Morir. De entre todos los miedos el más descomunal. Ese que hace estallar la brutal tormenta que reside dentro de su fragilidad. Morir es oscuridad. Es ese cuarto pavoroso sin salida. Ahora la percibe acariciándole la piel, tan estremecedora y piensa, Chrona piensa que no quisiera volver a sentir otra cosa en toda su vida. Está expirando en la penumbra, iluminada por un par de luceros dorados, intensos, tan intensos, que aunque su visión se torne borrosa por la fruición siguen mostrándole el norte.

Ese chico, la encarnación de la muerte representa en sí mismo el significado de perfección. Kid es tan perfecto que apabulla y el amor es tan desordenado y excéntrico comparado él que temió ser rechazada; como si la demencia añorara en secreto la sensatez. Sin embargo Kid encuentra siempre la ecuanimidad de toda situación como buen hipocondriaco por el equilibrio y simplemente dijo que si ella lo amaba y el no, sería insoportablemente asimétrico.

La lánguida joven es mil veces más delicada entre sus manos, tanto que podría partirse en dos en cualquier momento; romper en un orgasmo. Es tan inexperta. Tan vulnerable. Kid sabe exactamente como robarle el alma con cada caricia, roce y beso; poco a poco, con paciencia, porque la parsimonia va con él y aunque también este excitado quiere que no haya un solo error. La primera vez debe ser así. Y entonces se hacen uno, el cuerpo pequeño y lo inenarrable echo sensación. Aprieta las piernas alrededor de su cintura y gime como si aquello fuera el fin antes de abandonarse al placer. El shinigami la alza de la cama por que ha decidido que ella nunca más deberá sostenerse a sí misma sola. Mientras viva no la dejará caer. Tampoco llorar.

Chrona sabe que no puede ni por asomo, un ser corrupto, comparársele a un Dios pero en esos momentos llega a sentirse infinita. Por primera vez, acogida entre esos brazos y refugiada en ese pecho, se siente del todo segura. La muerte nunca fue tan dulce.