Notas/Disclaimer:
The Legend of Zelda y sus personajes no me pertenecen.
Esta historia narra los hechos que acontecen después de los eventos de Breath of the Wild (y más concretamente después del fanfic que escribí: "Leyenda del Renacer", que es una especie de novelización del juego. No es necesario leer ese fanfic para seguir este, aunque seguro que habrá guiños e intentaré que los hechos tengan cierta coherencia con lo que ya he contado). Más Zelink, por supuesto.
También habrá spoilers del juego, sí, no vamos a engañarnos a estas alturas, pero esta narración es bastante libre e inventada (¡mucho más que las anteriores, como es lógico!).
El ritmo de escritura y publicación aún no sé cómo será, quiero dedicar más tiempo a depurar la escritura y hay muchos detalles de la historia que aún tengo que definir, así que lo dejo un poco en el aire hasta que encuentre el ritmo adecuado.
Sin más, ¡espero que os guste!
-Nyel2
Capítulo 1 - La noche de la gran tormenta
La aldea de Hatelia amaneció cubierta por una densa niebla. Tan sólo los tejados de las casas que se apostaban en el valle sobresalían entre la húmeda capa blanca que lo tapaba todo, como una espesa telaraña. La noche anterior la oscuridad había cubierto el cielo de la aldea. Llegó en forma de rachas de viento, como una tormenta cuyo núcleo parecía estar descargando lejos de allí, en el mismo corazón del reino de Hyrule. La luna y las estrellas desaparecieron tras las oscuras nubes y una potente lluvia comenzó a caer con fuerza. Nana tuvo la precaución de encerrar a los caballos en el cobertizo interior, que solían usar para almacenar herramientas y otros objetos. Les dejó heno y agua para varios días en previsión de que la tormenta durase mucho más. La lluvia repicaba con fuerza sobre el tejado y por el ventanuco de su dormitorio pudo ver cómo el agua bajaba con violencia desde las montañas hacia el sur de la aldea, formando un torrente que corría de lado a lado entre las casas. Nana era anciana, la más anciana de la aldea, pero no recordaba haber vivido una tormenta así jamás.
En el sur de la aldea había una gran muralla que antaño sirvió para resguardar la gran ciudad que fue Hatelia antes de que el Cataclismo la arrasase casi por completo. La muralla estaba medio derruida y Nana temió que el agua formase un tapón con las piedras apiladas y las ramas de árboles viejos que la lluvia había arrastrado desde las montañas. Entre temblores unió las manos y rezó a la Diosa Hylia, pidió que protegiese a la aldea de aquella tormenta casi antinatural y sobre todo rezó para que nada malo le pasase a su familia.
Al llegar el alba, la lluvia cesó. Nana no había pegado ojo en toda la noche ¿cómo hacerlo con semejante situación? Caminó de puntillas por el pasillo y entreabrió la puerta del dormitorio de su nieta, Cecille. Ella dormía plácidamente, su suave respiración acompasaba la paz de su sueño. Nana agitó la cabeza, la joven era muy dormilona, ya podría estar desatándose el fin del mundo en las puertas de casa que ella conseguiría dormir sin problemas. Cerró la puerta con delicadeza y siguió pasillo adelante, hasta el cuarto que ocupaba su hijo Robert, el padre de Cecille. Encontró el cuarto vacío, su hijo debía de haber despertado o tal vez tampoco había logrado dormir. Nana se encaminó escaleras abajo y lo encontró encendiendo el fuego del hogar.
—Robert, ¿tú tampoco has podido dormir?
—Buenos días, madre. Apenas un par de horas. Por un momento creí que el tejado de la casa iba a ceder, estuve tentado de salir para poner un par de tablones y reforzar algunas zonas.
—¡Me alegro de que no lo hicieras, habría sido imprudente! —riñó Nana, mientras rellenaba la tetera con agua y la ponía a hervir.
—Voy a salir —anunció él, tras encender el fuego.
—¿Tan temprano? ¿No esperas a tomar algo?
—No. Tengo que subir a la pradera para ver cómo está el ganado. Ha llovido tanto que… encerré las cabras en el cobertizo, pero esa lluvia pudo causar destrozos. Puede que se haya roto la puerta o el cercado… o que el arroyo provocase inundaciones.
—Toma, entonces lleva esto contigo —dijo Nana, envolviendo un trozo de pan y queso en un pequeño zurrón.
—Gracias, madre. Tardaré en volver… me temo que tendré mucho trabajo por delante. ¿Te encargas tú de cuidar a esa marmota que tengo por hija? No permitas que se vaya a explorar por ahí sola.
—Descuida, yo me hago cargo.
Robert depositó un beso en la frente de Nana y salió de casa dando dos zancadas. La anciana tomó una taza de té y un frugal desayuno y se echó su capa sobre los hombros. Necesitaba comprobar por sí misma cómo había quedado la aldea después de la gran tormenta de la noche anterior. Al salir comprobó que la aldea parecía vacía, sus habitantes debían estar resguardados en sus casas, aún era demasiado temprano. Pero ella tenía una curiosidad innata, imposible de controlar, y además siempre solía dar paseos por las mañanas para estirar sus viejos y entumecidos huesos.
—¡Nana! ¿Qué haces tan temprano en la calle? —saludó el viejo Marcus, a lo lejos. Al parecer no era la única que sentía la necesidad de curiosear. Se acercó para hablar con él.
—Quería ver qué tal está todo tras la tormenta de anoche.
—Que me lleven los diablos, nunca había visto llover de esa manera —dijo el anciano, rascándose la calva que tenía en la coronilla.
—Yo tampoco… no parecía una lluvia normal —razonó Nana —una oscuridad se oculta detrás de todo esto.
—Yo también lo había pensado… pero no mantengo recuerdos del ... bueno, ya sabes, del Cataclismo.
Nana percibió el temor en Marcus, ya que él acariciaba con nerviosismo la medalla que llevaba colgada en el cuello. Aquella placa metálica era un reconocimiento que la corona de Hyrule otorgaba a los guardias reales por sus servicios. El padre de Marcus había sido guardia, y llegó a la aldea de Hatelia cuando Marcus no era más que un bebé recién nacido. Muchos como el padre de Marcus y su familia habían logrado escapar de la desolación del Cataclismo que arrasó Hyrule hacía más de un siglo, pero casi todos los testigos directos ya habían muerto. Nana y Marcus eran los más longevos, los únicos que habían vivido la catástrofe en sus propias carnes y aún sobrevivían para contarlo.
—Sí, pienso lo mismo que tú —observó Nana —Puede que la oscuridad de anoche procediese del mal que se encierra en el castillo de Hyrule. Sin embargo, hoy el cielo está gris, pero ya no hay restos de esa oscuridad. El aire es limpio y puro. No sé, siento que algo ha cambiado.
—Tal vez no debería decirlo…
—¿Decir el qué, Marcus?
—Pues… esta mañana, casi al alba, vi a ese sheikah que vive en Colina Llama cabalgar a toda velocidad y atravesar la muralla de la aldea. Llevaba a su hija pequeña con él, esa niña de enormes gafas redondas.
—¿Has visto a Symon atravesando la muralla? ¿Y qué hacías tan al sur? ¿Acaso no sabes que es peligroso acercarse a la muralla? Y con tu edad…
—No me riñas, Nana. Si te lo he contado es porque confío en ti. Quería comprobar que el arroyo de anoche no se hubiera llevado mis panales de miel. Los crío junto a la muralla, allí hay buenas condiciones para las abejas… pero nadie más lo sabe, así que… ¡no se lo dirás a nadie!
—Tranquilo, sólo te riño porque me preocupo por ti. La muralla está demasiado próxima al cementerio de guardianes, es un lugar peligroso.
—Si otros en la aldea saben de mis panales de miel seguro que intentan copiar mi idea…
—Marcus, centrémonos. Decías que has visto a los sheikah salir de la aldea a través de la muralla. —insistió Nana, tratando de no perder la paciencia.
—Estoy seguro.
—Entonces algo grave ha ocurrido. Y tiene que ver con la tormenta de anoche.
—¿Algo grave?
—Sí… aunque está por ver…
Nana se retiró excusándose con el viejo Marcus. Volvió a casa para despertar a Cecille, que protestó varias veces antes de lograr levantarse de la cama.
—Abuela es muy temprano. Aún no ha terminado de salir el sol —gruñó Cecille.
—Despierta, tenemos algo que hacer. Y ahora que tu padre no está, podemos hablar sin problemas —dijo Nana.
—Me estás asustando… ¿qué es lo que tramas?
—La tormenta de anoche no fue natural. Algo ha ocurrido, Cecille. Marcus me ha dicho que los sheikah se han marchado antes del amanecer, a toda velocidad.
—¿A dónde diablos irían tan temprano?
—Los sheikah se reúnen con otros sheikah por algo, Cecille. Esa gente nunca da un paso si no hay un motivo que lo impulse. Y no suelen abandonar la aldea casi nunca, ya lo sabes.
—Me da un poco de miedo todo esto, abuela…
—Vístete, quiero que vengas conmigo. Iremos a los bordes de la llanura de Hyrule —propuso Nana con seriedad.
—¿Qué? Si padre se entera… No. No nos permitirá ir de nuevo allí. Padre nos prohibió que nos acercásemos a la zona oscura.
—No tiene por qué enterarse.
Cecille consiguió salir de la cama a regañadientes. Se vistió mientras lanzaba varias miradas de desconfianza a su abuela, que la esperaba con los brazos cruzados en seña de impaciencia.
—Abuelita, ¿no será esto otra de tus ocurrencias? ¿Has pensado bien lo que vamos a hacer?
—Sólo quiero ver la zona oscura. Nos acercaremos y volveremos sin perder el tiempo.
Cecille y Nana se pusieron en marcha. Hicieron un pequeño equipaje que sólo deberían usar en caso de emergencia y cabalgaron ladera abajo. La tormenta había sido realmente violenta, el barro y las ramas arrastradas por el torrente de agua lo teñían todo de marrón. Las nieves que cubrían el monte Lanayru estaban realmente bajas, normalmente sólo la cumbre brillaba como un diamante puntiagudo, pero después de la tormenta toda la ladera había quedado teñida de blanco. Cuando atravesaron el cementerio de guardianes que se extendía en la llanura tras las murallas, Cecille apretó los ojos. Siempre le había aterrorizado ese lugar, y cada vez que se había aventurado a salir de excursión, hacía aquel pequeño trayecto sin mirar, como si eso pudiera salvarla de la siniestra aura que flotaba en el ambiente, poniéndole la piel de gallina.
No tardaron en llegar a los bordes de la llanura de Hyrule, el paso de Picos Gemelos no había sido obstruido por la tormenta y los caballos lo cruzaron con velocidad. Al irse aproximando a su destino, comprobaron que la oscuridad perenne que latía en el corazón de Hyrule desde hacía cien años, se había esfumado. Las altas torres del castillo de Hyrule brillaban en la distancia, podían verse desde muy lejos porque todo lo que fue la antigua Ciudadela estaba arrasado y no había obstáculos que taponasen la visión. Muchas torres ya no estaban, pero las que se mantenían en pie eran de piedra blanca, que refulgía con la luz diurna.
—Por la Diosa… —dijo Nana, bajando del caballo. Cecille la imitó —Todo ha terminado.
—¿Estás segura, abuela?
—Sí, mira. Ya no hay oscuridad, todo ha cambiado.
—Tienes razón…
—Me pregunto dónde estará ese muchacho. —dijo Nana, frunciendo el ceño.
—Te… ¿te refieres a Link?
—Sí, eso es.
Cecille caviló en silencio. Pensaba a menudo en el joven caballero. Lo había conocido tiempo atrás, cuando estuvo de paso en la aldea. Y más tarde, el destino la volvió a conducir con gran fortuna hacia él, cuando luchó para liberarla del hinox que la había apresado. No podía olvidarse de Link. Era imposible olvidarse de Link. Nunca antes se había enamorado de nadie. Los chicos de la aldea no le resultaban interesantes, todos ellos parecían cortados por el mismo patrón aburrido. Pero Link era diferente, no se trataba sólo del hecho de que él la hubiera rescatado, es que él se preocupaba de verdad por los demás. Era atento, caballeroso y muy fuerte. Además, aunque era poco hablador tenía aquellos ojos azules en los que resultaba fácil perderse. ¿Dónde estaría Link? El día que se atrevió a confesarle sus sentimientos él la había rechazado diciendo que estaba en una situación muy complicada y que no le convenía su compañía. ¿Qué situación sería esa?
—¿Crees que Link ha tenido algo que ver con todo esto?
—Sé que es una locura… —dijo Nana —pero sí. Creo que ese joven estaba lanzado a hacer cosas que ni él mismo esperaba.
—Hay muchas cosas en Link que no logro entender —confesó Cecille —¿Por qué vino a la aldea a buscar a los sheikah? ¿En qué consistía su viaje? ¿Por… por qué él era una compañía poco conveniente?
—Creo que el objetivo final de Link era el castillo —admitió Nana, con la vista perdida en las blancas torres —lo sé de algún modo. De su viaje, poco podemos adivinar.
—Link era muy callado. Nunca me dijo nada. Ni siquiera me dijo de qué región es, ni a qué se dedica… en realidad no sé casi nada de él. —dijo Cecille, con un nudo en el estómago. —Lo último que me dijo es que tenía que marcharse rápido, porque había un asunto importante que tenía que solucionar.
—Cuando estuvo en casa, hace ya casi un año, me hizo muchas preguntas sobre la zona oscura —recordó Nana —Yo le hablé sobre Ganon y sobre nuestra princesa. Él no parecía creerlo del todo… más bien parecía desorientado. Pero no me cabe duda de que terminó averiguando la verdad. Es por eso que creo que él ha tenido algo que ver con todo esto, me lo dice mi intuición.
—Abuela, ahora que no hay oscuridad… ¿crees que le habrá ocurrido algo malo a la princesa Zelda? —preguntó Cecille, sintiendo un escalofrío en la espalda.
En casa todos creían fervientemente la leyenda de que la princesa de Hyrule había ido en solitario a contener a Ganon el Cataclismo hacía cien años, cuando el mal estalló. Cecille le rezaba a la Diosa desde que tenía uso de razón para que nada malo le ocurriese a la princesa. La admiraba con todo su corazón, la abuela siempre le había hablado de ella, de cómo la joven heredera de Hyrule se enfrentó al mal por sí misma, sacrificándose por todos, razón por la cual existía la paz en el reino. Otros muchos no lo creían y se reían de Cecille cuando defendía a la princesa o hablaba de ella. "No es una heroína como dices. Después de tantos años se debe haber transformado en una momia horrorosa" bromeaba a menudo Rick, el hijo del panadero. "Nadie sabe a ciencia cierta lo que pasa en el castillo ni en la zona oscura, puede que sean fenómenos de la naturaleza. Es imposible que una hyliana, por muy princesa que sea, viva durante cien años sin comer ni dormir para contener la oscuridad… ¡ella sola! Imposible" solía añadir Peep, otro de los chicos de su edad.
—Por el amor de la Diosa, espero que ella esté bien. —dijo Nana, respondiendo tras varios segundos de reflexión a la pregunta de Cecille —O al menos, espero que su espíritu que nos ha protegido durante más de un siglo ya descanse en paz después del fin de la gran tormenta.
—Abuela, no me digas que nada malo le ha ocurrido a la princesa, por favor —imploró Cecille, como si su abuela pudiera hacer algo al respecto.
—Todo estaba envuelto por unas fuerzas muy poderosas, cariño. Quiero creer que la gracia de la Diosa Hylia ha obrado para que nada malo le suceda… pero cien años son demasiados años. Mírame a mí. Soy tan vieja que algunos días apenas puedo tenerme en pie, y eso que he gozado de una vida tranquila y apartada del mal. No sé qué habrá sido de la princesa de Hyrule, pero si por cosas del destino su alma ya ha partido junto a la Diosa, siempre le hemos de estar agradecidas.
Cecille rodeó el brazo de su abuela para estrecharlo. Se sentía desolada ante la idea de que la princesa de Hyrule hubiera muerto después de todo.
—Tranquila, cariño —dijo Nana, reaccionando al temor de su nieta —Volvamos a casa. No queremos que Robert vuelva y descubra que nos hemos escapado.
—¿Qué vamos a hacer después?
—No lo sé. Los rumores del fin de la zona oscura se extenderán rápido —razonó Nana —Tenemos que estar preparadas para lo que pueda venir. El reino se ha mantenido en paz, pero un trono vacío es un regalo demasiado tentador.
Casi diez días después de la Noche de la Gran Tormenta, Zelda y Link recorrían juntos Hyrule, ajenos al bullicio y a la vida del resto de habitantes del reino.
La princesa Zelda se quedó un buen rato observando el horizonte desde el desfiladero que elevaba la meseta de los albores sobre el resto de territorios. El viento allí era fuerte y muy frío, y su pelo se elevaba sobre la espalda como la tela de una bandera a causa de la corriente.
Link la esperaba con calma, sin decir nada. El viaje había sido muy tormentoso. Habían salido juntos desde la aldea de Kakariko, cabalgando sin descanso hasta atravesar el paso de los Picos Gemelos. La lluvia los acompañó la mayor parte del tiempo, y la única vez que habían parado para hacer noche en el camino tuvieron que dormir sentados y de mala manera, apoyando la espalda en un gran árbol que habían elegido para no acabar empapados. Link había llevado a la joven a la aldea sheikah después de la destrucción de Ganon, era el único lugar que se le ocurrió donde supo que ambos podrían recuperarse adecuadamente de las heridas de la batalla. Después de unos cuantos días de ceremonias e imposiciones sheikah, ambos habían decidido fugarse juntos y buscar su propio camino, evitando las ataduras que siempre habían atenazado sus vidas. "No nos hemos fugado exactamente" pensaba Link, ya que comunicaron su marcha a los sheikah, pero no dijeron a dónde iban. La realidad era que ninguno de los dos tenía claro a dónde querían ir.
—Podemos seguir —dijo ella, girándose hacia él. Al descubrirle observándola tan serio, forzó una pequeña sonrisa en la comisura del labio para que no se preocupase.
Caminaron a través de las ciénagas que había en el sur de la meseta. Hacía calor y había muchos mosquitos. Link temía que hubiese bokoblins por allí, su experiencia le decía que solían elegir lugares sucios y cenagosos para establecer sus guaridas, así que caminaba delante, con el arco en la mano por si tenía que hacer uso del mismo. De vez en cuando echaba un ojo a su espalda para mirar a la princesa. Ella le seguía en silencio, un tanto cabizbaja, y él empezó a preguntarse si le ocurriría algo. La Zelda de hacía cien años iría al frente y parloteando todo el tiempo, tomando notas e imágenes con la piedra sheikah. La Zelda de esos instantes, era incluso menos habladora que él. Estaba confundido, al salir de la aldea todo era optimismo y sonrisas, ambos estaban felices por el fin del Cataclismo y un tanto embriagados por su reencuentro, pero ella se había ido apagando poco a poco durante el camino, y Link se preguntó si había sido prudente salir de Kakariko tan pronto. O igual el problema era que él no la recordaba tanto como creía.
—¿Falta mucho para llegar? —preguntó ella a su espalda.
—Me temo que sí, aún falta un poco. Pero si estás cansada podemos parar.
—No, es que… los caminos están borrados —dijo ella con pesadumbre —No queda nada aquí que pueda reconocer.
Él no dijo nada. Tan sólo se limitó a proseguir la marcha, si no paraban conseguirían llegar al Templo del Tiempo al atardecer, ese era el objetivo de su visita a la meseta desde un principio.
—Tú no los recuerdas, ¿verdad, Link?
—¿El qué?
—Los caminos que había aquí, en la meseta. Eran caminos asfaltados con piedra blanca. Había casitas pequeñas entre los árboles. Vendían zumos, frutas y otras cosas para los peregrinos que venían de visita. En verano organizaban festivales, había banderas y cintas de colores por todos sitios… Pero… tú ya no te acuerdas de eso.
—No, no lo recuerdo —admitió él, y se sintió muy incómodo ante sus propias palabras. No recordaba nada de cómo era la meseta de los albores hacía cien años, de hecho, apenas recordaba otros muchos lugares, pero prefería guardarse ese detalle para sí mismo. No es que pretendiera ocultar información a la princesa, es que temía que las lagunas que aún tenía sirviesen para que ella se sintiera insegura a su lado.
El resto del camino lo hicieron en silencio. Link rememoró sus días en la meseta, cuando guiado por el espíritu del anciano rey Rhoam se dedicó a fortalecerse, a aprender a cazar y a sobrevivir en aquel mundo. Hyrule había cambiado, tras el Cataclismo la mayor parte del reino era salvaje, los bosques se habían expandido ocupando antiguas poblaciones y haciéndolas desaparecer entre la maleza. Había bandidos y monstruos por doquier, sin la guía del espíritu del rey, Link habría perecido antes siquiera de llegar a contactar con los sheikah. Por aquel entonces su amnesia era total, y la única certeza que había en su vida era la de una voz misteriosa que le empujaba a seguir adelante. Era increíble que esa voz fuera la de la joven que ahora le seguía, la de la persona más importante para él.
Detuvieron el paso al llegar a una zona pedregosa de la que ascendía una colina verde, cubierta de una suave hierba.
—El templo está ahí arriba —anunció él, apuntando con el dedo. Zelda levantó la cabeza para visualizar el lugar. Él aprovechó para tomarla de la mano y la fue guiando colina arriba.
Su silencio le estaba volviendo loco y necesitaba casi desesperadamente volver a tocarla, aunque fuese para agarrarla de la mano. Zelda y él habían revelado sus sentimientos mutuos después de la destrucción de Ganon. Por todo lo que él había podido averiguar, ella le había amado desde hacía mucho, desde antes de que el Cataclismo estallase. Él también había correspondido esos sentimientos en el pasado, pero lo más curioso de todo era que el hecho de haberla olvidado por un tiempo no sirvió más que para acrecentar todo lo que una vez sintió por ella. Ahora la quería más, no sabía explicarlo, es como si al ir recordando poco a poco, un amor más profundo y maduro hubiese enraizado en él.
—Hemos llegado. La entrada principal es la que tenemos justo ahí —dijo Link.
Zelda soltó su mano y dio un par de pasos temblorosos al frente. Elevaba la cabeza observando cómo la vidriera frontal del templo había perdido todos los cristales de colores que antaño iluminaban el interior, dibujando miles de hermosos tonos de luz. No había puerta, la madera tuvo que ser robada y reutilizada para algo, o tal vez no resistió el paso de los años. La hiedra crecía tapizando la cara norte del templo y la parte sur estaba medio derruida, una montaña de escombros se apilaba en esa zona.
—Zelda…
Ella cayó de rodillas al suelo y sin poder evitarlo, comenzó a llorar.
—Ey, ¿estás bien? —preguntó Link, agachándose junto a ella para estar a su altura.
—Sí, perdona —murmuró, tratando de recomponerse. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se puso en pie. —No esperaba que todo esto me impresionase tanto. Me supera.
—Sé que… puede impresionar. Pero aún se mantiene en pie, seguro que con trabajo puede reconstruirse.
—No es sólo el templo es… es todo.
Link se mordió el labio sin saber bien qué decir. Quería aliviar el pesar de la joven lo antes posible, pero no se le ocurría qué podía decir para animarla.
—Aquí es donde viste a padre por última vez, ¿no? —preguntó ella, sonando más serena.
—Sí. Su espíritu se reveló ante mí cerca de la estatua de la Diosa que hay en el interior.
—Tal vez… tal vez no se haya ido del todo.
Link no quiso desanimarla, pero había visto con sus propios ojos cómo el espíritu del rey se desvanecía por completo. Ella había insistido en ir a aquel lugar para buscar resquicios de su espíritu, una última oportunidad desesperada de contactar con su padre, y a Link le pareció un buen lugar para que ambos empezasen su nuevo periplo juntos. Lo correcto era que ella también tuviera la opción de hacer las paces con el pasado, lo mismo que había hecho él.
—Deberías entrar dentro y comprobarlo —la animó. Ella le sonrió fugazmente y se adentró en el templo.
Zelda estuvo rezando a la Diosa hasta que hubo oscuridad total. Link la esperó con paciencia, pero aprovechó el tiempo para buscar leña en los alrededores, le daba en el olfato que aquella noche podría volver a llover. Cuando Zelda salió del templo tenía las mejillas marcadas por las lágrimas, aunque se esforzaba por sonreír y parecer calmada.
—¿Has pensado ya dónde vamos a pasar la noche? —preguntó ella, intentando recuperar su tono más jovial.
—Bueno… tu padre tenía una cabaña cerca del bosque. Podemos ir allí, no está lejos.
—Me parece perfecto, vamos.
Link encendió una antorcha y guio a Zelda en dirección a la vieja cabaña del rey Rhoam, o del anciano. Le resultaba difícil considerar al rey como rey… para él era el anciano gruñón (y entrañablemente insufrible) que le había guiado cuando despertó solo y desorientado en la Fuente de la Vida.
La cabaña permanecía tal y como la había dejado tiempo atrás. Abrió la puerta haciendo un pequeño esfuerzo, la madera se había hinchado con la humedad y el desuso. Nada más entrar depositó parte de la leña en el hogar y encendió la chimenea con la antorcha que había usado para iluminar el camino. Zelda paseó despacio por la reducida estancia. Sus ojos pasaron por las cacerolas llenas de telarañas, la cama estrecha junto a la ventana y la chimenea, donde Link estaba agachado encendiendo el fuego.
—¿Aquí vivía padre?
—Sí —dijo Link, poniéndose en pie y sacudiéndose el polvo de las manos —Bueno… él era un anciano cuando lo conocí. No sabía que era el rey. Aunque tampoco puede decirse que él "viviese" aquí, supongo que es donde su espíritu descansaba o algo así.
—Ya.
Link se sentía un poco desorientado. La princesa estaba evidentemente triste. Aún tenía las marcas de las lágrimas en la cara y el verde de sus ojos era un poco más claro de lo habitual, le pasaba siempre que lloraba. Puede que él no recordase muchas cosas; como por ejemplo cómo era el Templo del Tiempo antes de ser destruido, pero era capaz de recordar casi todas las tonalidades de verde que podían tener los ojos de la joven.
—Voy a preparar algo de cena, no recuerdo la última vez que comimos y creo que voy a desfallecer —dijo él, tratando de exagerar para animarla.
—Yo… no tengo mucha hambre Link. Come tú. Mientras, trataré de arreglar la cama y limpiar un poco todas estas telarañas.
—¿N-no… no piensas comer nada?
Ella agitó la cabeza negativamente y se giró, agarrando un trapo viejo para comenzar a sacudir el polvo que había en las cacerolas y la mesa.
Link esperó a que la lumbre ardiese un poco más para asar un par de piezas de carne que llevaba en los víveres del equipaje. Mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en la última noche que había pasado en la aldea de Kakariko. Fue la primera vez que se las apañó para estar con Zelda a solas tras su reencuentro. Se habían visto en el bosque al norte de la aldea, y bajo la luz de la luna ella le había confesado que le amaba y volvieron a besarse, después de más de un siglo de separación. Zelda insistió en que se quedase a dormir esa noche con ella, "cien años es demasiado tiempo, Link" le había dicho, y él accedió, a pesar de estar bajo el mismo techo que los sheikah, que podrían descubrirles en cualquier momento. Aunque su instinto le pedía más, aquella noche sólo se besaron y acariciaron por encima de la ropa, para luego dormir abrazados sin separarse en ningún instante. Fue uno de los momentos más felices de su vida. El problema es que tras abandonar Kakariko, apenas habían vuelto a rozarse. Por un lado estaban las dificultades del viaje, que no fue todo lo agradable que él había previsto. Y por otro lado, estaba su torpe inexperiencia. La efusividad del reencuentro se fue emborronando poco a poco, así que Link se quedó sin excusas obvias para intentar un nuevo acercamiento. No quería dar un paso que pudiera hacer que ella se sintiese ofendida porque, aunque ambos trataban de actuar como si no fuese así, los cien años sin verse pesaban como una gran losa invisible.
—Link, vigila eso o terminará quemándose —observó ella, que estaba sentada en el borde de la cama.
—Maldita sea —dijo él, sacando uno de los pedazos de carne. —Está bastante quemado, aunque aún puede aprovecharse.
Ella lo contempló durante unos segundos y después rompió a reír. Link la miró atónito, sin terminar de comprender de qué se estaba riendo.
—Eres tan glotón como siempre, seguro que aunque se te cayese ese pedazo al suelo querrías comerlo. ¿En qué estabas pensando tan concentrado para dejar que se te queme así la comida?
—E-en nada —dijo él, sintiendo que las orejas se le sobrecalentaban por el rubor.
—Anda, deja que te ayude —Zelda se acercó al fuego y arrebató de las manos de Link el segundo pedazo de carne que pretendía asar —¿Ves? Las llamas están muy altas, no hay que acercarlo tanto si no quieres comer carbón.
—Sí, tienes razón —balbuceó él. Ella estaba muy cerca y deseó besarla. ¿Sería una buena idea si intentaba besarla? Después de todo estaba al borde de las lágrimas hacía sólo unos minutos. Mientras cavilaba sobre qué hacer, ella terminó de asar la comida, haciendo que su oportunidad (o lo que él había considerado como una oportunidad) se esfumase.
—No te atragantes con tu glotonería —bromeó ella, dejando la comida en un plato y volviendo a sentarse en la cama.
Él empezó a cenar con lentitud. Su apetito habitual estaba preso y comía por inercia, no paraba de pensar que estaba a solas en un lugar cerrado y remoto con Zelda. Se supone que tendría que pasar algo, pero no tenía la más mínima idea de cómo iniciarlo.
—He terminado —anunció, levantándose para depositar los platos sucios en el cubo de lavar.
Cuando se giró, Zelda se había puesto en pie y caminaba hacia él con seriedad y una mirada indescifrable.
—Bueno, pues aquí estamos —dijo él expulsando las palabras sin mucho acierto, sintiéndose torpe como un niño pequeño que sólo sabe balbucear.
Ella se acercó mucho más, tan sólo les separaban unos centímetros y Link pensó que se había decidido a besarle, sin más. Sin embargo, en el último instante ella ladeó la cabeza y puso la mano en el cordel con el que se anudaba el pelo en la nuca. Tiró del nudo suavemente y dejó que el pelo le cayese sobre los hombros. Zelda se retiró un poco para observarle y le sonrió satisfecha.
Link supo que el siguiente paso debía ser suyo, así que estrechó a la joven por la cintura para apegarla a su cuerpo. Ella respondió rodeándole el cuello y acercándose a él para recibir un primer beso tímido pero muy cálido. Link había deseado tanto algo así que pensó que iba a desfallecer. Tras esa primera e insegura aproximación, fue profundizando mucho más en sus besos, al principio con cierto temor, pero ella respondía siempre devolviéndole la misma intensidad, así que de alguna manera Link encontró el valor que le había faltado durante todo el día. Fue empujándola poco a poco entre besos cada vez más descontrolados hasta que la parte posterior de las piernas de Zelda rozó el borde de la cama. Entonces ella lo miró, respirando agitadamente, y se dejó caer arrastrándole de un brazo para que se tendiese sobre ella. Él trató de acomodarse sobre ella con delicadeza, mientras por su mente volaban pensamientos ardientes y desordenados sobre lo que iba a venir después. Retomó los besos, cuyo efecto era aún más placentero al sentir el cuerpo de la joven atrapado bajo el peso del suyo. La intensidad del contacto era tal que en un par de ocasiones tuvo que retirarse para recobrar el aliento, pero ella enredaba los dedos en su pelo y volvía a atraerle una y otra vez, como si no quisiera que él se despegase de ella en ningún momento. De forma instintiva presionó sus caderas contra las de ella, y Zelda dejó escapar un gemido que le alentó a seguir adelante sin poder controlarse. Al fin decidió que la tensión era insoportable, así que se elevó como pudo sobre ella para enredar los dedos en las cintas que le cerraban la camisa, pero le temblaban las manos y no sabía bien lo que estaba haciendo, "¿cuántos broches y lazos tienen las camisas de las chicas? Por la Diosa" se quejó mentalmente, con frustración.
—Tranquilo —dijo ella adivinando sus pensamientos —ya lo hago yo.
Ella le sostuvo las manos para retirarlas con suavidad y comenzó a deshacer los nudos por sí misma, mientras él la observaba. Invadido por la impaciencia se puso de rodillas en la cama, cada pierna a un lado del cuerpo de Zelda. Se deshizo de su camisa en lo que fue un suspiro en comparación con lo que estaba tardando ella.
—¿Qué es eso? —preguntó de repente Zelda, al observarle con el torso desnudo.
Link estaba tan absorto viendo que ella se había desabotonado su camisa interior casi por completo, que tardó un instante en procesar la pregunta.
—¿Esto? No es nada —dijo él, llevándose la mano al hombro izquierdo.
Zelda frunció el ceño y se detuvo. Se escurrió como pudo para ponerse de rodillas frente a él. Tiró de sus dedos para apartar la mano con la que se tapaba el hombro y descubrió una cicatriz, los restos de lo que había sido una quemadura profunda y de gravedad.
—No es nada —reiteró él, ciñéndola por la cintura para volver a besarla.
Por un instante ella respondió a sus besos y caricias, pero al comenzar a recorrer su espalda desnuda con la palma de las manos, Zelda volvió a detenerse.
—¿Qué es todo esto?
—No son más que restos de batalla, tranquila.
—Pero Link, tienes toda la espalda llena de cortes —dijo ella con un deje de pánico en la voz.
—No significan nada, son heridas que ya están curadas —se justificó, sin terminar de comprenderla.
—¿Y…y esa de ahí?
Zelda puso la mano sobre su pecho, muy cerca del corazón, que latía acelerado. Justo ahí Link tenía una fea cicatriz alargada, en forma de zigzag.
—Esta de aquí tiene una historia un poco más complicada. Ya te la contaré —sonrió, restándole importancia.
Zelda se mantuvo en silencio, con semblante serio. Él tomó la iniciativa para volver a besarla mientras la instaba a que se deshiciese de la camisa, tirando de las solapas para ayudarla a desnudarse. Ella suspiró un par de veces sobre sus labios, pero esta vez no se trataba de un gemido, ni de un intento de recuperar el aliento que arrebataba la pasión. Link se detuvo al sentir las lágrimas de la joven escurriéndose en su propia cara.
—Maldita sea —dijo él, agarrándole la cara con ambas manos. Ella no podía detener el curso de las lágrimas, tenía los ojos inundados con ellas y habían empezado a escapar sin control.
—No te preocupes —sollozó —se me pasa enseguida.
Él le secó las lágrimas con los pulgares, pero de inmediato su cara volvía a humedecerse con otras nuevas. No daba crédito a lo que estaba sucediendo y no tenía ni idea de cómo arreglarlo, él pretendía amarla y ella se rompía de tristeza entre sus brazos.
—Dejémoslo aquí —sugirió Link, apartándose de ella y sentándose en la cama, con la espalda pegada al respaldo de la almohada.
—Vamos a seguir, por favor —insistió ella, girándose hacia él y apretándole la pierna con la mano para reconfortarle.
—Así no puedo —le espetó, y sonó mucho más seco de lo que había querido.
—Pero Link…
—Ya te he dicho que no. Tú no… es suficiente. —gruñó, apartando la mirada.
Ella asintió con una mueca de aflicción y se volvió a abotonar la camisa interior sin pronunciar palabra. Después se hizo un ovillo a su lado y se tapó con la sábana, teniendo el cuidado preciso para no volver a rozarle.
Link la oyó sollozar durante un rato más, hasta que logró calmarse y supo que se había quedado dormida. Al verla tan frágil y desprotegida a su lado se sintió como un idiota. Había sido muy frío con ella, pero no comprendía nada de lo que había ocurrido esa noche y la frustración terminó dominándole. Ambos se amaban, eran jóvenes y deseaban estar juntos. Él había deseado que un momento así llegase con todo su corazón, y por la forma en la que ella había respondido sabía que el sentimiento era mutuo, más aún cuando ella fue la que se acercó a él en primer lugar. ¿A qué venía entonces toda esa tristeza? ¿Todo por unas ridículas cicatrices? No le cuadraba algo así. ¿Había sido muy brusco con ella y se había precipitado? "La has traído a la casa de su padre muerto, ¿qué diablos esperabas, idiota?" se fustigó. Tampoco sabía cuánto había que esperar con una chica para dar un paso así, tal vez ella no estaba preparada y se vio forzada a una situación que no supo cómo detener. Link llegó a la conclusión de que había estado demasiado ciego por su propio deseo y no supo ver más allá.
Suspiró profundamente para expulsar toda su rabia y se escurrió bajo las sábanas. Estuvo tentado de rodear a Zelda con los brazos un par de veces, pero sus lágrimas le venían a la mente una y otra vez. Lo mejor era darle espacio, la conocía lo suficiente como para saber que atosigarla no era la mejor opción, así que se giró en sentido opuesto y cerró los ojos, haciendo un esfuerzo por dormir y borrar de su mente todo el malestar.
