Nada se podía hacer, la manecilla del reloj seguía su camino, marcando cada segundo, cada minuto, viendo como el tiempo avanzaba, inclemente. Sí solo hubiera llegado antes…

"En este mundo no existen las coincidencias, sólo existe lo inevitable".

La frase surgió como un eco en su cabeza, dicho por la dulce voz que poseía el cuerpo ahora inerte entre sus brazos. La volvió a observar… la piel nívea, los párpados cerrados, ocultando aquellas perlas rojas que en vida tenían un brillo malicioso y encantador, dos mechones de cabello negro como la tinta, remarcando su rostro y los demás esparcidos por el piso como si de un abanico se tratase. Aun así… muerta, era descaradamente hermosa. Una sonrisa triste se posó en sus labios.

—Tal vez, sea demasiado tarde, pero he de confesarte algo… — la sonrisa se acentuó más, los anteojos tomaron un brillo particular al volverla a ver, — no solo eras mi mejor amiga, no te molestaba solo por mi diversión, no te hacía enojar por nada, es que… simplemente, todos tus gestos, tus caras, todo lo que respecta de ti, me encantaba… —la voz se le quebró al decir la palabra en pasado, aun no podía creer que ya estaba asimilando el vivir sin ella, ¡no! Eso jamás, nunca aprendería a vivir sin ella. — yo… yo…

Y ahí estaba el, confesándose a un cadáver…