La encrucijada del Cristal del Tiempo.

I

Transcurría el año 712 de la Segunda Era Solar en aquél viejo mundo que ya había nacido hace tantos años atrás, siendo testigo de catástrofes, guerras, masacres y hambre, pero al mismo tiempo de esperanza, sueños y amor.

En el corazón de esta vasta extensión de terreno encontramos al reino de Dianalund. Hace dos años sus habitantes sufrieron un duro golpe al enterarse del repentino fallecimiento de su monarca, justo ante las puertas de un conflicto bélico contra el reino de Roslev, al norte. Sin embargo, el pronto actuar de su princesa logró dar fin a una batalla que no dejaría ganadores, sin derramar siquiera una gota de sangre.

A los pocos días de aquellos acontecimientos la joven princesa de veinte años fue coronada como la nueva soberana de Dianalund, y su hermano menor de tan sólo diecisiete como el nuevo príncipe, a pesar de poseer madres diferentes.

Todos en el reino se encontraban atareados con las preparaciones para el festival de Beltaine que se encontraba a la vuelta de la esquina. ¡Todo debía ser perfecto! No estaba permitido que nada quedara fuera de lugar; ni una flor fuera de sus coronas, ni las cintas sin enlazar en las puertas de las casas; las mujeres llevaban varios días preparando el festín que el pueblo entero disfrutaría, marinando la carne que se asará, preparando las salsas, guisos y tartas para disponer en las mesas de la plaza central. Las bandas de músicos practicaban a toda hora para no cometer errores y varios hombres terminaban de acarrear la leña desde el bosque para acomodarla en la gran montaña de maderos que más tarde conformaría la fogata que se encendería para el gran final de la celebración. Oh sí, todo era perfecto, tanto el dulce aroma que desbordaba las calles, como la jocosa melodía que llenaba el ambiente, o la apacible vista que podía apreciarse desde uno de los balcones del castillo, en lo alto del pueblo.

La joven mujer apoyó sus codos en el barandal de piedra, mientras que al mismo tiempo sus manos con sus dedos entrelazados sostenían su barbilla. Sus claros ojos gentiles y bondadosos estudiaban todo cuanto podían ver. Tras un largo suspiro que escapó desde lo más profundo de sus sueños despiertos, volteó, haciendo danzar la falda de su largo vestido verde pálido mientras que los encajes y cintas de sus anchas mangas giraban con ella al compás de la música imaginaria. Se detuvo de golpe al notar que ya no se encontraba sola en aquel lugar.

–Su majestad –habló uno de los tres jóvenes que se encontraban al otro lado del ventanal–, se solicita su presencia en el centro del pueblo; el grupo encargado de la repostería quiere su opinión –sin apartar la mirada hacia su reina, se aproximó a un banquillo cercano y tomó la diadema de plata que parecía olvidada a propósito para luego depositarla suavemente sobre los cabellos rosáceos de la mujer–. Le ruego que no los haga esperar más.

–¡Ya te he dicho que no tienes que ser tan formal conmigo, Ki-chan! –entonces ella hizo caso omiso de las protestas del joven y levantó sus delicadas manos para revolver la rubia cabellera, y en tanto ella reía afable, el muchacho cerraba sus ojos para intentar no sonrojarse al sentir los dedos de su reina acariciando sus mejillas para posteriormente depositar un suave beso en su frente–. Aunque sea la reina tú sigues siendo mi hermano menor; ante todo lo demás nunca olvides que somos familia.

–Hermana… me avergüenzas…

Pero no obtuvo respuesta por parte de la emperatriz. Sólo le dirigió una dulce sonrisa y se marchó escoltada por los dos hombres que habían llegado junto al príncipe. Lo último que Ryouta vio fue la larga trenza de su hermana desaparecer tras doblar por un pasillo. Aún le costaba comprenderlo; fueron criados juntos pero no precisamente como hermanos, motivo por el cual le tomaba trabajo aceptar tanto amor por parte de su nueva soberana. Aún podía recordar aquellos días de su niñez donde recorría los mismos pasillos del castillo, siendo casi invisible ante la mirada de la servidumbre y los soldados. Fue una infancia solitaria a excepción de Satsuki; el pequeño rayo de sol que iluminaba los vacíos y oscuros corredores de su antiguo ser.

Él nunca conoció a su madre, ella falleció en el parto. La antigua reina y madre de su media hermana no era precisamente la mejor imagen materna con la que pudo crecer, por lo demás ese espacio lo ocupó Satsuki ante su repentina muerte. Si bien no fue la mejor mujer del mundo, mucho menos con el pequeño Ki-chan, como la joven aún acostumbraba llamarlo, nadie deseaba que falleciera de pronto. Desde ese entonces que el antiguo rey comenzó a enfermar más seguido y su salud a empeorar a medida que pasaba el tiempo… hasta hace dos años atrás, cuando sus hijos tenían dieciocho y quince años, respectivamente. Nunca fueron sus intenciones dejarles todo el peso que conllevaba el gobernar un reino, mucho menos a tan pronta edad.

Sin embargo así lo quiso el destino y se vieron en la obligación de tomar el puesto que había quedado vacío, sin derecho a objeción alguna.

En dos años las cosas cambiaron mucho; el pequeño que nadie veía a propósito de pronto fue el centro de atención de todo el mundo, le llevaban regalos y lo halagaban por cada cosa que hiciera. Ryouta estaba enfermo de esa situación. Odiaba con todo su ser el título que desde la nada cayó sobre su cabeza y que además, era imposible de quitar. Le repugnaba el cinismo del resto hacia su persona hasta el punto en que las nauseas eran más poderosas que cualquier petición de su adorada hermana. Por ella era capaz de soportar algunas cosas, pero la mayoría de las veces prefería hacer lo imposible para huir y mantenerse al margen de toda situación. Oh, pero por su puesto… el festival de Beltaine que se llevaría a cabo en dos días tampoco era la excepción… y aunque tuviera que batallar con todas sus fuerzas contra Satsuki, haría todo lo que estuviera a su alcance para no asistir y quedarse sólo en el castillo.

O esas fueron sus intenciones en una primera instancia.

Durante la noche anterior al inicio oficial de la primavera el castillo se estremeció por completo.

La medianoche había quedado atrás hace unas horas y todos en el reino dormían tras un agotador último día de preparativos de las festividades.

El joven príncipe yacía recostado en sus aposentos cuando un ruido sordo e imperceptible se hizo presente desde el exterior. La suave brisa nocturna abrió lentamente la puerta de cristal que daba hacia el balcón de la habitación del muchacho, haciendo que las cortinas semitransparentes danzaran fantasmales mientras la puerta continuaba abriéndose.

Lo único que Ryouta fue capaz de percibir fue su colchón hundiéndose ante un peso desconocido y que unas poderosas manos apretaban con firmeza su garganta, despertándolo por completo. No podía respirar, mucho menos gritar, y el peso de aquella persona se posó sobre todo su cuerpo, dejándolo imposibilitado de huir, mas no forcejear por conseguir liberarse. Todo fue demasiado rápido y repentino, incluso para sus ojos. Lo último que pudo recordar fue un dolor punzante en su pierna izquierda y un grito de dolor desgarrador que parecía imposible que haya salido desde su propia garganta.

En un instante los guardias ingresaron en la habitación y hallaron a su príncipe envuelto en sábanas ensangrentadas y sus finas facciones contorsionadas por el dolor.

Para cuando la reina se hizo presente, lo único que los soldados encontraron fue una daga bañada en sangre olvidada en el balcón junto a una nota que decía: «Larga vida al falso príncipe».

Para todos los presentes fue mayor el espanto que la sorpresa al ver los ojos de su reina, antes dulces y amables, ahora llenos de cólera e indignación. Se abrió espacio entre los hombres que habían vendado la pierna de su hermano, y luego de sentarse en el borde de la cama lo abrazó. Dejó que su cabeza descansara en su pecho y, aún en su regazo, comenzó a peinar con sus delgados dedos las hebras doradas de cabello.

–Esto no se quedará así –susurró.

–Estoy bien, regresa a tu cuarto Momo-

–¡No Ryouta! No entiendes –paulatinamente su voz se fue transformando en un fino e inaudible hilo de voz para el resto del mundo, menos para él–, juré que nunca permitiría que te pasara algo, es inconcebible que te haya pasado esto estando en tu propia cama…

Los soldados que aún aguardaban en la entrada entendieron la silenciosa orden por parte de la mujer, que con solo una mirada les indicó que se retiraran.

–En realidad estoy bien… por favor, no llores más…


Cuando al fin los rayos del sol se posaron en el rostro del príncipe, abrió los ojos con pereza y se sentó despacio en la cama. Su pierna aún dolía como el infierno, y admitió que fue afortunado en que fuera su pierna el lugar de destino de la daga… y no su cuello.

Pronto llegó una empleada que lo ayudó a vestirse y le cambió el vendaje. Apenado por sentirse inútil le dio las gracias a la anciana, la cual sólo se limitó a sonreírle de vuelta. Una vez listo, como pudo se dirigió hasta el salón del trono donde encontraría a su hermana, y tras cada paso que daba una silenciosa maldición salía de sus labios. Estaba casi seguro que a medida que caminaba el vendaje se soltaba y la herida se habría más.

Las imponentes puertas de madera tallada se abrieron ante su presencia y continuó su penoso andar, rechazando a cada uno de los soldados que intentaban suministrarle algún tipo de apoyo para que no forzara en exceso su pierna lastimada. No obstante su hermana corrió a su encuentro y lo regañó, por culpa de su obstinación su pierna podría quedar peor.

–Deja de preocuparte tanto, de verdad estoy bien –mintió. No se trataba de que lo hiciera seguido pero tenía facilidad para mentir y ocultar cosas, por lo que debió morderse la lengua ante su decisión… odiaba no decirle la verdad a ella.

-No, no lo estás –sentenció–. Te conozco mejor que nadie y sé cuando no me estás diciendo la verdad, debería darte vergüenza por intentar engañarme, tú, pequeño-

Pero el sonido de unos pesados pasos aproximándose a sus espaldas hizo que la emperatriz guardara silencio y cambiara su actitud hacia su hermano.

–Oh, es cierto. Ki-chan, quiero presentarte a alguien.

El príncipe observó de pies a cabeza al desconocido, quién simplemente le ofreció una sonrisa con aires de superioridad.

–Con que este es tu querido hermano, Satsuki –el hombre avanzó unos pasos más para quedar frente a frente al rubio, quién lo miraba con desafiante mientras apretaba los puños –. Tiene una linda cara, como una niña.

¿Qué? ¿Escuchó bien? ¿Acababa de llamar a su hermana, la reina de Dianalund por su nombre y sin ningún tipo de honorario? ¿Le había dicho a él que tenía cara de niña?

Un extraño sabor amargo subió desde su estómago hasta sus labios, desparramándose en el interior de su boca, listo para contraatacar con palabras hostiles cuando su hermana lo trajo de regreso a la realidad con una sorpresiva revelación:

–¡No seas cruel con él, Dai-chan!

¿Dai… qué?

Sus ojos perplejos exigieron explicaciones que no se hicieron esperar por mucho tiempo.

–Ryouta, por tu bien es mejor que no te presentes esta noche durante el festival –bueno, esas palabras eran esperables dados los acontecimientos de la noche anterior, en donde ella misma cambió las sábanas sanguinolentas a causa de la estocada en su pierna, y luego se había rehusado en dormir lejos de su hermano menor, pero lo que agregó a continuación lo dejó completamente enajenado–, sin embargo, me temo que al no poder ausentarme, tendré que confiar tu seguridad en otras manos.

Los ojos ámbar del príncipe permanecieron cerrados por largos segundos hasta que sacudió su cabeza de lado a lado, intentando procesar la información sin mucho éxito:

–¿Perdón?

–Ki-chan, él es… un buen amigo mío. Será tu guardaespaldas hasta que descubramos quién quiere hacerte daño, hermano.

–Aunque seas medio hermano de Satsuki, para ti soy Aomine.

La sonrisa socarrona de ese sujeto de piel morena lo estaba sacando de quicio, dirigió su semblante al suelo y cubrió sus ojos con una de sus manos al mismo tiempo que la emperatriz se apresuró en sujetarlo desde el otro brazo. Parecía que en cualquier momento colapsaría y se desmayaría. Lo único que cruzó por la mente del joven príncipe fue: «Esto terminará en desastre.»


Ok, capítulo 1.

Pequeñas aclaraciones: los nombres de las ciudades o "reinos" que aparecerán en esta historia son reales, pero simplemente son nombres al azar que tomé de un mapa.

Creo que mi fuerte en cuanto a escritura es este tipo de género (en cuanto a lo de relato de fantasía), espero no se haga tedioso de leer tanto detalle.

Las celebraciones: principalmente son antiguas fiestas paganas de acuerdo al calendario celta.

Sólo eso que decir, ojalá esta historia se les haga tan agradable de leer como lo es para mi el escribirla.

Y Rated M por capítulos futuros.

Oh, y por supuesto: KnB no me pertenece, sólo quiero hacer una pequeña historia de ficción basada en sus personajes.

Saludos.