Discleimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Yo, una vez más, sólo lo quito prestado… Como unas alas para mi lápiz. Ok, eso fue cursi. Como sea, la trama sí es mía. Así que no acepto ningún tipo de copias en otras páginas… Si es que a alguien le llega a gustar tanto para hacerlo.

Hermosas Ovejas Negras

Capítulo 1. Llegada.

Bella.

Bella observaba el sol ponerse a través de la ventana del coche de su padre. Era un día caluroso, y los árboles de la carretera pasaban a su vista como un borrón, pero no por la velocidad del coche; su padre, como buen sheriff, nunca corría demasiado. Era las lágrimas lo que le entorpecía la vista. Lágrimas a raudales que salían de sus ojos marrones, dejando huellas de rabia en su rostro.

Pudo sentir cómo Violetta se volteaba hacia ella, pero no le hizo caso. No la quería ver, ni a ella ni a su padre. ¿Cómo pudieron…? ¿Cómo se atrevieron a hacerle algo así a ella? ¡Era su hija, por amor de Dios! Y por más mal que se portase, no tenían derecho a hacerle eso… Como si ella fuese un paquete viejo que se tira a la basura. No había derecho. En aquel momento, le provocaba morirse. Ahí mismo. Y que la tiraran a un lado de la carretera, sin funeral, sin nada más.

La rabia que cargaba encima no era normal, y la infectaba de tal manera que no le quedaba más sino odiar. Y odiarse.

Nadie dijo nada durante el resto del camino, y así era mejor, porque no sabía que podría salir de sus labios. El carro de Charlie comenzó a bambolearse cuando entraron al terreno irregular de tierra de aquello a donde la llevaban.

Un campamento de locos. Eso era. Ningún lugar de descanso… ¿Acaso creían que era estúpida, que no sabía que hacían eso sólo para deshacerse de ella?

Entonces el carro se detuvo, y Bella sintió como se le hundía el estómago en lo más profundo de su cuerpo. Miró hacia el frente, donde un letrero verde de latón rezaba en letras blancas y cursivas –como la de los manicomios- "Campamento Cullen para jóvenes".

Pensó que no podía rabiar más, pero así fue. Incluso un sonido entre gemido y bufido se escapó de su garganta.

Árboles de pino, tierra y unas cabañas enormes fue lo primero que vio. Luego, varias personas, personas jóvenes mayormente.

-Bella- la voz de Violetta la hizo cerrar los ojos de manera impaciente. La ignoró por completo- Bella- insistió la mujer, pero la chica ni se inmutó.

-Isabella- esta vez fue su padre, y su voz algo dura la hizo voltear a regañadientes. Clavó sus ojos en los de su padre sin esconder su rabia. Algo él vio en ella que hizo suavizar hasta cierto punto su expresión. Bella creyó ver en ellos algo de culpa. Charlie respiró profundamente- Cariño... Sabes que esto es lo…

-¿Mejor para mí?- le interrumpió con ira, apretando los dientes. Sus uñas se clavaban en sus costillas casi sin que lo notara- Invéntate otra excusa que esa no me la creo.

Violetta suspiró suavemente y se puso una mano en el vientre abultado y redondo. La muchacha retiró la vista con rapidez de ahí y la fijó en un árbol cercano.

-Aunque no lo entiendas en estos momentos, es lo mejor, Bella…

-Tú no, por favor- se rió amargamente- Fuiste tú la de la idea, no me vengas con que lo hiciste por mi bien- masculló, volviendo sus ojos úricos a los verdes de la esposa de su padre. No toleraba aún que ella quisiera imponerse como si fuese su madre… Su madre no le hubiese hecho esto.

-Isabella- advirtió su padre, haciendo que se callara. Sólo su respiración acelerada fue lo que se escuchó en el carro por un instante. Charlie se pasó una mano por el cabello y la miró con pesar, mientras ella de nuevo evitaba mirarlo- Cariño… Desde hace tiempo te me escapaste de las manos… Ya no puedo controlarte- mientras hablaba, por las mejillas de Bella corrieron más lágrimas. No puedo evitar sentirse mal por la forma dolida en que hablaba su padre. Quiso odiarlo, pero no pudo- Pensé que era cosa de edad… Y me di cuenta tarde del mal que te hacías…- su voz se quebró ligeramente y tuvo que carraspear- Te quiero, por eso hago esto.

La chica no dijo nada más, e intentó tragarse las lágrimas sin lograrlo.

Cuando su padre y Violetta bajaron del coche, estuvo tentada a no imitarlos y hacer un escándalo… Pero ella odiaba las escenitas de cualquier tipo, y era incapaz de llamar la atención de aquella forma. De todas formas, veía que la decisión de su padre era firme y definitiva. No había más nada que hacer.

De forma renuente, y con la tentación constante de regresar y encerrarse en el carro, siguió a su padre hasta una pequeña cabaña que parecía una pequeña oficina, por lo que pudo ver a través de la ventana.

Prudentemente, Violetta quiso quedarse atrás, mientras su padre la llevaba hasta aquella especie de dirección. Todo aquello le parecía un mal juego, algo irreal. Ante unos golpes de nudillo, la puerta de madera se abrió y por ella salió un hombre guapo y rubio. Bella lo observó con toda la curiosidad que le permitía su coraje.

-¿Doctor Cullen?- preguntó Charlie, algo confuso.

¿Doctor? Ya ese hombre le caía mal. Más doctores. Los adiaba.

El hombre le sonrió y le estrechó la mano. A su pesar tuvo que admitir que no tenía pinta de mala gente.

-¿Charlie Swan, no?- preguntó a su vez el doctor Cullen. Luego, sus ojos verdes claros bajaron hasta dar con los de Bella- Y tu debes ser Isabella- aventuró, por lo que la chica supuso que ya debía saber cosas de ella. Se quedó atrás aún cuando el médico le tendió una mano con amabilidad.

-Isabella, por favor- gruñó su padre, pero ella no hizo nada aparte de mirarlo de forma desafiante.

-No importa, Charlie- intervino el hombre rubio sin mostrar hostilidad- Ya tendremos tiempo de conocernos- fijó de nuevo su marida apacible en Charlie –Antes que nada, quisiera hablar brevemente con usted, si no hay problema.

-Claro- se volvió hacia la castaña- Siéntate y espérame ahí- le ordenó con acritud. Bella se desplomó en una silla de madera dura al tiempo que su padre cerraba la puerta tras él. Se apretó más el suéter en torno al cuerpo. Hasta ese momento no se había dado cuenta del frío endemoniado que hacía en aquel lugar. Miró sus uñas: azules. Sonrió de forma enfermiza. Entonces, hubo algo que llamó su atención.

Un carro plateado y bonito se estacionó cerca de otro negro, que tenia igual pinta de caro. De él salieron tres chicos, y Bella no pudo evitar mirarlos interesada, dentro de su indiferencia.

El primero, que parecía el mayor, tenía el cabello rizado y negro, unos músculos enormes y bien formados se adivinaban bajo un suéter deportivo. Era guapo, de facciones finas pero varoniles, y alto, muy alto. Se movía con gracia a pesar de su tamaño, y una sonrisa juguetona le restó algo a lo intimidante de su facha.

La siguiente fue una chica bajita y delgada. Su cabello negro hasta los hombros contrastaba contra su piel blanquísima. La chica vestía bien, y avanzó con gracia de bailarina hacia la cajuela del auto donde el otro ya estaba descargando cosas.

El último en bajar fue un muchacho alto, más joven que el primero. Llevaba gafas de sol, y una camisa de algodón gris. El sol que atravesaba los árboles le daba en el cabello alborotado confiriéndole un curioso color castaño cobrizo. Era igual de blanco que la chica y su andar le recordaba al de un felino. Había algo en él que no le permitía apartar la mirada… Aunque no supo que era. Quizás fueran los lentes, que le daban cierto aire misterioso, o quizás fue una sonrisa ladeada que le dirigió a los otros dos, antes de perderse tras la maleta del carro.

Bella los observó mientras los chicos cargaban unas maletas fuera del carro y las colocaban al lado del mismo. El que tenía pinta de levantador de pesas se recostó del coche y el otro chico también, mientras que la chica caminó hasta llegar al pequeño porche de la cabaña. Al llegar ahí, se fijó en ella y le sonrió.

-Hola- le saludó amigablemente. Esta chica era hermosa. Tenía facciones finas que le hacían recordar las estatuitas de hadas que tenía su abuela en la mesita de la sala. Sus ojos azules y grandes emanaban alegría- ¿Sabes si Carlisle está ocupado con alguien?- le preguntó, señalando la puerta.

-¿Carlisle es el doctor Cullen?- preguntó Bella a su vez.

La chica rió, y el sonido que brotó de su garganta pareció al de campanitas en el viento.

-Si… El doctor Cullen. ¿Está con alguien?

-Si, mi padre está hablando con él- respondió con desdén. Miró hacia los chicos de nuevo, que hablaban tranquilamente.

-Ah- musitó la chica- Bueno, esperaré un momento aquí- y se sentó en otra silla, a su lado. Luego se volvió hacia ella rápidamente y le tendió una mano- Soy Alice, por cierto- se presentó sonriendo.

-Bella- le estrechó la mano, sin poder evitar sonreírle un poco. No sabía por qué, pero aquella chica le daba buena espina. Se preguntó como era que tenía tan buen humor estando en un lugar como ese. Quizás esta se drogaba…

Entonces la puerta se abrió y por ella salió Charlie acompañado del doctor Cullen. El semblante de su padre seguía siendo sombrío. Se volvió hacia el médico, estrechándole la mano de nuevo, esta vez había algo en su rostro que le hizo desconfiar.

-Gracias doctor- musitó.

-No me lo agradezca ahora, Charlie- le dijo con expresión amable. Luego miró a Bella- Vamos Bella, tienes que llevar tus cosas a tu habitación- le indicó con suavidad.

La aludida se paró como movida por un resorte. Era definitivo. Ahora si. El miedo desplazó a la rabia y más lágrimas comenzaron a bajar por su cara. Oh Dios….

-Papá… por favor…. –rogó ella, sin mirar a nadie más.

Su padre se pellizcó el puente de la nariz y cerró los ojos por un momento breve. Su semblante hablaba por él, y aquello le costaba más de lo que podía parecer. De pronto le pareció un hombre cansado, y más mayor que cuando se habían bajado del auto. Su padre abrió los ojos, más cristalinos que antes. Se acercó a ella con paso decidido y le pasó una mano por los hombros.

-Vamos, Bella.

Ella sólo se dejó arrastrar, cabizbaja y derrotada hasta lo que sería su purgatorio por quién sabe cuanto tiempo. No miró a Alice ni a los otros dos chicos. De nuevo, quiso morirse. Y esta vez, que se la comieran los osos por favor.

Llegaron a un grupo de pequeñas cabañas lindadas por más arbustos, a lo alto de una colina no muy pronunciada. Aquel olor a tierra comenzaba a molestarle el estómago vacío. Alzó la vista, y se encontró con Violetta en la puerta de una, junto con unas maletas que reconoció como suyas. No pudo verla siquiera.

El doctor Cullen sacó de su pantalón caqui una llave con un número con la cual abrió la puerta.

Lo siguiente pasó borroso, como un suspiro. Se dejó conducir al cuarto por su padre. Era un cuarto simple. Una cama de sábanas blancas , de madera. Tenía una mesita pequeña coronada con una lámpara a la derecha. Una ventana que miraba hacia un lago permitía la clara iluminación de la estancia, y bajo ella, una mesa redonda con un sillón a juego. Un closet empotrado a una de las paredes. Una puerta que era el baño. Algunos cuadros de colores suaves… Y ya. La puta cárcel. Aquello era una broma.

Cuando se dio cuenta, todas sus cosas estaban al lado de su cama. Su papá la miraba desde la puerta con tristeza. Bella corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

-No me dejes aquí papá, te lo suplico, por favor….- sollozó contra el pecho cálido del hombre, luego sintió sus brazos envolverla y estrecharla. Escuchó cómo sorbía por la nariz -Me voy a portar bien, te lo prometo- ahora el llanto era incontrolable, y entre frases se le iban jadeos- Voy a comer también… Pero no me dejes aquí…

Sintió aquellas manos fuertes tomarla por los hombros y separarla de él. Su papá tenía los ojos rojos y se agachó hasta estar a la altura de los ojos de ella; sus mismos ojos.

-No, no vas a comer Bella- le dijo con voz baja y pesada, triste- Ya me lo has prometido antes. Te amo nena, pero no sé cómo ayudarte…

-No me dejes aquí- lloró ella. Aquello era una pesadilla, y con diferencia era la peor que había tenido en su vida. Se sentía como el primer día de colegio: aquella sensación de abandono que la hacía sentir perdida y pequeña le apretaba el alma hasta dejarla casi sin aire.

Su padre negó con la cabeza al tiempo que cerraba los ojos con desolación, y la abrazó de nuevo.

-Vendré por ti pronto, cariño. Te amo, nunca lo olvides- el tono de su padre era translúcido en su dolor… Si le amara, no la dejaría ahí, en aquella especie de manicomio al aire libre.

-¡No me amas! ¡Si lo hicieras no me dejarías aquí!- le chilló fuera de si, apretando los puños con tanta fuerza que se hería las palmas. Se revolvió como una chiquilla hasta apartarse de su padre. Intentó hablar con calma- Papá, por favor… Llévame a casa contigo… No me quiero quedar aquí, por favor…

Charlie se alejó un poco más de ella, en dirección a la puerta. Bella se dio cuenta que no la miraba.

-Estarás bien, ya lo verás…-cada vez, él se alejaba más. Hasta que estuvo afuera, junto con Violetta, que le apretó una mano con fuerza mientras la miraba con algo lástima dentro de un aire maternal que no provocó mas que varias lágrimas de cólera entre las que ya salían.

Ya estaba, Ahí fue.

Su padre no miró atrás y arrastró a su esposa con él, lejos de ella. Bella se quedó ahí anclada, incapaz de moverse, o dejar de llorar. No fue conciente del momento en que el doctor Cullen entró al cuarto y le puso una mano en el hombro.

-Sé que en estos momentos crees que no puedes estar peor, Isabella…- la voz comprensiva del doctor le pareció lejana, y le molestó su presencia, como si picara.

-¿Me puede dejar sola ?- le pidió ella con voz ausente, mirando al suelo.

-¿Vas a estar bien?- preguntó el médico, atento.

¿Bien? No.

-No me voy a matar, si es lo que le preocupa. Tampoco me auto-lesiono- informó ella desapasionadamente, mientras se dirigía a la cama arrastrando los pies. Luego escuchó cómo el hombre rubio suspiraba pesadamente.

-Enviaré a alguien por ti mas tarde, Bella. Descansa mientras tanto- el sonido inconfundible de unas llaves sobre madera le indicó que le estaba dejando las llaves de la habitación- Nos vemos en unas horas- y se fue, dejándola sola.

Bella se dejó caer en la cama.

No lo podía creer. SÍ la habían dejado en un campamento para "jóvenes problema". La habían dejado. Quizás…. Si cerraba los ojos, despertaría en su cuarto… Pero ni siquiera lo intentó.

El olor a pino y madera, a jabón de ropa y pulidor de pisos le decían que aquello era real. Sin embargo, cerró los ojos; pero no para despertar en su cuarto, sino queriendo no despertar.

Rosalie.

Era algo normal que la miraran a donde quiera que fuese. Era algo a lo que ya estaba acostumbrada, y más que eso, le gustaba. Ella tenía algo que muchos no tenían: la conciencia de ser bella. Y el poder de utilizarla a su favor, claro.

Sin embargo, ni su belleza ni su habilidad para la manipulación le sirvieron a la hora de persuadir a sus papás para que no la mandaran al campamento. Por segunda vez.

Maldice el momento en que olvidó esconder bajo la losa del suelo de su cuarto la bolsita con las pastillitas mágicas. No, tenía que dejarlo en el bolsillo de sus jeans… Y precisamente ese día, a su mamá se le tenía que ocurrir revisar sus cosas. No se iba a cansar de llamarse estúpida. Siempre había sido tan cuidadosa con lo suyo. Siempre utilizaba lentes, o intentaba no drogarse cuando sabia que iba a ver a sus padres en horas. Todo el maldito tiempo le había salido bien esconder que no se había recuperado, y que seguía consumiendo…

Tenía que pasar ahora. Justamente ahora, cuando había conocido a un chico que valía la pena, cuando le estaba yendo mejor en la universidad, cuando estaba ganándose de nuevo la confianza de sus papás. Aquello apestaba.

No lloró cuando su padre le informó que ella no iría a ningún viaje a España, ni cuando le dijeron que la mandarían a aquel campamento para delincuentes juveniles. Tampoco lo hizo cuando no se despidieron de ella a sabiendas que no la verían en más de un mes. Estaba acostumbrada a la indiferencia de sus padres.

Lo que le dolió fue el momento tan inoportuno en que se destapó aquella bomba. Por segunda vez.

La primera vez que la enviaron al campamento, tenía 18, y fue traumático. Aunque debía reconocer que la había ayudado un poco. No recuerda cuando fue que volvió a descarriarse y las fiestas, el alcohol y las drogas minaron sus días de nuevo.

Era difícil ignorar aquellos elementos cuando era una constante en el grupo social donde se desenvolvía.

Dejó de pensar en eso al momento en que dejó sus cosas en el suelo y sacó del bolsillo de su short las llaves de la cabaña. Detrás de ella, Mateo, su guardaespaldas, esperaba con el resto de sus maletas. Luego de abrir la puerta, entró y dejó entrar a Mateo, cerrando la puerta tras él. Se volteo hacia aquel hombretón.

-¿Lo trajiste?- le preguntó sin rodeos, frotándose las palmas.

Mateo suspiró con cansancio.

-Rosie, no creo que…

-¿Lo trajiste sí o no?- insistió ella impaciente, tendiendo una mano.

El guardaespaldas se lamentó en un idioma que ella no entendió y del blazer negro sacó un brazo* de cigarrillos largos y finos. Rosalie lo tomó sonriendo aliviada.

-Por eso es que me caes tan bien- le dijo ella mientras daba vueltas en la habitación buscando algún lugar donde esconder aquello. Al final se decidió por aflojar a posta una tabla del suelo y meter el paquete ahí. Miró a Mateo aún sonriente. Él no le correspondió para nada- ¡Ah, Mateo, por favor! Cálmate, son solo nicotina. Casi me haces sentir mal con esa cara.

-Está prohibido aquí, Rosalie- advirtió él, sin esconder la mirada de reproche. Cuando la llamaba por su nombre completo era porque estaba molesto.

-Claro que está prohibido, sino no te hubiese pedido que lo escondieras con tanto cuidado. Ahora, deja de preocuparte y dame un abrazo que no me verás en más de un mes- avanzó sin esperar y envolvió a aquel hombre entre sus delicados y blancos brazos.

Iba a extrañarlo. Además de Cocco, su perro callejero y Sherezade, su yegua pinta, Mateo era la única persona a quien ella echaría de menos. Más que su guardaespaldas, había sido como una especie de tío-amigo desde que tenía doce. Mateo era negro, corpulento y rondaba los cuarenta. Había sido él a quien había llamado para que la fuera a recoger a los clubes cuando estaba demasiado drogada o borracha para manejar. Fue él el que había ido a la farmacia a las 4 de la mañana para buscarle una buscapina para el dolor menstrual y el que la había llevado al hospital para un lavado estomacal cuando no había dejado de vomitar por una borrachera. Le cocinaba, la llevaba al cine, cuidaba a sus mascotas cuando ella no estaba. Todo con el amor de un padre, pero sin llegar a imponérsele como tal, o a juzgarla, o a mirarla con otra cosa que no fuese un cariño especial y paternal. Algo que ya casi nunca veía en los ojos de su propio papá.

Mateo la envolvió entre sus brazos gruesos, y ella hizo un esfuerzo grande por no llorar. Porque ella no lloraba.

-Prométeme que vas a esforzarte esta vez, Rosie- le pidió él.

Rosalie asintió.

-Esta es la última, te lo prometo- trató de convencerlo, y convencerse de ello.

Mateo sorbió por la nariz sutilmente, y ella se separó para ver eso. Se sorprendió de ver aquel arranque fraternal en los ojos de su amigo tanto, que una carcajada feliz se escapó de su garganta.

-¡Oh, Mateo! No llores… Si no te conociera diría que te estas ablandando…-bromeó.

El hombre le despeinó el cabello rubio, haciéndola reír, sin quitarle los ojos negros y cariñosos de encima.

-Vendré a visitarte pronto- le prometió sonriendo y mostrando sus dientes blanquísimos.

La rubia asintió y le apretó la mano. Con él era la única persona con quien se permitía aquellas muestras de afecto. Siempre había sido fría con todos. Los abrazos y demás gestos de cariño le parecían siempre sobrantes e hipócritas la mayoría.

El celular de Mateo repicó, y este se apresuró a responder.

Rosalie se rascó la nariz disimuladamente al tiempo que el hombre moreno contestaba y al instante le dirigía una mirada elocuente.

Estaba segura que eran sus papás. Ellos no le habían hablado desde que le habían comunicado que la mandarían al campamento. Felizmente, sus padres estarían en un lindo pueblito europeo tomándose un capuccino en esos momentos.

Luego que terminó de hablar, Mateo se volvió hacia ella con una sonrisa.

-¿Eran ellos, no?- preguntó mientras se miraba las uñas perfectamente arregladas. Levantó la vista hacia su guardaespaldas, que asintió- ¿Qué dijeron?- preguntó con indiferencia.

-Me preguntaron por ti…

-Ufff, claro… Deben estar preocupadísimos…- ironizó la rubia.

El otro abrió la boca para responder alguna mentira seguramente, pero ella lo detuvo con una mueca.

-¿Sabes qué? No importa. No quiero saberlo- Miró alrededor con gesto aburrido.

Mateo se encogió de hombros, miró la hora y luego la miró a ella con preocupación.

-Estaré bien, hombre. Dentro de poco estaré fastidiándote de nuevo- le dio unas palmadas en el brazo. Con él no le daba miedo mostrarse como era. Aquel hombre de ojos oscuros, grande como una mole y de sonrisa bondadosa le había dado la compañía y el apoyo en el momento justo. La había visto en sus peores momentos y aún estaba ahí, y ella estaba segura que era por algo más aparte del jugoso pago que recibía por parte de sus padres. Lo quería, y confiaba en él plenamente- Ya vete antes que me ponga sentimental.

-Cuídate, Rosie- le pidió de nuevo.

La muchacha le dedicó una gran sonrisa.

-Descuida, vete tranquilo.

Mateo asintió no muy convencido, le sonrió y se dirigió a la puerta. Cuando ya iba a cerrar, su cabeza lisa y brillante se asomó mirándola seriamente.

-Prométeme que me vas a llamar si necesitas algo, o si alguien te molesta, que le partiré…- a veces, también aquel hombre tan bueno podía asustar.

-¿Cuando he dejado de llamarte alguna vez, Mateo?- le preguntó ella, ladeando la cabeza y dirigiéndole una mirada divertida.

Mateo asintió. Luego de enviarle otra mirada paternal, desapareció definitivamente.

Un minuto después, Rosalie dejó caer unas lágrimas acostada en la cama. Bueno, casi nunca lloraba.

Emmett.

Aquella era la primera vez que iba de voluntario al campamento del doctor Cullen. Edward creyó que sería una buena idea como preparación a lo que sería su vida como futuro médico. Y él lo siguió porque no tenía nada que hacer en vacaciones y no quería quedarse en su casa. Además, también él estudiaba medicina. Aunque no fuera su idea de días libres pasarlo cuidando un montón de chicos ricos con pleitos, algo de experiencia para su curriculum no estaba de más.

Terminó de desempacar las cosas mientras escuchaba música en el ipod. Organizó la ropa amontonada en su parte del closet. Tiró los dulces en la mesa de noche, organizó la ropa interior en una gaveta y puso bajo la cama algunos zapatos. Sin poder evitarlo, se puso a canturrear bajito para no despertar a Edward que dormía una siesta en la cama de al lado.

-"…You play forgiveness, watch it now, here he comes… He doesn't look a thing like Jesus... But he talks like a gentleman, like you imagined when you're were young…"

Colocó unos libros de texto de la facultad en una mesa que estaba al otro lado del cuarto, y sus productos de aseos personales en el baño. Finalmente, se tiró en la cama con los brazos tras la cabeza.

-"They say the devil`s water it ain`t so sweet… You dont have to drink right now. But you can dip your feet… Every once in a little while… "- cerró los ojos un momento y no pudo evitar que esa melodía (aunque no tuviera mucho que ver) le recordara a la última vez que había ido a un club, hacía un par de semanas.

Aquella noche había ido con unos compañeros de la facultad a celebrar que… En realidad, no necesitaban algún motivo para salir a divertirse. Eran casi las 3 de la madrugada y la última media hora sólo se había dedicado a beber en la barra el mismo vaso de vodka. Los otros estaban en la pista bailando, algunos más alegres que otros.

Barrió el lugar con sus ojos grises, buscando algo interesante… Hasta que lo encontró.

Ese algo era alta, rubia, de piernas largas y torneadas, y vestía un mini vestido azul que realzaba unas curvas sensuales. Para su sorpresa, la chica bailaba sola. Siguió observándola un rato más… Era hermosa, y estaba bastante… Desinhibida, por lo que pudo ver.

Pidió al barman otro trago, y cuando dirigió sus ojos otra vez hacia la rubia, ella ya no estaba sola. Un tipo rubio la tenía por la cintura, pegándola a él más de lo que se podría considerar sano. Fastidiado, retiró la vista de la escena y se concentró en pensar en cómo entraría a su casa aquella madrugada si había dejado las llaves dentro. Se le fueron varias canciones y su trago se le hizo agua.

-¡Ben! Dame algo de agua, me estoy sofocando aquí- aquella voz femenina venía del puesto de al lado, y algo tenía que le hizo voltear a ver.

Era la rubia.

Estaba sentada a su lado. Sudada. Sexy. Y algo ebria.

El cantinero le sonrió y le llevó una botella de agua fría.

-Tiempo sin tenerte por aquí, linda.

La chica tomó un trago de agua antes de responderle.

-No estaba en la ciudad…-observó la pista, como buscando a alguien- Oye, por ahí hay un pesado… ¿Si sigue molestándome puedo estar detrás de la barra contigo? No veo a Larry hoy por aquí para que me defienda- y se rió tontamente.

-Claro preciosa, no tienes que preguntarlo- el bar tender le guiñó un ojo y se alejó para atender a otros clientes.

La rubia se bebió de un trago el resto del agua, y luego se abanicó con la mano. Entonces, la chica posó sus ojos azules en los de él. Le dedicó una sonrisa ancha y coqueta.

-Hola.

-Hola- le respondió él con una sonrisa ancha. Bien sabedor era de los hoyuelos que se le hacían en las mejillas, y que para su desconcierto, las chicas consideraban adorable.

-¿Eres de aquí? No te había visto antes en este lugar- comentó ella con aire casual, alzando la voz sobre el estruendo de la música. Mientras, se hacía a un lado el cabello dejando un pedazo de cuello blanco y delicado a la vista. Emmett se obligó a mirarle la cara.

-Si… Es que no tengo mucho tiempo para salir- se apresuró a decir. Luego le pareció una excusa por demás patética. Observó las manos de la chica rebuscar algo en su bolso hasta sacar una cajetilla de cigarros.

-¿Te molesta si fumo aquí?- le preguntó. Ni supo por qué lo hizo, ya que sin esperar respuesta encendió el cigarro exhalando humo para el lado contrario a donde estaba él.

De todas formas, Emmett negó con la cabeza y le pegó un trago al vaso que tenía en la mano.

-¿Quieres más agua?- le pareció prudente no decirle si quería "algo de beber". No era su estilo emborrachar a las chicas… Aunque esta no necesitaba ser emborrachada.

-No, gracias, estoy bien- la chica miró de nuevo hacia atrás, para luego mirarlo a él de una forma evaluadora. Luego le sonrió, como diciéndole que le gustaba lo que veía- ¿Quieres bailar?

Aquello le sorprendió, porque de hecho él estaba pensando en preguntarle lo mismo. No pudo más que dejar el trago y ofrecerle la mano a la chica con una sonrisa marca conquistador en la cara.

Bailaron tres canciones seguidas. Aquella rubia sabía cómo moverse, y contra qué hacerlo. Lo estaba tentando de forma sutil, sin ser muy brusca o evidente. Y aquello lo estaba volviendo loco. Su perfume, el roce de su cabello, sus caderas al ritmo cadente y sexy de la música… Tenía mucho tiempo sin conocer a alguien que tan pronto le provocara llevar a la cama. Pero él era un caballero ante todo.

Después, fueron a la barra a refrescarse. Fue ahí donde la cereza del pastel fue puesta.

Mientras estaban pedían dos aguas, un tipo se le acercó a la rubia –de quien por cierto no sabía el nombre aún- y la tomó sin más reparos por la cintura. Emmett escuchó como le decía en el oído algo que a su madre escandalizaría. La joven intentó alejarle con cara de asco, pero él tipo se lo impedía. Aquello lo puso de mal humor inmediatamente.

-Eh, amigo- le dijo dándole unos golpes en hombro- deja a la chica ¿No te das cuenta que no quiere estar contigo?

El hombre volteó a verlo. Era el mismo que había estado bailando con ella en la pista hacía un rato. La mirada del rubio no era nada simpática.

-A ti que te importa, imbécil- le espetó. A la cara de Emmett llegó el aliento alcoholizado del cavernícola. Casi le marea el olor.

-Félix, por favor, vete- le pidió la chica. Algunas personas a su alrededor se habían volteado a ver la escena.

-Si me voy, tú te vienes conmigo- de nuevo, Félix la tomó con rudeza por la cintura. Esta vez, ella hizo una mueca de dolor antes de intentar zafarse de nuevo, sin éxito, claro.

Emmett respiró hondo y cuadró los hombros, apretando los puños a sus costados.

-Ok, amigo- comenzó con voz paciente aún- Soporté que me dijeras idiota, pero no voy a tolerar que trates así a la señorita.

Félix lanzó una carcajada al aire.

-¿La señorita? Se ve que no la conoces- aquellas palabras, aunadas al tono de burla que utilizó, acabó con la paciencia de Emmett. Ya no habría más cortesías. El joven de cabello negro alzó una ceja y apretó la mandíbula.

-Suéltala- el tono amenazante hizo que los demás se alejaran un poco de ellos, previendo lo que se venía.

El borracho abrió los ojos con burla. Aquella sonrisa idiota le enojaba más, si cabía.

-¿Y quien lo dice? La suelto cuando me de la gana- y la apretó más contra él, haciendo que ella se quejara otra vez.

-Por eso es que los borrachos me molestan- soltó Emmett antes de asestarle un puñetazo en toda la mandíbula al idiota. Lo siguiente, fue rápido y confuso.

Félix soltó a la rubia, ella gritó espantada, más gritos espantados por parte de otras personas, el borracho se levantó e intentó golpearlo, pero su coordinación era tan mala que no acertó. Otro golpe por parte de Emmett, esta vez otros dos se metieron, y él no siguió ileso. Recibió un golpe en la cara y otro en el estómago. Más gritos. Se metieron ahora unos amigos suyos. Y todo se descontroló, más aún.

Después de dejar a uno en el suelo desmayado, buscó a la rubia entre la gente. Sólo pudo ver el destello del vestido azul desaparecer hacia la salida. Sin importarle mucho lo demás, fue detrás de la chica.

Se quedó afuera de la puerta del club, mientras veía como ella abría la puerta de un elegante carro blanco.

-¡Eh, rubia!- le gritó. Ella se volteó, y lo miró sorprendida, como si no esperara para nada aquello- ¡Me golpearon por defenderte y ni siquiera sé tu nombre!- vociferó a todo pulmón sin importarle la gente que lo miraba como si estuviese loco.

Los labios de la muchacha se curvaron en una sonrisa radiante.

-¡Savannah!- le dijo. Ya tenía un pie en el auto- ¡Me llamo Savannah, y fue un placer conocerte!- y se metió al carro, que arrancó con rapidez.

Emmett se quedó un rato afuera mientras intentaba recuperar el aliento, y grababa la imagen de aquella rubia en su mente. Savannah. Nunca le gustaba una chica antes de hablar con ella al menos 15 minutos. Sarah fue la excepción. Le encantó inmediatamente… Y probablemente no la vería más.

Una mano lo tomó del hombro y lo hizo voltear. Era Edward.

-¿Todo el lío fue por esa chica?- el tono molesto hubiera sido más temeroso si su amigo no hubiese estado sonriendo. También había estado en la pelea y una ceja le sangraba. Esme los mataría.

-Si-le respondió sin vergüenza- Y valió la pena, totalmente.

Aunque no la viera más, había valido la pena.

Emmett se quitó los audífonos dejando a un lado los recuerdos. Alguien tocaba la puerta. Al abrir, una menudez de muchacha entró sin pedir permiso y de un salto llegó a la cama de su amigo, que gimió.

-¡Alice! ¿Cuántas veces te tengo que pedir que no me saltes encima cuando duermo?- le riñó, mientras se incorporaba en la cama con el cabello más alborotado de lo usual y expresión somnolienta.

-Hermano, nadie te manda a no dormir por estar en la calle hasta tarde- contestó la pequeña chica con tono sabihondo. Alzó un pequeño dedo- Además, papá mandó a llamar a todos los guías.

Hasta ahora, Emmett no se había fijado en que Alice llevaba una bolsa en las manos, y que ella misma llevaba una camisa gris que llevaba en el pecho grabado su nombre y el nombre del campamento.

-¿Qué es eso?- preguntó el chico, señalando la bolsa.

-Oh, el uniforme. Casi se me olvida entregárselos- y sacó unas camisas grises y les lanzó varias a cada uno- La tienen que usar desde hoy.

El más grande inspeccionó la camisa, y se encogió de hombros.

-Pudo haber sido peor. Pudieron haber sido blancas y con gorritas… Ahí si íbamos a parecer cuida-locos…

Edward resopló.

-¿Cuántas veces más te voy a tener que repetir que…

-…Esto no es un campamento de locos, lo se- le interrumpió Emmett con voz entre cansada y divertida. Todavía no tenía muy claro el proyecto relativamente nuevo del padre de Edward.

Apenas se había inaugurado el año pasado. Y por lo poco que había preguntado, aquel era un lugar para iniciar la recuperación y tratamiento de jóvenes con problemas de conducta. No todos, obviamente. En lugares como este sería difícil controlar a un montón de personas con esquizofrenia; así que, según entendió, sólo era cierto tipo de problemas de conducta en jóvenes, como drogadicción en una fase inicial, actitud violenta, y otros. Y en general, jóvenes con problemas de comportamiento que los padres no pudiesen controlar en casa y que necesitasen cierto asesoramiento profesional.

Ahí se supone que brindaban ayuda antes que las cosas empeorasen, y las ovejitas se descarrilaran totalmente. Tenían actividades para mejorar relaciones en la familia, en el entorno social, el autoestima… y ese tipo de cosas que deberían hacer la mitad de las estrellas juveniles de Hollywood en estos tiempos.

Y ellos, incluyendo a Alice y a otras 20 personas más, estaban ahí como ayudantes, vigilantes y especie de guías scouts para el montón de jóvenes perturbados… O algo así.

Luego que terminaron de vestirse, salieron.

Alice.

Estaba feliz.

Estaba con su hermano, con Emmett, que venía siendo como otro hermano, su padre y Esme. Y le encantaba la idea de poder ayudar a otras personas, conocerlas.

Hacía un mes que había cumplido los 18, y aunque no sentía gran cambio, ser mayor de edad era divertido. Ahora podía sacar el carro en lugar de molestar a su hermano para que le hiciera de chofer, y podía utilizar su propia tarjeta sin necesidad de estar llamando a cada 5 a su papá para que le autorizara de hacer los gastos que ella quisiera.

Mientras caminaba con Edward y Emmett flanqueándola, se dedicó a ver mejor el lugar. Era la primera vez que iba. Los árboles grandes de pino rodeaban todo lo que era el campamento, que, según se padre, estaba dividido en varios sectores: Salón de reuniones, comedor, jardín A(aunque no entendía por qué le llamaban jardín si era sólo un gran pedazo de tierra rodeada de árboles y cubierta de hierba), jardín B (lo mismo que el anterior, sólo que éste lindaba con el lago), enfermería y 3 consultorios, dirección y una oficina, cocinas, cabañas de chicos (donde dormían acampantes y guías masculinos), y las cabañas de chicas (lo mismo que la de los chicos); ambas en extremos opuestos del campamento.

Era un lugar hermoso. A pesar del frío de las noches, tenía una temperatura fresca el resto del día.

De camino al gran salón, donde tendría lugar la reunión de introducción para guías.

Al parecer, eran de los últimos en llegar. Los primeros asientos cerca de la pequeña tarima estaban ocupados, así que se sentaron en la parte de atrás. Entre los guías, ella era la más joven. Los demás no pasaban de los 27 años y la mayoría eran mujeres. También la mayoría es o había sido alumno de Carlisle en la facultad de medicina, y antes habían tenido que hacer un pequeño curso de recreación.

15 minutos después, su padre se paraba en la pequeña tarima, acompañado por su mamá, y tomaba un micrófono para dirigirse al público.

-Hola a todos, espero que hayan tenido un buen viaje hasta acá. Sean bienvenidos al Campamento Cullen para jóvenes- por un momento breve, su padre dirigió su mirada hacia los tres chicos y les sonrió levemente. Alice le saludó tímidamente-. Como la mayoría sabe, esto es el resultado de años de estudio en psiquiatría y psicología en jóvenes… Los estudios han demostrado que las terapias funcionan mejor si son en grupo. Con el apoyo que varias personas le pueden brindar a un individuo, es más probable que este mejore con más rapidez y efectividad que en caso de que hiciera una terapia particular. También, nuestra premisa es unir a los chicos, hacer que aprendan unos de otros. No aislarlos, y así mantenerlos activos en la sociedad; es por ello que no los apartemos en grupos de patologías… Sino que todos son iguales. Sin embargo, esto no quiere decir que la patología o trastorno de conducta sea tratado por igual en todos. No. Además de terapia grupal, cada uno recibirá atención personalizada en consultas durante las cuales se tratará de forma especializada el motivo por el que está aquí el paciente.

"Aquí brindamos apoyo sin hacerlos sentir como desvalidos, o extraños ante los demás y ellos mismos. Fuera del consultorio privado y las terapias de grupo, nuestros jóvenes son tratados como lo que son: humanos con necesidades sociales, físicas y afectivas. Habrá programas de recreación tanto física, como actividades que les harán descubrir y cultivar sus potenciales, el intelecto, sus virtudes... Los ayudaremos a tomar conciencia de las malas conductas y les daremos herramientas para mejorar su vida, su relación con el entorno y con ellos mismos… Todos ya deben estar bien enterados de la parte clínica del campamento porque eso lo han estudiado en el curso de introducción, ¿no?

Todos asintieron, menos ella, que iba en un papel más como ayudante que como guía con conocimientos en clínica. Y además, como era hija del director, no es como si necesitara el cursillo introductorio como requisito para poder ayudar en el campamento... Sin embargo si había tenido el decoro de pedirle instrucciones a Edward, que ya tenía experiencia dado que aquel era su segundo campamento.

"Cada semana habrá una salida del campamento. Todos los días hay terapia grupal e individual. Somos estrictos en cuanto a las normas y los horarios…-hizo una pausa en la que Esme le entregó un papel amarillo- Esto- blandió la hoja frente de todos- es la hoja de las normas para guías. Estará pegada en la puerta de cada cabaña. De todas formas, lo leeré por si hay alguna duda- Carraspeó, y luego comenzó a leer una larga lista de reglas que tenían que cumplir los guías, de las cuales, ella sólo escuchó que nunca podría haber entre algún guía y paciente algún tipo de relación afectiva-física; y la otra que escuchó fue que cualquiera, fuese campista o guía, que incumpliera alguna regla debía retirarse del campamento.

Aquello le parecido bien, ella era de las que se portaban bien y acataban las normas… La mayoría de las veces.

Luego que les dieran otras pautas, a cada uno se le asignó dos campistas que cuidar, o hacer de guía, que era lo mismo. Emmett le llamaba hacer de niñera. Y aunque así fuera, a ella no le molestaba tanto… Aunque se podía deber a que aún no había conocido a su "pupilo".

Alice miró de nuevo el papel donde había anotado el nombre del chico que se la había asignado.

-Jasper Whitlock…- Por ser su primera vez, y por el hecho de que no habían tantos chicos como chicas, a ella se le asignó un solo campista. Miró el número de la habitación y luego miró a Edward, que caminaba a su lado- ¿Quien te tocó a ti?

Edward no leyó su papel.

- Isabella Swann y Jessica Stanley.

-¿Y a ti, Emmett?

- Kate Allen y Rosalie Hale…

Edward miró a Emmett.

-¿Rosalie Hale? Ella estuvo aquí el año pasado- le informó el joven con el ceño fruncido- Eso quiere decir que recayó.

-¿Drogas?- indagó Emmett casualmente. Ante el asentimiento de Edward, su amigo silbó- Toda una joyita.

Alice intentó darle un coscorrón, y quizás si hubiese sido tres cabezas más alta, lo hubiese logrado, pero lo más que pudo fue darle en el brazo.

-No seas bestia- le reprochó. Cuando se dio cuenta, se dirigían hacia las cabañas de chicos. Se dio vuelta después de mirar su reloj: 11:30am. El almuerzo era a las 12 y tenían que empezar a hacer de guías a partir de ese mismo momento. Los chicos la miraron como preguntándose por qué se detenía- A partir de ahora iré sola, niños- Ambos abrieron la boca para protestar- No. Nada. No pueden andar detrás de mí cuidándome como si tuviese 12. Ya soy mayorcita y puedo defenderme- les explicó resuelta.

Ambos jóvenes intercambiaron una rápida mirada. Edward se cruzó de brazos.

-Ni hablar- odiaba a su hermano cuando se ponía así de testarudo- Sabes que a pesar de la gente de seguridad, aquí hay personas que pueden ser peligrosas…

-Si, lo sé. Aquí y en todas partes hay gente peligrosa. No vas a pretender estar atrás de mí todo el tiempo… Y si así fuera, tampoco podrías porque tienes dos chicas que cuidar. Así que, hermanito, a partir de aquí cada quien irá por su parte… Pero no te preocupes, si por ahí hay alguna ninfómana que quiera atacarte, estaré ahí para defenderte- le dijo solemnemente, mientras le palmeaba la mejilla de forma melosa.

Edward no dijo nada, pero le prometió darle una vuelta de vez en cuando.

-¿Crees que haya por aquí ninguna ninfómana?- escuchó que le preguntaba divertido Emmett a su hermano, y no pudo evitar soltar unas carcajadas.

Alice caminó hasta la cabaña 12-B, que era una de las últimas. En la puerta, la chica sacó el brillo labial de frutas y se lo pasó con rapidez por los labios. Se atizó el cabello, y tocó la puerta. Esperó un momento, pero no abrió nadie.

Intentó tocando de nuevo… Pero nada. Luego de unos minutos haciendo lo mismo, molesta, se sentó en una especie de banquito de madera que cada cabaña tenía pegado a su pared frontal. Y ahí esperó… Y esperó…

Veinte minutos después que hubiese llegado a la cabaña del idiota de su pseudo-pupilo, se marchó molesta y dando zancadas al comedor.

Alice no soportaba que la dejasen plantada. Y aunque no había tenido ninguna cita, ni nada parecido, el hecho que su asignado no apareciera la hizo sentir así.

Rosalie.

Luego de echar las lágrimas, se dio cuenta que no había desayunado. Y tenía hambre. Y no sabía por qué, pero no había llevado comestibles. Le hubiese gustado encender un cigarro, pero tampoco tenía yesquero. Se maldijo un par de veces antes de salir afuera de la cabaña. Respiró un par de veces; era agradable no respirar el aire viciado de la ciudad. Luego, echó un vistazo a su alrededor. Observó varios jóvenes vestidos de civiles cargar maletas. La mayoría con la misma cara de molestia o resignación, o hasta furia. Algunos pasaron llorando, otros corriendo. También vio monitores, con sus camisas grises e identificaciones colgando del cuello.

Reconoció a algunos del año pasado, pero no hizo amago de saludarlos. Nadie se había llevado muy buen recuerdo de ella, estaba segura.

Miró la hora, las 12:30. Aún quedaba media hora para la hora del almuerzo, que era el momento en donde harían la charla de introducción y todo aquel blablablá inútil. Miró a su izquierda, había alguien afuera de su cabaña.

Era una chica pálida, de cabello castaño y contextura muy fina. Sus brazos delgados estaban alrededor de sus piernas enfundadas en un jean. Dudó un poco, pero luego se encaminó hasta ella.

-Hola- le saludó jovialmente. La chica, sobresaltada porque no la había visto venir, pegó un respingo. La miró un momento, y luego le respondió tímidamente un "hola".

-¿Es tu primera vez?- le preguntó sólo por confirmar, porque la chica se veía toda desubicada.

-Si… ¿Y tu?- su voz era suave, y los ojos de esta chica eran marrones, y estaban opacos. Algo en ella le dio confianza, y le inspiró la misma ternura que le inspiraban los niños de la calle. No era por ser cruel que había pensado eso… Pero eso era lo que sentía.

-No. Vine el año pasado- respondió con una sonrisa amarga- Pero me gustó tanto que aquí estoy otra vez- ironizó recordando como sus padres la habían enviado sin pestañear siquiera- Soy Rosalie, por cierto- le tendió una mano a la chica, que apretó sin mucha fuerza con otra mano fría.

-Bella- y sonrió un poco. Se hizo a un lado en el banquito de madera pegado a la pared- Siéntate si quieres.

-Gracias…Oye ¿no tienes encendedor?- le preguntó, rogando por una respuesta afirmativa.

Bella la miró sorprendida.

-¿Tienes cigarros aquí?

-Shhhh…-le calló mientras miraba atenta a su alrededor- Si tengo. ¿Tienes o no encendedor? Siento que voy a colapsar si no fumo ahora mismo- su mirada azul se encontró con una de ojos marrones, divertida.

-Espera aquí- Entró a su cuarto y salió un minuto después. Sonreía- ¿Dónde podemos fumar sin que nos vean?

Luego que Rosalie entrara a su cuarto para buscar una cajetilla de cigarros, las dos salieron por detrás de las cabañas hacia el lago, buscando un lugar donde no las viesen. Avanzaron por unos árboles verdes inmensos, metros y metros de tierra hasta conseguir una formación de rocas cercanas al lago donde podían sentarse y fumar sin que las molestaran.

Rosalie se sentó sobre una pequeña piedra después de sacar dos. Uno se lo dio a Bella y el otro ella lo piso entre los labios. El encendedor pasó de las manos pálidas de la castaña luego de utilizarlo a las de perfecta manicura de Rosalie.

Una bocanada fue suficiente para que se relajara y sonriera complacida. Botó humo suavemente y miró a la otra, que se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas, al lado de ella. La rubia la miró, curiosa. Vista de lejos, parecía una chica normal… Aunque algo triste. Quizás había intentado suicidarse, y por eso la metieron ahí. O quizás era una psicópata… ¿No decían que los psicópatas eran gente simpática? Como ella no era de los que se quedaban con la duda, fue directo al grano.

-¿Te puedo preguntar por qué estás aquí? Pareces alguien normal…- su tono fue relajado, casi divertido.

Los ojos de la chica miraron al horizonte, y se encogió de hombros. Dio un jalón al cigarro antes de responder.

-Desde que mi papá se casó de nuevo no me he portado bien, supongo- mientras hablaba, de su boca escapaba el humo del cigarro.

Rosalie esperó un poco más, a ver si soltaba cualquier otra cosa, pero no lo hizo. Se dio cuenta que la chica estaba reticente a hablar de ello, así que no insistió, pero no lo olvidaría. Luego de eso, hablaron de cosas banales, como algo de música, sus ciudades respectivas, animales, cigarros… Hasta que la rubia vio la hora.

-¡Mierda!- masculló poniéndose de pie de un salto- Faltan 5 para las 2 de la tarde… Nos habrán ido a buscar para el almuerzo.

-¿No me puedo saltar el almuerzo?- el tono de Bella estaba cargado de cansancio.

-Te buscarán y te obligarán a ir al comedor- le explicó con una mueca- No te dejan ni un puto momento sola… Deberíamos portarnos bien hoy… Además, la comida aquí no es tan mala, y yo no he desayunado- Agregó, poniendo una mano en su estómago vacío. Miró a la otra chica. Ahora que se fijaba, era muy delgada- Y tú no deberías saltarte comidas, eres muy flaca…

Bella apretó el suéter contra su cuerpo y no la miró. Su expresión era extraña, sombría.

Rosalie la tomó por el brazo con ligereza.

-Vamos, Bella, si nos atrapan aquí vamos a tener…

-¿Serios problemas? Sin duda- Dijo de pronto una voz masculina.

Ambas voltearon, asustadas. Ahí, con los brazos cruzados estaban dos tipos jóvenes. Uno era alto, de cabello castaño cobrizo y ojos verdes… Y el otro… El otro…

Oh, mierda. ….

El otro, que la miraba sorprendido, era el chico del Night Club, su defensor.

Y era un guía. Mierda.

Notas:

*Brazo: es como se le llama aquí a la docena de cajas de cigarro.

Y nada, espero reviews. Por favor! Me emocionan, me desestrezan y ,e adelgazan. Sean buenitos conmigo y con mi historia nueva, siiii?

Y el proximo capítulo de "La terraza" saldrá en mas o menos 2 semanas. O en menos si me reviewsean más, jum!