Ebullición
Había algo caliente, no demasiado, pero sí lo suficiente como para no pasar desapercibido.
Es un cuerpo, resume, cuando siente movimiento y una respiración suave que choca contra su oreja. Aparentemente dicha persona no ha notado que está despierto y se dedica a permanecer ahí, sobre su cama, con él debajo y aquel encima, sin depositar su peso por completo.
Lo más común de su parte sería reaccionar violentamente, pero ésta vez hay algo especial.
Escucha su nombre, débilmente, como si no estuviera seguro de sus acciones.
— Sé que estás despierto, maldita sea.
Abre los ojos junto con una sonrisa maliciosa. Gira el cuerpo, observando fijamente al estúpido del moyashi.
— ¿Qué quieres, moyashi?
Duda. Su mirada se pierde por todos lados y se levanta un poco, permitiéndole algo de espacio. Sus ojos grisáceos parecen incapaces de enfrentarle mientras que timcanpy, ese gólem del demonio, viaja por todos lados.
— ¿Hace falta que-
— Quiero que se repita.
Le interrumpe abruptamente. Kanda arquea una ceja, incrédulo. Es demasiado extraño, piensa, mientras recuesta la espalda en el cabezal de la cama. ¿Qué no era el mismo moyashi quien había dicho que aquello había sido asqueroso?
Sonrió. Por supuesto que sabía que era mentira, simplemente no se podía creer el hecho de ver ahí al idiota del moyashi, pidiendo por más.
Aunque no se podría llamar petición, parecía exigirle… Eso sólo lo volvía más interesante.
— Moyashi ¿sabes lo que haces, verdad?
— Solo cállate y dime sí o no.
Entonces el recuerdo lo golpea con fuerza. Como si le estuviese reclamando explicaciones y por qués a todo lo que sucedía. Fue como una adicción. Siente poco a poco cómo el cuerpo de Walker se posa ligeramente sobre el suyo y comparten algo que debería ser un beso. Sin embargo, es demasiado agresivo para ser uno y a la vez demasiado temeroso, inexperto.
Parecen niños que quieren probar un nuevo juego.
Todo comenzó de manera estúpida. Un par de retos, luchas interminables en la sala de entrenamientos y cuando todo el mundo se fue, una accidente que provocó un roce que se sintió sencillamente bien. Algo que pudo llegar a mayores de no ser por el ruido provocado por pasos acercándose y el moyashi separándose rápidamente. Una expresión de espanto en su rostro junto con un escandaloso sonrojo.
En aquel momento le fue imposible no relamerse los labios mientras observaba al pequeño y estúpido moyashi con diversión.
Su boca era dulce. Odiaba lo dulce. Pero es diferente cuando detrás de toda aquella dulzura se esconde una extraña sensación amarga.
Y una vez más, sus cuerpos encajan y la adicción se ve temporalmente saciada, entre gemidos que luchan por ser liberados, sudor, sexo y sábanas manchadas de pecado.
