PRIMERA PARTE: Una chispa ahogada
SEGUNDA PARTE: Fuego en la nieve
TERCERA PARTE: Cenizas de la resistencia
Capítulo 1
No pegué un ojo esa noche, las pesadillas no dejaban de asaltarme. Sabía que mi esposo se hubiera quedado despierto conmigo, pero no quise molestarlo y me hice la dormida. Sin embargo a cada segundo en la oscuridad, a cada parpadeo podía ver los ojos rojos de los mutos de zorro, el mar de ácido, con la cabeza de Adler disolviéndose en él, a Chris atravesado por su propia espada; y tanto más. Y tenía horribles recuerdos del año siguiente, cuando Gaetan era tributo y yo su mentora, que hoy estaban dejados un poco de lado. Y eso era sólo porque hoy se cumplían diez años de que saliera mi nombre en la Cosecha. Ayer con 17 años, hoy con 27; y las pesadillas eran las mismas.
Me levanté sigilosamente, tratando de no despertar a Gaetan y me escabullí hacia la cocina. Pasé por las habitaciones de nuestros niños, que dormían por suerte en un mundo sin pesadillas. Amelie ya tenía seis años, y Lucien tres. No pude evitar pensar lo grandes que estaban, aunque dormidos parecieran incluso más pequeños. Me senté en la mesa de la cocina y me preparé un chocolate caliente, nuestro favorito desde que lo habíamos probado en el Capitolio; y quizá lo único bueno que sacamos de allí. Oí ruidos en el pasillo que me sacaron de mis reflexiones y me alerté, entonces me acerqué a la puerta, sólo para ver a Lucien refregándose los ojos con su corderito de peluche.
-No puedo dormir –me hablaba entre balbuceos, casi vencido por el sueño de la madrugada- ¿puedo tomar chocolate también?
-Ahora no, luego menos podrás dormir –el azúcar a la madrugada les pasaba factura a los niños, y realmente prefería pasar mi noche en vela mientras ellos dormían, él no tenía la culpa. No quería que fuera testigo de mi tristeza y mi miseria.
-¿Y tu por qué tomas? ¿No quieres dormir? –Maldita sea, siempre con sus excelentes preguntas, ahora quedaba como una hipócrita.
-Hoy no puedo dormir. Vuelve a la cama, vamos.
-¿Me leerías un cuento mami?
-Vamos, son las 4 de la madrugada –puso esa expresión de súplica que me derretía y tuve que ceder- Bueno, uno corto.
Cuando Lucien finalmente se durmió volví a mi habitación. Ya la luz comenzaba a colarse entre las cortinas, y agradecí que fuera domingo, sino nadie sería capaz de levantarlo para ir al colegio. Me tumbé en mi cama y me tapé totalmente con las mantas. Para ser otoño, había sido uno de los más fríos que podía recordar, incluso ya había nevado una vez. Eso no dejaba de recordarme a la arena helada donde había estado, con la nieve teñida de rojo mucho más de lo que podía caber en mi memoria. Intenté relajarme, pero sólo pude volver a ver la catarata de sangre que salía del cuello de Jonathan cuando Sarah lo mató. Imaginé que podría haber sido alguno de mis niños y ahora comprendía como se sentían esas familias; entonces comencé a temblar.
Fue entonces cuando sentí las suaves caricias en mi espalda, esas que siempre me calmaban cuando estaba triste. Me acomodé entré los brazos de Gaetan y lloré, mientras él no dejaba sus caricias y sus palabras tranquilizadoras. Había otras noches en las que era él quien se despertaba gritando o llorando, empapado en sudor, viendo en sus pesadillas la muerte de los juegos. Tenía tanto que agradecerle, si no fuera por él nunca hubiera podido seguir adelante, y sin él nunca hubiera construido este hermoso hogar que hoy compartíamos. Su voz me sacó de mis pensamientos.
-Sabes que odio verte llorar, preciosa; ya para. –Sin embargo no podía hacerlo aunque intentara- Bueno déjalo, tal vez sea mejor que saques ese peso de adentro. –Pasó un buen rato hasta que logré calmarme, mientras seguía temblando.
-Eres tan paciente conmigo, gracias Gat. –Entonces sonrió y me besó despacio en los labios.
-Pero cuando llega el momento, tú también lo eres conmigo. Hacemos buen equipo ¿no crees? –Asentí- No te preocupes, ¿qué te parece si te hago el desayuno sólo para ti? Antes que se levanten los niños.
-Claro. De todas formas Lucien tardará un buen rato en levantarse luego de sus incursiones por los pasillos a la mitad de la noche.
-Y las tuyas. –entonces rió y no pude evitar sonreír. Siempre, aunque fuera con algo pequeño como esto, lograba que me sintiera mejor. Así y todo no creí que fuera a ser un buen día.
