Disclaimer:

1-InuYasha y compañía pertenecen a Rumiko Takahashi.

2-Hecho sin fines de lucro.

3-Este fic pertenece a la actividad realizada en el foro ¡Siéntate! (el barco más cool de todo fanfiction) "Reto Multitemático de 10 días, del foro ¡Siéntate!" en modalidad de one-shot's.

Número de palabras: 1,180.


Colinas y pendientes.

"But if I know you, I know what you'll do

You'll love me at once, the way you did

Once upon a dream..."

—Once upon a dream. Lana del Rey.


Capítulo 1. Romance.

El canto de los grillos es lo único que llena el silencio, cual escena cliché en la que el mutismo se apodera de la situación.

Kagome se deshace las manos de los nervios mientras InuYasha simplemente mira a otro lado con incomodidad. Deben ser las siete de la tarde, una puesta normal en el Sengoku, sin embargo este ocaso no es como cualquier otro. Es el primero, después de tres años, en la que el hanyō y la chica del futuro están juntos.

Esa misma mañana Kagome regresó a la época antigua y posteriormente a los abrazos y cálido recibimiento, tanto de amigos como de los aldeanos, los dejaron solos. Kagome tomó la mano de InuYasha y tímidamente caminaron hasta llegar al pozo, una mirada de pánico que intentó ocultar el chico apareció en su rostro, ella sabía lo que significaba; "¿te irás?"

Solamente quiero que hablemos —explicó ella, sentándose a la orilla del pozo siendo seguida por el oji-dorado.

Y así es como llegaron a esta tensa situación.

—Y… entonces… ¿qué tal te la has pasado en estos tres años? —habla la azabache, se siente tonta por preguntar algo como eso pero no se le ocurre mejor cosa para sacar conversación.

InuYasha, por su parte, apenas escucha lo que ella le dice, está ansioso, Kagome lo nota e intuye que no se debe simplemente a su llegada, él mira el cielo de una manera que parece que le está reprochando algo. De repente, el peliplata se pone de pie y empieza a observar a todos lados, truena sus nudillos como siempre que los acechaba el peligro pero no hay amenaza alguna, lo puede sentir, en ese caso ¿qué le pasaba?

—Deberíamos regresar a la aldea —sentencia el híbrido con su confusa actitud.

—No, hasta que dejes de comportarte así —refuta ella con el ceño fruncido—, creí que te alegraría verme pero en su lugar parece que quisieras huir.

—Ay, Kagome, no se trata de eso —dice y se le hace raro el nombre en su boca después de tanto tiempo sin pronunciarlo en voz alta.

—Pues explícate —refunfuña la chica, poniendo sus brazos en jarras, haciéndola lucir tan infantil como a sus quince.

El ambarino rueda los ojos, un poco exasperado con la riña.

—Hoy es Luna nueva y puede que Naraku ya no exista pero siguen habiendo yōkais aquí afuera y no de los buenos, precisamente. Así que regresemos —ordena el ambarino con una mirada que no admite replicas.

Esta vez es Kagome la que lo sigue sin chistar. Por lo inverosímil del día olvidó completamente el novilunio y mientras caminaban de regreso a la aldea rememoró todas las noches como la que pronto caería en las que se la pasaba pensando si InuYasha estaría bien, acompañado sino se sentiría triste y demás ocurrencias que la inquietaban al punto del insomnio.

El joven frente a ella se detiene a unos cincuenta metros de la aldea, o al menos eso es lo que calcula, tomando en cuenta que las luces se pueden ver desde allí, una choza un poco más pequeña que la de la anciana Kaede y construida toscamente se ocultaba entre la espesura de los árboles. Sin embargo, una duda la embarga; ¿qué hacían allí? Y cuando se vira para preguntarle al muchacho se da cuenta de que ahora sus cabellos son iguales o más obscuros que los propios y que los ojos dorados mutaron a grisáceo.

El ahora humano, entra a la cabaña completamente vacía, sorprendiéndola, francamente.

— ¿Vives aquí? —pregunta curiosa mientras da vueltas sobre sí misma, cerciorándose de que en verdad no hay más que leños amontonados en un lado y Tessaiga enterrada, a modo de protección, cerca de ellos.

—No —contesta secamente, sentándose en su acostumbrada postura de indio y cerrando los ojos—, sólo la ocupo en Luna nueva.

Se sienta frente a él, atrayendo sus rodillas a su pecho y apoyando su mentón se percata —a través de la única ventana— que había comenzado a llover, algo típico de principios de julio, haciendo parecer que era más tarde.

—Solo —dice InuYasha de repente y ocultando una mirada melancólica bajo su flequillo.

— ¿Eh? —se voltea confundida, no entendiendo muy bien de qué va el muchacho.

—Tu pregunta de hace rato; me sentí solo —se revela, a pesar de que en condiciones humanas es más fácil demostrar sus sentimientos no deja de ser vergonzoso para alguien como él.

—Pero… si estabas con Miroku, Sango, Shippō, incluso la anciana Kaede —le indica como si sus palabras no tuvieran sentido.

En esta ocasión el chico no oculta su mirada sino que la clava en la de ella y Kagome entra en un tonto debate interno sobre cuáles orbes son las más hermosas, si las ámbar o las grises.

—Eso no importaba sin ti —suspira y encoge los hombros, recargando la cabeza en la pared de madera, ve el techo para así ser capaz de expresar lo que desea sin morderse la lengua por cobardía en el proceso—. Miroku y Sango son mis amigos pero cuando están juntos se olvidan de todo, el enano está ocupado con sus clases y Kaede… es una vieja aburrida —sonríe de medio lado, pensando en sus amigos antes de proseguir—, pero incluso antes de ello, antes de estos tres años. La que siempre estaba conmigo, quien cuidaba de mí o simplemente la que se prestaba para pelear por idioteces eras tú.

El corazón de Kagome palpita más rápido que galope de caballo en carrera, entiende el significado de lo que InuYasha acaba de decir y, correspondiendo al ataque de sinceridad del híbrido, decide olvidar el decoro.

—Siempre estaré a tu lado, te lo prometí —toma el rostro del ahora pelinegro para quedar cara a cara, sintiendo un hormigueo en los dedos por la calidez de su piel.

—Te fuiste —interrumpe brusco, tensando la mandíbula y viendo las orbes castañas fijamente.

—InuYasha… —acaricia su nombre y una calidez invade el pecho del muchacho, su mandíbula se relaja por el tacto femenino, está prácticamente sentada en su regazo y contrario a la incomodidad que en antaño habría tenido, en esta ocasión, esta vez se convence que ahí es donde ella debe estar. Y sin esperarlo, antes de que siquiera pueda parpadear, lo besa; algo dulce y tierno, en el prueba el aroma que siempre la ha caracterizado, el que lo hizo correr cual desquiciado hacia el pozo en la mañana.

La misma que lo inició es la que termina con el beso, recuesta su cabeza en el hombro de InuYasha, queriendo ocultar el rubor de sus mejillas, pero aun así se abraza a él, únicamente deseando escuchar su corazón y sentirlo aferrarse igualmente a ella. InuYasha a sabiendas de su innato don para arruinar cualquier tipo de atmósfera romántica opta por guardar silencio, tampoco quiere pensar mucho en lo que vendrá, así que prefiere apretar a Kagome contra sí y distraerse olisqueando —tanto como se lo permite la condición humana— sus cabellos.

Cerezos. Kagome huele y sabe a primavera y para confirmarlo la besa… otro beso efímero como un suspiro.