LA ESTILISTA DE LA CALLE FLEET

PARTE 1

El barco llegó a Londres.

Una enorme ciudad, de aspecto lúgubre, más cuando el clima se mostraba encapotado.

Era un criadero de pestes, tanto de ratas como humanos, que se movían por las calles, algunos con brío y otros con miseria, según la providencia les hubiese sonreído al nacer, en aquella sufrida e injusta época, donde solo los de burgueses y de buena familia podían sonreírle a la vida, despreocupados del que comerían ese día, para subsistir.

El desembarco fue rápido.

― Ha sido una larga y difícil travesía, más me alegra que hayamos llegados vivos, señora Mcflye.

El dueño de aquellas palabras era un joven buen mozo, que no tuvo la fortuna de nacer en una casta, y en su corta vida, ya había surcado casi todo el mundo, trabajando como obrero en los barcos.

A pesar de su dura vida, en sus ojos, rostro y pelo turquesa, emanaba una gran bondad y empatía.

Muy contraria a la de su receptora.

Una misteriosa mujer que bordeaba los cuarenta años.

De expresión seria y sombría. Con ojeras notorias debajo de sus ojos color miel. Que, si bien en un pasado estuvieron rebosantes de alegría y ternura, ahora solo reflejaban un odio y tristeza contenida. Su cabello de tono oscuro, parecía haber aguantado las penurias de su dueña, haciendo que solo un mechón notorio, que se acomodaba de costado, se tiñese de un blanco natural, síndrome de mari Antonieta tal vez, algo que aún no era diagnosticable en aquella época, donde tenías que ir al herrero a por un dolor de muela.

A pesar de eso, aún era poseedora de cierto encanto. Incluso si se vestía como hombre, usando pantalones gastados y sucios, y un chaleco negro de cuero que llegaba hasta sus rodillas.

― Me temo, que esta es nuestra despedida entonces, señora Mcflye ―agregó el muchacho, cargando su escaso equipaje, consistente de un pequeño morral, y unos lienzos enrollados, solo Dios sabe por qué―. Ha sido una gran compañía, a pesar de que solo me ha respondido con monosílabos. Tiene un don para escuchar y hacer sentido a su transmisor. Sé que Londres es grande, y muy solitaria para los forasteros, así que… ―hizo una pausa en su hablar, para ayudar a una pobre mujer a cruzar a tierra firma, que cargaba un gran costal y a su pequeño hijo a rastras, al mismo paso que ellos― …si alguna vez llego encontrar tiempo para tomar un té, como la gente decente, me gustaría que fuese con alguien a quien conozco ¿Dónde podría encontrarla? Yo le daría mi dirección, pero carezco de ella, posiblemente pase la noche en una calle solitaria, donde encuentre un techo…

Ambos terminaron de recorrer el puerto a pie, para encontrarse de frente, con el infestado y sucio mercado, donde tomarían caminos separados.

La mujer por fin se dignó a hablar, al saber que ya no escucharía más a su parlanchín compañero de viaje.

― También he disfrutado su compañía, joven Jihyun. Dudo que volvamos a encontrarnos, y hasta admito que prefiero que eso no pase, pero… ―sacó la mano que llevaba dentro del bolsillo de su chaqueta, para calmar el frio, y apunto hacia el este de la ciudad―. Londres en mi ciudad natal, y siempre me ha gustado rondar por la calle Fleet, si algún día, pasas por ahí, puede que me encuentres… ―su voz tenue y sin vida tomó cierto entusiasmo en sus últimas palabras―, como dicen en tu tierra… Arrivederci.

― Si, arriverderci, señora Mcflye!

.-.-.-.-.-.-.-.

Abrió la puerta, haciendo notar su presencia, con la campanilla que hacia ruido al abrirse esta.

Sin duda esa la dirección.

Habían pasado casi veinte años, pero aquella calle seguía igual como la última vez que la había visto.

― Oh, al fin un cliente.

Un hombre de voz y apariencia amable la atendió.

Se sacó el sombrero que ocultaba a su rostro de la luz, para hacerlo un bollo y meterlo en el morral que traía cargando a un costado, como un hombre.

― Bienvenido!… Madam? ―articuló el sujeto, al principio un tanto confuso al descubrir su rostro, para luego seguir hablando cortésmente, mientras le sugería una de las mesas que tenía cerca―. Por favor, póngase cómoda…

Ella se sentó sin más, observando aquellas paredes.

Incluso a pesar de que lo habían modificado a un mesón, el tapiz de las paredes seguía siendo los mismo, aunque más viejos y un tanto descuidados.

Escenas de su vida anterior antes del infierno cruzaron por su mente, atormentándola.

La voz del que atendía, volvió trayéndolo a la realidad.

Parece que le había recitado todo el menú que tenían y estaba esperando su elección, mas no lo había escuchado ni en lo más mínimo.

― Tráeme lo que sea, y un vaso de tu bebida más fuerte ―resumió para alejarlo y seguir con sus míseros pensamientos.

Pero el hombre volvió a los pocos minutos.

Trayendo incluso más de lo que había pedido.

― Como notará, está muy vacío por aquí, y es momento de almorzar ¿le molestaría si la acompaño? Hace tiempo que como solo y eso…

― Solo quiero en comer sola y en silencio, la verdad… ―articuló de forma fría, para luego tomarse unos segundos.

¿Acaso había dicho que estaba solo en aquel lugar?

Reaccionó de forma interesada, tal vez no había sido una mala idea, venir a aquel lugar directamente.

― Espera… ―prosiguió en su hablar, al notar que el otro se retiraba en silencio ante su negativa―. ¿Sabes que sucedió con la familia anterior dueña de este edificio?

― Si, lo sé. Pero soy mejor explicándome luego de que sacio mi hambre. Será luego.

― Entonces, come conmigo, perdona mi descortesía de hace segundos… ―se disculpó la mujer, mientras intentaba dibujar una ligera sonrisa falsa en su rostro amargo, y hacia un ademan, para que se sentase en el asiento libre que había frente en la misma mesa, que daba una buena vista a la calle, por las ventanas―. El viajar me ha convertido en una persona desconfiada, mis ojos han visto y vivido más de lo que muchos desearían.

El accedió ante tan simples palabras como excusa.

Fue recién ahí que lo vio con detenimiento.

Tenía rasgos delicados, de cabello rubio un tanto desprolijo, que querían caer rebeldes a su rostro, controlándolos para evitarlo con unas pequeñas piezas de metal color rojo, que nunca antes había visto que alguien portase en el cabello, pero que cumplían con su cometido, evitando que aquel mechón agraciado le cubriese la cara.

Su cara… era como ver un cielo…

― Ejem… si va seguir viéndome de esa forma fija, sin decir nada… voy a terminar apenándome ―profesó el rubio, con la mirada hacia un costado, con un leve rubor en sus mejillas.

Fingió no escucharlo, mientras extendía su mano sobre él, tocando uno de sus pómulos, con los dedos, como si hubiese descubierto algo.

Si, sin duda, su rostro era terso y agradable al tacto.

― ¿Eh? ¿Disculpe? Por favor ¡Aléjese! No soy ese tipo de hombre ―reaccionó este al principio, ante la cercanía inesperada―. Si está buscando ese tipo de cosas, hay burdeles a un par de calles, tal vez ahí consiga un… gigoló…

Se detuvo en su queja, al notar que aquella extraña no lo miraba con esas intenciones.

Examinaba su piel, tal como lo hubiese un boticario fascinado por un descubrimiento herbal.

Su mirada caída se alzaba un poco, en lo que lo observaba.

― Tu rostro… realmente cuidas de él ―por fin se dignó a decir, mientras seguía tocándolo, ya no solo la mejilla, sino su frente, mentón y la comisura de sus labios―. Eso seguro ha hecho que muchos se confundiesen al saber tu edad real ¿no?

― Aham… jaja… es la primera vez que alguien lo ha notado, me siento de verdad apenado… ―respondió el rubio complacido y hasta un tanto emocionado, cosa que reflejó en aquellos enormes ojos violetas que tenía―. Pero debo preguntar… ―tomó su propia mano, para posarla encima de aquella mano extraña que circulaba por su rostro, aprisionándola contra su mejilla derecha, como si la acariciase, por unos segundos que parecieron agradarle, para luego separarla de su rostro, de forma delicada pero firme―. ¿Por qué quiere saber sobre los antiguos dueños de este lugar?

― ¿Por qué el hombre descubrió el nuevo mundo? ¿Por qué el hombre aprendió a crear fuego? ¿Por qué el humano filosofa? Esas preguntas y la tuya, tienen la misma respuesta.

El rubio no parecía muy complacido con su respuesta, más prefirió no arriesgarse a correr a alguien que podría tener como cliente frecuente… o tal vez algo más…

Con ingenuidad, de esa que reflejaba en sus ojos color de orquídeas.

Desafortunadamente, aquel ser que parecía un ángel caído del cielo, no era el portador de historias igual de encantadoras como él.

― La familia anterior, que era dueña de este lugar, tuvo un trágico final. Dicen que era una hermosa pareja de casados, que llegaron a tener una hija. Él era un actor, de esos que trabajan en ese colorido lugar que llaman teatro. Nunca fui a uno, pero dicen que ahí se pueden ver historias cobrando vida. Algo mucho mejor que leer libros…"

Era cierto que, en su juventud, ella pudo presenciar aquella creación culta de cerca, que persistiría a través del tiempo, llegándose a ser parte de la cultura londinense, en esa época.

― Dicen que era el mejor actor que el mundo del teatro pudo haber tenido. Enamoraba y cautivaba el corazón de todos los que tuviesen la dicha de presenciar sus obras. Pero este había perdido el corazón por una sola mujer. Quien al principio solo era su estilista, pero terminó siendo también su representante. Gracias a ellos, esta calle, Fleet, era prospera… porque muchos querían vivir cerca a aquella celebridad, que tenía una vida modesta no tan lujosa a pesar de poder pagársela. Era una extraña combinación, ya que actualmente todas esas personas que son actores, no salen del centro de Londres y llevan una vida de excesos y malos rumores. Nunca se casan y tienen vástagos por doquier… es algo triste, si se pone a pensar…"

Ella se limitó a escucharlo, a pesar de que recordar el pasado, le provocaba una mezcla intensa y oscura de emociones, que deseaba expulsar con una súplica muda.

― Algunos dicen que ella era muy celosa e indigna de él… otros dicen que ellos habían nacido para estar juntos, ya que se complementaban a la perfección. Hay tantas versiones que es difícil saber cuál era la verdadera, sin poder haberlos conocido. A pesar de todos esos rumores si sañosos, vivieron su vida enfocándose en la luz. Hasta que una mañana… por una acusación directa de alguien, se descubrió que ella, era una traidora. Que vendía información camuflada, con los franceses… fue toda una polémica. Al principio, fue condenada a la orca, pero su esposo imploró piedad, a pesar de que profesaba que todo era una falsa acusación, que de diesen una sentencia menor. Y la corte, quienes en su mayoría eran fanes de él, se apiadaron, condenándola a trabajos forzados muy lejos de aquí… entonces la arrancaron de su esposo e hija recién nacida… Cielos ¿Qué clase de injusticia fue esa? El impacto fue extremo en su esposo, que este no volvió a sonreír ni actuar, desde ese día en que los separaron. Muchas mujeres no respetaron su dolor y lo acosaban más que nunca. A pesar de eso, y el tener que cuidar a hija pequeña, el insistía en que buscaría pruebas, de que lo que había pasado con su esposa era una injuria planeada para destrozar su matrimonio. Pero con el pasar de los años, su profesar se volvió débil y confuso, algunos decían que enloqueció de la tristeza, hasta que una mañana simplemente desapareció. Algunos decían que encontraron su cuerpo en los canales y lo enterraron en una lápida sin cruz. Su hija cayó en un orfanato y este edificio quedó a manos del estado, ya que ninguno de ellos, tenía familiares vivos. Terminó siendo subastado y comprado por una pareja de obesos y crueles humanos…"

― ¿Tus padres?

― Esos monstruos no eran mis padres ―el tono de su voz se tornó entre abatido y triste―. De, hecho, nunca conocí a mis padres verdaderos. Crecí en un orfanato. Esta pareja me adoptó, pero en vez de tratarme como su hijo, me hicieron su esclavo. Me trataban mal, golpeaban y… ella incluso abusó de mi… escapé apenas tuve la edad suficiente, para que no me devolviesen a ellos… ―su voz se calmó, dando a entender que por lo menos se sentía mejor recordando esa parte―. Yo estaba en el trabajo, cuando me informaron que habían muerto… como nunca tuvieron hijos biológicos, yo quedé como el único heredero. No me emocionó mucho la idea, pero cuando me despidieron por nepotismo, llegué a la idea de que podía usar este lugar para subsistir. Y gasté todos mis ahorros para arreglar el lugar lo mejor que pude. Al principio me estaba yendo bien, pero tenía que aparecer esa competencia… ―con la mirada señaló al frente, donde un restaurante se abría y parecía tener bastante clientela―. Yo cocino mucho mejor, pero mi presupuesto no me alcanza para poner tanta carne como lo hacen ellos, aunque estoy seguro, que no usan carne de res, sino de gato y ratas… aun no consigo pruebas para denunciarlos, pero una vez compré uno de sus especiales para saber a lo que me enfrentaba y juró que la carne sabia extraña…

― ¿Y por qué crees que usan carne de gato y ratas? ―preguntó ella, totalmente curiosa y atrapada por ese último relato, mientras comía un poco de lo que tenía enfrente y agradecía que su sentido del tacto le indicase que ella si estaba comiendo carne de res.

― Pues… una madrugada, cuando estaba saliendo a hacer mis compras para la despensa, pude ver como metían muchos gatos en jaulas… eso, y que también mi gata desapareció a pesar de que nunca salía de mi sala y solo se recostaba en el parador de la ventana que da a la calle, para tomar sol. Mi deducción es que roban todos esos gatos que usan…

Se distrajo de escucharlo, en el momento en el que él apuntó hacia las escaleras que dirigían al segundo piso y parte del primero, que no era parte de su negocio.

― …y me ha ido mal desde entonces. Con las pocas ventas, terminé endeudándome… puede que en unos meses tenga que vender este lugar y vuelva a ser un simple empleado… es tan frustrante ―expresó el rubio, en modo de desahogo, aprovechando que tenía alguien escuchándolo, posiblemente, después de mucho tiempo.

― ¿Y por qué no rentas la planta alta de este lugar?

― ¿Eh? Lo intenté, pero nadie quiere rentarlo, a pesar de que pido menos del mínimo de lo que debería cobrar. Dicen que este lugar esta maldito y que la maldición se les puede pegar. Gente estúpida y supersticiosa.

― Lo sé. Pero ya deja de lloriquear… ―dijo mientras justo terminaba de comer, y metía una de sus manos en su enorme chaleco negro, para sacar su bolsa de dinero―. Pienso asentarme en Londres, de forma indefinida, así que necesito rentar un lugar. 20 monedas de oro por mes ¿te parecen suficiente?

― ¡¿20 monedas de oro?! ―expresó asombrado el rubio, en un principio, para luego tratar de mantener la compostura―. Eh… si, 20 monedas estarán bien por el momento. Dame unos segundos, traeré la llave para mostrártela. No esta amoblada, pero puedo ayudarte con ello, si lo necesitas.

A los minutos, se encontraban afuera, para entrar por las escaleras externas, ya que el lugar estaba diseñado para ser usada de esa forma.

― No entiendo por qué pones el cartel de que vuelves en cinco minutos a tu puerta, si al final nadie viene a tu local ―expresó con sinceridad esta, mientras se cargaba su morral, de nuevo a la espalda.

― ¿Por qué me dice esas cosas tan crueles? Solo estoy actuando conforme a mi puesto ―se quejó entre gimoteos aquel hombre de aspecto tierno, con los ojos un tanto tristes.

A sus ojos, su actuar le pareció gracioso y hasta conmovedor. Cosa que lo contrario internamente, ya que no recordaba la última vez que sonrió de forma sincera.

Esa expresión no pasó desapercibida en el otro.

― Oh… entonces si sabe sonreír, debería hacerlo más seguido ―sugirió este, mientras empezaba a caminar por delante de ella, para guiarla―, si bromear de forma cruel conmigo lo provoca, podría consentirlo, pero no se sobrepase mucho ¿sí?

.-.-.-.-.

Por fin, luego de varias horas de buscar, encontró alguien que lo contratase. Un mercader que necesitaba ayuda en acarrear las cosas que compraba del puerto todos los días, lo había contratado. Le pagaría dos monedas de oro por día, más las tres comidas básicas y lo dejaría dormir en su depósito con la condición de que hiciese también de guardián.

Ya había hecho su primer viaje con este, y ahora estaba llevando un encargo a la esposa de este, que vivían en uno de los barrios nobles de la ciudad.

Las calles dejaban de estar llenas de personas sucias, lodo y obreros, para ser más limpia, empedrada y con gente bonita y elegante paseando por ellas, aunque en mucho menos medida. Hombres en smoquin y con bastones, mujeres en vestidos de encaje que parecían flores volcadas enormes, usadas como faldas.

Obviamente estas personas se alejaban de él, por vestir con ropa simple, aunque limpia.

Estaba cruzando el parque central, cuando sus ojos hicieron que vea hacia los laterales, donde unos hermosos edificios se imponían, y gente de muy alto linaje los habitaba.

Sus ventanales de terceros pisos, tenían palco hacia la calle. Seguramente para tener una buena vista del parque.

Pero, lo más notorio, es que, en uno de ellos, una joven mujer se encontraba parada, viendo hacia el cielo, con un aire expectación.

El de pelos turquesa, se detuvo apenas la vio.

Quedó mudo ante su belleza. Su tez clara, sus ojos color miel, su pelo suelto y largo de color cenizo, casi blanco, hacían que pareciese un ángel que había caído del cielo.

Ella también lo miró fijo por varios segundos, al notar que la observaba, para luego sonreírle y desaparecer dentro de su hogar.

A pesar de que él había surcado los mares y visto algunas injusticias. Su alma era pura y noble. Hasta hace segundos atrás, nunca había quedado flechado o mostrado cualquier tipo de interés complejo por una mujer.

Un vagabundo que andaba por el lugar, asustando a los aristocráticos transeúntes pidiéndoles una moneda, se acercó a él, al notar hacia donde miraba.

― Muchacho joven e ingenuo… ―expresó con su voz, que parecía la voz desagradable de un cuervo viejo enfermo y con tos―… ¿acaso te gusta la señorita Johana? ―su voz sonaba apenas audible, pero logró escuchar bien su nombre―. Es cierto que parece un ángel… ella… ella se parece a su madre… ―soltó unos ruidos como si llorase y riese a la vez―. ¿Tienes una moneda para este pobre viejo?

Jihyun se apiadó en verlo en tal condición, aunque también estaba interesado en aquella muchacha.

Metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó el pedazo de pan que guardaba para sí, para dárselo junto con la única moneda que tenía.

El vagabundo, que apenas se podía ver su rostro, ya que estaba lleno de suciedad, descuido y pelos canoso enmarañado, se llevó el pan directo a su boca, y la moneda la guardó en su mano como si fuese un tesoro.

― Muchas… muchas gracias muchacho… ―masculló mientras lo observaba con sus ojos perdidos de color tenebroso―, eres… eres muy amable… yo… yo te diré algo más… a modo de agradecimiento… no… no te acerques a esa chica… o su familia… su familia te destruirá… no eres el primero que lo intenta…

Luego de esa advertencia, en vago se alejó, como si nunca hubiese cruzado palabras con él, con un caminar errático. Posiblemente tendría una pierna lastimada o rota.

Pero Jihyun no parecía sentirse afectado ante la amenaza.

― Johana… ese es tu nombre ¿verdad?

.-.-.-.-.-.-.-

El lugar se encontraba casi igual como lo recordaba, aunque mucho más vacío.

Caminó en silencio, mientras mentalmente recordaba cómo estaba decorado en un pasado. Dejando caer su bolso en el suelo, de forma ruidosa.

El rubio se paró en la entrada, observándola con cierta curiosidad, hasta que…

― Se siente rara de volver a casa, luego de tanto tiempo, y no encontrarla como esperaba ¿no? Madam McKandee…

Ella salió de su silencio al escuchar sus palabras. Abriendo los ojos de golpe.

¿Cómo era posible? Se suponía que nadie la reconocería, tenía que arreglar eso de una vez, o sino su venganza corría peligro.

Trato de sacar la daga que tenía en su cintura, para atacarlo, pero aquel rubio fue más rápido, ya que se había acercado a ella, terminándola abrazando desde la espalda, de manera que la neutralizase y no pudiese hacer el más mínimo ataque.

― ¡¿Como?! ¿Cómo demonios descubriste quién soy? ―preguntó exaltada, mientras miraba hacia todos lados, tratando de encontrar la forma de liberarse, mas era inútil.

― Tranquilícese por favor, no soy alguien que debe tomar como enemigo ―se explicó este, mientras se agachaba un poco, debido a su altura mayor a ella, para poder posar el mentón en su hombro izquierdo, hablándole lo más bajo posible, casi a susurros―. Tuve mi primera sospecha apenas entró por la puerta. Su rostro ha cambiado bastante, pero aún es posible reconocer su esencia ―empezó a explicarse.

― ¿Esencia?

― Sé que parezco alguien ingenuo y torpe, y hasta cierto punto es cierto, pero… nunca olvido a una persona, una vez le haya visto sus ojos. Me siento un tanto desanimado en que no me haya reconocido también, pero supongo que es entendible… "Madam MC".

Como un golpe directo a sus recuerdos, el escucharlo decir eso último, hizo que recordase de donde era posible que lo reconociese.

Ella era la estilista y barbera de los mayores actores en su juventud, incluyendo su esposo. Pero a la vez tenia ayudantes y aprendices.

― Eras un niño en ese tiempo, es increíble ver cuánto has crecido, siento no haberte podido enseñar nada… ―expresó mientras se calmaba y dejaba de forcejear, relajando sus músculos―. Sé que puede ser una petición un tanto exigente, pero ¿podrías soltarme? Prometo no matarte, por lo menos, no ahora.

― Solo si deja caer en el suelo, la daga que estaba a punto de incrustarme.

El objeto cortante cayó apenas dejó de hablar.

― También el otro, por favor.

― No sé qué hablas, no tengo otro…

― Por favor ―le interrumpió de forma insistente, mientras acercaba demasiado sus labios al lóbulo de su oreja, para susurrárselo.

Soltó un suspiro de resignación, para luego alzar de forma doblada su pierna derecha.

El rubio con lentitud, dejó de abrazarla con su brazo derecho, para deslizar su mano hacia abajo y sacar la mini espada que llevaba oculta en su bota, para votarla lejos de ellos.

― ¿Satisfecho?

Antes de responderle, la arrastro lejos de su bolso, para recién soltarla.

― Si, ahora sí.

.-.-.-.-.-.

Con pavonear exagerado, la mujer adulta de peluca extravagante, caminaba a su ritmo, en el pasillo central de aquella mansión, con un abanico abierto que le cubría medio rostro.

Parecía alguien bonita a simple vista, pero todo aquello quedaba opacado al ver el desdén y orgullo con el que trataba a los demás.

Se detuvo al llegar a su destino.

― ¿Algo que informar? ―le preguntó al guardia que se encontraba en la entrada de aquella habitación.

― No, Madam Kyungju.

― Bien, voy a visitarla un rato.

Entró de forma sigilosa.

Johana se encontraba leyendo un libro con bastante concentración. Pero a penas la notó, se detuvo en su lectura, para pararse y saludarla como se le había enseñado.

― Señora madre, buenas tardes… ¿a qué debo el placer de su visita? ― expresó con elegancia, mientras procuraba no verla a los ojos.

― Nada en especial… solo quería verte, siendo la peste que eres ―expresó directo, mientras tomaba el libro que estaba leyendo minutos atrás, para ver su portada―. No sabía que una peste como tú, se interesase por libros de esta complejidad… en fin, estoy cansada de caminar hasta aquí, hazte a un lado para que me siente y me des un masaje de pies.

La más joven, asintió sin más, dándole su lugar, tratando de mantener la vista baja, acomodando sus pies viejos y callosos, en su regazo, para masajearlos como ya antes le había ordenado, con alguna de las cremas que tenía cerca, en completo silencio.

― Por cierto, peste, tu cumpleaños se acerca… ―empezó a hablar de nuevo la mayor, mientras soltaba el abanico y se relajaba debido al masaje―, no sé si lo recuerdes con tu mísero y tonto cerebro que tienes, pero te dije que este año sería benévola y hasta te podría dejar salir a la calle a visitar algún lugar, pero solo uno. No es que me agrade, pero si no te ven en sociedad de vez en cuando, empezarán a hablar mal de mí.

― Bueno… yo… ―la jovencita sonrió por lo bajo, al ver que su madrastra había recordado su promesa y parecía esta vez, querer cumplirla―. Yo… tengo dos lugares favoritos, a cualquiera de ellos que vaya, sería feliz…

― Ah, ¿sí? ¿Y que lugares son esos, mocosa? De todas formas, solo iras a uno de ellos, pero es bueno tener opciones, por si uno de ellos no está disponible para visitar ese día.

― Me gustaría ir a ver una obra en el teatro central, los libros dicen que es hermoso ver a los actores dando vida a una historia ―expresó emocionada―, o poder visitar un salón estilista, siento un poco de envidia al ver a las chicas que caminan en la calle, con peinados tan complejos y hermosos… me gustaría que me hiciesen uno, aunque sea una vez…

Estaba tan emocionada con la idea, que descuido mantener la vista baja, y miró fijamente a los ojos, a su madrastra, que la observaba con cierta impresión, una mala por desgracia.

― ¡Por supuesto que no! ―respondió de forma agresiva, al darse cuenta que esta volvió a verla directo al rostro―. Una peste como tú, no merece ese tipo de regalos ¡no, de ninguna manera!

Entre sus gritos, la empujó con los pies, haciéndola caer al suelo, sentada.

Furiosa, la mayor volvió a calzarse los pies y tomar su abanico para cubrirse el rostro.

― Yo… lo siento, no quise verla, por favor, discúlpeme ―expresó la más joven, mientras se levantaba e intentaba ayudarla a calzarse.

Pero esta otra rechazó su ayuda, empujándola de nuevo al suelo, para luego arrojarle con rabia, el libro de tapa dura que estaba leyendo, directo a su cabeza, dejándole una marca en su frente.

― ¡Ojalá amanezcas muerta peste!

Vociferó de manera casi inaudible su madrastra, para luego dejarla sola de nuevo, sin antes azotar la puerta.

Johana se levantó con tristeza, mientras recogía el libro que estaba en el suelo.

No podía comprender por qué la había adoptado una mujer que la odiaba.

¿No se suponía que los padres, así sean postizos, debían amar a sus hijos? Siempre se preguntaba eso cada que ella se iba, ya que siempre terminaba así, de alguna forma u otra.

Mientras tanto, en el pasillo, Madam Kyungju corría con odio en sus pisadas.

No podía creer que el destino la castigase de esa forma.

Aquella "peste" cada día se parecía más a sus padres verdaderos.

Llegó a su habitación, para desahogar su furia contra el espejo de su tocador.

En esta imagen reflejada, se podía ver aquello que tanto ocultaba a los demás. Un par de enormes y viejas cicatrices en su rostro bajo, que ni el mejor maquillaje era capaz de disimular.

Esas eran la razón de su vergüenza y el por qué había dejado de ser actora de teatro hace casi veinte años atrás.

Su mente revivió el recuerdo, de aquella escena, donde aquel al que le había profesado e insistido con su amor, la rechazaba por última vez, a pesar de la libertad que ahora tenía, al haberse deshecho de su esposa de forma secreta.

El momento, en el que con rabia corría y tropezaba con sus propios pies, para caer encima de uno de los floreros del pasillo y cortarse gravemente el rostro con sus pedazos…

Maldijo ese momento, que recordaba en sus pesadillas, como en la realidad.

FIN DE LA PRIMERA PARTE