos metros, y nuevamente al muchacho. Suspira, y se acerca a él.
—Sí buscas a las monjas, salieron de peregrinación. Regresarán en una semana —explica, ve a la chica en los brazos de él, y niega. Ella no puede hacer más, corre y se aleja.
El muchacho de hebras negras, ojos marrones y piel un poco apiñonada levanta la vista al oscuro cielo. Las gotas caen sobre su faz.
Baja su mirar, ve a la castaña en sus brazos, al parecer tiene fiebre.
La atrae a sí, y corre a otro lugar.
[***]
—No, todo está terminado limpiamente, no se preocupe —asevera, y cuelga. Suelta el humo del cigarro, y se avienta sobre el sofá de su apartamento.
La puerta suena bruscamente, al parecer quién toca está desesperado.
Frunce las cejas, y masculla una maldición.
—¡Abre! ¡Gokudera! —grita una voz. El aludido chista al reconocer aquel tono, es del imbécil de Yamamoto.
Se levanta con pereza, abre desganado y eleva una ceja al verlo jadeante y mojado.
—¿Qué demonios quieres, imbécil? —bufa sin reparar en la presencia de la mujer en brazos del moreno.
—Necesito tu ayuda, por favor —. Pidió con cierta angustia. Fue entonces que el albino notó aquel femenino bulto siendo cargado por su amigo, y ladeó una sardónica sonrisa.
—¡Já! Ya sabía yo que ni los monjes se quedan con las ganas, ¿así que abandonaste esa idiotez de convertirte en sacerdote? —pregunta al pensar que el muchacho ha desertado.
Cuando eran jóvenes, ambos perdieron a sus familias, se encontraron en un orfanato y por azares del destino; fueron amigos.
Mientras uno odió a la sociedad y terminó convertido en un asesino a sueldo.
El otro perdonó, y decidió convertirse en un sacerdote. Para repartir bondad y caridad.
—No te permito hables así, yo no he hecho nada. Pero necesito tu ayuda.
—Entra —. Se hace a un lado, y lo deja pasar. —Llévala a la cama —. Yamamoto ve desconfiado a su amigo, sabe que es un mujeriego y un pecador, éste bufa.
—¡No le voy a hacer nada! Es para que ella descanse —. El moreno se relaja, la recuesta para después ponerle un trapo húmedo sobre la frente. Sale con dirección al pequeño comedor y explica lo sucedido.
—Tsk, hasta de novicio te metes en problemas, imbécil —chista, el otro no sonríe, se ve preocupado.
—No es novicio, es seminarista. Por cierto, ¿cuándo dejarás ese trabajo tuyo que tanto ofende a Dios? —preguntó, no aprobaba que su amigo fuera un asesino.
—Cuando tu dejes de ser tan hipócrita —encendió otro cigarrillo y se recostó en el sillón.
—Lárgate o ve a cuidar a la estúpida mujer, seguramente ella no despertará hasta mañana.
—Me voy, tengo cosas que hacer en el monasterio. Mañana vendré a verla, sólo cuídala una semana. Las monjas vendrán después de siete días y la ayudarán —. Afirma, sale del departamento. Mira la puerta y recuerda a la chica, su corazón se acongoja.
El albino se levanta y va a la habitación al escuchar gritos, sollozos y plegarias. Esté por gritarle "—Cierra la maldita boca—", cuando ve que ella se revuelve entre las cobijas, y se convulsiona a causa de sus pesadillas.
Arruga las cejas, chista. Se acerca a ella, y observa el sudor de su frente.
Una vez ella se calma, silenciosas lágrimas recorren su rostro, y sonríe en el sueño.
El muchacho se sonroja un poco, le cambia el trapo húmedo de la frente y sale.
No volvería a ayudar al idiota de Yamamoto.
[***]
—¡Hahi! —se levanta al despertar. Parpadea, siente las cobijas y se afianza ella.
Ruega porque todo haya sido un amargo sueño. Al percibir el olor de tabaco de las sábanas tiembla. Recuerda que alguien la ayudo, o al menos eso piensa.
Se estremece de temor al escuchar el click de la puerta. Observa con sus orbes cafés a un joven de su misma edad de cabellos plateados y ojos verdes.
Le mira curiosa, pero con miedo.
—¿Dónde…? —murmura, le duela la garganta, y no sabe sí su voz llegó al hombre frente a ella.
—En mi departamento. Ayer te encontró un aprendiz de sacerdote y te trajo aquí para que cuide de ti —explica tosco, pero intentando ser amable. Sabe lo que esa mujer pasó, y no quiere asustarla.
Ella se relaja, y aunque no puede hablar. Sonríe agradecida.
El muchacho le ve confundido, y un leve sonrojo se apodera de sus mejillas.
¿Cómo puede sonreír?
Se pregunta, pero no lo expresa.
Ella susurra unas palabras, él no la escucha y se acerca. Ella tiembla e intenta alejarse, pero se controla. Sí la salvó, entonces no es malo.
—Soy Miura Haru —se presenta en un murmuro apenas audible.
—Gokudera Hayato —dice, se sienta en la cama. Contempla a la mujer frente a él, es joven, de su edad. Ella le devuelve una mirada curiosa, pero no desconfiada.
—¿Tus padres? —ella niega, y su sonrisa entristece.
—¿Hogar? —ella siente, intenta levantarse, pero le duele todo el cuerpo. Gokudera se levanta y la deja.
—Descansa, date un baño cuando sientas que puedes moverte. Voy a trabajar —escucha la puerta azotarse y suspira.
Pero su mente recuerda, sus gritos, sus suplicas, su dolor.
Vuelve a llorar, y se acurruca.
No sabe cuántas horas pasaron. Escucha la puerta abrirse, piensa en el albino, pero ve a un chico de cabellos negros sonreírle con cautela.
—¿Estás bien? —. Ella intenta reconocerlo, ¡fue quien me salvo desu!.
—H-Haru está bien desu —sonríe nuevamente. Le duele todo.
—¿Puedo acercarme? —pregunta con cuidado, ella afirma. Ambos hablan, su voz vuelve poco a poco.
La noche llega, con ella el otro hombre que le está ayudando.
—Tsk, ahora no sólo un idiota, sino dos —farfulla, pero no por eso deja de saludarlos y dejarles un tazón de comida que acaba de comprar.
Los días pasan. La chica agradece y se despide de ellos.
Ambos sienten algo oprimirse en sus pechos, pero callan.
Gokudera sabe qué es, pero no quiere dañarla. Ya ha sufrido, y aunque fue mancillada, es tan pura como su alma.
Yamamoto no sabe porqué su pecho se oprime al verla alejarse, pero le sonríe.
[***]
Un año después.
El asesino termina siempre con mayor precisión sus trabajos.
El seminarista está por dar sus votos ante Dios.
Introduce el arma a la boca del imbécil.
—¿Quién fue? —pregunta.
—El jefe —responde riendo antes de perder la vida.
Después de un año, sabe quién violó a la mujer.
Su mejor cliente, y mayor mafioso de los yakuza.
Chaquea la lengua.
Camina sin rumbo, hasta dar con el convento. Pregunta por ella, Miura al verlo, sonríe, se acerca corriendo a él y lo abraza.
—¿Cómo has estado? —. Es radiante, y bondadosa, parecía que nada pasó, pero…
Escucha un niño llorar, un bebé.
Su mirada esmeralda entristece, y se opaca.
—Bien —. La chica corre hasta su hijo, y lo mima. Gokudera no puede ver eso, ese mocoso es el recuerdo del tormento de ella. De que los tíos de Haru la hayan votado a la calle, de que sus amistades la ofendieran y le dieran la espalda, de que su vida se arruinara. Por eso vive en aquel convento, no como novicia, sino como refugiada y ayudante del mismo. Las monjas la acogieron con amabilidad.
Yamamoto no la veía, una vez dijo a Gokudera que siempre que estaba con ella, sus pensamientos iban en un rumbo impuro, y no quería mancillar su amistad con pecado, así que optó por alejarse de ella.
Y él… prefería no verla. Con el tiempo, se dio cuenta que la deseaba, pero… ella lo ve como un amigo, un salvador. No hay amor para él en el femenino corazón de Haru.
—¿No lo odias? —. Ella hipa, mira a su bebé, y sonríe.
—Es lo único bueno que me ha pasado, es una bendición desu —afirma sincera. Gokudera al molestarse con esa frase, completa en un grito.
—¡Ese chiquillo te quitó todo! ¿Eres idiota? —. Ella le observa con melancolía, tristeza, dolor, pero niega.
—Él no me quitó nada, fueron los que violaron a Haru quienes me quitaron mi vida —pronuncia abatida, y a pesar de eso, no hay rencor en sus palabras.
Es verdad que una vez maldijo, y odió. Incluso intentó abortar, pero lloró al sentir las pataditas de su bebé en el vientre. El pequeño no tenía la culpa, e hizo lo más difícil que puede hacer una mujer.
Tenerlo.
Recibió desprecios, desaires, y agresiones, pero… el día que lo tuvo, la vez que sintió su pequeño cuerpo en sus brazos y besó su frente, volvió a llorar.
¿Cómo odiar a alguien inocente?
Y perdonó.
Gokudera la observaba frustrado, y arrepentido por decirle eso.
Suspira.
—Perdona mujer —se disculpa. Ella le mira extraño, pero no dice más, muestra una sonrisa y se despide de un beso en la mejilla.
Hayato la observa alejarse, sonríe un poco, y dice "—Adiós—".
[***]
—¿De verdad vas a ser sacerdote? —pregunta a su amigo, viendo las imágenes de santos en la capilla, el moreno afirma.
—¿No la amas? —vuelve a preguntar. Yamamoto sonríe con nervios, mira el centro de la iglesia, baja la mirada y su faz muestra angustia.
—No puedo amarla, es como el fruto prohibido. —pronuncia con culpa, siente ha traicionado su fe, sus creencias y su amistad.
—Aún no eres sacerdote —comenta serio, sin dejar de ver el altar, no molestándose en observar al confundido seminarista.
—Lo seré. Lo juré, y no puedo jurar en vano, es pecado —declara. Hayato bufa, y voltea a mirarlo con coraje.
—Es más pecado que la ames, y te mientas —. Yamamoto expande sus ojos, y se refleja el dolor en ellos.
—Perdona, no puedo estar con ella —se disculpa, y deja al albino sólo.
Gokudera mascullaría y soltaría una grosería, de no ser que está en lugar sacro. Se abstiene.
—Cuídala —pide al altar, a la deidad suprema, forma la cruz en su frente, pecho y labios. Se marcha.
[***]
Se ven las luces del tiroteo, nadie oye. Están en una mansión cerca del mar. Se escuchan explosiones.
Una familia yakuza ha sido invadida. El líder cae, Gokudera sonríe de lado.
Lo siento mujer estúpida, yo no pude perdonarlos.
Piensa al salir de aquella mansión y bajar la guardia. Tiene varios disparos en su cuerpo, pero ninguno de muerte.
Siente algo atravesar su pecho, y gruñe.
Voltea a ver a su agresor, se sorprende.
Es la mujer del jefe.
Sonríe amargamente.
Esa mujer tenía todo, mientras Haru nada, pero ahora…
Ambas estarían en la miseria.
Soy igual que ellos.
Mira los cuerpos yacientes, y frunce las cejas. Observa a la temblorosa mujer, siente piedad. Sabe el destino que le depara. Ella sería arrojada a la calle y entregada al distrito rojo*. Saca su arma, y la asesina.
—No es personal, sólo evito que sufras lo que ella sufrió —. La mujer muere con rapidez.
Gokudera se toca el pecho y saca la daga de golpe. Le falta el aire.
No puede respirar bien, y la sangre perdida le afecta.
Se recarga en un muro, cerca de un callejón.
El recuerdo de Miura lo acompaña, le da calor, y aminora su dolor.
Se da fuerzas para caminar, pero sabe que no lo conseguirá.
Camina cerca del muelle. Observa la luna, el reflejo de ésta.
Yo era como la luna, tú como el sol
Piensa en delirios, da un paso en falso.
Cae al abismo del inmenso mar. Observa el agua, y sabe esta hundiéndose.
Burbujas de aire salen por sus labios.
Extiende su mano intentando alcanzar la ilusión de su amor inalcanzable, de aquel amor puro que tuvo por una mujer.
Sonríe, y cierra los ojos.
Ahou-onna
[***]
—Felicidades, ahora están al servicio de Dios —dice con júbilo el maestro de todos los seminaristas.
Ellos agradecen, y ríen. Uno se encuentra serio.
—No puedes retirar los votos una vez hechos —afirma triste su mentor.
—Lo sé, es sólo que… —y murmura unas palabras. La mayor muestra asombro y pesar. Palmea la espalda de su mejor estudiante y se retira.
—Serás transferido a Italia en dos días —le dice otro mentor.
—Gracias —. Ve el altar, pide perdón. Jurando sólo servir al señor.
[***]
Dos semanas después.
—Haru, ¿has sabido de Yamamoto-san? ¿o Gokudera-san? —. La muchacha niega.
—Se fueron sin decir nada a Haru desu —infla sus mejillas, observa el cielo. Ve a su bebé, y lo arrulla.
—¿Cómo vas a llamar al niño? —. La castaña no ha escogido nombre, así que niega en un cabeceo. La superiora le sonríe.
—Piénsalo con calma.
[***]
En Italia.
Hay cantos gregorianos, clérigos formados en fila.
Un ataúd es cargado.
—Era muy joven —comenta un padre.
—Era el más bondadoso y alegre —pronuncia pesaroso otro.
—Es una gran pérdida —. El maestro de aquel joven asiente.
Recuerda las últimas palabras de su alumno.
Lo sé, es sólo que…
Sólo me quedan dos semanas. El médico lo afirmó, no tengo esperanza. Ya he pedido perdón a Dios, y agradecido porque él me permitió conocerla, y al mismo tiempo no desviarme de mi camino, jeje.
Véala por mí, por favor.
La ceremonia terminaba, el sacerdote se acercó y al soltar el puño de tierra, susurró.
—La cuidaré como una hija. Ve con Dios.
[***]
Tres días después.
—Haru-chan. Han llegado dos cartas de Italia —gritó sonriente una novicia al acercarse a la muchacha que lavaba las ropas del convento. Ella se detuvo.
—¿Hahi? ¿Italia? —pregunta confundida, la otra mujer asiente. Busca el remitente, pero ninguna tiene escrita dirección alguna.
—¿Será de Yamamoto-san desu? —sonríe ante posibles noticias de su amigo.
Abre la primera carta con ansias, y emoción.
¡Hola!, jeje, es raro escribirte una carta. Siempre hemos hablado en persona.
Haru sonríe al saber que es de Takeshi.
Las semanas aquí son como el agua. Debo decirte que estoy en un lugar muy cerca de Dios, así que no podré seguir en contacto contigo.
La chica entristece, pero continúa leyendo.
No preguntes por mí, sólo recuérdame. Siempre sonrío por ti, incluso ahora.
Velaré por ti siempre, recuerda que no estás sola Haru. Mi maestro, la superiora y las monjas son tu familia y amigos.
Algún día volveremos a encontrarnos, hasta entonces estaré contigo siempre en mente y alma.
Hasta luego.
Pd: Espero te lleves mejor con Gokudera, y le pongas un buen nombre al bebé. ¡Ah!, y espero verte en muchos años, ya cuando envejezcas, no ahora.
Cuídate, jeje.
Att: Tu amigo Yamamoto Takeshi.
Llevó el papel a su pecho, y soltó unas lágrimas. Esa carta era una despedida, pero sí Yamamoto estaba bien, entonces desearía lo mejor por él y su labor de sacerdote.
Se permitió unos minutos antes de abrir el otro sobre, una vez sus sentimientos de melancolía se calmaron, sonrió y abrió el otro sobre. Seguramente se había olvidado de algo, y había mandado otra carta.
Desdobla el papel, y frunce las cejas.
Para la mujer estúpida.
Infla sus mejillas, y mira con reclamo la carta.
No te enfades, es que eres una mujer estúpida.
Miura está por dejar de leer la carta.
Ni se te ocurra, ahou-onna. Me costó mucho escribir esto.
La mujer suspira, y sigue leyendo.
¿Sigues ahí? Espero que sí, no quiero hablar sólo ni que mis palabras se pierdan.
—Sigo aquí, Gokudera-san.
Bien, después del saludo. Te informó. Y no porque me sienta obligado ni te aprecie, es sólo porque soy educado, ¿eh?
Miura soltó una risita.
Estoy viviendo en Italia. Es por trabajo, pero voy a estar muy ocupado. Yo sí tengo cosas qué hacer, no como tú.
Haru miraba el papel ligeramente ofendida, pero no en realidad.
Así que está es la última vez que te escribo.
Siempre quise decirte tantas cosas, y gritarte otras a la cara. Pero… ahora no podré. Sí lees esto, significa que no nos volveremos a ver.
Tal vez en muchos años, y espero en muchos. Sí te veo pronto, cuando aún eres joven, me burlaré de ti y afirmaré que eres una mujer estúpida.
Aunque en realidad sé que alguien como yo, un ser tan manchado de sangre no podría volver a ver a una mujer como tú. En eso envidió al imbécil de Yamamoto, pero eso no importa.
Te escribo esto para decirte que cuides a tu bebé, y vivas, ¡vive tanto como puedas! Jamás te hundas, siempre tendrás a alguien que vea por ti, estoy seguro.
Ahí está el imbécil intento de sacerdote, y a las monjas, y demás.
Se fuerte, algún día encontraras amor, y la vida te dará más de lo que has perdido.
Esto es un adiós, pero quiero que sepas que siempre estaré contigo, aunque no en cuerpo. Mi alma te cuidará, así que no seas tonta, y no te deprimas.
Tienes un futuro.
Att; Gokudera Hayato.
Pd: Ponle un buen nombre al bebé, no esos raros que se te ocurren siempre.
—¿Sucede algo? —pregunta la novicia, la chica niega, pero siente su pecho oprimirse, y sus ojos se empañan.
Ve el cielo, intenta contener el agua salada de sus ojos y sonreír, pero no puede. Las lágrimas salen.
—¡Hahi! Haru no sabe porque, pero tiene muchas ganas de llorar desu —. Y así lo hizo. La novicia la abrazo para consolarla.
[***]
El día del bautismo.
Los clericós y monjas estaban presentes.
El pequeño estaba por ser hundido en agua, pero antes de eso. El maestro de Yamamoto, aquel que la cuidaría como una hija. Pregunta a la joven.
—¿Cómo se va a llamar el niño? —. La chica castaña sonriea al decir.
—Takato Miura —. El sacerdote la miraba curioso, ella explica ante la pila del bautismo.
—Es la mezcla entre el nombre de "Takeshi" y "Hayato". Takato…
—Es un buen nombre —sonrió, y el niño fue bendecido.
Bien, puedes lanzar los tomates. Los merezco T-T
Aún así espero que lo hayan disfrutado, o ¿sufrido?
¿Te gustó Miku-chan?
Ja ne~!
