Dicen que en esta vida hay cuatro tipos de personas: las que se veían inocentes como pequeños Buneary pero eran tan terribles como un Carvanha y aquellos Sneasel con corazón de Teddiursa. Naturalmente estaban los que se veían y eran temibles como un Garchomp furioso y los que eran puros e inocentes como un Jumpluff.

Poner a Brandon dentro de uno de estos grupos era complejo. Su semblante era serio y hasta malhumorado, pero quienes lo conocían dentro del Frente de Batalla sabían que era un tipo que de vez en cuando le daba por contar un chascarrillo y que en general no era un mal sujeto. Le apodaban 'Valente' por su insignia a la valentía, misma que debían tener sus oponentes para hacerle frente a sus tres pokémon legendarios.

En efecto, en Kanto era un hombre respetado, el as de batalla más fuerte de todos, un coloso como sus capturas. Un hombre valiente. Pero su grandeza dejaba tras de sí una sombra de mayor tamaño. La penumbra de Brandon llegaba hasta un pequeño lugar en Sinnoh, una cabaña en Rocavelo; extendiéndose sobre el rostro demacrado de una madre que no para de toser, un bebé envuelto que no deja de llorar y un niño que pregunta sin cesar cuándo volverá papá… un niño que en su nombre llevaba grabado la fascinación del hombre que le dio la vida… Reggie. A la sombra de toda batalla, se encontraba la tumba de aquella mujer que hasta el último momento esperó el regreso de su amado, ese que le prometió regresar en cuanto viese cumplido su sueño de poseer a los pokémon que desde niño habían robado su atención. A espaldas de su fama crecía el odio de un niño pequeño que sólo conocía el abandono y las falsas palabras de su hermano… "Todo estará bien, Paul, se fuerte".

Entonces se acordaba y de pronto se le iba ese valor, sencillamente no tenía rostro que mostrarle a lo que quedaba de su desmoronada familia que no fuese una máscara de todo lo que en su trabajo representaba.

Sinnoh era la tierra donde los valientes temblaban.