Disclaimer: los personajes no me pertenecen. Las situaciones, puede que sí.
Disfrutad de la lectura.
DD
Capítulo 1:27 octubre 1981
Las hojas amarillas de los árboles se amontonaban en el césped del pulcro jardín. Pronto, los dueños de la casa las hechizarían para después hacerlas desaparecer. A esas alturas ya habían hecho todo lo que se les había ocurrido para matar el tiempo, pero tan sólo llevaban una semana escondidos y todo pesaba cada vez más.
James Potter bufó, manteniendo los ojos cerrados. Estaba tumbado en el jardín, con los brazos bajo la cabeza y las piernas cruzadas. Prestaba atención a los ruiditos que Harry hacía y a las contestaciones de su mujer al escucharlo. Era lo único que lo hacía feliz, olvidándose de la situación en la que vivían.
—¿Tienes frío? —le preguntó Lily al escucharlo resoplar.
El joven abrió los ojos y miró a la pelirroja. Su cara, que hasta ahora había sido alegre, era seria, preocupada. Negó con la cabeza.
Se sentó, apoyándose sobre las manos y se quedó observando a su familia. Ella volvía a prestarle atención al niño; él era el único que les sacaba de la monotonía.
—¿Quieres la escoba? —le preguntó Lily a su hijo cuando éste había alzado los brazos y abría y cerraba los puños señalando algo.
La bruja se levantó con el niño en brazos y lo puso sobre el asiento de la escoba que el tío Sirius le había regalado.
James pensó en su hermano, en Sirius, y en que ya estaba tardando en enviarles una carta.
—Todavía nada, mi señor.
La sala estaba en penumbra; la única fuente de luz era la de una pequeña chimenea. Los súbditos de Voldemort miraban al mago con más temor que nunca, por haberlo fallado en su intento de encontrar a los Potter.
—Lo suponía —dijo únicamente y sin emoción.
Lord Voldemort se levantó del sillón frente a la chimenea y empezó a caminar alrededor de los mortífagos, los cuales lo rodeaban con un semicírculo y de pie.
—He estado pensando y he llegado a una conclusión —empezó con esa voz que erizaba la piel.
Se paseó por detrás de los magos, fuera de sus campos visuales.
—Hemos perdido el tiempo buscando a James y Lily Potter. —Los mortífagos se extrañaron, pero no dijeron nada—. Sabíamos que la Orden del Fénix, y sobretodo Dumbledore, los escondería muy bien.
Después de llegar al otro lado de la habitación, volvió a ponerse al frente de sus secuaces.
—Ahora quiero que busquéis y encontréis a sus amigos, a la gente de la Orden, y que los obliguéis a que confiesen el paradero de los Potter. —Su voz resonó en aquella última palabra, inquietando a muchos de los presentes—. Y esta vez, no permitiré fallos.
Un par de sonrisas emergieron cuando vieron cada vez más cercana la hora de torturar a los enemigos directos de su amo. Bellatrix y Barty no podrían aguantar mucho más.
La cara de Lily Potter estaba enmarcada por una sonrisa de oreja a oreja. Tenía en las manos una carta abierta y la leía detenidamente; era lo que había echado de menos.
Queridos James y Lily:
Siento no haberos escrito antes; sé cuánta falta os hace saber qué pasa por aquí. Tranquilos, todos estamos bien. Aunque debo admitirlo: ahora tengo más miedo que nunca. Frank no me hace mucho caso, pero esta calma por parte de Voldemort es peligrosa. Resulta que los mortífagos no han venido por casa a registrarla, como todos los días hacían. Dice Frank que se han cansado de tener que enfrentarse a nosotros constantemente y sin encontrar algo. Tengo miedo.
Neville ya anda y se cae constantemente. A veces me gustaría ser tan ignorante como él, poder olvidarme del peligro que corréis. Y no es por tener a menos vuestra situación, pero temo más por mi familia, por si algún día nos hacen daño de verdad.
Molly Weasley vino a casa hace unos días con sus dos hijos pequeños. Ginebra tiene tres meses y es la niña más bonita que he visto en mi vida. Se pasó todo el día mirando a Neville e imitándolo. Nos lo pasamos muy bien Molly y yo, porque Frank se había reunido con la Orden, también Arthur Weasley, y vinieron a casa juntos. Ellos están bien, como todos sus hijos.
Espero que estéis bien. Es lo único que deseo ahora mismo.
Os quiere vuestra amiga y hermana,
Alice
—¿De quién es? —preguntó James apoyando la barbilla en su cabeza.
—De Alice —le contestó ella sin poder contener una lágrima.
Su marido la vio deslizarse por su mejilla y, antes de que cayera a su ropa, la recogió con un dedo. Después besó su cara y sus labios.
—Te quiero —dijo en un susurro.
Lily se levantó de la silla y se acurrucó en el pecho de James, pegándose todo lo posible a él. Se quedaron así, rodeándose con los brazos y con los ojos cerrados, sintiéndose.
