La Mina de las Oportunidades
Perdida. Estaba perdida. Totalmente y oficialmente perdida. Acabada. Desolada. Sin posible salvación o milagro. Había acabado perdida, en todos los sentidos de la palabra, en unas estrechas, extrañas, mugrientas y oscuras galerías de una mina abandonada. Desde donde estaba sentada, podía ver el extremo izquierdo del pasillo, donde giraba a la izquierda de nuevo y seguía. Ya solo quedaba continuar o morir. En el extremo derecho del pasillo, taponado por los escombros, estaba sepultado el cuerpo del loco barbero. De mi loco y amado barbero. ¿Qué iba a hacer ahora sin él? ¿Sola? ¿En esta oscura y sucia galería, posiblemente sin salida? Mi destino ahora era incierto. Bueno, incierto no, moriría, seguramente.
¿Por qué había tenido que tomar la decisión de salvarme? Nuestra comida era poca, sí, pero no lo creo tan cruel como para suicidarse y dejarme a mi morir lenta y dolorosamente, de inanición.
Y lo peor, precisamente, no era eso. La muerte no me asustaba, ni el sufrimiento.
Ahora estaba sola, perdida, con la pierna seguramente fracturada o rota, sentada contra la pared de una galería en medio del subsuelo, mientras miles de policías estarían buscándonos, al niño, al barbero y a mí. Pero lo peor, a mi parecer, es que no había tenido ocasión de decirle cuanto le amaba. No, sí la había tenido, pero no la había aprovechado, y eso era lo que más me torturaba. Más incluso que la pierna o la repentina perdida del niño al que más había querido, o el haber sido descubierta y haberme visto obligada a huir a una mina abandonada. Porque yo le amaba, le amé y le seguiría amando hasta el día de mi muerte –que estaba próximo-. Dicen que el primer amor nunca se olvida. Ahora sé que tienen razón.
Recordaba perfectamente lo que había pasado, calculo, ahora 5 días.
Después de matar al Juez, bajé a tirar el cuerpo. Pero el muy maldito estaba vivo aún -¿Cómo se puede sobrevivir a una caída así herido de muerte?- y me agarró del vestido. Grité, ¡no quería soltarme! Finalmente, me zafé de su agarre, pero accidentalmente miré a los demás cadáveres. No debí haberlo hecho, así no habría reconocido a la antigua, aclamada y recordada Lucy, la cual yacía en el suelo de MI sótano, muerta. Muerta. Muerta. Totalmente muerta. Ahora ya nada se imponía entre él y yo. La agarré de los brazos y tiré de ella al horno, pero la muy endemoniada pesaba demasiado y no me dio tiempo a quemarla.
Escuché unos pasos acercarse. Los reconocí al instante. Eran los mismos con los que me dormía cada noche.
Debía darme prisa si quería cumplir mi sueño de irme con él junto al mar.
Pero a mitad de camino, la puerta se abrió. Yo me hice la sueca, aunque un escalofrío me recorrió de pies a cabeza en cuanto escuche el chirrío de la puerta al abrirse, y seguí tirando como quien no quiere la cosa –aunque no había cosa que más quisiera en el mundo que verla devorada por las candentes llamas de mi horno-.
Desafortunadamente, él había escuchado los gritos.
-¿A qué vienen esos gritos? –parecía enfadado-.
-Me había agarrado el vestido –respondí- pero ya está –negué con la cabeza, restándole importancia-.
-Ya me encargo yo –se ofreció- Abra la puerta –me ordenó, pero yo no quería moverme y darle una oportunidad de reconocerla-. ¡Que la abra, he dicho! –y esta vez tuve que hacerlo, pues me empujó en dirección a lo que me había ordenado hacer.
Me quedé mirándole un momento, con el miedo pintado en la cara, pero no se fue a la mendiga, si no al juez, a volverle a dar "El Afeitado de la Muerte".
Me di la vuelta antes de que se diera cuenta de mi pánico y abrí la puerta tal como me había indicado. Una última mirada antes de abrir la mortífera maquinaria para ponerla a su disposición.
Una vez abierta, me detuve a mirarle. No pude reprimir mi miedo y me quedé paralizada al ver como miraba con curiosidad a su ahora ex-esposa, como preguntándose el interés que tenía yo en ocultársela.
Sin embargo, él la reconoció. Puede ser que por su pelo, o por su posición. Recordé que él la había observado dormir infinidad de veces, y aquella posición precisamente y con la luz de mi horno traidor, era casi imposible que no se diese cuenta. Con estupefacción vi como se acercaba a ella, se agachaba y le apartaba el pelo. Ahora sí, estaba oficialmente condenada.
La miró unos momentos con cara de confusión y una mezcla de horror. Después de abrir y cerrar la boca varias veces, pareció encontrar las palabras.
-Lo reconozco, ha dicho –fue lo único que dijo.
Ahora que me detengo a pensarlo y analizarlo completamente -¿Qué más voy a hacer en una galería?-, nunca me pregunté en ese momento como había llegado ella a la barbería y que había pasado. Nunca me pregunté cómo es que la había matado. Ni qué había dicho. El miedo me tenía cegada.
Después de observarla con cara de concentración –yo sabía que estaba atando cabos y sumando dos más dos- sentenció la frase que –a mi parecer- debería ir al Nobel.
-Usted sabía que estaba viva.
Yo seguía mirándole con miedo y unas irrefrenables ganas de llorar. Mi mentira había quedado al descubierto, y de la peor forma. Como una imbécil –una autentica imbécil- solo se me ocurrió decir:
-Lo hice por usted.
¿Cómo se puede ser tan estúpida? ¡Que le has mentido! ¡Al mayor asesino! Me hubiese dicho. Tenía que haberle dicho que no sabía de qué hablaba. Que esa maldita mendiga tendría miles de infecciones y no era buena para mis tartas. Tenía que haberme acercado e intentar apartarla, para después hacer como que la reconocía y me apartaba asustada. Pero no, tuve que afirmar su sentencia.
-Me mintió –y entonces supe, que no había salvación.
Lentamente, empecé la melodía que tenía compuesta desde hacía tiempo. Había pensado en cantársela cuando se lo dijese, pero claro, el momento había llegado antes de tiempo y ya era hora de cantarla. Quería darme el gusto antes de morir bajo su navaja.
A la vez que lo recordaba en la galería y sucedía en mi mente, me puse a cantar la canción:
No, no, yo no mentí
Yo nunca mentí
-Lucy… -susurró, asombrosamente, siguiendo la musiquilla-.
Dije que ella que ella se envenenó,
No que ella se murió
-Lucy… he vuelto…
¡Pobre! ¡Vivió!
¡Pero mal de la cabeza!
¡Todo el día pasaba encerrada en casa!
¡Debía haber estado en un manicomio, no lo sé!
¡Pobre!
-Lucy…
¡Mejor pensar que ella murió!
-¡Dios mío! ¿Qué he hecho?
¡Sí! ¡Mentí!
¡Porque le amo! –sí, se lo dije, pero él no me escuchó, así que no cuenta-.
¡Ojala pudiera ser su mujer!
¡Le amo!
¡Ella no le hubiera cuidado!
-Sra. Lovett, es una sangrienta maravilla, apropiada y proceda, como siempre. Tal y como ha dicho en repetidas veces, no hay razón para vivir en el pasado –seguía mi música-. Ahora acérquese, mi amor.
-¿Qué quiere decir?
- No hay nada que temer, amor.
-Todo lo que hice, fue pensando en usted. ¡Lo juro! ¡Créame!
-¡Lo que está muerto, está muerto!
-¿Podríamos, tal vez, casarnos? –ilusa de mí-.
-La historia del mundo, mascota mía –me dijo cogiéndome de las manos e iniciando un nuevo vals, cambiando ligeramente la letra a otra que ya nos conocíamos a la perfección, de bailarla en la tienda. Creí que había cambiado de opinión, que me apreciaba. Siento repetirme pero, ilusa de mí.
-¡Oh, Sr. Todd! ¡Oh, Sr. Todd! ¡Déjemelo a mí! –dije ilusionada.
-Es aprender a perdonar y tratar de olvidar –tenía una gran sonrisa. Creí que me haría mantequilla.
-Por el mar, Sr. Todd, juntos, felices. Por el mar, Sr. Todd, donde no haya nadie –le animé-.
-Y la vida es para los vivos, querida –dijo. Cada vez estaba más cerca de él, debido a la inercia. Sentía un poco de vértigo, pero lo ignore cruelmente, craso error-. ¡Así que vivámosla! –alzó la voz-.
-¡Solo vivámosla! –le acompañé. Pero entonces, noté algo diferente. Su expresión cambió. Lo vi claro. Moriría, mis esperanzas de antes se fueron al fuego. Me había olvidado del horno abierto, y ahora sería mi tumba. Al menos, no sería una víctima más, conmigo se esforzaría más para darme una muerte dolorosa. Sencillamente genial-. ¡Realmente vivámosla! –la inercia era imposible de parar.
No sé que pasó, pero cuando me sentí en el aire, paró en seco. Los policías estaban en la tienda y yo a medio camino entre el suelo y el horno sujetada por sus brazos.
-La niña… -pareció comprender-. Era Johanna…
-¿Qué? –no comprendía. ¿¡De qué diablos hablaba ahora!? ¡Que me matase ya!
-Vámonos –me dejó en el suelo y me cogió de la mano. Seguía mirándole atónita. Tiró de mí a la entrada de las alcantarillas.
-¿Y Toby? –fue lo único que se me ocurrió preguntar-.
-Olvídese de…
-Estoy aquí, señora –dijo mi niño saliendo de la pequeña alcantarilla al lado del horno-.
-Vámonos –repitió, volviendo a tirar de mí. Cogí a Toby de la mano y yo tiré de él. Me apresuré a seguirle.
Encontramos la salida lo que parecieron horas después. Habíamos empezado a correr cuando escuchamos los gritos de horror de la gente que profanó mi sótano y se quedaba sin aliento al ver y oler la sangre.
La salida daba a una explanada llena de hierba y matojos. Quedaba lejos de la ciudad al parecer. Se veían montes de fondo y una noche oscura cubría todo.
Nadie mencionó una palabra hasta que el Sr. Todd empezó a correr campo a través.
-Hay una mina cerca de aquí. Está abandonada. Tengo provisiones guardadas y un mapa. Aguantaremos unos días antes de poder salir e irnos cada uno a un lugar –se paró-. Porque, como comprenderá, no puedo seguir con ustedes –yo asentí, pero no vi la reacción del niño, pues tenía los ojos anegados en lágrimas.
-¿Pro-visiones? –conseguí articular-.
-Preparé mi escapatoria hace algún tiempo. Aunque tontamente os incluí en los planes. Vamos, no tardaran en seguirnos los pasos –volvió a echar a correr-.
Le seguimos a duras penas, era muy rápido. Y así fue, como por mi mala pata –y una adolescente imbécil- acabamos en unas galerías olvidadas de la mano de Dios.
Afortunadamente, era yo quien tenía la mochila. Me la había lanzado antes de quedar sepultado. Cogí un cacho de pan y empecé a comerlo. ¿Por qué es todo tan difícil? ¿Por qué? ¿Por qué no podía haber muerto yo en lugar de él?
El muy condenado tenía comida suficiente para un mes. Según nos había comentado de pasada, cuando se iba de paseo salía a buscar un buen escondite y a llenarlo de reservas. Estaba todo preparado. Incluso había tres camas improvisadas. La verdad es que no me impresionó. Después de verlo volver de Australia –alias, la Isla del Diablo (por el calor, seguramente- supe que me creería lo que fuera.
Pero día y medio después, escuchamos voces aproximarse a la entrada y tuvimos que huir. Escuchamos como planeaban entrar a registrar. Cogimos la bolsa que tenía preparada y la llenamos hasta los topes con comida. Toby y yo preparamos las mantas y las cargamos. Y así, cada uno con una cosa, salimos corriendo a escondernos en las galerías.
Cuando llevábamos la otra mitad –o lo que me pareció- de día, sentimos un temblor en las paredes seguido de ruidos.
-Están derrumbando la entrada para que no podamos salir –susurró el Sr. Todd, que llevaba la comida.
-Según el mapa, hay más salidas aparte de esa. Pero tardaríamos más de 3 días en localizar una que no diese a una ciudad. Y aunque ese no fuese un problema, ¿Cómo sabemos que no se ha corrido la voz? –yo llevaba la lámpara –que ahora estaba apagada- y el mapa.
-Solo podemos rezarle a Dios –dijo Toby, que llevaba las mantas. Generalmente no preguntaba ni se quejaba. Pasaba el día metido en sus cavilaciones. A decir verdad, los tres lo hacíamos.
-Ni eso. Para nosotros no hay cielo –dijo el Sr. Todd-, solo infierno –sentenció-.
-¿¡Que pasa!? –inquirí-.
Un temblor de tierra nos había sorprendido en plena discusión.
-¡El techo se derrumba! –gritó el Sr. Todd para hacerse escuchar por encima del estruendo-. ¡Corred! ¡Rápido!
Afortunadamente, los pasillos eran lo suficientemente altos como para correr sin problemas y no tener que ir agachados, aunque a veces casi había que arrastrarse. Él echo a correr a grandes zancadas, mientras yo le seguía a duras penas.
-¡Mamá! –gritó Toby. Con horror se había quedado rezagado y unos escombros le obstaculizaban el paso.
-¡Toby! –grité mientras volvía a por él.
-¡No, Sra. Lovett! –me grito el barbero-. ¡Vuelva!
Él volvió también, pero a por mí. Justo cuando estaba a punto de agarrar a Toby, una mano fuerte tiró de mí hacía atrás y caímos al suelo mientras observábamos el techo derrumbarse encima del pequeño.
-¡No! ¡Toby! –grité y sollocé repetidas veces. Aún en el suelo, aunque sentados –porque habíamos caído de culo- el Sr. Todd me abrazó por detrás -. No…
-Vamos –dijo él levantándose y cogiéndome por la cintura para obligarme.
-¡Aaaah! –grité de dolor. Unos escombros me habían apresado la pierna derecha y no podía moverla. El dolor era enorme, pero no suficiente como para hacerme caer inconsciente.
-¡Mierda! –maldijo él mientras dejaba la mochila en el suelo y se acercaba.
Efectivamente, mi pierna estaba atrapada desde debajo de la rodilla. Con mucho cuidado quitó las piedras y rocas, dejando ver una sangrienta e hincada pierna. Desafortunadamente, era Toby quien llevaba las mantas y las telas. Se quitó la camisa y con ella me vendó la hemorragia. Después me ayudo a levantarme, se puso la mochila y seguimos el camino. En silencio, tan solo interrumpido por nuestras pisadas en la roca excavada y algún que otro sollozo mío.
-Todo esto es por tu culpa. Si no hubieras vuelto, ahora no tendrías la pierna así –me recriminó. Me quedé sin palabras al escuchar el tono de su voz, que no era de odio como acostumbraba, si no de reproche con un pongo de desacuerdo y preocupación, sin pasar por alto el hecho de que me había tuteado.
-Podría haberlo salvado.
-O habrías muerto con él.
-¡Pero eso no quita de que Toby esté muerto!
-Pero tu podrías estar bien si me hubieras hecho caso.
-Si tu no nos hubieras traído a esta mina no habría muerto.
-Si tu no me hubieras hecho matarte posiblemente habríamos tenido tiempo de salir de allí.
-Si tu no hubieses querido matar a Johanna ella no te habría delatado.
-Si tu no me hubieses engañado tal vez no habría amenazado a Johanna –la tensión era palpable-.
-Si no lo hubiese hecho, ¡te habrías vuelto loco!
-¿Y tu que sabes? ¡Si no se te hubiese ocurrido la fantástica idea de meter a la gente en pasteles no habría ocurrido esto!
-¡Y si tú no hubieses matado a nadie, a mi no se me hubiese ocurrido "la fantástica idea"! –nos habíamos parado y nos estábamos gritando. Seguramente provocado por los días encerrados en las angostas galerías-.
-¡Si a usted no se le hubiese ocurrido, yo no hubiese encontrado aliciente!
-¡Su aliciente era matar al Juez, por favor! ¡Si no se me hubiese ocurrido meterlos en empanadas hubiésemos estado en la misma situación medio año antes! –ya estábamos volviendo a tratarnos de usted, con la diferencia de que ahora nos defendíamos.
-¡Si yo no tuviese ese aliciente, a usted nunca se le habría ocurrido y nunca tendría el dinero que ahora tiene!
-¡Eso ahora es inútil! ¡No me sirve de nada! ¡Estoy aquí encerrada con usted!
-¡Y si usted… -empezó, pero otro temblor de tierra le hizo callarse. Afortunadamente, habíamos avanzado lo suficiente como para dejar al cuerpo de Toby en penumbra.
-Está lejos, no es aquí –me burlé al ver su cara de miedo y seguí avanzando apoyándome en las paredes.
Cuando ya había avanzado unos metros, sentimos otro temblor. Esta vez, justamente encima de mi cabeza. Como si ambos supiéramos lo que iba a pasar, el Sr. Todd corrió hacia mí, con la mochila en la mano y me empujó pasándome la mochila lejos. Ambos caímos al suelo, pero fueron las rocas las que cayeron encima de él, y no de mí. Me había salvado.
Ahora que lo pienso, seguramente nuestros gritos habían provocado el derrumbamiento. La lámpara cayó al suelo y se rompió. Quedé en penumbras. Me acerqué a rastras a los escombros.
-Sr. Todd… -le llamé, su cabeza sobresalía por debajo de los escombros-. Sr. Todd, ¿me escucha? ¿Sr. Todd? –estaba desesperada-.
-Sal… sálvese… -fue lo último que me dijo, antes de que yo le tocase la cara y notase que tenía los parpados cerrados.
Aterrada, dolida, sola, perdida, desolada… Hay tantos posibles adjetivos a mi situación… me alejé del cuerpo unos metros y me senté, esperando la intervención divina.
Localicé la mochila y comí un poco.
Perdida. Estaba perdida. Totalmente y oficialmente perdida. Acabada. Desolada. Sin posible salvación o milagro. Había acabado perdida, en todos los sentidos de la palabra, en unas estrechas, extrañas, mugrientas y oscuras galerías de una mina abandonada. Y ahora, bajo la oscuridad acuciante, después de ver mi vida pasar ante mis ojos, los cierro lentamente, esperando el final. El cual ansío por encima de todo. Y ahora, en mis últimos alientos, mientras espero el final, pienso en lo inútil de mi vida, y en todas aquellas cosas que podría haber hecho y que no hice. Tal vez por temor, pero, sobre todo, por pasarme la vida mirando las musarañas. Y por eso pienso, que esta Mina es la Mina de las Oportunidades, porque he tenido muchas y ninguna la he aprovechado.
Y ahora, siento que este es mi final. El final de una vida, consagrada a un hombre que jamás me amó. Siento como los brazos de Morfeo me abrazan lentamente y me sumo en el más profundo de los sueños.
Una vida consagrada a ti, Sweeney Todd. Nos vemos en el infierno.
Bueno, hasta aquí. 3015 palabras, ufff es que cuando llega la inspiracion... xDDD Me ha llevado todo un dia hacerlo. Espero que guste. No sé si seguirlo, lo dejo a vuestra eleccion. De momento lo pongo en COMPLETO, pero vosotros me direis ;)
