Ese momento no involucraba el mundo, era algo invisible como el viento y visible como la lluvia.
La historia es de solo "dos personas"; la sencillez que envuelve esas dos palabras queda corta al igual que la pluma que iniciaría una danza melodiosa en el lienzo intacto y sediento de color: Una sombrilla.
El negro acentúa los colores vivos que le rodean así que por supuesto que es indispensable. La cosa es que es más precioso y sorprendente ver cómo un paisaje monótono es pintado por gotas de cielo y dos cosas que tal vez no tenían que ver con el ambiente melancólico para personas dolidas de corazón, o solitarios buscando refugio de cualquier contacto incluso algo no vivo como el agua o simplemente, un alma vacía.
Era el sol el que estaba presente, el sol y una sombrilla, con los chispazos de fuego ardiente al menos para la piel de los involucrados, dos personas, el cielo y una sombrilla.
En él estaba la nostalgia y en ella lo nunca experimentado, una sonrisa podía tener diferentes significados dependiendo la interpretación del receptor; agradecimiento, vergüenza, tristeza oculta o tan simple como felicidad.
Esa vez era algo jamás resuelto.

Ella vio sus ojos y vio el sol, salvaje, indomable pero cálido e indescriptible, cuando los vez sabes que algo en ti está ardiendo dolorosamente; aún así no quitas la mirada porque es simplemente adictivo, porque el verde intenso es capaz de mostrarte un paisaje jamás visto.
El vio sus ojos y vio... No una palabra para describir eso porque no eran exactamente el cielo, había algo más oculto en toda su inmarcesibilidad; era la lluvia cuando la veías contra luz.
Si la incógnita inevitable ¿Acaso no son lo mismo? Se cruzó por tu mente temo decirte que está totalmente errada.
La lluvia es inquieta mientras que el cielo tranquilo. La lluvia es incolora y el cielo de un sólido azul. Sin embargo ambos hacían de un una hábil trampa a aquellos que estirasen la mano para establecer contacto con ésta, puesto a que recibe un frío que te recuerda que nunca podrás alcanzar las nubes.
Eso era ella, sencillez no sencilla, tranquilidad inquieta... Difícil de describir en efecto, igual que difícil de comprender; todos los hombres siempre habían soñado con tocar las nubes al saber que el firmamento era inalcanzable. Ese soñador no, por un momento deseo tener el poder de tocar el cielo, al menos el que envolvía los ojos de la ajena.
No lo supo en ese momento, él no, ella sí.
Era la sombrilla arriba de su cabeza que le mostraba lo vivo que puede estar él, su rostro lo decía todo, su sonrisa lo decía todo.
Ella amaba la lluvia, pero en ese momento la odio por tocar lo inalcanzable y la amo por aparecer sin aviso alguno al igual que suele hacerlo el amor, las lágrimas, la sorpresa y los truenos.
Ahí está la ironía, a las narices de los lectores, algo tan evidente que es difícil de percibir.
El hecho de que ella supo lo que es ver el sol brillar y él lo que es apreciar el celeste infinito del cielo. Pero esto pasó bajo la lluvia, debajo de una sombrilla negra.