Destino.

Sin planearlo mis musas han regresado para ayudarme a escribir este mini fic que comparto con ustedes. Nada mejor para pasar estos últimos días del año que escribiendo.

La historia comienza en 1923, es decir, casi diez años después de que Candy y Terry hablan por última vez, al mismo tiempo que llega la breve, pero contundente carta de Terry (cuya fecha ignoramos, pero yo la he situado más o menos por esa época); provocando que el destino finalmente colabore al reencuentro de nuestra pareja preferida. Es por supuesto un Terryfic en progreso.

Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y. Igarashi.

Es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, algunas escenas y diálogos se basan en CCFS, que es propiedad de sus autoras y/o traductoras como en el caso de la carta de Annie y las referencias a las cartas de Albert y Candy; el resto es propiedad de mi imaginación.

Capítulo 1.

Diciembre, 1923.

"Terrence, estoy enamorada de ti, como no lo he estado antes de nadie más.

... Te amo más que a ningún otro."

Candy leyó estas últimas palabras que había escrito poco más de diez años atrás. Con cuidado, cerró el viejo cuaderno en el que aún se podía leer su nombre. Albert le había hecho llegar un misterioso paquete camino a Nueva York, con una breve carta explicándole que, aunque custodió este objeto durante muchos años, había llegado la hora de que regresara a su dueña.

No podía creer que el Tío Abuelo William hubiese guardado su diario de la época del Colegio durante tanto tiempo, sobre todo después de que alguna vez, él hubiera intentado devolvérselo y ella lo hubiese rechazado, pues simplemente era demasiado doloroso saber que contenía todas las ilusiones que se habían perdido en el tiempo.

Esa fría noche, unos días previos a embarcarse hacia el puerto de Southampton, sus manos cobraron vida propia y comenzaron a pasar una a una las páginas de ese diario, llenas de una historia de amor que no pudo ser.

Al terminar, volvió a preguntarse cómo era que se había dejado convencer por Albert para tomar un barco que la llevaría nuevamente a aquel doloroso lugar lleno de recuerdos; había tomado una postura increíblemente firme que nunca antes había visto en él y que la tomó desprevenida, le había comunicado que era absolutamente imprescindible que hiciera ese viaje con él ya que era parte de un acuerdo familiar que la involucraba a ella, por lo que terminó aceptando ese intempestivo viaje que tomaría casi una semana para cruzar el océano hacia un incierto destino.

En breves días abordaría el RMS Majestic, un transatlántico británico – antes llamado SS Bismarck – y que ahora gozaba de gran popularidad como el navío más grande del mundo... pero más impactante que eso, nuevamente se encontraría en altamar una noche de fin de año.

Un llamado a su puerta la sacó de sus pensamientos, colocó el amarillento cuaderno bajo los libros de medicina que había traído consigo y lentamente abrió la puerta de su habitación en el Hotel Algonquin, donde sólo unos años antes se daban cita las máximas personalidades del mundo literario. Albert había insistido hasta cansarla en que permitiese que él corriera con todos los gastos de ese loco viaje instalándola en un ostentoso hotel, que afortunadamente quedaba a una considerable distancia de Broadway y muy cerca de la Universidad de Columbia.

Unos hermosos ojos castaños le dieron la bienvenida sobre el corredor, recordándole aún con mayor fuerza esa época de los días del Colegio San Pablo.

- "¿Está usted lista bella dama?" dijo el sonriente caballero.

- "¡Cuánto te he echado de menos Archie!" dijo abrazándolo con fuerza. – "No puedo esperar para ver a Annie, desde su boda no hemos podido coincidir en Chicago."

- "Ella está igual de impaciente que tú prima, así que démonos prisa, un caballero jamás debe hacer esperar a su dama." Dijo él haciendo un coqueto guiño y ofreciéndole el brazo.

Desde su llegada sería la primera vez que Candy saliera de su habitación, no se sentía muy animada para salir a pasear por las calles de Nueva York, sin embargo, no podía pasar tantos días enteros encerrada en la bella pero asfixiante opulencia de su habitación ¿o sí? Al final, no dejaba de repetirse que Manhattan estaba lejos, muy lejos de Broadway y su vida actual estaba aún más lejos de aquel con quien no había cruzado una sola palabra en casi diez años... y que sin embargo recordaba como si fuera ayer, tumbado como una piedra, en la Falsa Colina de Pony.

Sus deseos de abandonar ese loco plan y regresar al Hogar de Pony se intensificaban con cada hora que pasaba en esa ciudad, sin embargo, frente a sus amigos era la misma alegre Candy de siempre que escuchaba como Archie le contaba animadamente de sus estudios en Columbia y de cómo ahora, además de colaborar estrechamente como la mano derecha de Bert, se había enfocado a la docencia logrando captar la atención de muchos de sus colegas universitarios.

- "Hemos llegado Mademoiselle, nuestro hogar se ve halagado por tu presencia." Dijo el castaño al tiempo que abría la puerta y le daba la mano para descender.

- "Es una hermosa casa Archie, lo suficientemente grande para llenarla de niños." Dijo la rubia entre risas.

- "Encantadora idea prima." Dijo él sonriendo. – "Vamos, Annie debe estar esperándonos en el salón."

Y efectivamente la joven señora se encontraba ya con todo dispuesto para recibir a su amiga, que en cuanto cruzó la puerta se fundió con ella en un abrazo interminable.

- "Candy, ¿cuánto tiempo ha pasado? Me han parecido décadas, te he extrañado en exceso." dijo Annie sollozando.

- "Annie, sigues siendo una llorona, ha sido mucho tiempo, pero al fin estamos juntas de nuevo."

- "Candy... hay tanto de qué hablar, ¿cómo va todo? ¿sigues trabajando con el Dr. Martin?"

- "Sí, la mudanza de la Clínica Feliz a los linderos del Hogar de Pony ha sido un éxito, nunca había habido un médico tan cerca de la zona y cada vez hay más gente que acude a consulta."

- "Estupendo, he de decirte que yo misma extraño un poco la paz del Hogar de Pony. Aquí la vida transcurre tan rápido que apenas se tiene tiempo."

- "Sabes que siempre serán bienvenidos si desean pasar una temporada con nosotros. El Hogar ha sido reformado y ampliado gracias a la generosidad de Albert. La Señorita Pony y la Hermana Lane cuentan ahora con la ayuda de dos chicas jóvenes. Una de ellas, novicia también, me recuerda mucho cómo era la Hermana Lane cuando éramos pequeñas."

- "¿Te reta por trepar a la parte alta de los árboles?"

- "...Sí..." respondió Candy divertida y reflejando que seguía manteniendo sus viejas costumbres aun siendo ya una mujer hecha y derecha.

- "Entonces debe ser idéntica a la Hermana Lane" dijo Annie riendo.

Archie, mirando la familiaridad de las chicas, optó por salir del salón para cambiarse y estar listo para la cena. Él también conservaba sus viejas costumbres y prefería cambiarse de ropa según la ocasión, aunque se encontrara en confianza con su mejor amiga y su mujer.

Una vez solas Annie no demoró un segundo en tocar un tema que tenía años incomodándola.

- "Candy... yo quisiera hablar contigo acerca de aquella carta..."

- "¿Carta? Annie, nos hemos escrito millones de cartas..."

- "Candy, yo me refiero a la carta que te hice llegar después... después de aquél regreso de Nueva York."

Esa carta... pensó Candy. ¹

Recordó cómo cuando recibió esa misiva, no pudo contener las lágrimas. Estaba feliz por sentir tan cercana a su amiga, ella había intuido bien su verdadero estado de ánimo, que estado a solas se traducía en una serie de interminables lágrimas, sus ojos parecían una fuente destinada a no secarse jamás. En aquella época, sólo podía pensar en el hecho de que nunca más volvería a ver a Stear y que, de la misma manera, no le sería posible volver a ver a T...

- "Yo estaba tan preocupada por ti. Sé que no te gustan las preguntas acerca de ese tema, por eso siempre me abstuve de hacer referencia, sé cuánto te costó separarte de... él. Para mí sigue siendo terrible incluso sólo recordar tu imagen en aquel día nevado. Regresaste con tanta premura de aquí y estabas destrozada... No era sólo culpa de la gripe el que tuvieras aquella fiebre tan alta... Cuando me contaste lo que había sucedido percibí tu enorme esfuerzo por pronunciar aquellas palabras y me sentí muy triste por ti."

El rostro de Candy permanecía impávido y alerta, no sabía a dónde quería llegar su amiga removiendo aquellos recuerdos que se encontraban en el lugar más recóndito de su interior.

- "Fui abandonada contigo y crecimos juntas, Candy. Creo que puedo entenderte más que cualquier otra persona... ¡Tal y como tú puedes leer en mi corazón! Ya te lo dije aquella vez, tú siempre has escuchado mis problemas ¿verdad? Siendo así, quiero que confíes en mí y me digas si es que has escuchado aquella noticia que inundó los diarios hace ya cerca de un par de años."

- "¿Noticia...? Yo..." dijo Candy balbuceando.

Claro que había leído en los periódicos la noticia de la muerte de Susanna Marlow. Casi todos los diarios incluyeron una esquela en la que relataban brevemente la carrera de la joven y su triste desenlace. En el periódico que casualmente cayó en sus manos, había una foto de Susanna sonriendo y sentada en una silla de ruedas. Decía que trabajaba como escritora y compositora de música para teatro, algunos de sus trabajos ya habían sido utilizados en escena. Nunca se había concretado su compromiso matrimonial a pesar de que su prometido se había mudado a la casa que compartían ella y su madre, él no había hecho una sola declaración, y en todo este tiempo, no había sabido absolutamente nada de él.

Las líneas que le había escrito Susanna Marlow, en una única carta que llegó a sus manos tras regresar a Chicago después de esa fatídica noche en la que se despidió del hombre que ambas amaban; aquellas líneas que había leído una sola vez, estaban grabadas en su mente.

... Sentí que su alma se iba contigo, pero a pesar de todo me aferré a esas palabras... ("Me quedaré contigo... para siempre", pronunció él en un susurro mientras veía la ventana).

Susanna estaba muerta. En aquel momento Candy recordó cómo se había desplomado sobre el sofá como si toda la energía hubiese abandonado su cuerpo. Se le cortó la respiración y no podía dejar de llorar.

- "Annie..."

Leyendo la expresión de su amiga, Annie comprobó que Candy sabía que Susanna Marlow había dejado este mundo, y así, había liberado a Terry de su compromiso. Podía imaginar cuán afligido había estado él al sentirse responsable por las lesiones sufridas por esa chica. Terry ciertamente no era un desconsiderado, de lo contrario su amiga jamás se habría enamorado de él. Pero no podía entender cómo Candy había renunciado a él... si en lugar de Terry hubiese sido Archie, ella nunca lo habría dejado ir tan fácil, aún con una Susanna de por medio... ¡Nunca!

Annie cerró un segundo los ojos tratando de olvidar lo enojada que se había sentido con Candy por no pensar en ella y en su felicidad. Aún no sabía si tantos años después, ella había encontrado la manera de ser feliz. Recobrando la sonrisa, sirvió dos tazas de té y se relajó sobre el sofá.

- "Candy, sólo quería estar segura de que lo sabías. Ahora cuéntame, ¿cómo están la señorita Pony y la Hermana Lane?"

- "... Ellas... están bien. Todo va bien." Respondió Candy agradecida de que su amiga dejara ese tema, pero a la vez confundida por el sorpresivo cambio que no era nada usual en Annie, habituada a obtener la información que deseaba ¿Qué se traería entre manos esta vez?

Pocos minutos después Archie hizo su aparición dando gala de su gran elegancia y escoltando ambas chicas rumbo al comedor principal. La velada transcurrió en calma, llena de recuerdos alegres y risas entre los tres amigos que volvían a estar juntos después de tanto tiempo.

Una vez en su habitación, el impulso por abandonar esa ciudad se había intensificado en Candy. Tal vez Albert la entendería si decidía de última hora regresar al único lugar que siempre la hacía sentir segura.


- "¡Señorita Pony! ¡Señorita Pony! ¡¿Dónde está?! ¡Señorita Pony!"

- "¡Santo Dios, Hermana Lane! Pero ¿qué es lo que pasa?"

- "¡Una... una carta! ¡Una carta llegó! ¡Es una carta para Candy!" respondió la religiosa casi sin aliento.

- "¿Y a eso debemos todo este alboroto? Se la entregaremos a su regreso, probablemente sean más tarjetas de felicitación y..."

- "Es una carta que viene de Nueva York..." Interrumpió la Hermana con los ojos temblorosos de duda.

- "¡¿De Nueva York?!" dijo la anciana elevando sus cejas muy por encima de sus anteojos.

La Hermana Lane sólo atinó a asentir muy suavemente. Ambas imaginaban que este momento llegaría, pero había demorado más de un año y medio, desde que leyeron en el periódico acerca del lamentable fallecimiento de esa joven actriz, Susanna Marlow.

- "¿Debemos hacérsela llegar a nuestra pequeña?" preguntó ella con una voz muy baja.

- "Hermana, ni siquiera con las increíbles mejoras que ha sufrido nuestro servicio de correo alcanzaría a llegar a manos de Candy antes de que ella se embarque... es posible que esta carta haya tardado mucho en llegar aquí, y un telegrama me parece que sólo la inquietaría, ni usted ni yo podríamos abrir esta carta para enterarla de su contenido."

Ambas mujeres guardaron silencio.

- "Tantos desencuentros. Parece que este es el turno de él para llegar unas horas después, sin lograr darle alcance a ella." Murmuró con tristeza la hermana.

- "No nos adelantemos, no sabemos qué es lo que ese sobre contiene. Quizás no es de quien nosotras imaginamos."

- "Señorita Pony... Candy no conoce a nadie más en Nueva York... ¿De quién más podría ser?"

- "No lo sé Hermana, pero hasta que Candy regrese y abra esta carta, me temo que no tendremos una respuesta."

Suspirando, ambas trataron de recobrar la calma. Sólo faltaban unos minutos para que los chicos del Hogar comenzaran a salir del pequeño salón que les servía de aula con el objetivo de tomar su almuerzo y ellas debían enfocarse en su labor, dejando el destino de esa carta en las manos de Dios.


- "¡¿Qué hizo qué?!" decía Albert sosteniendo su frente con una de sus manos mientras tomaba el auricular con la otra. – "Sí, sí, debemos hacer esto antes de que parta el Majestic... No, es imprescindible que le haga llegar la indicación de que se embarque... ¿Nadie sabe a dónde se ha ido?... Entiendo, será una labor maratónica, pero debe ser concluida... Sí, es prioritario, no tendrá otra tarea hasta que el barco haya zarpado... De acuerdo, manténgame al tanto... Gracias."

- "¿Está todo en orden, señor William?" preguntó George con algo de obviedad en su tono.

- "No lo sé George."

- "¿No cree que sería preferible que la señorita Candice tuviera un poco más de tiempo?"

- "George, creo que he esperado suficiente tiempo. Es hora de hacer algo al respecto y esta vez mis palabras no serían suficiente aliciente. Cada vez que trato de tocar el tema, ella se las ingenia para evitarlo."

- "... es una pena, tras las frecuentes cartas que intercambiaron cuando se encontraba en Sao Paulo."

- "Si que es una verdadera pena, yo también llegué a considerarlo George, pero no se puede amar, de la manera que anhelo, cuando la persona amada ya ha entregado su corazón a alguien más."

- "Quizás este viaje ayude a aclarar las cosas."

- "Mi esperanza es que al regresar de este viaje ella vuelva a ser realmente la alegre chica que conocí una vez."

- "Eso deseamos todos señor. Si no necesita otra cosa, iré a asegurarme de que la entrega se haga a tiempo."

- "Gracias George. Serán días muy atareados."

Estando a solas, Albert recordó cada uno de los remitentes de las cartas que habían intercambiado durante meses: para el príncipe de la Colina... para la pequeña hechicera... para el pequeño Bert... para la quizás hermosísima Candy...²

Era fascinante comprender cómo los chicos Andley habían sido cautivados por esa actual hermosísima hechicera: Anthony, Archie, Stear... y él mismo.

- "Una verdadera hechicera..." sonrió Albert mientras volvía a ocuparse de los asuntos de la familia.


El viento marino siempre le había afectado de una manera especial. Era como si cada vez que se encontrara en un barco, éste le devolviera la melancolía que toda su vida había guardado en su interior, de una sola vez y sin reservas.

Una y otra vez se preguntó si habría forma de evitar ese viaje, pero su agente había sido muy claro, no había otra manera de entablar pláticas con la Royal Shakespeare Foundation que organizaría un gran evento teatral para celebrar los 360 años del natalicio del gran autor. Debido al estado de su prometida, él no había tenido la posibilidad de participar en los eventos que rodearon el tricentésimo aniversario de su muerte hace casi ocho años, en 1916.

Esta vez, no había nada que lo detuviera... nada excepto una respuesta que había esperado por más de cinco meses. En realidad, él no sabía si debía esperar algo a cambio de esa clara afirmación que tardó casi un año y medio en enviar. Quizás había sido demasiado tarde.

Como fuera, dejó claras instrucciones de que cualquier correspondencia, por sencilla que pareciese, que llegara durante estos meses de ausencia, debía ser notificada de inmediato vía telegrama. Era sorprendente cómo los aparatos telefónicos eran aun un lujo que no llegaba a todas las ciudades. Eso hubiera sido mucho más práctico que enviar una carta que quizás se habría perdido en el mismo correo... o quizás, sólo había sido leída y guardada en el fondo de una gaveta sin merecer una simple contestación que lo ayudara a poner fin a cualquier esperanza. Igualmente doloroso, aunque más sencillo... pero ¿qué había de sencillo en su vida?

Sonriendo con pesadez, miró el sitio que se había negado a abandonar a pesar de los años. Su primer departamento, aquel en el que había soñado iniciar una vida con ella y que hoy era una sencilla oficina donde bebía el té y leía los nuevos guiones que su agente le hacía llegar. Tan simple y, sin embargo, tan lleno de las emociones que durante todos estos años había puesto en pausa.

Su vida con Susanna no había sido fácil, verla esperar por él con tanta ilusión lo llenaba de amargura. Su mente era incapaz de concentrarse en ella y escuchar la enorme cantidad de detalles que le contaba de su día y las preguntas que le hacía.

Sabía que buscaba impedir que pensara en lo que había dejado ir. Durante largos minutos se sentaba a su lado ausente por completo y ensimismado; sabía perfectamente que ella lo notaba. Sus ojos llenos de tristeza se lo gritaban... y era entonces cuando él trataba de sonreír y decirle un amable "como tú desees Sussie" que en ocasiones ni siquiera tenía sentido.

Y aún así, ella lo había aceptado cada día de su vida, amable y tratando de ser – con un enorme esfuerzo – considerado con ella, pero ausente, triste, tanto que en ocasiones él llegaba a creer que era como si estuviese muerto por dentro. Así fue, hasta que Sussie dio su último suspiro. Fue entonces cuando realmente tuvo que tomar una decisión que, para su desgracia, había demorado más de lo que quisiera.

Tratando de pensar en otra cosa y colaborar a que los días pasaran con mayor facilidad, se concentró en ordenar su valija que estaba casi lista. Con cuidado abrió uno de los cajones de su viejo escritorio en el que guardaba algunos objetos personales, de los cuales muy pocos apreciaba, y tomó un antiguo objeto que guardó entre las pertenencias que llevaría a ese incómodo viaje. Después trató de acostarse y cerrar sus ojos, a pesar de que el sueño nuevamente lo había abandonado tal y como en sus años de adolescencia.

Ser o no ser... esa es la cuestión.

¿Qué es más noble para el alma,

sufrir las pedradas y flechas de la áspera fortuna,

o alzarse en armas contra un mar de adversidades

y darles fin en el encuentro?

Morir: dormir... **

¿Cómo estarás Candy? Pensó con nostalgia, mientras imaginaba a una chica vestida de enfermera corriendo detrás de un tren y con la vista fija en el vagón donde decidió esperarla, sin perder la esperanza de poder encontrarla.


El temido día llegó, Candy finalmente había logrado soportar los temibles días en Nueva York, no sin antes haber intentado varias veces hacer su maleta y salir corriendo de esa ciudad; ahora se embarcaba hacia un reto peor. Si hubiera sido por ella, hubiese dejado correr el tiempo provocando que misteriosamente el barco partiera sin ella, sin embargo, George se encargó de que estuviera instalada ya en su camarote con un enorme margen de tiempo que impediría cualquier sabotaje al plan de Albert.

Albert, que por cierto no había hecho acto de presencia aún, parecía querer decirle algo con todo ese viaje rodeado de misterio. Así lo pensaba, hasta que recibió el paquete que contenía su diario del Colegio. Si él creía que de esa manera la hacía sentir "cortejada", tendrían que tener una larga plática acerca de ello; por supuesto, sin confesarle jamás que había leído dicho ejemplar por completo en una sola noche, no una sino tres veces.

Con impaciencia miró a George que estaba atento al reloj del camarote, justo en el momento en que el trasatlántico hacía la primera llamada a abordar.

- "Muy bien señorita Candice, me he asegurado de que quede perfectamente instalada. El señor William me ha pedido que le haga llegar esta carta, en ella encontrará algunas respuestas que probablemente estará buscando acerca de este viaje. Por supuesto, le hago llegar sus atentas disculpas, ya que ni el señor ni yo podremos escoltarla camino a Londres, sin embargo, no debe preocuparse por nada, será recibida en el puerto de South Hampton por personal especialmente designado para atender a cualquier miembro de la familia Andley. El señor William la alcanzará en Escocia probablemente. Sin más, me despido señorita, la dejo en compañía de su mucama personal, que tenga un excelente viaje."

- "¡¿Qué fue lo que ha dicho George?! ... ¡¿George?!" Los ojos de Candy parecían salir de sus cuencas debido a la enorme sorpresa, mientras veía como George simplemente hacia una pequeña reverencia con su cabeza y salía del camarote, no sin antes asegurarse de que la mucama designada para atender a Candy, le ayudara bloqueándole el paso e impidiendo que lo siguiera y descendiera del barco.

- "Señorita, será un placer atenderla, mi nombre es Mary y estaré al tanto de lo que necesite." Dijo una mujer algo mayor que con sorprendente agilidad le estorbó lo suficiente para que no pudiera seguir mirando hacia donde George había escapado.

- "No, no, debe haber un error, yo no tendría que estar en este barco, debo hablar con Albert... con el señor William."

- "Estoy al tanto del cambio de planes que ha tenido que llevar a cabo el señor William y le aseguro que no hay ningún error ¿Puedo ofrecerle un café, o aún más ad hoc, un Earl Gray* para que acompañe la lectura de su carta?

- "El Earl Gray es un té que se disfruta en las tardes... por la mañana se bebe un té distinto." murmuró ella.

Él me enseñó eso...

"En América todo debe ser rápido; la manera inglesa implica paciencia, el agua y el té necesitan tiempo para conocerse y dar lo mejor de sí mismos." ³

A Candy le parecía que casi podía escuchar esas palabras pronunciadas por él en una de sus visitas a la Villa Grandchester durante un verano, hace muchos años, en una época que parecía no haber existido... de no ser porque así lo narró en ese viejo diario que Albert le había hecho llegar.

Albert... ¿qué se proponía con todo esto? Él nunca haría algo que la lastimara, debía confiar en él y en que muy pronto lo tendría frente a ella para entender todo esto.

Algo contrariada aún, decidió confiar en lo que Albert había planeado y abrir esa carta sin mucha esperanza de saber todo lo que estaba sucediendo, Albert siempre había sido muy misterioso.

Querida Candy,

Debes estar muy sorprendida. Sé que esta no era la mejor manera de comunicarte que no te acompañaré durante este viaje al que sé bien que te he arrastrado casi en contra de tus propios deseos, algo que nunca he querido hacer pues he procurado respetar y honrar cada una de tus decisiones.

Sin embargo, querida hechicera, me he dado cuenta de que, por segunda ocasión, no has arrojado el peso de tu corazón y has mantenido, quizás congelado en el tiempo, algo que debes enfrentar por ti misma: tu dolor por un amor.

Mi muy amada Candy, una vez sentiste el dolor por perder a Anthony y hoy solamente sientes el amor que quedó gracias a su existencia en tu vida. Es momento de que decidas por ti misma, si es tiempo de dejar ir el dolor que siente tu corazón por Terry y creo que este viaje de regreso a tus recuerdos te ayudará a hacerlo.

No temas pequeña, como en cada episodio importante de tu vida, yo te estaré esperando al final del camino, uno en el que espero que seas libre al final de la travesía.

Dulce Candy, hice lo que mi corazón me dictó... es hora de que escuches al tuyo.

Con amor,

Bert.

Al terminar de leer los ojos de Candy no paraban de dejar salir todas las lágrimas reprimidas en estos últimos años. Albert, su compañero, su protector y, sobre todo, su mejor amigo, sabía perfectamente que ella no podía abrirle su corazón... ese corazón que desde hace casi diez años no le pertenecía ni siquiera a ella misma. Con un profundo sollozo, Candy se preparó para enfrentarse a aquello que había quedado guardado en el fondo de su corazón.


En ese mismo instante, la espigada y sobria figura de un caballero inglés subía por las escaleras que conducían a los camarotes de primera clase en el RMS Majestic. Su rostro permanecía semi cubierto por una bufanda carmesí y sus ojos zafiro se ocultaban bajo el ala de un moderno sombrero. Había demorado unos minutos extra en arreglar el cambio de su pasaje, ya que su viaje estaba planeado para ser llevado a cabo un par de meses atrás cuando aún la esperanza de una respuesta parecía una promesa que valía la pena esperar. Sin embargo, las ideas surgidas durante el insomnio le habían sugerido que era momento de partir.

El destino había querido que un día antes, la hija de un empresario americano decidiera cancelar su viaje a Londres para poder asistir a la fiesta de año nuevo que daría lugar en Nueva York, a la que asistirían las celebridades de moda, aprovechando que el famoso actor Terrence Graham dejara libre su lugar en tan magnífico evento cuyas entradas estaban completamente agotadas; así como él, sin saberlo, había tomado el lugar de aquella dama en el famoso trasatlántico que semanas atrás había vendido absolutamente todos sus lugares disponibles abordo siendo el último viaje que se hiciera ese invierno de 1923.


Notas:

¹ Esa carta y todo lo que hace referencia al pasado y al regreso a Candy de Nueva York, pertenece a la correspondencia que le envía Annie en CCFS para tratar de evitar que Candy renuncie a Terry. También hace referencia a una parte de la carta que Susanna Marlow escribe a Candy.

² Sin entrar en detalles, son todos lo inicios de las cartas entre Albert y Candy cuando él viaja a Sao Paulo y mantienen correspondencia (la que da pie a pensar que quizás entre ellos se planteaba un romance).

³ Tanto el inicio del capítulo, como estas pequeñas referencias al té Earl Gray, provienen de mi otra historia llamada Los días del Colegio en el capítulo 25: Una tarde de té y fantasmas 😊 por lo que provienen enteramente de mi imaginación.

* Earl Gray es una mezcla de té aromatizada con aceite de bergamota, tradicionalmente hecha con té negro, algunas veces con té verde. Debido a la intensidad del sabor del Earl Grey original se considera apropiado para tomar entre horas o a la hora del té. Por las mañanas, el desayuno inglés contempla un té igualmente negro pero un poco más intenso.

** Ser o no ser... es la primera línea de un soliloquio de la obra de William Shakespeare Hamlet (escrita alrededor de 1600), en el acto tercero, escena primera.

De mí para ustedes:

¿Qué les parece? ¿Interesante? ¿Sugerencias, quejas?

Saben cuánto me gustan sus reviews así que bienvenidos sean.

Nos leemos para comenzar el año, así que despidamos éste como se merece. Mis mejores deseos para todas las lectoras, y que este 2018 nos depare muchos regresos de hermosas historias que se han quedado atrás, pero sin que las podamos olvidar y muchas historias nuevas acerca de nuestra pareja favorita. Abrazos hasta donde estén.

ClauT