Rachel se quedó en frente de él, clavando sus ojos marrones en su rostro.
Las últimas palabras que había escuchado salir de sus labios era "Esto se ha terminado".
No creía que ese momento fuese a llegar, después de todo lo que había pasado entre ellos. Apretó los labios, quedándose mirando a la chica, que añadía que era lo mejor para los dos. Que ella sabía que lo quería pero que no sabía que era lo que andaba buscando, y que necesitaba un tiempo para ella; que no sabía lo que iba a suceder entre ellos, pero que no podía seguir con eso así.
Y tras su último beso, se quedó parado en el escenario, viendo como la mujer de su vida se giraba, dispuesta a salir del auditorio. Casi podía sentir como el corazón se le oprimía y encogía en ese gran pecho que el tenía. Notaba la tensión de su propia mandíbula, y las ganas que tenía de desaparecer en ese momento. Lo había perdido todo, y no sabía lo que le quedaba en ese momento. Entreabrió los labios un poco, y comenzó a cantar.
Se sentía solo, y solo quería rememorar los momentos que había pasado con ella. La primera vez que la vio, o más bien, que la conoció. Estaba seguro que la había visto antes, pero no se fijaba en esos momentos en nadie que no fuese su novia en aquellos tiempos, la famosa capitana de las animadoras, Quinn Fabray. Y ahora, cuando recordaba cuando conoció a Rachel, y el primer ensayo que tuvieron juntos, el miedo que sintió por aquella muchacha de baja estatura, con nariz grande y con esos ojos chocolate intensos que se clavaban sobre los suyos.
Y ahora, al rememorar esa imagen, se quedaba pensando en quien era esa mujer que acababa de abandonar el auditorio del instituto en el que empezó todo; en el que empezó su gran historia de amor, y a la vez, algo tan especial como el coro. Algo que le hizo dar sentido a su vida, algo que le hizo madurar y convertirse en un hombre, aunque Rachel Berry acabase de decir que no era un hombre.
Él se preguntaba que había sido de aquella joven que se había enamorado de él tan solo verle, de esa muchacha ambiciosa. Sabía que seguía siendo ambiciosa, lo podía percibir en el brillo de esos ojos que le parecían estrellas. Que le parecían tan intensos que lograban que se estremeciese de puro miedo y temor, como si fuese devorado, como si ella fuese más que nada en este mundo.
Pero ya no veía a esa chica que le enamoraba. La seguía amando, pero era diferente.
Finn Hudson entonces se preguntó que qué fue de la Rachel Berry que solía conocer tan bien.
