NA: Ok, este capítulo es solo una especie de prólogo o algo así, la historia la desarrollaré más adelante... es un proyecto a largo plazo que voy haciendo cuando puedo, así que no pressure please xD

He dejado los nombres de HTYD en español por que me gusta la fuerza que tienen los nombres así, sorry si preferís los nombres en inglés.

Solo decir que el Mericcup es un pairing hecho para que lo ame y... flufiness fluffines fluffines. Sí, esta será una historia empalagosa.

Ni how to train your dragon, ni brave me pretenecen. Ya lo sabéis.

Oh, me olvidaba. Este fic es en realidad un regalo para mi hermana.


Aquella mañana, Merida se había levantado con un presentimiento extraño que le decía que algo iba a ocurrir, pero no quería pensar en ello. Los nervios le apretaban, y no sabía si era porque su madre tenía otra tediosa tarea que enseñarle a hacer o por que alguna aventura la esperaba detrás de alguna esquina, pero después de todo a ella no le apetecía nada continuar con las clases de tejer. Se había despertado antes de la salida del sol y sin peinarse siquiera había cogido su arco y caminado a escondidas hasta el establo donde Angus seguía algo adormecido.

— Angus despierta, tenemos una aventura que vivir esta mañana ― le dijo al caballo en el oído. Sí, la idea de que una aventura la esperaba era una mejor opción para explicar su sobreexcitación.

El caballo se alegró de verla, mas prefería dormir a salir tan temprano por la mañana, mucho antes que le sirvieran un suculento desayuno de paja y alfalfa seca. La pelirroja se exasperó un poco en el primer momento, pero no desistiría tan fácilmente solo porque Angus se sintiera perezoso. Cepilló el pelaje del animal haciendo el mínimo ruido posible, para que no se despertasen sus hermanos. También cogió un poco de azúcar y un par de manzanas de la despensa con las que chantajear al caballo.

Funcionó, desde que había descubierto la debilidad de su compañero nunca más había podido negarse a nada que le pidiera. Así fue como Merida salió de su casa a la salida del sol y sin haber sido vista por nadie. Como de costumbre su idea era correr con el caballo por el bosque disfrutando de la vista, pero después de cruzar el lago en el que le gustaba refugiarse de su madre para evitar sus quehaceres pudo ver algunos pequeños fuegos fatuos. Aquellos que jamás creería volver a ver después de todo lo que había ocurrido con su madre en su decimosexto cumpleaños.

Angus se frenó en seco al ver aquellas pequeñas figuritas azules que se movían, no le gustaban nada, pero Merida, consciente de lo que encontrarse con aquellos seres podía significar, bajó del caballo y decidió seguirlos una vez más en busca de su destino. El caballo la seguía de lejos y ella se giraba de tanto en tanto para ver si seguía con ella.

El camino que le indicaban le resultaba familiar y cuando por fin la última de aquellas llamas despareció, se dio cuenta de dónde estaba. Aquella casa la conocía. Allí había encontrado a aquella bruja tan torpe que había huido de vacaciones cuando era más necesaria, pero la casita de madera parecía vacía ¿por qué los fuegos fatuos la habían llevado a aquel lugar de nuevo? ¿Qué sentido tenía? Ya no había ningún gran oso en la región y ya sentía que tenía en sus manos las riendas de su destino, aquel encuentro no debía ser con la bruja. Debía ser algo diferente, una aventura distinta.

La chica llamó a la puerta de la casa, pero nadie contestó. Tal como pensaba aquella mujer loca seguía desaparecida. Empujó un poco la puerta para ver si había alguien allí dentro, pero nada. La casa estaba vacía, tan sólo había allí un par de figuritas extrañas en forma de dragón y una puerta entreabierta por la que llegaba una luz mortecina. Merida pasó sus dedos por la madera tallada con curiosidad ¿Existirían aquellas criaturas? Eran francamente bonitas.

― No deberías ― se dijo a sí misma en voz alta. Pero lo cierto era que la curiosidad le podía, en su cara se reflejaba una enorme sonrisa que le decía que sería muy emocionante y divertido. Y además, si los fuegos fatos la habían llevado hasta allí debía ser por algún motivo, o aquello se decía a sí misma para tratar de convencerse de que no estaba mal pasar por el marco de aquella puerta a pesar de que nadie le hubiera dicho que podía hacerlo. Pero bueno, ella sabía lo que hacía y si no siempre sería capaz de arreglarlo, ya le había pasado antes.

Echó un ojo a la salida de la casa, allí estaba Angus esperándola. Parecía decir que no con sus movimientos, claro que se lo imaginaba ella. El caballo no podía saber lo que Merida estaba pensando en hacer. Cerró los ojos y se dijo que no podía haber nada de malo en abrir de par en par una puerta que ya estaba un poco entreabierta. Se dirigió con decisión a la puerta de madera la abrió.

No había nada allí, era como una salida normal. Solo eso, la salida a la parte trasera de la casa a una naturaleza que se extendía al igual que en el otro lado. Pasó una mano al otro lado de la puerta, era preciso examinar si había alguna magia, nada ocurrió. Solo era una puerta, nada podía pasar por cruzarla.

La pelirroja se decepcionó, ella esperaba una aventura. Algo diferente, se deshizo de la idea de que el presentimiento matutino tenía algún sentido lógico, y entonces otro fuego fatuo apareció en aquel otro lado. Tal vez no fuera dentro de la casa el lugar al que debía ir, aquello hizo que la chica volviera a sonreír.

Pasó por debajo del marco de la puerta sin pensárselo dos veces y entonces fue cuando se dio cuenta, la vegetación en aquel otro lado era diferente. Giró sobre sus pasos en busca de la casa y ya no había nada allí. Otra vez había ocurrido aquello, una mezcla de excitación y euforia se cruzó en el cuerpo de la chica.

― ¡Una aventura! ― gritó apretando los puños y saltando emocionada. De golpe apretó los labios e imitó la voz de su madre―. Te has librado de un montón de quehaceres, señorita.

Empezó a reírse sola, en realidad aquello no estaba bien, nada bien. Cerró los ojos con fuerza y recapacitó sobre todo. Ella no quería perderse vete tú a saber dónde, además ya no tenía a Angus a su lado. Tenía que adivinar dónde se encontraba.

Se agachó a examinar el suelo y la vegetación. Aquella zona era mucho menos húmeda que el bosque que rodeaba DunBroch. Seguidamente se encaró al primer árbol que tenía de frente y trató de escalarlo. Desde las alturas sería mucho más fácil encontrar el camino de vuelta a casa.

Se encaró a lo alto de aquella haya de forma dificultosa y tratando de ayudarse con la punta de una flecha.

― ¡Ay madre! — Exclamó al no reconocer un solo milímetro de la tierra que se extendía a su alrededor. Y entonces lo dijo otra vez, pero no por no reconocer el área en absoluto. El motivo por el cual exclamaba una segunda vez era aquel enorme bicho gigantesco de color negro que se acercaba a ella a toda velocidad.

Recordó las figuritas de madera de la casa de la vieja bruja y trató de bajar de aquel árbol lo más rápido posible para guarecerse, pero una de las patas de aquel animal la había cogido por el vestido y tiraba de ella volando.

― ¡Suéltame! ― fue lo primero que dijo sin pensarlo, pero tras ver lo alto que se alzaba en aquel vuelo la chica cambió de idea ― ¡No! ¡No me sueltes!

― No te preocupes, Desdentao sabe lo que hace — escuchó la chica decir a una voz. ¿Aquel bicho negro hablaba? Aquello no era una aventura ¡A saber dónde se había metido!

El pánico se apoderó de la chica, ¿y si aquel bicho quería comérsela? ¿y si había más? Miraba hacia abajo y luego volvía a mirar a la criatura. Presa del miedo empezó a dar golpes en las patas al dragón prefiriendo morir por la caída que comida por un animal de significante magnitud, y de buenas a primeras la soltó.

Merida cayó en un lago, creía que se ahogaba pero pronto tocó fondo y se dio cuenta de que no era tan hondo como había creído. Trató de nadar hasta la orilla y cuando creía que estaba a salvo, allí estaba. Frente a ella, el dragón la miraba con unos ojos redondos y aquella mirada que en realidad no resultaba para nada amenazadora.

— Siento que te hayamos asustado — dijo la voz de nuevo, y Merida se dio cuenta que quien hablaba era un chico que se encontraba sentado sobre aquella negra criatura alada. Se rascaba la cabeza y la miraba algo avergonzado.

— No pasa nada ― contestó la chica despreocupada. Sonrió ― Solo es que estaba un poquito desconcertada y me has pillado con la guardia baja.

El chico bajó del dragón, le faltaba un pie, era moreno y tenía los ojos verdes.

— Soy Hipo, y a Desdentao ya le conoces — dijo, pero Merida estaba ya mirando la majestuosidad de las escamas de aquella criatura, le parecía imposible que algo tan grande fuera tan apacible y dulce. Y entonces pensó en su madre transformada en oso. — ¿Cual es tu nombre?

— Merida — dijo sin tan siquiera mirarle, acariciando a Desdentao. —¿Es que la bruja ha convertido a algún amigo tuyo en esto?

— ¿Qué bruja? Desdentao es un dragón, siempre ha habido dragones aquí.

—¿Quieres decir que hay más? — La pelirroja se había girado a Hipo con los ojos muy abiertos, emocionada por la idea de que hubiera más de aquellas extrañas criaturas tan ó a Hipo por los hombros — ¡Enséñamelas, por favor!

— ¡Eh! ¡Eh! ¡Para el carro! — contestó Hipo tratando de que le soltase, la chica le parecía un poco lunática. — Podemos ir a verlos, pero tienes que estar tranquila.

Merida se quedó quieta y trató de calmarse, respiró hondo y colocó sus manos detrás de la cintura. Una pose de buena chica para demostrarle a Hipo que podía estar relajada frente a cualquier ser vivo por alucinate que le pareciera.

Hipo asintió con la cabeza y miró al furia nocturna y este se colocó para que el chico pudiera subir sobre su lomo. Merida los miró algo asustada, no quería volver a viajar en los pies de Desdentao por nada del mundo, y casi cuando estaba a punto de decirles que había cambiado de idea, Hipo alargó la mano para que la chica se subiera detrás de él, sobre el lomo del dragón.

— ¡A casa Desdentao!