¿Por qué no todo es color de rosas?

Cierta cabellera peliturquesa se destacaba imponente por sobre la multitud de aquel tren, habían partido hace no más de dos estaciónes atrás y el paisaje era realmente rural, tan único y para nada monótono a lo cual uno se acostumbraba... Pero la chica estaba demasiado sumida en sus pensamientos como para prestarles atención alguna.

Miku pasaba sus largos cabellos agua marina con impaciencia por entre sus largos y finos dedos, los enrollaba y los dejaba caer otra vez sobre sus hombros con una mueca de aburrimiento en su rostro. Se encontraba atrapada en su mentalidad, tratando de encontrar un orden coherente sobre su vida. Ultimamente había estado muy estresada, sobretodo por el hecho de que se había mudado nuevamente con su hermano mayor Mikuo por motivos de trabajo de sus padres.

Ella no le encontraba, en ningún aspecto, que fuera raro el mudarse cada año por la culpa de sus padres, se había acostumbrado a abandonar a cada nuevo amigo que hacía, a dejar a cada perfume hogañero del cual se enamoraba, a decirle adiós a cada viejo vecindario al cual se había acostumbrado tanto. Todo eso ya era una rutina habitual, y, aunque fuese algo casi cotidiano, ya empezaba a afectar su humor.

Su frustración era cada vez más notoria, se reflejaba en su mandibula siempre apretada, con los puños cerrados y el pesár de su caminar, la gente la veía al pasar, pero a pesar de notar su aura pesada, y llena de tristeza, no decía nada y seguía así su propio camino, como si nada. Pero, después de todo, ella siempre había sido una chica solitaria.

''¿Cómo expresar tus pensamientos, si vivimos en una sociedad que desea sólo aplasta tus sentimientos?'', era la pregunta que se hacía constantemente y la acosaba hasta llegar al punto de no poder dormir, se revolcaba sobre su cama con el ceño fruncido y se dedicaba a contar las peluzas que se le pasaban por en frente.

En fin, decidió quitarse todo eso de encima y se convenció a sí misma de que ese no era el momento adecuado para que se le fuera la cabeza.

Suspiró y movió con su mano su largo cabello verdeagua, amarrado en dos coletas altas, se agitó un poco el flequillo que le caía por la frente y agarró las bolsas del supermercado para bajarse del tren.

''Muy bien, Miku, al menos no te dejaste la mercadería olvidada por ahí'', se dijo a sí misma. Miku no era prácticamente una chica a la cual todo se le derribara encima, tampoco era mala alumna ni nada menos, pero sentía que su buena suerte nunca había existido, y que a ella siempre la acompañaba un pájaro de mal agüero.

El conductor pronunció la estación por el altavoz, recalcando repetidas veces la bajada y dejó que las puertas se abrieran ante los pasajeros, dando aviso de la salida.

-Bien, esta es mi estación -dijo Miku, poniéndose de pié-. Más me vale no perderme.

Se dirigió a las puertas y las traspazó sin problemas, seguida por la gente que yacía a sus espaldas, y que la habían acompañado durante el corto viaje.

Siguió caminando con la cabeza gacha y se encaminó hacía las calles, subió las escaleras de la estación y tomó el primer taxi que encontró, se subió y se acomodó en el asiento. Soltó otro suspiro y dirigió su mirada hacia la ventanilla del auto, y pudo admirar, con sus propios ojos, su nuevo hogar, al cual, probablemente le agradaría y terminaría por abandonarlo y extrañarlo.

Pero su atención estaba enfocada en otro lugar... ¿Cómo le haría para entrar, nuevamente a un instituto? Miku no era torpe ni nada parecido (aunque le gustaba pensar que así era), pero, siempre había sido la chica inteligente y callada, la solitaria, la que nunca hablaba con nadie que no conociera bien. Era un tanto molesto para su hermano tener que estar sobre ella para ayudarla a tener un buen estado social, pero aún así, a él le importaba, y quería, de cualquier modo, lo mejor para su hermana menor.

Bastó con una sola y suave frenada para indicarle a Miku la llegada a su destino, el chofer le sonrió gentilmente, a lo cual Miku asintió y le pagó con monedas de su propio bolso. Tomó las bolsas una vez más y se dirigió a la gran mansión que yacía frente a sus pies, sí, la familia de Miku era una familia de clase alta, pero lamentablemente, el señor y la señora Hatsune nunca estaban presentes para sus hijos. Nunca.

Toco tímida y suavemente la gran puerta de la entrada, y esperó tan sólo unos minutos para encontrarse con la cara de Mikuo.

-¡Hola, Miku! ¿Cómo te fue con las compras, eh? -le sonrió con entusiasmo, mientras la ayudaba a entrar con las bolsas.

-Eh, hola... Pues bien -se encongió de hombros-. Lo que se puede esperar de una persona que no le gusta mucho estar rodeada de extraños buscando productos como locos.

La sonrisa de Mikuo se desvaneció y se convirtió en una mueca de regaño un tanto divertida. Ella suspiró una vez más y Mikuo negó con la cabeza con desaprobación y murmuró por lo bajo un lastimoso: No hay caso...

-¡Pero Miku! -le acarició suavemente la cabeza-. Si te envié de compras fue por algo.

Ella enarcó una ceja con superioridad.

-¿Querías que fuera una loca buscando productos?

Mikuo tan sólo suspiro y la dejó pasar, dirigiendose a la cocina con toda la mercadería.

-Bien, ya puedes irte corriendo a tu habitación -pronunció con desgano desde la cocina.

La chica le sacó la lengua y caminó con pasos rápidos y pesados, subió las escaleras a zancadas y se encerró en su habitación de un solo portazo.

-Muy bien, Miku -se dijo en voz alta en cuanto se desplomó en su cama-. ¿Qué es lo que va mal ahora...?

''Ah, sí...'', pensó, ''mañana es el primer día de clases, y de seguro que no me hago ningún amigo''. Suspiró una vez más. No quería pensar más sobre el tema. Sopló su flequillo y se levantó de un salto.

-¡Mikuo, ya me voy a dormir! -gritó con todas sus fuerzas a través de la puerta de su habitación, considerando que ya eran las once de la noche.

Se acercó a la cama y abrió las mantas de un tirón, se embutió allí dentro como pudo y acomodó su cabeza en la almohada.

-Tal vez... Sólo tal vez... Puede que todo salga bien mañana... -trató de animarse, con una sonrisa insegura, se arropó y cerró los ojos, adentrandose en su ensueño que ella hubiese deseado que fuese profundo.