― Prefacio ―
Gotas carmesíes.
Esas que saben a hierro, de las que son hermosas, que cuesta la vida sacarlas.
Gotas transparentes.
Las que saben a sal, y te cuesta el alma hacerlas aparecer.
Un susurro de "todo estará bien", pero ella lo sabe bien.
Nada estará "bien".
Por que su madre lo está estrangulando. Su padre ríe, presa de las alucinaciones.
"Mátalo, que muera" grita él.
Ella no puede decir nada, se ha quedado muda.
"Corre, hermana..." dice en un hilo de voz el pequeño de cabello tinto.
Ella se queda helada.
Sus pies comienzan a moverse, el hombre mayor va por ella, y su destino será el mismo que el pequeño.
Sus pies se mueven, más rápido.
Ella desea detenerse, pero su instinto le empuja a seguir viviendo.
Entonces, ya no escucha nada, ni los llantos, ni las risas, ni las maldiciones.
Solo esta ella y su respiración, junto con la inmensidad de la ciudad que se cierne sobre sus ojos.
