Aclaración: Los personajes, la historia y detalles no me pertenecen ni son de mi autoría. Como ya saben los personajes pertenecen a CLAMP y esta es simplemente una adaptación que hice de una novela de Linda Howard. Todo esto es sin fines de lucro y con la única finalidad de entretenimiento. Dudas, comentarios, etc., son bien recibidos.

Prologo

-¿Quién es ésa, papá?-preguntó Sakura, señalando con un dedito la figura del libro que tenía su padre en las manos. Estaba trepada sobre sus rodillas, como lo hacía a menudo, porque aunque sólo tenía cinco años le fascinaban las historias que él le contaba acerca de lugares lejanos y gente que había vivido hacía mucho tiempo.

-Es una amazona.

-¿Se llama así? -Por la forma de la figura, Sakura sabía que se trataba de una mujer. Cuando era realmente chiquita a veces la confundía el largo del pelo, hasta que se dio cuenta de que casi todas las figuras de los libros de su padre tenían el pelo largo, fueran varones o mujeres. En busca de una manera mejor de identificar el sexo de las figuras, encontró una pista: los pechos. Los hombres y las mujeres tenían pechos diferentes.

-No sé cómo se llama. En realidad nadie sabe si realmente existió.

-¿Así que a lo mejor puede ser un invento?

-Quizás. -Fujitaka Kinomoto acarició con suavidad la cabecita redonda de su hija, levantó el pelo castaño y brillante y volvió a dejarlo caer en su lugar. Esa criatura le fascinaba. Sabía que en lo que a ella se refería no era imparcial, pero su comprensión y su manera de percibir lo abstracto estaban mucho más allá de lo normal para su edad. A Sakura le encantaban sus libros de arqueología. Uno de sus recuerdos favoritos la evocaba, cuando apenas tenía tres años, tironeando de un libro que pesaba casi tanto como ella, para colocarlo sobre el piso. Después se pasaba toda la tarde tirada boca abajo y volviendo las páginas con lentitud, ignorante de todo lo que sucedía a su alrededor. En Sakura se combinaban la inocencia infantil con una lógica sorprendente; nadie podría acusar jamás a su hija de tener una mente confusa. Y si el primer rasgo de su personalidad era el pragmatismo, el segundo era, sin duda, la tozudez. Sospechaba que su queridísima hija algún día se convertiría en un problema para algún hombre.

Sakura se inclinó para estudiar los dibujos en detalle. Por fin preguntó:

-¿Y si es una persona inventada, por qué está en este libro?

-Las Amazonas se consideran figuras míticas.

-¡Ah! Esas personas que inventan los escritores.

-Sí, porque a veces los mitos se basan en realidades. -Por lo general trataba de simplificar su vocabulario cuando hablaba con Sakura, pero jamás la menospreciaba. Si no comprendía algo, su hijita le exigiría que le diera explicaciones hasta que llegara a entenderlo.

Sakura frunció la naricita.

-Háblame de esas amazónigas -pidió, acomodándose en las rodillas de su padre.

Él rió de la confusión del nombre, y se lanzó a hablarle sobre las guerreras y su reina, Penthesilea.

Alguien pegó un portazo en otra parte de la casa, pero ninguno de los dos lo oyó, enfrascados como estaban en el mundo de la antigüedad, que era su lugar de juegos predilecto.

Tôya Kinomoto entró en la casa con un entusiasmo poco común; la excitación podía más que su habitual estado de ánimo taciturno. Las chapas de sus zapatillas de soccer hacían un extraño ruido metálico contra los pisos de madera, e ignoró los constantes pedidos del ama de llaves de que se las sacara antes de entrar en la casa. ¡Dios, qué partido! El mejor que había jugado jamás. Deseó que su padre hubiera estado allí para verlo, pero ese día él tenía que dar una clase y no pudo asistir.

Tôya jugo más de sesenta minutos en un partido de noventa, hizo cuatro goles y uno de ellos fue elegido como el mejor de la temporada. Como era de esperarse su equipo ganó el campeonato. Se detuvo en la cocina para beber un vaso de agua; tenía tanta sed que enseguida tuvo que servirse otro. Cuando iba a beber oyó voces y se detuvo. Le pareció que era su padre.

Todavía llevado por el entusiasmo, corrió a la biblioteca, donde sabía que lo encontraría. Abrió la puerta de un tirón y entró.

-¡Oye, papá! Hoy hice cuatro goles y uno de ellos fue un el mejor de la temporada. ¡Ojalá hubieras estado allí! -No lo dijo como una queja sino como una expresión del entusiasmo que sentía.

El profesor Kinomoto levantó la mirada del libro que estaba leyendo y le sonrió.

-¡Ojalá hubiera podido ir! ¡Te felicito!

Tôya ignoró a su hermanita, que estaba sentada, como siempre, en las rodillas de su padre.

-Tu compromiso con los estudiantes no te tomó tanto tiempo como creías, ¿verdad?

-Lo postergaron hasta mañana -contestó el profesor.

Tôya se quedó muy tieso, y su entusiasmo se apagó.

-¿Entonces por qué no fuiste al partido?

Sakura escuchaba el diálogo con interés.

-A mí me gustan mucho los partidos de soccer, papá -dijo.

El padre la miró, sonriente.

-¿Te gustan, Sakura? Bueno, entonces tal vez iremos al próximo.

Con eso ella se sintió satisfecha y consideró que su historia ya había sido interrumpida demasiado tiempo. Señaló el libro para volver a atraer la atención del padre.

-Sigue hablándome de las amazónigas -pidió.

Obediente, el profesor la complació, algo fácil porque se trataba de un tema muy cercano a su corazón. Por suerte, a Sakura le gustaban más los mitos que los cuentos de hadas, porque de otro modo no hubiera sido tan paciente con ella.

Al verse de nuevo desplazado por esa chiquilla, la felicidad de Tôya se esfumó y dio paso a la furia. De acuerdo, Sakura era inteligente; ¿y qué? La frustración creció en su interior y salió de allí antes de obedecer a su urgente necesidad de arrancarla de las rodillas de su padre. Eso era algo que el profesor no comprendería, pues creía que su niñita querida era una maravilla.

"¡Qué maravilla ni qué ocho cuartos!" -pensó Tôya, enfurecido. Sakura le había provocado disgustos y resentimientos desde el momento de su nacimiento. Hacía un par de años que su madre había muerto, su salud había sido frágil y después del nacimiento de su hermana había decaído hasta el punto de no levantarse de cama. Pero él la recordaba bien, Nadeshiko fue una gran madre, siempre sonriéndole. Nunca se perdió ningún partido, le había enseñado a tocar el piano y tocaban juntos siempre que se daba la ocasión. Incluso en sus últimos días le seguía sonriendo con cariño mientras el tocaba para ella.

Después de su muerte él lo único que pedía era consuelo, alguien en quien sostenerse, alguien que le dijera que todo estaría bien. Pero no, todos se preocuparon por la pobre niñita que no tendría una madre, por la pobre niñita que crecería sola siempre necesitándola… ¿Y él que? La pobre niñita ni siquiera había llegado a conocer a su madre, no como él, no la necesitaría como él.

Todo el mundo la ponderaba porque era inteligente. En cambio a él lo trataban como a un idiota porque había repetido un año en el colegio. De acuerdo, tenía diecisiete años y cumpliría dieciocho antes de empezar el último año del secundario. Pero no era un imbécil; simplemente no se había esforzado demasiado. ¿Para qué se iba a molestar? Por mucho que él lo intentara, la gente no hacía más que prestarle toda su atención a la pobre niñita.

Subió a su cuarto, donde se sacó las zapatillas de futbol y las arrojó contra la pared. Y ahora esa niñita acababa de arruinar el mejor partido que él había jugado en su vida. Si la reunión de su padre se postergó, después de todo nada le impedía haber ido al partido, pero en cambio volvió a su casa para contarle cuentos a esa mocosa. Era tan grande la injusticia cometida contra él, que Tôya tuvo ganas de golpear algo. Quería golpear a la niñita. Quería herirla, lo mismo que ella lo hería a él. Ella le había robado primero a su madre y no conforme con eso ahora le quitaba también a su padre; y eso era algo que nunca, nunca le perdonaría.

Se puso de pie, obedeciendo un impulso. Las medias sofocaban todo sonido cuando salió de su cuarto, cruzó el vestíbulo y se dirigió al dormitorio de Sakura. Se paró en el medio de la habitación y miró alrededor. Igual que todos los chicos, ella reunía sus tesoros al alcance de su mano; en el cuarto guardaba todos sus libros y muñecas favoritas y otros objetos cuyo significado sólo ella conocía. Todo eso a Tôya no le importaba; buscaba la muñeca preferida de Sakura, la que atesoraba más que todas las demás, una destartalada muñeca de plástico a la que llamaba Violet. Por lo general Sakura dormía abrazada a ese juguete.

Allí estaba. Tôya se apoderó de la muñeca y la llevó a su cuarto, mientras trataba de decidir qué hacer. Tenía ganas de romperla a golpes y dejarla sobre la cama de Sakura, pero su astucia le indicó que en ese caso le echarían la culpa, pues nadie más podría haberlo hecho. Sin embargo, esconder la muñeca no le parecía bastante. Sus celos exigían más, tenía necesidad de destruir algo que ella amara, aunque sólo él supiera que lo había hecho.

Sonriente, tomo el sacapuntas de un cajón de la cómoda y lo abrió. Se sentó en la cama y con toda tranquilidad descuartizó la muñeca. Sakura no sabría lo que acababa de hacer; lloraría la pérdida de su muñeca preferida, pero nadie podría acusarlo a él de nada. Se lo guardaría en lo profundo del corazón y cada vez que mirara a esa niñita de porquería se solazaría, porque él lo sabría, y ella no.

N/A: Bueno eh aquí el inicio de esta historia, con un Toya muy diferente como irán descubriendo, me encanta este libro y por eso comencé la adaptación.

Soy nueva en este mundo de escritores y escritoras y si tengo varias cosas escritas por mí que tal vez más adelante público (aun no me animo) xD.

En fin, espero sus comentarios. Saludos!