El mundo y los personajes de Digimon no me pertenecen.
Tonalidades de lo inesperado
1.
A mitad del camino.
Inoue Miyako es una firme creyente del destino. Ella supone que haber sido una niña elegida ha contribuido a ello, a creer que de algún modo, todo ha sido parte de un plan mayor previsto en algún tiempo desconocido. Que Ken, el dulce y tímido, el fuerte y noble, la tomase de las manos en la mitad del camino de la vida, simplemente es algo más que la acerca a ese futuro del que no está en sus manos huir. Debe ser su parte soñadora, piensa bajo la luz del atardecer. Porque ella no es Koushiro pero piensa como él.
Ichijouji Ken sonríe a la mirada ilusionada de Miyako cuando ella habla de lo inexplicable, de lo mágico, pero no la corrige. Toma sus manos con cariño, como una flor delicada, y se niega a romper la burbuja.
Para él, cada uno lleva su andar por los caminos más convenientes. O los menos. Pero son decisiones, son elecciones. Se niega a creer que su destino había tenido que ser oscuro primero para luego sentir la luz. Se niega a creer en lo inevitable. Porque implicaría demasiado. Y él siempre prefiere ser dueño de sus decisiones. Las buenas y las malas. Porque él es lo que él hace, lo que hizo. Él es lo que decidió. Es lo que decide cada día.
Ser el Ken que ama a Miyako es su elección.
—Me gustaría mucho que no estuviésemos tan lejos —comenta ella. Sus boca torciéndose en un puchero casi infantil.
—¿Prefieres así? —pregunta, antes de acariciarle la punta de la nariz con los labios.
Miyako se ríe. El pelo, deliciosamente despeinado, le enmarca el rostro mientras se mueve entre las sábanas.
—Sabes de lo que hablo —le dice ella, con una sonrisa. Es la sonrisa más Miyako que él jamás ha visto. Una chispa brilla en el oro derretido.
—Lo sé —murmura.
—Pero al menos tenemos este momento —suspira ella. Y no hay más palabras durante algún tiempo.
Ken piensa que no le importa la idea del destino mientras Miyako sea parte del suyo.
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Tachikawa Mimi, que los visita cada vez que el tiempo (y el dinero) se lo permite, la espera en su sofá. Lleva el cabello más corto que nunca y el anillo en su dedo ha llamado la atención de todos en la reunión que tienen, por defecto, cada vez que alguna de las almas errantes de su grupo vuelve a casa.
El próximo mes, Takeru regresa de Francia.
—Estoy feliz de haberte pedido la llave —Tachikawa dice, sonriente y ojos llenos de picardía—, tardaste más de lo que creí. ¿A dónde te llevó?
Miyako mira el rojo de las uñas de Mimi, llamativo en sus manos pálidas, y se ruboriza.
—¡Eres igual que Sora! O Hikari. Todas ustedes son tan tímidas. Incluso…
Mimi se deleita en esos momentos.
—¿Quieres ver una película, Mimi?
Su amiga le guiña un ojo y Miyako ríe.
La vida es buena.
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—¿Te sientes bien, Miyako?
Hawkmon es paciente y comprensivo con sus horarios de estudio y sus hábitos de sueño, pero todo tiene cierto límite. Incluso él.
—Fue un mal sueño, nada de que preocuparse.
—Me gustaría que te cuidaras mejor. Hoy te despertaste con mareos y ahora no puedes dormir.
—Suenas como mi madre, Hawkmon. Ya sabes como me pongo antes de los exámenes.
El digimon resopla. Miyako es un ovillo de nervios los días antes de sus exámenes y él no puede entenderlo: es una de las mejores de su clase. Supone que, parte de ello, es la presión de los estudios. El resto es Miyako misma y su necesidad de sobreexigirse.
—Pero tienes que cuidarte bien, ¿si, Miyako? Podrías enfermar.
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Ella realmente odia cuando Hawkmon tiene razón. No si se trata de todas las cosas que los digimon parecen saber por instinto, pero si cuando son cosas de humanos y se supone que ella es la humana aquí.
—¿Estás bien? —pregunta Chizuru, asomándose desde la puerta del dormitorio. Miyako rara vez se queda hasta muy tarde en la cama, a pesar de que se acuesta en la madrugada. La menor de los Inoue siempre tiene planes y cosas que hacer. Excepto los domingos, donde puede relajarse completamente. Y ella lo hace.
—Tu comida. Se veía bien, no sabía mal…
Chizuru frunce el ceño cuando Miyako se asoma entre las sábanas.
—Si no te gusta, no deberías comer. Pero...
—¡Quieres intoxicarnos! ¿Es que quieres el apartamento solo para ti?
—Yo sería más sutil —asegura ella y se sienta en la orilla de la cama para mirarla más de cerca—, estoy sorprendida que te sientas así.
—Momoe me dijo que también le sentó mal…
—Sí, ella se lo gana por glotona, pero tú tienes un estómago más fuerte…
—Deben ser los nervios. O que dormí mal. Las dos cosas.
Chizuru no parece muy convencida. Para ser sinceros, Miyako tampoco.
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Yagami Hikari es la primera en sospechar que algo está pasando. Miyako llega pálida e inquieta, a lo que había sido un encuentro planeado. No lleva ningún pañuelo en su cabeza y aunque no es extraño, que llevase gafas oscuras sí le da un aire peculiar.
—¿Miyako? ¿Te encuentras bien?
Si su aspecto no la delata, la risita nerviosa que se le escapa decididamente lo hace.
—Sí. Dormí mal anoche.
Y la noche anterior, y la anterior.
Es una explicación probable y tiene sentido, pero Hikari ve un el movimiento nervioso en los dedos de Miyako.
Hay algo que no le está diciendo. Y su amiga solo guarda silencio cuando algo le preocupa mucho.
—Pero —la menor se corrige, como si adivinase cual es la respuesta a su propia pregunta no formulada. Miyako no lo duda, Hikari es demasiado perceptiva para su propio bien—... debiste haberme avisado si te sentías mal y lo suspendíamos.
—No —dice la mayor, tercamente. Deja el bolso a un lado para no tenerlo cerca—, no. Estoy bien. Además, festejar el regreso de Takeru es importante.
—Bien —Hikari no discute pero Miyako ve la arruga en su frente, señal de preocupación genuina—. Pero podemos dejarlo para otro día si te sientes mal. Takeru no regresa hasta dentro de unas semanas. La salud de su abuelo empeoró y decidieron quedarse un poco más…
Miyako no quiere que su amiga la mire así.
—No estoy enferma, Hikari. Es solo malestar.
Hikari puede ser tan Yagami como Taichi, porque todavía no parece convencida. Miyako se muerde el interior de la mejilla suplicando que no le haga más preguntas.
Ella escucha la duda en su propia voz.
—Si estás segura...
Miyako piensa en las noches y las mañanas de la ultima semana.
No lo está.
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Hida Iori fue el siguiente en intuirlo y también es una pequeña gran casualidad. Él fue al departamento de su amiga con la excusa de un computador descompuesto (aún sabiendo que podía ir con cualquier otra persona) y llevó una de las comidas predilectas de Miyako para compartir (sabe lo mucho que su amiga disfruta de las recetas de Fumiko, su madre).
Habría sido un éxito si a Miyako no le hubiese dado náuseas la mera visión de la comida.
—Mamá quería prepararte más —Iori le comenta, más que un poco avergonzado cuando ella deja de disculparse por el desastre que ha dejado—. Tuve que detenerla. Ahora un poco me alegro.
Miyako vuelve a reír. Pero Iori solo escucha inquietud y miedo.
—Ken llamó mientras estabas en el baño —le dice. Ella evoca el sonido vago del teléfono en su memoria.
—¿Qué le dijiste?
—Que estabas ocupada pero que te diría que llamó. —Iori no suele ir por las ramas— ¿Quieres hablar de ello?
—H-hice una cita con Jou —asegura ella, en cambio. Sus palabras son vacilantes—. Aunque él diga que quiere dedicarse a los digimons, supuse q-que podía ayudarme.
La fe que tienen en Jou es aterradora, a veces.
Iori asiente, sus ojos cálidos y amables. Pero su expresión se mantiene igual. Compuesta. Miyako piensa que es una suerte que él fuese estoico más allá de su mirada. Ella necesita algo.
Siente que su mundo está yendo de cabeza. Sin razón.
Iori señala el teléfono, antes de saludarla.
—Deberías llamar a Ken.
No lo hace. Y ni siquiera entiende el por qué.
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Miyako pospuso su reunión con Jou dos veces hasta que se dio cuenta que era más difícil que evadir a Ken.
Su novio es paciente y dulce y mientras no hablan cada día también se mantienen en contacto por mensajes y otras cosas, a pesar de la distancia. Ken es ajeno (o eso quería pensar) y está ocupado en la academia de policía.
Miyako cree en el destino y de repente se pregunta si estaba mal desear que las cosas fuesen diferentes, por una vez.
Jou es implacable porque sabe que algo está pasando y tres semanas son demasiado tiempo para cualquier médico. La llama a su casa (Miyako le pide a Momoe que diga que no está) y cuando eso se vuelve una pobre excusa, Jou hace una desconcertante aparición en su apartamento una tarde de domingo.
—Miyako —dice el mayor y puede sentir el examen aún desde el umbral de la puerta donde lo recibe. Seguro su hermana le ha dicho como hallarla. Bendita traidora—, me estuviste evitando.
Se hace a un lado y lo deja entrar.
—Sí —responde. Ella tiene el digimental de la pureza, después de todo, y seguro sus ojos, pintados de culpa, la delatan—. Lo siento mucho.
Jou arruga las cejas y ella se siente pequeña y cruel. Pero solo cuando él se relaja en una sonrisa amable y comprensiva, siente ganas de llorar.
—¿Quieres contarme que pasa?
—Bueno...
Le dice a Jou que al final no cree tanto en el destino como ella pensaba tiempo atrás. Porque el destino no puede cometer un error tan estúpido.
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Unas semanas atrás, sus únicas preocupaciones eran sus estudios y encontrar tiempo para avanzar en su vida. Tiempo para sus amigos, tiempo para su novio. Pero Jou fue, a la vez, firme y final. Porque él se paró allí y le confirmó lo que ya sospechaba.
No estoy lista para esto.
No estoy lista para esto.
¿Y Ken?
¿Qué le iba a decir a Ken?
En las noches de indecisión, Miyako abraza a Hawkmon tan fuerte que el digimon suele creer que se queda sin aire. Pero él nunca lo dice en voz alta.
Esa vez fue diferente porque ella no puede apartar las manos de su vientre. Hawkmon no se mueve de su lado.
No estoy lista para esto.
No estoy lista para esto.
—Vas a estar bien, Miyako. Vamos a estar bien.
Por primera vez, ella no le cree. Porque... ¿Cómo puede saber?
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Tenemos que hablar.
Ken frunce el ceño a su teléfono y al mensaje críptico que tiene de parte de su novia. Son más de las dos y Wormmon lo mira desde la almohada, en el pasaje del sueño y la vigilia.
—¿Qué pasa, Ken?
Suspira. Mañana tendrá algo para hablar con Daisuke y Takeru.
—No lo sé.
Miyako estaba actuando entraña últimamente y él solo puede ignorarlo hasta que ya no puede.
Incluso la negación tiene caducidad en su cabeza.
Pero ella nunca había sido tan cortante y tan aplastantemente vaga en un mensaje. Envía una respuesta veloz y deja el móvil en la mesita de noche.
Sus ojos se cierran en la oscuridad cansada y solo siente una extraña sacudida en su interior. Es un silencioso te lo dije que hace eco de pequeñas ideas de caleidoscopio.
Ya era hora, piensa, porque nunca tuvo lógica que Miyako hubiese elegido amarlo a él. Tal vez, piensa, ella se dio cuenta de su error.
Seguramente.
Finalmente.
Tal vez el creía más en el destino de lo que solía asegurar. En las madrugadas compartidas y en los instantes donde sus manos se encontraban, él pensaba que ellos podían seguir juntos durante todo el tiempo que quisieran.
Para siempre sonaba lejano. Pero un tiempo sin tiempo es prometedor.
En el fondo, supone, no hubo elección en amar a Miyako. Solo lo hizo. Por muchas razones que se sumaron en una: ella es ella.
Debe saber ya que él ni está destinado a ser feliz demasiado tiempo.
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Él llega puntual a la reunión y espera con impaciencia inusual. Miyako siempre elige un punto intermedio entre su universidad y la academia de policía y parece ser su mejor cualidad.
Equlibrio, balance.
El sol está cayendo y el cielo se torna naranja y rosa cuando escucha pasos tímidos.
—Ken.
No parece en nada a la Miyako que ha estado esperando. Vibrante y luminosa y alegre y feliz. La joven que va a su encuentro parece perdida y un poco inquieta. Tiene ojos cansados y mirada de cristal.
Nunca la ha visto así.
La alarma lo hace correr hacia ella. Quiere tomarla en sus brazos y besarla pero de repente hay mucha gente allí y se comenta con tenerla en sus brazos.
—¿Miyako?
Su cara no cambia. Pero algo en sus ojos, sí.
—Estoy embarazada.
Ken piensa que el mundo se ha detenido para escuchar.
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Es un viaje tranquilo a su casa pero Ken le sujeta la mano y no la deja ir. No es lo que ella ha estado esperando y de repente se siente ridícula porque este es Ken, su Ken, y por supuesto que no la dejaría.
Tampoco es que no quiere una familia. Tampoco es que no imagina un futuro con Ken. Pero Miyako tiene 24, él 23. Y no está en sus planes tener un niño.
Piensa en una pequeña versión de Ken y ella. En lo fácil que sería para él tenerlo en brazos y en volverlo parte de su mundo, el centro del universo. Y como lo miraría (igual que la mira a ella cuando piensa que no se da cuenta): inmensamente agradecido. Y con el destello del temor a un espejismo. Piensa en lo buen padre que Ken sería.
El problema es ella, Miyako. No es como Sora, con su instinto maternal a flor de piel, o como Hikari que adora a los niños de todas las edades y que sueña dar clases. No es como Mimi, que es buena en todo lo que intenta cuando ponía su corazón en ello.
No sabe si puede ser madre todavía.
No una buena, al menos.
Aprieta la mano de Ken y se aferra como si fuese un ancla, la cercanía es promesa y cuidado y necesidad.
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—¿Quieres esto? —pregunta Ken, en la penumbra, cuando la convence de ir a dormir. Han platicado de todo y nada, las ultimas semanas y cómo siguen sus vidas.
Ken es terriblemente serio (Miyako tiene el loco impulso de reír por un minuto). Sus ojos son muy azules, muy vivos. Pero sus manos siguen siendo cálidas mientras la sostienen y no se ha sentido tan segura en mucho tiempo.
Miyako parpadea, y se da cuenta que nunca se lo ha preguntado así misma. No así, no de esa forma. No con el corazón. Siempre han sido sus dudas las que susurraron en sueños. Han sido preguntas de sus miedos las que sacudieron sus pensamientos.
No ha cambiado mucho de nada desde que le dijo a Ken lo que ha ocultado hasta ese día. Excepto la noción de realidad y finalidad y acuerdo.
Todavía tiene miedo. Todavía está todo de cabeza. Todavía está aterrorizada de pensar un bebé en sus brazos.
Pero… Pero al menos, ella y Ken están juntos.
—Sí.
Y no es una mentira.
N/A: Se suponía que iba a escribir puramente sobre mi querida Rei-chan, la primogénita de Ken y Miyako, pero de repente esto empezó a tomar otro rumbo. Veo a Miyako una persona de extremos: a veces su confianza enmascara inseguridad y supongo que por eso es todo lo sintió tan ambivalente. Tengo planeados un par de capítulos más y poder llegar a conocer a la primera niña de la nueva generación.
Todos los errores son míos.
¡Gracias por leer!
