—Los personajes aquí utilizados son propiedad de sus autores, este escrito tiene como intención el simple entretenimiento personal así como el de quien lo lee.

Esta historia participa en la convocatoria que organizamos en el grupo de facebook: "Aomine x Kagami [Español]". Esta ocasión mi tema será: Vampiros. Aclaro que este es sólo el primer capítulo, ya que por cuestiones de tiempo y personales no pude lograr el objetivo de entregarlo en la fecha indicada que era hoy. Lo siento de antemano a quienes son participantes de esta convocatoria, pero en la siguiente entrega, subiré el resto de la historia hasta el final.

Capítulo I
—I—

A lo largo de su vida, Kagami Taiga se había visto envuelto en un cambio constante que le impedía hacer amigos, para él era extraño que a su padre lo cambiasen tanto de trabajo, obligándoles así a mudarse de una ciudad a otra. Al final, había pasado por cuatro escuelas para terminar los seis años que representan primaria, y cursó en una escuela distinta cada año de secundaria, sin contar las dos en las que hasta la fecha había recorrido cursando preparatoria.

No era sociable, pero tampoco necesitaba serlo. Normalmente junto a su hermano solía jugar básquetbol y aprovechando que eran mellizos —por tanto tenían la misma edad— iban juntos a la escuela, de ese modo no tenían que convivir con los demás. Pero todo fue distinto esta última ocasión.

Tenía diecisiete años y estaba por cursar su último grado de preparatoria cuando les avisaron.

—¡¿Pero por qué tenemos que separarnos, padre?! —Preguntó Taiga molesto, elevando un par de niveles el tono de su voz.

—Taiga, modérate —habló Seijūrō tan propio como siempre era. De los dos, a pesar de haber nacido tan sólo unos minutos antes que el más alto, Seijūrō siempre solía ser el más respetuoso además de maduro, mostraba una calma y determinación propias de un adulto desde que era pequeño, siendo admirado por quienes le conocían en su familia y por supuesto, por su propio hermano menor.

—Sólo será un par de años, Taiga —su padre hizo una pausa en la que miró a ambos chicos—. Tu madre se quedará contigo, yo me iré con Seijūrō.

—¡¿Ustedes se separan y ahora hacen lo mismo con nosotros?! ¡¿Por qué no dices nada, Sei?! —Taiga estaba explotando en ira, desde niño era dueño de ese carácter explosivo, siendo poseedor de una personalidad determinante cuando algo se le metía a la cabeza, pero siempre fue su hermano quien solía calmarlo.

El más alto de los pelirrojos no esperó una respuesta, miró de mala manera a los presentes y se marchó hacia su habitación sin ánimo alguno de continuar con esa conversación que para él se había vuelto absurda. La madre de los mellizos miraba el suelo conteniendo las lágrimas, sabía que esa separación no se debía a que su esposo y ella ya no quisieran estar juntos, esta distancia que pondrían iba más allá de una simple pelea de pareja como Taiga creía; pero no podían comenzar con las explicaciones, no por ahora.

Seijūrō permanecía en total silencio al igual que su padre. Para nadie era sencillo lo que iba a suceder y el mayor de los hermanos lo sabía, Taiga era —a pesar de su apariencia más ruda—, el más sensible a los cambios. Aunque ninguno de los dos esperó vivir uno como ese.

—Estás haciendo una escena digna de un adolescente —mencionó Seijūrō llegando a la habitación y parándose junto a la cama donde el más alto estaba recostado mirando el techo sin mucho interés.

—Sí, bueno… a los diecisiete creo que se sigue siendo uno, ¿no?

—No estoy seguro porqué lo estén haciendo, pero nuestro padre nunca decide las cosas sin una buena causa que lo lleve a ello.

—Tú siempre le das la razón.

Seijūrō sonrió un poco y luego se sentó junto a la cabeza de Taiga, llevando sus dedos al cabello rojo del otro y comenzando a acariciarlo mientras con sus ojos en color dispar miraba los de su hermano con atención. Sabía a la perfección lo que el más alto pensaba, todo lo que estaba pasando por su mente era claro para él y la verdad es que no tenían pensamientos muy distintos, ya que para Seijūrō tampoco sería fácil una separación, pero debido a su carácter siempre sereno, éste no se prestaba a que hiciera una escena.

—Vamos a estar bien —dijo Seijūrō, sintiendo los brazos de Taiga rodearle la cintura, así como ese rostro que se escondía en su estómago debido a la posición actual, misma en la que Taiga seguía recostado y su hermano sentado junto a él en la orilla de la cama.

Era un tanto extraña la conexión que podían lograr, quizás hasta cierto punto era increíble o rayaba un poco en lo fantástica, pero habían descubierto desde pequeños que podían crear un vínculo mental si así se lo proponían. No era algo que nadie más supiera, sólo ellos dos, era su pequeño secreto de hermanos.

Porque a pesar de que los hermanos siempre suelen llevarse un poco mal cuando son niños, ellos eran todo lo contrario a eso. Eran inseparables, Seijūrō era un niño que desde los cinco años mostró una cualidad demasiado extraña en alguien de su edad: madurez y agilidad mental. Porque hablar con ese niño era casi bizarro gracias a su forma de responder a una pregunta y mantener una conversación con un adulto, podría decirse que era un pequeño niño genio; además, el modo en que defendía a su hermano de cualquier reprimenda que sus padres les hicieran, todo en él era… increíble y fuera de lo común para alguien tan pequeño.

Contrario a ello, Taiga mostró ser un niño típico, con un amor a la aventura y a los peligros que desafiaba el instinto de protección de su hermano mayor, quien siempre procuraba cuidarlo ante cualquier adversidad provocada por el mismo pelirrojo que se lanzaba a las travesuras sin medir las consecuencias.

Cuando tenían apenas cinco años, Taiga se escabullía de su cama y se iba a la de su hermano, no estaba acostumbrado a dormir solo. También en las noches de tormenta cuando de pronto los relámpagos iluminaban la habitación, era el menor el que no tardaba en buscar los brazos del otro.

Su conexión no sólo era emocional como la que dos hermanos tienen naturalmente. No, la manera en que se conectaban iba más allá de cualquier ley física, y fue a la edad de diez años, cuando conocieron hasta dónde podía llegar dicho lazo.

Todo comenzó una ocasión en que Taiga siendo el aventurero, el chico kamikaze que estaba acostumbrado a sus habilidades y destrezas físicas para lo que fuera de deportes, decidió que sería una buena broma desaparecer un rato de la vista de su hermano mayor, sus padres, confiados en que los chicos eran lo suficiente responsables para su corta edad —aunque confiaban más que nada en el mayor de los mellizos—, les permitían siempre andar en el campo que rodeaba su casa sin vigilancia alguna de un adulto.

La zona rural en la que residían por aquel entonces, tenía campo abierto y un bosque cerca, estaba alejada de la bulliciosa ciudad aunque no por ello se encontraban exentos de hallar lugares un tanto peligrosos, como aquel barranco por el que Kagami caminaba y aunque solía hacerlo siempre, no contó con la aparición de un perro que a lo lejos comenzó a ladrarle logrando que él perdiera el equilibrio rodando por el semi–empedrado barranco hasta llegar al fondo. No era muy alto y por ello sus heridas no eran de vida o muerte, sólo eran rasguños que necesitaban limpiarse y moretones que sanarían con los días.

Cuando trató de levantarse sintió una punzada en su tobillo derecho y cayó de nuevo al suelo quejándose porque en verdad le dolía, pero estaba más asustado que lastimado, y sabía que no importaba cuánto se pusiera a gritar, nadie sabía que estaba ahí y ahora vendrían las consecuencias.

Trató de escalar en varias ocasiones, porque no era un niño que se diera tan fácil por vencido, en cualquier circunstancia lo habría logrado pero esta vez necesitaba de la fuerza de sus dos pies para impulsarse poco a poco hacia arriba y salir, y uno de ellos no le respondía.

Sei, Sei, Sei —sus ojos permanecían cerrados con fuerza mientras en su mente gritaba una y otra vez a su hermano. Se sentía adolorido y aunque no fuese propio de su personalidad, también estaba asustado.

Fue en ese momento en el que su emoción era tan fuerte y su deseo más grande era escuchar la voz de su hermano, que logró escucharle, aunque fue extraño ya que parecía un simple murmullo cerca de él, pero era Seijūrō y estaba seguro de eso.

¿Taiga? ¿Dónde estás? —Preguntó la voz serena de su hermano.

Su respuesta fue mirar hacia los lados sin saber exactamente cómo explicarle, y terminó por recordar que siempre solían jugar ahí cerca, indicándole entonces el lugar entre pensamientos. No tardó mucho en escuchar de manera clara y fuerte la voz de su hermano y ver sus ojos dispares asomarse por encima de él en el pequeño barranco.

—¿Estás bien, Taiga? —Preguntó el mayor, recibiendo una respuesta positiva y una sonrisa contenta del aludido, quien con sólo ver a su hermano sentía un alivio indescriptible llenarle, se sentía seguro a su lado; no porque necesitara protección todo el tiempo, sino porque se sentía completo.

Aquella tarde no hablaron, ninguno recordó luego del incidente que no era normal comunicarse con las personas como lo habían hecho entre ellos, aunque quizás pudieron atribuirle todo a la adrenalina o a su cercanía de mellizos, no lo hablaron con nadie, sólo dejaron el tema de lado sin mencionar.

Con el tiempo, cuando entraron a la adolescencia, una de las tantas veces en que su padre decidió que iban a cambiar de residencia, el asunto se fue de las manos, Taiga tenía apenas catorce años pero discutía con su padre acaloradamente.

—No vas a decidir tú lo que vamos a hacer, ¡dije que nos iremos y así será! —El padre se había contenido lo suficiente, pero ante las palabras insistentes de Taiga y su actitud rebelde, no le quedó más que elevar su voz para callarlo.

—No me voy a ir, aquí pienso quedarme —puntualizó—. No entiendo por qué siempre tenemos que estar siguiéndote, si quieres irte ¡vete solo!

Y cuando Taiga gritó aquello que en verdad no sentía, se dio cuenta de lo que estaba haciendo, sintió culpa por sus propias palabras y quedó inmóvil donde estaba, nunca le había hablado así a su padre. Sabía que él era un hombre de reglas, un padre estricto y con voz de mando, así que lo que acababa de hacer seguro le traería problemas, y así fue.

Recibió por parte de su padre una bofetada que lo mandó directo al suelo, desde ahí, miraba consternado por sus mismas acciones a su mayor. Entonces sintió un hilillo de sangre corriendo por su barbilla, se había mordido la parte interior de la mejilla y ahora sangraba su boca.

No hubo más palabras esa tarde, sólo se levantó y caminó en dirección a la habitación que compartía con su hermano, entró directo al baño para lavar su boca encontrando a Seijūrō escupiendo sangre en el lavabo.

—¿Qué sucedió? —Preguntó asustado, olvidando su propia herida.

—No lo sé, de pronto me dolió mucho la mejilla y creo que me mordí mientras dormía o algo porque está sangrando, pero no es nada.

Taiga se quedó helado, ¿qué había sido eso? Parecía ser demasiada casualidad, pero decidió tomar aquello como lo que era, una casualidad, porque eso era, ¿no?.

—¿Qué tienes en la boca? —Y fue el turno de Seijūrō para cuestionar por el hilillo seco de sangre que tenía Taiga en la comisura de sus labios. El menor de estatura se acercó hasta el otro y limpió con su dedo pulgar la zona que estaba manchada, notando el gesto adolorido de su hermano en cuanto ejerció un poco de presión en esa parte— ¿Por qué le hablaste así a nuestro padre? —Cuestionó sin esperar una respuesta, conociéndola de antemano.

Y podría decirse que sería fácil de intuir algo así, si se tratara de una persona que siempre tenía conflictos con su padre, pero no era así, Taiga solía ser un chico respetuoso con su familia, a pesar de tener un carácter normalmente difícil y explosivo desde niño.

Entonces, ¿cómo lo supo tan fácil si hasta hace poco Seijūrō estaba dormido?

—No fue nada —quiso mentir, pero no era tan sencillo, no cuando se tenía esa extraña, muy extraña conexión.

—Sabes que lo sé, ¿verdad, Taiga? —Preguntó Seijūrō serio.

—Y no te has preguntado, ¿por qué puedes saberlo?

El silencio fue todo lo que obtuvo como respuesta. La verdad es que sí se lo había preguntado, ambos pelirrojos se habían hecho esa cuestión en innumerables ocasiones, porque no era normal tener ese lazo, conocer tanto del otro a esa profundidad.

—¿Crees que preguntárnoslo nos dará la respuesta?

—¡No lo hará!, ¿pero es que acaso no sientes curiosidad? —Taiga expresó desesperado al ver la nula reacción de su hermano.

—¡Claro que siento curiosidad, Taiga! —Hizo una pausa y suspiró—. Ven, vamos a limpiarte esa herida.

El más alto ya no dijo nada, conocía a su hermano y estaba seguro que esa había sido la conclusión de la plática. Ya buscaría un modo de traer a colación ese tema o mejor aún, averiguarlo por sí mismo.

Quizás ese fue el momento en el que ambos se quedaron pensando sobre lo mismo, después de asearse se recostaron en la misma cama a pesar de tener cada uno la suya. Taiga era ante los ojos de los demás, un chico duro para su edad, sonreía bastante y le gustaba jugar básquetbol pero nunca le veías triste por nada, no importaba el tipo de situación por el que estuviera atravesando. Pero para Seijūrō no era así, él sabía lo vulnerable que el menor de los pelirrojos era en realidad.

Por ello, no le pareció extraño sentir el brazo de su hermano pasar a través de su cintura antes de esconder el rostro en su pecho cuando estuvieron listos para dormir un rato sin importar que fuera temprano. Taiga amoldó su cuerpo al otro, a pesar de la ya notoria diferencia en estaturas, solía estar acostumbrado a abrazarse a su hermano cuando tenía alguna emoción fuerte como la que ahora sentía.

Así también de pequeño cuando temía a algo, era su hermano mayor quien le recibía en su cama abrazándole fuerte para que no sintiera temor de las tormentas, o cuando creía haber visto algo en el armario de la habitación, sintiendo miedos a la oscuridad como cualquier niño de cinco años. Pero ellos no eran unos hermanos comunes…

De hecho, estaban lejos de que esa palabra los describiera.

Tras vivir esa situación a los catorce, comenzó a volverse más frecuente el hecho de que cualquier emoción muy fuerte los conectaba; aunque habían descubierto que el vínculo físico sólo se daba cuando el accidente sucedía mientras la situación que causaba esa emoción tan fuerte estuviera pasando, como lo fue en el caso de la discusión con el padre de los mellizos, quien a raíz de ello golpeó a Taiga mientras la conexión emocional aún estaba activada por llamarla de alguna manera, y terminó por afectar de igual modo a Seijūrō.

Cuando el menor de los pelirrojos llegó a los quince años, se sintió atraído por alguien, pero fue el mayor de los dos quien lo notó primero.

¿Cómo era eso posible?

—¿Te gusta ese chico rubio de tu clase? —Si había algo que no estaba en la lista de virtudes de Seijūrō, eso podría decirse que era el cuidado al hablar, por lo menos no se cuidaba con Taiga a quien le tenía una confianza abrumadora.

—…De, ¿de qué hablas? —Cuestionó nervioso, sacando una libreta de su mochila y dejándola caer sobre la mesa frente a él.

Ambos estaban en la habitación que compartían, tenían camas individuales para cada uno a los lados de su cuarto, y en medio del lugar estaba un escritorio no muy grande que usaban para estudiar, lo que el más alto se disponía a hacer antes de que su hermano soltara aquella cuestión.

Si bien era cierto lo que acababa de preguntarle, él no estaba ni enterado del todo de ello, apenas y en su interior comenzaba a sentir un nerviosismo típico de estar junto a la persona que te atrae, cuando jugaba básquetbol con el chico y con su hermano se sentía bien, y dado que en ese ciclo escolar no estaban juntos en la misma clase, Seijūrō y Taiga sólo se veían en los recesos.

Fue entonces Kise quien se acercó a él con su aura siempre feliz, siendo el primero en hablarle, era popular entre las chicas y eso era obvio, pero Taiga comenzó a compartir tanto tiempo en las clases con él que se sentía extraño, era algo que no conocía hasta ese día y que cada vez se hacía más fuerte, por eso le daba vergüenza hablarlo con su hermano y evitó mencionarlo.

…Olvidando el pequeño detalle de ese extraño vínculo que les hacía casi imposible evitar que el otro se enterara de sus emociones más fuertes.

Seijūrō elevó una ceja y permaneció sentado en la orilla de su cama, Taiga no lo miraba a los ojos, de hecho estaba con la mirada perdida en la libreta que apenas había abierto sobre la superficie plana del escritorio. Fue el más bajo de los dos el que se levantó y se paró tras su hermano, tomándole de los hombros y apretando estos para tratar de relajarlo.

—Sabes que lo sé —murmuró cerca de su oído. Taiga sintió un escalofrío recorrerle la espina al escucharle hablar así—, no importa si él te gusta… pero si te corresponde me encargaré de hacerle saber lo mal que lo pasará si se atreve a hacerte daño.

—Err… Sei, no hables como un mafioso —regañó, girándose en la silla y mirando hacia arriba los ojos de su hermano—. No pasará nada, porque no le diré, no tiene caso si en cualquier momento nos iremos de aquí también… ni siquiera sé porqué me atreví a tomarle un poco de cariño a alguien —dijo triste.

Seijūrō tomó con ambas manos el rostro de su hermano menor y lo obligó a mirarle, activando de alguna manera ese fuerte lazo que los convertía en uno.

Sabes que yo siempre estaré para ti, ¿no? —Taiga sonrió. Su hermano por lo general nunca decía algo tan cursi en voz alta, parecía que con el hecho de que él lo supiera a través de su conexión, con eso era suficiente.

Y en realidad lo era para él, así que en ese momento sonrió y se abrazó a su hermano.

—Lo sé, tampoco pensaba dejar que te fueras a algún lado, ¿sabes? —Comentó entre risas, aunque estaba lejos de sentirlo como una broma.

¿Cómo era posible haberse acostumbrado a algo tan extraño?

Porque la adolescencia llegó de lleno, y eventualmente comenzaron a sentir una y mil cosas que no podían reprimir, sobre todo Taiga que era el más impulsivo de los dos en todos los aspectos. Quizás fue por eso que ahora, a sus diecisiete años de edad y tras los últimos tres años en los que sufrieron toda clase de cambios y emociones, Taiga había logrado encontrar el límite que privaba a Seijūrō de enterarse de todo, había aprendido a controlarse y aunque no se reprimía o algo parecido, sólo ocultaba sus pensamientos de forma deliberada cuando así lo deseaba; ya que esta ocasión en que les había dicho su padre que se separarían, no tenía problema con que su hermano conociera por medio de sus pensamientos y su dolor, lo mal que le estaba haciendo sólo imaginarse estando sin él.

Para Seijūrō fue fácil mantener a raya sus emociones, controlar sus pensamientos de manera eficaz para que Taiga no se viese en ellos, fue el más alto de los pelirrojos el que tardó más tiempo en aprenderlo, pero al final, sabían que si era algo importante o que deseaban darlo a conocer al otro sin decirlo, podían hacerlo.

—No quiero que te vayas —mencionó Taiga abrazándose más a la cintura de su hermano. De pronto una duda lo atacó y se separó de forma abrupta, buscando la mirada del otro mientras se sentaba en la cama de igual manera— ¿Y si no funciona el lazo cuando estemos tan separados? —Su pregunta era genuina y causó ternura al mayor de los dos.

—Taiga, no se trata de una red de internet, es obvio que seguirá funcionando, tranquilo —dijo sonriendo un poco. Su hermano era el único que conocía todo de él, su lado más duro y también el más blando, incluso creía que era el único capaz de hacerlo sonreír de la manera más absurda posible, como ahora con aquella pregunta tan tonta—. Sabes que debemos obedecer a nuestro padre, él hace las cosas por alguna razón importante.

—Tsk… importante, importante… no es por trabajo o nos llevaría a todos con él, después de todo vamos llegando aquí, no es como si ya estuviéramos en clases o algo. Ellos se están separando y ahora lo hacen con nosotros, me parece la cosa más estúpida y molesta.

Y ahí venía de nuevo el enojo, toda esa furia contenida que se dejaba ir en palabras cuando sentía su sangre ardiendo en coraje, pensar en que lo iban a separar de su hermano le molestaba, estaba pensando en no hacerle caso a su padre e irse de esa ciudad tras ellos cuando…

—¡Ni se te ocurra, Taiga! —Olvidó por un momento la conexión y Sei se enteró de ese pensamiento que debió ocultar—. Si lo haces me molestaré contigo, tienes que cuidar a nuestra madre.

—No pensaba dejarla sola, claro que la llevaría conmigo.

—Te vas a quedar aquí, ¿bien? —Determinó Seijūrō serio, estaba dando una orden, no lo estaba sugiriendo.

—Tch… ya veo que no te importa que nos separen, te importa más seguir a nuestro padre en sus ideas estúpidas, pues váyanse los dos al diablo, no los necesitamos —dijo dolido, era eso, el dolor hablando a través de él.

Seijūrō se mantuvo serio, sin expresión alguna viendo a Taiga ahora levantarse por completo de la cama e irse. No tardó mucho en escuchar la voz de su madre preguntándole a dónde iba, y la respuesta simple de su hermano al contestarle un: a caminar.

No iba a ser fácil para él tampoco, no importaba lo poco que diera a conocer sus sentimientos, él también se sentía completo estando al lado de su hermano, más que de su madre o su padre, él necesitaba estar cerca de Taiga, pero había aprendido que su padre era un hombre inteligente y estaba seguro que si hacía esto no era por un mero capricho o una tonta ruptura matrimonial, había algo de trasfondo que quizás tuviera que ver con ese lazo.

…Y siendo él tan inteligente como lo era, estaba determinado a averiguarlo.

II—

Taiga estaba molesto con el mundo en general y no se preocupaba por ocultar en su expresión lo mal que se sentía en esos momentos, por ello, caminaba por el lugar que sería su nuevo hogar con un gesto sombrío y una mirada fija al frente. Llevaban ahí un par de días y hasta ahora no se tomó el tiempo de salir y explorar que tan grande o pequeño era dicho sitio, sólo se mantuvo encerrado acomodando toda la mudanza junto a su hermano.

En su camino se pudo dar cuenta que no era una metrópolis, el lugar básicamente era un poco más grande que un pueblo, tenía una zona de espesos árboles que les separaba de la carretera hacia la ciudad más cercana, así que bien podía asegurar que no se trataba de un lugar muy transitado o turístico, además no encontraba muchas cosas interesantes por ver.

Llegó en su andar a una explanada espaciosa llena de bancas y faroles que se le antojaban algo antiguos para lo demás, así como un kiosco en el centro que admitía le daba un toque retro al lugar. Había mucha gente a pesar de todo y siendo domingo por la tarde, muchas familias transitaban por ahí con niños corriendo de un lado a otro y parejas demasiado cariñosas demostrando más afecto del necesario de manera pública.

Pero él no iba ahí para socializar, no estaba en lo más mínimo en su mejor momento así que continuó su camino a un sitio más relajado, después de todo estaba utilizando lo más que podía su concentración para evitar que su hermano se metiera en sus pensamientos y supiera lo mucho que le dolía esto, porque más que enojado se sentía triste, con un fuerte sentimiento de vacío que le consumía.

Y si esto era sólo ante el pensamiento de una separación indefinida, ¿cómo sería vivirla en realidad?

Debió quizás haber sospechado algo cuando preguntaron una y otra vez sobre la escuela en la que ahora cursarían su último año de preparatoria antes de graduarse —o eso esperaban, terminar por fin ahí antes de volver a moverse de lugar—, su padre evitó dar cualquier tipo de información, de hecho cada vez que solicitaban algún dato sobre la escuela o si habían quedado en el mismo curso, se hacía el que estaba muy ocupado en ese momento y terminaba por cambiar de tema.

Ese debió ser el primer indicador de que algo estaba mal. Pero al ser Seijūrō y él como un mismo ente, no creyó que esto fuese posible. Tal vez a ojos de los demás podría estarse dando por vencido muy pronto, ya que a sus diecisiete años sería más fácil oponerse a una decisión como esa, pero conociendo a su responsable hermano sabía que no le haría desistir y seguiría apoyando a su padre en tremenda idea; su madre, aunque fuese terrible mencionar eso, no tenía voz en ello así que sólo estaba aceptar y hacerse a la idea de lo que se dijo.

Llegó a la parte más alejada de esa zona boscosa que rodeaba prácticamente a la ciudad entera, ver casi tanta gente como en la plaza central le hizo cuestionarse sobre la cantidad de gente que en realidad vivía en ese pequeño poblado, que aunque contaba con todos los servicios tecnológicos y rurales que una ciudad, se notaba que se acercaba más a un pueblo grande que a una ciudad en forma.

Escuchó los gritos de una señora que no estaba lejos, por lo que corrió hacia el lugar en donde los escuchaba, no tardó en llegar cuando miró a la mujer llorando y desesperada buscaba la manera de bajar por un barranco, apenas alcanzó a tomarla de los hombros antes de que ella, con nulo conocimiento sobre el rapel, tratara de bajar.

—¿Qué sucede, señora? —Preguntó tratando de ayudar, la mujer forcejeó un par de veces antes de comenzar a llorar con más fuerza.

—Mi hijo, mi hijo cayó por aquí, es un niño pequeño —decía entre llanto.

—Todo estará bien señora, tranquila —repetía Kagami— Bajaré por él, permanezca aquí, no vaya a cometer una locura.

—Eso déjaselo a los que saben, pelirrojo —la voz gruesa de alguien más llamó la atención del aludido, quien apenas y alcanzó a ver cómo un chico no mayor a él le sonreía desde la orilla en donde comenzaba el desnivel del suelo, dando segundos después un salto y perdiéndose rápido de la vista de los demás.

Para ese momento eran numerosas personas las que habían sido testigos de todo lo que sucedía, y por tanto, comenzaron a hablar en murmullos que se elevaban al ser tantos los que hablaban, comentando lo increíble que se veía aquella acción, algunos haciendo énfasis en que no conocían al pelirrojo, otros mencionando que el chico que saltó seguramente no saldría de ahí… por lo menos no caminando.

La ayuda profesional no tardó en llegar, los bomberos preparados para todo, así como una ambulancia y una patrulla, hicieron aparición en lo que ya se había convertido en un acontecimiento que seguro se comentaría por días y días al ser un lugar tan pequeño en donde la mayoría se conocía a pesar de ser tantos pobladores.

No alcanzaron a bajar cuando la silueta de un chico moreno, de ojos y cabello en el mismo tono azul apareció en la pendiente, llevaba al pequeño aferrado a su espalda y con ambas manos escalaba sin importarle que no tuviese el equipo adecuado para realizar dicha acción.

Taiga se sorprendió, ¿acaso sólo él había visto el modo tan… increíble en que saltó aquel chico? Porque parecía haber salido de la nada y de pronto se convirtió en el chico increíble.

Verlo salir sin ningún rasguño tras realizar aquella hazaña fue una verdadera sorpresa.

El chico se convirtió en una especie de héroe al realizar esa acción, parecía que el pequeño sólo tenía rasguños y algunos golpes que no eran de cuidado, aún así lo habían llevado junto a su madre al hospital para realizar los estudios necesarios y asegurarse que ninguna lesión más grave se hubiera ocasionado en su interior.

Taiga no se acercó a él. Tras el furor que causó aquel acontecimiento, no pudo evitar quedarse mirando por largos minutos al que de la nada se volvió un superhéroe para la población en general. Fue cuando recibió de lleno la mirada azul sobre sus ojos rojos, cuando despertó de su letargo y comenzó a alejarse.

No parecía un buen día para estar vagando por ahí. Ya que a pesar de lo que pasó, todo había terminado bien.

.:Continúa:.

—¤Žhenα HîK¤—

"Algunos pensamos que lo que nos hace más fuertes es aguantar, pero otras veces es dejarlo estar."
—Hermann Hesse

Son muchas las opiniones que hay acerca del #Hazelparo que haremos algunas escritoras, sólo pido comprensión, a todas las que son únicamente lectoras traten de ponerse del otro lado de la moneda y pensar en lo que les gustaría recibir si en algún momento comienzan a compartir sus escritos. Terminado el mes de paro, como dije, subiré lo que resta de la historia, esto sólo es con la intención de que no crean que ni la he comenzado o que ni lo intenté. ¡Claro que lo hice! Pero la escuela me sobrepasó.

Gracias por su comprensión y a quien lea y me haga llegar su comentario, se lo agradeceré mucho.