Hola, espero que les guste esta adaptación que les traigo la cual es de uno de mis libros favoritos, lo subí como regalo de cumpleaños y solo deseo que lo disfruten =)
La historia no me pertenece, es una adaptación del libro "Pimpinela Escarlata" de la Baronesa Orczy y los personajes son de Masashi Kishimoto.
Pimpinela Escarlata
Prólogo. París: septiembre, 1792.
Una multitud agitada, bulliciosa, murmurante, animada por viles pasiones y por la sed de odio y de venganza. La hora, algo antes de la puesta de sol, el lugar, la Barrera Occidental.
Durante la mayor parte del día, la guillotina había estado ocupada con su espantoso trabajo: todo aquello de que Francia se enorgulleciera en siglos pasados, apellidos rancios y sangre azul, había pagado su tributo al deseo de libertad y fraternidad de la máquina. Y si se había detenido la guillotina, era porque había otros espectáculos más interesantes para el público y encaminándose hacia las diversas barreras para contemplar la escena, que podía verse a diario: ahora los descendientes que habían dado brillantez a la corte tenían que huir para salvar la vida y esto era precisamente lo divertido del caso. Todas las tardes, antes que las puertas se cerrasen y saliesen los carros del marcado, intentaba evadirse algún aristócrata de las garras del Comité de Seguridad Pública. Con diversos disfraces trataban de escabullirse. Hombres con ropa femenina, mujeres disfrazabas de hombres, niños vestidos de pordioseros; había un poco de todo: ci-devant (ex) condes, marqueses y hasta duqueses que querían huir a Inglaterra.
Pero casi siempre los atrapaban en las barreras. El sargento Bibot, apostado en la Puerta Occidental, tenía un olfato maravilloso para descubrir a un aristócrata bajo el disfraz más perfecto. Bibot estaba sentado en un barril, junto a la puerta de la barrera; tanto Robespierre como Daton le habían elogiado por su celo, y Bibot se sentía orgulloso de haber enviado a la guillotina a por lo menos cincuenta aristócratas.
Pero aquel día todos los sargentos de las barreras habían recibido órdenes especiales. En los últimos días habían conseguido escapar y llegar a un lugar seguro de Inglaterra un gran número de aristócratas. Al sargento Grospierre lo habían enviado a la guillotina por permitir que toda una familia se escabullese por la Puerta Norte, ante sus propias narices. Se afirmaba que esas fugas estaban organizadas por una banda de audaces ingleses al mando de un hombre cuyo valor y astucia eran casi fabulosos.
Nadie había visto a aquellos ingleses; y de su jefe no se hablaba sin un estremecimiento supersticioso. El Comité de Seguridad Pública recibía de fuente misteriosa un pedazo de papel con el lacónico aviso de que la banda de ingleses se disponía a actuar; ese papel llevaba siempre como firma un dibujito en rojo: una florecita en forma de estrella que en Inglaterra recibe el nombre de pimpinela escarlata. A las pocas horas de recibir aquel aviso, el Comité de Seguridad Pública se enteraba que un determinado número de realistas estaba ya en camino de Inglaterra.
La guardia de las puertas había sido duplicada, a los sargentos se les había amenazado de muerte y se había prometido una recompensa de cinco mil francos al hombre que atrapara a Pimpinela Escarlata. Todo el mundo creía que ese hombre era Bibot, así que día tras día iban a la Barrera Occidental para estar presentes cuando atrapara a aquel misterioso inglés.
-¡Bah!-dijo Bibot a su cabo de confianza-. El ciudadano Grospierre era un tonto. De haber estado yo la semana pasada en esa Puerta Norte…
-¿Cómo ocurrió, ciudadano?- preguntó el cabo.
-Grospierre estaba en la puerta- empezó a decir Bibot mientras la multitud se le acercaba a escuchar-. En aquel momento salían los carros del mercado, y había uno cargado de barriles conducido por un viejo. Grospierre examinó el interior de los barriles, sino de todos, de la mayoría, vio que estaban vacíos y dejó pasar el carro. Media hora más tarde se presento un capitán con diez o doce soldados. "¿Ha pasado algún carro?", preguntó sin aliento a Grospierre. "Si" contestó este, "no hace ni media hora". "¡Y tú lo has dejado escapar!" gritó enfurecido el capitán. "¡En el carro iba oculto el ci-devant Duc de Charis con toda su familia! Y el conductor era nada menos que ese maldito inglés, Pimpinela Escarlata.
El relato fue acogido con un aullido de abominación.
-"¡Por ellos!" Gritó el capitán- continuo Bibot-"¡No pueden andar muy lejos!" Y con estas palabras se precipitó por la puerta, seguido de sus soldados.
-¡Pero era demasiado tarde!-gritó la multitud, acaloradamente.
Esta observación pareció divertir mucho a Bibot.
-¡No, no!-dijo por fin-¡Aquellos aristócratas no iban en el carro! El capitán de la guardia era ese maldito inglés disfrazado y todos sus soldados eran aristócratas.
Esta vez la multitud guardo silencio: el relato tenía ciertamente algo de sobrenatural. El sol se acercaba a su acaso, y Bibot se preparó para cerrar las puertas. Una decena de carros en fila se disponían a abandonar la ciudad con el fin de recoger productos para el mercado del día siguiente. El sargento revisaba con minuciosidad el interior de los vehículos.
-¡Eh, la mére! –dijo Bibot a una de aquellas horribles arpías- ¿Qué llevas ahí?
-He hecho amistad con la guillotina. Me ha cortado esto de las cabezas, mañana me dará más, pero no sé si estaré en mi sitio de costumbre- le contestó aquella anciana repulsiva mientras movía su huesuda mano.
-¿Y cómo está eso?
-Dicen que mi nieto tiene la peste- dijo señalando el interior del carro- Si es así, mañana no me permitirán entrar a París.
A la mención de la enfermedad Bibot retrocedió rápidamente. Todo el mundo se horrorizó del espantoso mal.
-¡Marchaos tú y tu carga pestífera!- gritó Bibot con voz ronca.
Y con una áspera carcajada, la vieja arpía azotó su escuálido jamelgo y franqueo la puerta. La gente se miraba con recelo, como si la peste rebullese ya entre sus cuerpos. Entonces apareció un capitán de la guardia.
-¿Has visto un carro…- gritó jadeante.
-¿Qué carro?- preguntó Bibot con brusquedad.
-… uno conducido por una vieja arpía…
-Había una docena…
-…que dijo que su nieto tenía la peste?
-Si…
-¿No la habrás dejado pasar?
-¡Pardiez!- dijo Bibot, cuyas mejillas habían palidecido súbitamente.
-En ese carro iba la ci-devant condesa de Hyuuga de Tournay con sus dos hijos, todos ellos traidores y condenados a muerte.
-¿Y la que guiaba el carro?- murmuró Bibot.
-¡Rayos y truenos!- dijo el capitán-, pues se teme que fuera ese maldito inglés en persona: Pimpinela Escarlata.
