"Nadie sabe como soy. A nadie le importa cómo soy. No saben lo que siento, ni siquiera creen que sienta. Simplemente hacen atribuciones sobre mí, ¿qué pasa? ¿Una reina malvada no tiene derecho a sentir? ¿El haber cometido errores –muy gordos, he de admitir – arranca de mí todo sentimiento? Siento no ser un oso amoroso, siento no vivir por y para la felicidad de los demás, cantando con los pajaritos y repartiendo sonrisas. Yo una vez fui así, ¿sabéis? Tenía un alma pura, creía en la bondad innata de la gente... era feliz. Pero entonces, la luz se convirtió en oscuridad. Hay momentos horribles de la vida en los que lo único que te consuela es culpar a otros. Es la forma de quitar el foco de atención del dolor y ponerlo en aquello que crees responsable de éste, incluso si esa responsabilidad en el fondo sabes que ni siquiera existe. Sí, decidí culpar a una niña de diez años de todos mis males y no me arrepiento de ello. Fue la única forma que encontré de volver a juntar las piezas separadas del puzle de mi vida, aun sabiendo que la única culpable de su separación no era esa niña sino mi propia madre. Algunos dirán "la manzana nunca cae lejos del árbol", pero realmente no me conocen. Nadie me conoce. He hecho cosas horribles, tan horribles que no recuerdo cuándo fue la última vez que dormí de un tirón toda la noche, pero lo estoy pagando… vaya si lo estoy pagando. Todo el pueblo me repudia, después de convertirse en pequeños Joffreys y pedir mi cabeza en una pica, cosa que gracias a la grandísima bondad – léase con sarcasmo - de Blancanieves no consiguieron. Sí, ella –ironías de la vida - evitó que perdiera literalmente la cabeza en un alarde de bondad. Ahora soy como el fantasma del pueblo, camino sin que nadie me vea y cuando lo hacen se asustan, o murmuran o simplemente me miran como si quisieran – de hecho lo quieren – matarme. No tengo nada, me lo han quitado todo, hasta a mi propio hijo…"

El sonido del timbre de su puerta rompió por completo su concentración. No recordaba la última vez que alguien llamó a su puerta, de hecho no recordaba la última vez que alguien fue a visitarla a parte de su hijo. Aunque, siendo sinceros, muy poca gente iba a visitarla incluso cuando nadie recordaba quién era en realidad. Esperó un momento, el justo hasta escuchar como quien fuera que estuviera en la puerta insistía llamando, y finalmente, bajó la tapa del portátil y se dirigió a la puerta con parsimonia. Una vez ahí, miró intrigada por la mirilla encontrando tras ella a quién menos podría imaginarse. Dudó un momento en si abrir o no, pero al final pudo la curiosidad, y tomando aire, levantó la cabeza con autosuficiencia mientras abría.

-Señorita Swan, que sorpresa tan agradable. ¿A qué debo el honor de la presencia de su majestad en mi humilde morada de exiliada? – dijo con evidente sarcasmo.

-Hola a ti también Regina, sí gracias, me encantaría pasar – sin vergüenza alguna, echó a un lado a Regina colándose dentro de la casa ante la mirada incrédula de ésta.

- No sea tímida, póngase cómoda – dijo entrando en la sala donde Emma ya se había sentado sin invitación alguna – Lástima que le haya dado el día libre a mis sirvientes, habría ordenado que le dieran un masaje y ordeñaran a mi mejor dragón para hacerle un delicioso batido.

- No creo que Maléfica se dejara ordeñar de seguir con vida, pero me abría gustado verlo – dijo con una sonrisa que no hizo más que provocar una mueca de disgusto en Regina, para satisfacción de Emma.

- ¿Qué coño haces aquí? – dijo ya cansada de juegos.

- Venir a verte, ¿no puedo? – dijo con falsa inocencia.

- Teniendo en cuenta que tus padres casi me matan, me habéis convertido en persona non grata del pueblo y quitado a mi hijo. No. No veo para qué tendrías que venir a verme… A menos que quieras verme hundida, cosa que te aseguro que jamás verás.

- No soy una sádica. Simplemente quería ver cómo estabas. Hace… hace días que no sales de aquí y estaba preocupada – dijo Emma apartando la mirada de Regina, con algo de vergüenza.

A Regina le sorprendieron las palabras de la rubia, sin embargo, disimuló tan bien como ya estaba acostumbrada. Ninguna emoción tenía el permiso de mostrarse si ella no quería. Con una media sonrisa, elevó una ceja y dijo:

-¿Ahora me espías? – Emma se ruborizó ligeramente, odiándose por ello.

- Claro que – carraspeó – Claro que no. Es… es Henry. Me preocupo por él y él se preocupa por ti, así que por asociación… A él le dolería mucho que te pasara algo y yo tengo que velar por él y evitar que algo le haga daño. Y bueno… eso. Que desde tu último encuentro con él hace seis días he notado que no has salido de aquí y me he… por Henry, me he preocupado – soltó de forma atropellada mirándola intermitentemente.

- Tu abnegación me conmueve. No me emocionaba tanto desde que vi por primera vez a mi yegua dar a luz una hez del tamaño de tu brazo – Emma no pudo evitar sonreír ligeramente mientras negaba con la cabeza – Ahora, si me disculpas, tengo mucho que hacer. El exilio es lo que tiene. Gracias por venir, gracias por espiar y ciertamente espero que esta visita no haya sido una excusa para dejar algún micrófono oculto que facilite tu tarea de espío. Como ves estoy perfectamente, no me he cortado las venas ni se las he cortado a nadie. Y no, tampoco he sacado ningún corazón recientemente, aunque ahora tengo uno cerca que no me importaría estrechar entre mis dedos – dijo mirándola significativamente.

Emma se vio obligada a levantarse y seguir a Regina hasta la puerta mientras ésta no dejaba de hablar. Mientras la escuchaba, se habría reído si no fuera porque, algo dentro de ella, le decía que posiblemente una risa de su parte haría que Regina rompiera su promesa de "no magia" y la convirtiera en una cucaracha que luego pisaría con placer. Sin embargo, cuando dejó de hablar y abrió la puerta haciéndole un gesto que la invitaba a salir, no pudo evitar decir:

-¿Te has dado cuenta que me has tuteado?– dijo con una sonrisa de autosuficiencia mientras atravesaba el umbral.

-Claro, al fin y al cabo soy la reina… y puedo hacer lo que quiera.

Sin siquiera darle la oportunidad de responder, cerró la puerta con fuerza. Emma no pudo contener una carcajada, le encantaba hacer enfadar a la reina y estaba segura, que en el fondo, a Regina también le gustaba. Dirigió una última mirada a la casa antes de dirigirse hasta su coche, y una vez dentro de él, no pudo evitar volver a mirar, notando como en una de las ventanas una cortina era cerrada con rapidez. Ese gesto la hizo sonreír, sonrisa que tardaría un rato en borrarse.

-Imbécil – dijo Regina mientras, escondida entre las cortinas, veía como el coche patrulla de la rubia se iba alejando de su campo de visión.

Suspiró y volvió a dirigirse al despacho, volvió a abrir el portátil y releyó lo que había escrito. Realmente no sabía de dónde habían salido esas fortuitas ganas de escribir, seguramente era la única forma en la que podía desahogarse en soledad. No quería admitirlo, jamás lo diría en voz alta, pero echaba de menos a la gente. Tanto, que una ínfima parte de ella había disfrutado la visita de la sheriff. Aunque, por supuesto, la mayor parte de ella se moría de ganas de arrancarle el corazón y estrujarlo hasta hacerlo polvo. No la soportaba, simple y llanamente, no la soportaba. Queriendo quitarse la visita de la rubia de la mente, intentó seguir escribiendo pero no le salía nada. O mejor dicho, no salía nada que no fuera relacionado con Emma, de repente sus dedos solo eran capaces de escribir cosas sobre ella. Improperios por supuesto. Frustrada, cerró el portátil con un golpe seco, se pasó las manos por el pelo y realizó dos respiraciones profundas antes de que su frustración, mezclada con la ira interna que sentía por todo, hiciera que empezara a lanzar bolas de fuego por toda la casa. Echaba de menos su vida, demasiado.

Emma entró en Granny's con la misma sonrisa que no la abandonaba desde su encuentro con Regina. Ruby, al verla, le dirigió una mirada de curiosidad y no pudo evitar, en cuanto llevó el pedido que llevaba en la mano, interrogar a su amiga:

-¿Y esa sonrisa? ¿Me he perdido algo? – dijo elevando las cejas repetidas veces, haciendo reír a su amiga.

-Pues sí, has tenido que perder mi café, porque no veo que me lo pongas – sonrió de medio lado viendo como Ruby ponía los ojos en blanco mientras cogía una taza y le servía.

- ¿Está contenta su majestad? – soltó al ponerle la humeante taza en frente.

Emma sonrió de nuevo recordando como un rato antes era la propia Regina quien usaba ese apelativo para llamarla, pero siendo sincera, sonaba mucho mejor de labios de la reina.

-Muy contenta, gracias – respondió – Por hoy mantienes tu cabeza, pero como vuelva a repetirse lo de olvidar mi café, me veré en la obligación de pedir tu cabeza y hacerme un abrigo con tu piel de loba.

Ruby le contestó con una sonrisa acompañada de un gesto obsceno con el dedo. Iba a decirle algo más, pero fue reclamada por una de las mesas.

-Ni se te ocurra irte sin antes contarme algo, de mi no te libras – dijo apuntándola con el dedo antes de salir hacia la mesa donde la esperaban.

Sin embargo, para enfado de Ruby, Emma se tomó el café de un trago abrasándose la laringe, y antes de que su amiga volviera, ya había salido del local. No iba a permitir que le sacara ni una palabra acerca de su sonrisa, no lo entendería… ni ella misma lo entendía.

Decidió caminar hasta la comisaría, ya iría más tarde a recoger el coche, total, el restaurante no es que quedara demasiado lejos. Mientras caminaba pensó que quizás no habría sido demasiado prudente dejar el coche aparcado fuera de la comisaría en caso de que hubiera una urgencia, pero esa idea fue rápidamente desechada de su mente. En Storybrooke nunca pasaba nada… bueno sí, Regina, pero ella ya no estaba en "activo" y tenía que reconocer que desde entonces el pueblo era mucho más aburrido. Demasiado aburrido.