—Aguarde un momento más, por favor. Ya casi termino.

Tiki asiente, con una sonrisa de medialuna cubriéndole el rostro, y siguiendo la recomendación del joven entre el lienzo y la butaca. Los ojos se le cierran y las pestañas están cosquilleándole las mejillas como a pequeños retazos de pintura sin secar.

—¿Cómo puedes sonreír estando tan quieta? ¡La energía brota del moverse! —A lo lejos, la voz de Nowi la desembota. Lleva algunos mechones verdes enroscados sobre sus orejas y los pómulos, del color de una manzana limpia, se inflan en un puchero. No hay gran alteración: dada su naturaleza infantil, confiere el aura de haber estado jugando en los matorrales otra vez.

—¿Qué tal si salimos a jugar? —La manakete pregunta y se fija en que Tiki, con un parpadeo digno de un pájaro, no emite respuesta. Una idea le desordena los pensamientos, quitándose las ramitas incrustadas en aquella maraña verde que le exorna la cabeza, y lanzándolas en dirección al joven de boina y pincel.—¡Deja en paz a Tiki, estúpido bravucón! ¿Que no ves que quiere salir un rato? —Lo zarandea mientras tortura sus tímpanos a gritos y Tiki se despabila, unos minutos después, de su ensoñación.

—Pronto, Nowi —Susurra con tranquilidad, enderezándose, y en la mano un ornamento que posiciona a la altura de su nariz.

—La insistencia de esta niña descoloca hasta al más ruidoso de los seres, pero, única como es, ha de conservarse como un tesoro. No se preocupe, milady. Solo bastaría con ajustar unos detalles junto a la gracia de mi memoria, por lo que no queda más con lo que incordiarla.

—¡Adelante, Tiki! —Nowi esboza una sonrisa de extremo a extremo y, en una fracción de segundos, se somete a una metamorfosis; sigue en su forma humana, pero las franjas de luz que se le deslizan por los labios le confieren un tinte mucho más lóbrego.—¿O es que acaso no quieres jugar conmigo? —Dice, con voz agobiante, hasta que el brillo en los ojos de Tiki sentencia una réplica.

—Claro que quiero, Nowi —La Voz de Naga se le acerca, y sus pasos y palabras repican por el suelo de la habitación. Le acaricia un hombro, guiándola hacia afuera. Cuando a Nowi le arden los pies de tanto andar, ambas dejan que la hierba les resbale por los muslos.

—Tiempo es lo que más hay, ¿no? —La menor (mil años y contando, afirma Tiki, para que después Nowi le solloce que le guarde el secreto al menos frente a los niños de la aldea), más afirmando que interrogando, murmura. Tiki le guiña un ojo y le asegura que sí, que el tiempo no es eterno y aunque condene, hay de sobra para las dos.