Y aquí va mi primera historia de Hetalia. Realmente no es nada muy allá pero fue divertido escribirlo estas vacaciones. :D

Contenido: un holandés vengativo, un libro ingles y un pobre español como victima.


Capítulo 1. Un plan "perfecto"

El sol apenas calentaba en aquella fría tarde otoño, parecía perezoso jugando entre las nubes mientras que el frío viento del norte se llevaba a las marchitas hojas de los árboles.

Llevaba algo más de una hora de camino, pero ya, por fin, podía ver la casa de Arthur al fondo. Aunque no lo pareciese, estaba ansioso de efectuar su magnifico plan. ¿Su plan? Simple; colarse en la casa del inglés maldecir al español y esperar a que todos los demás lo mataran, todo se podía resumir en un antiguo refrán; entre todos le mataron y él solo se murió, pensó con simplicidad Holanda mientras observaba como el cielo se iba oscureciendo cada vez más.

Hacia un par de días que se le había ocurrido y aún no era perfecto del todo, porque el hecho de que fuera simple no significaba que también fuera fácil, sobre todo lo de colarse en la casa del inglés sin que se enterara, lo cual no tenía ni puñetera idea de cómo lo iba a hacer. Pero aquella tarde, mientras se dirigía hacia la junta que se había organizado en Alemania se había encontrado por el camino al maldito España, a quien su hermana había saludado con demasiada efusividad para su gusto, y fue en ese preciso momento cuando decidió que tenía que ejecutar su maniobra cuanto antes, no podía posponerlo durante más tiempo.

Había echo el resto de trayecto hacia la junta caminando aprisa -a pesar de que apenas eran dos calles desde la parada del tren hasta el edificio en donde habían quedado- , mirado de hito en hito a Emma y Antonio, quienes reían con despreocupación detrás de él. Mas él sabía que, en cuando se despistase, España trataría de conquistar a Bélgica y lo mismo haría con el resto de países como ya había intentado en su antigua época. Pero los demás sólo se aferraban a ver la amigable sonrisa de Antonio e ignoraban deliberadamente las retorcidas intenciones que ocultaba detrás de ella, ni siquiera sospechaban de su desbordante felicidad, cosa que era totalmente antinatural, ni tampoco se daban cuenta de que aquella pinta de idiota que siempre solía tener era una completa farsa. Pero … ¿¡por que no podían ver qué era un ser sumamente retorcido y peligroso, incluso, más peligroso que Iván durante la Unión Soviética!? Pero él les haría ver, les habría los ojos a ese puñado de ingenuos ignorantes y les demostraría que él siempre había tenido razón. España era el país más diabólico y retorcido de todos, y se lo demostraría a los demás.

Tras llegar a su destino, estuvo observando durante cinco minutos la gran casa de Arthur para ver cuál era el mejor lugar por el que podría entrar en ella, mientras se maldecía por no haber tenido más tiempo para planificar minuciosamente esa parte de la maniobra.

Ni siquiera había decidido colarse ese día, pero tras ver cómo el inglés entraba al edificio de la reunión -lo cual evidentemente significaba que no estaría en su casa- seguido por Alfred, que parecía entretenerse sacándolo de quicio, y un joven rubio con un osito polar de quién el holandés no conseguía acordarse, se lanzó. Al verlos, se excusó escasamente ante Emma, dió media vuelta y se marchó dirección a Inglaterra, dejando a la belga y al español totalmente sorprendidos.

Unas finas gotas de agua empezaron a caer de las nubes del cielo, el cual era de un oscuro tono entre violáceo y azul allí, en la ciudad Londres. No le dio muchas más vueltas cuando notó cómo una de aquellas tenues gotas impactó contra su blanca piel. Le dio la última calada a su cigarrillo a medio consumir, lo apagó en el alfeizar de la ventana y se coló por la ventana entreabierta del primer piso.

Parecía estar en un salón, posiblemente el que utilizaba Inglaterra cuando tenía múltiples visitas, todo estaba decorado con suma elegancia, había un par de antiguos objetos adornando la sala, pero en seguida se percató de que eran meras baratijas antiguas, supuso que, al igual que él, Inglaterra tendrías las de más valor guardadas en alguna recóndita habitación de aquella casa.

Se preguntó cómo alguien tan observador y perspicaz como Arthur prefería ignorar las intenciones de alguien como Antonio, era cierto que el inglés había estado enfrentándose al hispano multitud de veces, pero ahora simplemente parecía no importarle lo que hiciera el español. Bueno ambos seguían odiándose pero en la época actual estaba mal visto agredir a otra nación por el simple hecho de despreciarla, asique ambos estaba resignados a atacarse con palabras -y algún que otro puñetazo de vez en cuando-.

No le dio más importancia a aquello, salió de la sala y subió las escaleras hacia el siguiente piso, buscó el despacho de Arthur ya que pensó que allí podría encontrar alguna pista que le mostrase dónde estaban escondidos los hechizos y las pociones del inglés. Por suerte había estado un par de veces en su despacho por asuntos diplomáticos, por lo tanto no le costó mucho encontrarlo.

Una amplia habitación con un amplio escritorio de madera maciza en frente, sobre él había unos cuantos papeles, detrás, una gran cristalera en la cual ahora chocaban con violencia las finas gotas de lluvia, la parte izquierda se encontraba forrada por una estantería repleta de libros, a la derecha una enorme chimenea debajo de un retrato de Arthur, posiblemente hecho en la época del Imperio Británico, tal vez un poco antes, pensó Govert y en el suelo una amplia alfombra de pelo rojo. Examinó con paciencia la sala, llegando a la conclusión de que sí tenía que haber una habitación secreta tenía que estar detrás de la colosal estantería como en todas las películas. Se tiró más de media hora sacando libros después de haber intentado despegar la estantería de la pared, y no fue hasta que, desesperado, empujó por error un grueso libro negro sin inscripción alguna hacia el interior, cuando un ahogado clip resonó sobre la lluvia.

Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro al oír el ruidito, mas todo parecía estar igual, empujó con todas sus fuerzas la estantería, pero nada, la estantería no se movió ni un ápice. Le costó un poco de tiempo darse cuenta de que se había abierto un pasadizo detrás de la chimenea tras haber activado aquel enrevesado mecanismo. Con rapidez la atravesó tras cerciorarse de que la chimenea estaba completamente apagada, y pronto se introdujo en un estrecho y húmedo pasillo que había detrás. Encendió con ímpetu su mechero, iluminando débilmente el angosto pasillo.

Notaba cómo sus hombros rozaban contra las húmedas paredes a cada paso que daba, además, tenía que ir medio encorvado para no dar con la cabeza contra el techo, parecía que el inglés había hecho el pasadizo así aposta, para que él no pudiera ir por allí.

– ¿Cómo shit puede soportar Arthur pasar por aquí sin sufrir de claustrofobia? – rumió en un susurro Govert.

Sin pararse a pensar mucho sobre la respuesta siguió avanzando hasta que se encontró con unas escaleras de caracol, la cual bajo con pulcro de no caer rodado por ellas. No tardo mucho hasta terminar de bajarlas completamente e inspeccionó la habitación en la que ahora se encontraba. Su semblante normalmente serio se iluminó con una extraña sonrisa.

[…]

Salió con rapidez del edificio y emprendió el camino de vuelta a casa entre los últimos rayos de un sol que se ocultaban con presura. Mientras, allá, al fondo, parecía empezar a desatarse una tormenta.

Hoy le hubiese gustado quedarse más tiempo hablando tras la reunión, pero tenía un mal presentimiento y no le apetecía esperar a alguno de sus amigo ya que a pesar de haber terminado la reunión, Lovi seguía insultando a Ludwing mientras Feliciano trataba de calmarlo, Francis seguramente también seguiría molestando a Arthur, mientras que por el contrario, Gilbert había desaparecido nada más terminar, al igual que su hermano Portugal.

Un débil suspiro salió de entre sus labios mientras seguía caminando, le hubiese gustado hacer el camino de vuelta con alguien.

[…]

La habitación estaba repleta de velas y extraños líquidos de colores repartidos en distintos estantes y mesas, en el medio había pintado un enorme círculo con una estrella de cinco puntas en su interior, y en una esquina una vitrina. Sin demorarse demasiado con las pócimas y ungüentos que tenía Arthur ordenadamente guardados y repartidos por toda la habitación, se dirigió hacia la pequeña vitrina en la que el inglés tenía guardados todos sus libros de magia y sacó el más grande que vio, lo ojeo con la precipitación propia de aquel que se cuela en casa ajena, buscó con nerviosismo los maleficios, hasta que cierta inscripción captó toda su atención.

"Lo verán cómo lo qué ve" repitió mentalmente las palabras. ¡¿Qué coño querían decir?! ¿Qué, de una maldita vez por todas, el resto de países verán a España cómo él lo ve? ¿O qué se transformaría en cómo él lo ve, o sea, en un monstruo? Sospesó ambas idea, realmente ninguna le desagradaba pero ante aquel dilema concluyó qué la razón de que todos los hechizos de Arthur salieran tan funestamente mal era por todos aquellos dobles sentidos de las palabras del libro. Terminó de leer cómo se realizaba el hechizo, y tras poner unas cuantas velas negras alrededor del circulo, se puso en medio de la estrella y recitó con voz firme las extrañas palabras del libro a la vez que una extraña aura rodeaba todo su cuerpo.

[…]

Acababa de bajarse de aquel tren que lo traía de Alemania y pronto cogería otro tren que lo llevara de Francia a España, se sentó en uno de los bancos de la estación para esperar pacientemente la llegada de su tren.

La negrura ya se había apoderado del cielo, y el viento se hacia cada vez más helado conforme avanzaba la noche. El invierno llegará en penas unos meses, pensó resignado mientras notaba el frío viento que se colaba del exterior de la estación. Repentinamente oyó unos lejanos grititos que captaron su atención, y miró por una de las cristaleras de la estación, encontrándose con que enfrente había un lindo parque en el que, a pesar del frío, aún jugaban alegres un par de niños entre los columpios bajo la atenta mirada de su madre, los observó con ternura durante un momento, recordando aquella época en la que había tenido bajo su protección a un pequeño Lovino y a las pequeñas colonias sudamericanas, ahora muchos de ellos eran potenciales países. Sonrió nostálgico y un repentino escalofrío recorrió su espalda, tras notar un creciente malestar que lo incomodaba, rápidamente desvió la mirada de los niños y se percató de que su tren acababa de llegar.

[…]

Govert se quedó estático durante un segundo, sin notar que hubiese pasado nada y con la creciente duda de que el hechizo hubiese funcionado realmente, revisó una vez más la página de aquel libro sin encontrar nada que no hubiese leído antes, aun así decidió salir rápidamente de aquella casa antes de que llegara inglés.

[…]

Por fin llego a casa un par de horas más tarde, estaba agotado e incluso mareado, lo cual le inquietó, algo debía de ir mal. No solía estar tan agotado por aquellas rutinarias reuniones, él, el país de la pasión. Sonrió tímidamente ante el hecho de recordar ese apodo ¿cuándo empezaron a llamarlo así? Ya ni lo recordaba, se desvistió casi por completo, dejándose puesto únicamente los boxees y la camisa. Seguramente estaría cogiendo un resfriado, pensó de forma despreocupada mientras se metía en la cama, para dejarse llevar inevitablemente en un extraño sopor.


Y la maldición es... Una cajita de tomates del huerto de España para quien lo adivine. Bueno si lo prefieren también hay una cajita con esas plantas que a Holanda le encanta plantar en su jardin cofcofyfumarcofcof.

¿Review?