Una noche que pasé hospitalizado, soñé que nadaba en una piscina natural de aguas cristalinas, mientras lo más bello y hermoso de este mundo pasaba por delante de mis ojos de forma cadente e insinuante.

Mis movimientos en el agua eran pura poesía, al igual que el roce de los peces acompañándome en el agua. Parecíamos danzar todos juntos en una perfecta armonía azul. Todo estaba en calma en mi adorable descanso.

Pero entonces llegó la tormenta y un trueno me avisó de lo que llegaba. Mi cuerpo desnudo flotando en el agua enseguida se giró para mirar hacia el acantilado desde el que segundos atrás solo se veía el cielo azul y la luz del día... Todo se había vuelto negro y nocturno a causa de las nubes que presagiaban la lluvia.

Apenas podía distinguir la figura que esbelta se erguía en lo más alto del acantilado. Su cabello de color ónice ondeaba de forma violenta por el repentino viento huracanado que lo acariciaba. De pronto, un trueno recorrió toda la bóveda celeste detrás de él, de manera amenazante. Pude ver su rostro un instante, con sus labios rodeados por una carne inestable y sangrante, dibujando en su cara una sonrisa más tenebrosa que su propia presencia. Instintivamente, temblé, como solo podía pasarme en una situación como aquella.

La pálida piel parecía por su color la de un muñeco de porcelana, lleno de grietas y de magulladuras. No obstante, las rugosidades del cuero se mezclaban con el puro color para hacer su tez más y más fantasmagórica... En ese blanco perlado que casi parecía reflejar la luz que llegaba hasta su cara.

Sus ojos que parecían dos cuencas sobre las que se habían pegado sus dos bolas oculares con rebosante brea estaban fijos en mí. Sabía que mi muerte era inminente, por eso no me extrañé al hallarme de manera repentina en la misma piscina cubierta de un fácilmente reconocible color escarlata.

-Jeff... Jeff -dijo él con su voz susurrante, oscura, grave y demente, llena de los sentimientos más oscuros- no debes de tenerme miedo. Tú eres yo.

Un grito salió de mi boca mientras las aguas me tragaban hasta el fondo del mar y...

-¡Jeff, Jeff! -oí la voz de mi hermano al despertar.

-Ugh... ¿Liu?

-Jeff, era todo una pesadilla. Estás a salvo, en el hospital.

Temblé ligeramente. El dolor que había sentido días atrás había desaparecido casi por completo.

-¿Sabes? Hace unos días escuché una conversación entre mamá y tu médico... ¡parece que te van a dar el alta en un par de días!

-Eso suena maravilloso -musité sintiendo unas lágrimas calientes alrededor de mis ojos vendados. No podía ver nada más allá del blanco de mis vendas, pero mi hermano siempre había sido un gran apoyo moral para mí, aún cuando mi vida parecía estar desmoronándose como en aquel entonces...

Ese día en aquella camilla del hospital no sabía lo mucho que había cambiado mi percepción de la realidad