Bien, esto me surgió mientras lo estoy jugando. Comencé a hacer drabbles de los personajes, Lowell, Horace, Calista, Yurick, etc., así que he decidido publicarlas poco a poco. TODAS suceden antes de la historia del juego, so, yeah, mini precuelitas o algo metiéndonos más en los personajes.

Obviamente, dudo mucho que sean felices.

DISCLAIMURRR

The Last Story le pertenece a Hironobu Sakaguchi (PERO YURICK ME PERTENECE SI QUIERO)(?)


GiygaShade's

Cuentos

I

Calista

—¿Querida? ¿Qué pasa? ¿Por qué no has dicho nada?

La hija del antiguo conde Arganan jugueteaba inconscientemente con su comida, soñando que podía volar, largarse de ese castillo, ser feliz por primera vez en su vida. No había estado escuchando el discurso de su tío, ni las respuestas soberbias de su prometido. Ese mismo día le había conocido, y no quería volver a verle nunca más. Su vida iba de mal a peor. Trató de sonreír, mientras lo intentaba, lo único que se asomaban eran lágrimas de impotencia. ¿Por qué no podía ser como los demás? Odiaba ser parte de la nobleza, vivir en un castillo, que su tío eligiera por ella a quién amar.

—¿Señorita Calista?

Podía distinguir dos voces en el pasillo, a lo lejos. Era imposible no reconocerlas, el general y su caballero favorito, siempre estaban juntos. Tragó saliva, deseaba que sucediera algo malo, una invasión Gurak, por ejemplo. Algo que le obligara —y ayudara— a huir de ese horrible lugar. Nada sucedería, ellos simplemente cuidaban el pasillo, para que nadie interrumpiera la maravillosa cena entre el conde y sus queridísimos prometidos. La ciudad de Lazulis estaba envuelta en una enorme celebración, un festival en honor a que la Señorita Calista por fin contraería nupcias. Desgraciadamente. El pueblo era mil veces más feliz que ella, sin contar que eran los únicos que festejaban tal unión absurda.

Se percató de que ellos estaban observándole, penetrantemente. Detestaba la mirada del heredero de la casa Rambaldt, le hacía sentir sucia, un objeto sólo para él. No podía permitir eso, maldita sea, no.

—Perdón, estaba pensando—dijo, al fin, con una fingida sonrisa dibujada—, ¿Qué sucede?

El conde se levantó de su lugar, con la copa en alto. Al igual que su prometido. Ella hizo lo mismo de mala manera, aún con esa lastimosa sonrisa.

Por una vida próspera.

Por Lazulis.

Por la felicidad de mi sobrina Calista.

Lo último, era lo contrario. Con ese brindis sellaban la tristeza de un alma que desea ser libre. Bebió el vino de un solo sorbo, rápidamente. Quizá eso le haría sentirse mejor. No lo hizo. Quería llorar, encerrarse en su habitación, morir para así no volver a ver a su prometido.

Cenó con ellos, las risas le enfermaban, de vez en cuando hablaba, sólo con afirmaciones. En los ojos del heredero de la casa Rimbaldt se reflejaba la desesperación, ya quería que todo terminara, para que por fin pudieran estar juntos, solos. Lo que ella temía. El conde alargó la conversación hablando de lo próspera que era la isla, el último paraíso en la tierra, y demás cosas. Calista sólo se limitaba a observar los fuegos artificiales. Por qué tenían que celebrar algo tan triste. Tan triste para ella.

Todo terminó, ella se retiró del comedor de la mano de su prometido. Silenciosa, fría. Él no dejaba de mirarle, de clavar sus horribles ojos en ella. El conde ya no estaba, el único sonido en el pasillo era el de los tacones de las mucamas, ellas no importaban. Eran simples muebles, ó al menos así las veía su prometido. A mitad del pasillo, él le miró penetrantemente. Su prometido era un patán, un patán guapo.

—¿No te sientes feliz?

Ella asintió con la cabeza, falsamente.

—¿Por qué no me lo demuestras?

El heredero de la familia Rambaldt, su prometido, la acorraló contra la fría pared de mármol. Ella cerró los ojos mientras él le olía, tocaba, y acercaba más a él. No quería eso, no con él. Jamás en la vida se había sentido tan sucia. Él le besó el cuello, Calista intentaba aventarlo con todas su fuerzas, más no eran suficientes. Aún le estaba tocando. Besando. Susurrando al oído. "Ya quiero que estemos juntos" "eres hermosa" "ninguna mujer opaca tu belleza" "eres mía".

Eres mía.

Y nadie podrá cambiar eso.

Nadie.

Hizo eco otro sonido, las pisadas de un caballero. El caballero blanco, esperaba que él le salvase de la tortura, más nada. Él continuó, ignorándolos. No tenía derecho a hablarle a los nobles y mucho menos a interrumpir eso, por más ruin y sucio que le pareciera. Trató de gritar, pero un beso selló sus labios. Una lágrima recorrió su mejilla, no quería el resto de sus días fueran así, al lado de alguien al que nunca amará.

Pero nada cambiaría su destino.