Estimados lectores!
Esta es una idea que se me ocurrió esta mañana al despertar y la escribí en el bus de ida al trabajo.
Se trata de una serie de mini historias desordenadas cronológicamente acerca de la vida de Alexander Bleu, para que lo conozcan un poco más. Tratará de todo, su relación con sus padres, adolescencia, adultez. También su relación con los personajes del mundo Potteriano. Tendrá guiños a todas mis historias, pero no se confundan, esta es diferente.
Espero que les guste, y ¡claro! Va para aquellos que ya me leen y conocen el personaje.
Saludos cósmicos, y desde ya, gracias por leer. ¡Espero que les guste!
Mad Aristocrat
La abogada irresponsable.
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1. Primer año.
Dos adultos, de largas túnicas azul oscuro, caminaban por el andén 9 ¾ acarreando grandes baúles y una lechuza marrón. Se trataban de las pertenencias de su hijo, Alexander, el cual caminaba entre ambos con el mentón bien en alto, orgulloso, pues este año ingresaría a Hogwarts, el prestigioso Colegio de Magia y Hechicería.
El niño en cuestión era una mezcla perfecta entre sus ambos padres. Tenía el cabello tan negro como su madre, pero los ojos, de un azul casi eléctrico, eran calcados a los de su padre.
Hijo único de un funcionario de Gringotts y una profesora de la Academia de Leyes Mágicas, Alexander Bleu había sido criado de una manera inusual. En cierta medida presionado por Leonard Bleu, su padre, por ser siempre el número uno; y en cierta medida mimado y estimulado por su madre, Arlene Maquiaveli, que lo amaba incondicionalmente y se lo demostraba a diario.
Las tres figuras pronto se detuvieron frente al expreso, y con una mano en el hombro, el padre le preguntó a su hijo.
- ¿Recuerdas lo que te dije?
El niño sonrió como si le hubieran preguntado algo obvio, y encogiendo los hombros respondió.
- Claro. Tengo que ser el mejor.
- ¡Ese es mi hijo! - exclamó orgulloso el hombre – Estoy seguro que serás alguien grande, Alexander, alguien importante. Con ese cerebro que le heredaste a tu madre puedes ser lo que quieras si te lo propones, ¡incluso Ministro de magia!
La mujer, que estaba mirándolos en silencio intercambiar palabras, rodó los ojos divertida.
- No lo atosigues, querido, ¿no ves que es muy pequeño para que le exijas tanto? - preguntó enarcando una ceja - Hijo mio, no nos importa en qué casa quedes. Sólo ponle empeño para tener buenas calificaciones y hacer buenos amigos, ¿está bien?
El muchacho asintió con la cabeza, y su madre también, complacida. De su gran cartera color negro que llevaba colgada al hombro, ella extrajo dos libros, y luego de quitarles el polvo de encima, se los entregó al pequeño.
- Toma. Tu libro de encantamientos, por si quieres releerlo durante el viaje, y también una novela, por si te aburres.
- ¡Pero Arlene! - reclamó su marido - ¿Podrías dejar de pasarle libros muggle? ¡Habiendo tantos escritores mágicos buenos!
- Mi retoño tiene que saber tanto del mundo mágico como del muggle – contestó la pelinegra, revolviéndole cariñosamente el cabello a su hijo – Tiene que conocer de ambos mundos para poder tener un crecimiento integral.
- Ya, ya... - concedió Leonard, colocándo los ojos en blanco – Pero una cosa son los libros, y otra muy diferente es esa caja que mete ruido, ¿cómo se te ocurre regalársela?
- Se llama batería – corrigió ella.
- Lo que sea. ¡Los muggles si que son escandalosos!
Arlene rió, y luego miró al muchacho que estaba plantado a su lado, con su implecable uniforme y ambas manos tomadas por la espalda. Su instinto maternal afloró de pronto, recordándole que ahora sólo vería a su hijo en vacaciones, y como quien ve una película, comenzó a revivir todos esos momentos bellos que su mente atesoraba, desde el nacimiento de Alexander, pasando por la primera vez que caminó, hasta hoy por la mañana, donde su pequeña familia de tres desayunó hot cakes en la cama.
- ¡Ay, cuanto te extrañaré! - chilló, abrazándolo intempestivamente - ¿Que haré sin ti? Quédate pequeño para tenerte siempre a mi lado. ¡No crezcas más!
Ella lo abrazaba tan fuertemente contra su pecho que el pequeño aleteaba los brazos en búsqueda de un poco de aire. La gente que pasaba por el lado de ambos tenía que reprimir una sonrisa. Era un cuadro tierno y divertido a la vez, propio de una madre sobreprotectora.
- Ma... má.... no... respiro... - balbuceó él a duras penas.
- Arlene, por favor, no lo asfixies, ¡mira que se le va a ir el expreso! - exclamó Leonard Bleu, señalando el vapor que empezaba a emerger de la locomotora.
Con un último beso en la frente, ella le hizo caso a su marido y lo soltó. Alexander se subió justo cuando sonó la última llamada a abordar, y desde la escalera de esa entrada, les dijo adios.
- Escríbenos cada vez que puedas.- rogó su madre, mientras se despedía con un pañuelo en la mano.
- Y recuerda, ¡saca siempre los primeros puestos! - exclamó sonriente su padre, con un pulgar en alto.
- ¡Lo haré, mamá!. ¡Y no te preocupes, papá! ¡Haré mis mayores esfuerzos para no defraudarte! - gritó desde el expreso, que ya había partido y comenzaba a perderse en el horizonte.
Con un suspiro, se giró para buscar asiento, pero para su mala fortuna, la mayoría de los compartimientos estaban ocupados. Todo por culpa de mamá, reclamó, arreglándose la túnica que había quedado completamente arrugada por la muestra de afecto. Fue entonces que, cuando ya había perdido toda esperanza de encontrar un sitio, vio que quedaba un puesto en uno de los últimos vagones.
- ¿Puedo sentarme aquí? - preguntó a los que se encontraban adentro.
Se trataba de una niña de cabellos alborotados, tan despeinados que parecía que le hubiera pasado un huracán por encima; y un muchacho regordete, con las mejillas tan rendondas como una pelota. Ella llevaba un libro en el regazo y él, una rana fea y viscosa.
- Claro, adelante.- respondió ella - Mi nombre es Hermione Granger, y él es Neville Longbottom.
- Encantado. Alexander Bleu.
Alexader procedió a tomar asiento al frente de ellos, y sacó su manual de encantamientos para distraerse durante el viaje. Sin embargo, comenzó a sentir la insistente mirada de su acompañante sobre él, pero decidió ignorarla, después de todo, no le apetecía conversar con nadie.
- Oh, ¿estas leyendo manual de encantamientos para principiantes? - preguntó Hermione, fingiendo que recién lo había notado - Ese ya me lo leí en el verano.- agregó con un dejo de soberbia.
- Yo también. Lo estoy releyendo por quinta vez.- respondió Alex sin mostrarse interesado.
- Pues yo me lo sé de memoria. - atacó nuevamente ella.
- Yo también.
La chica de cabellos alborotados parecía incrédula, o al menos, eso fue lo que pudo notar cuando la miró por encima de su libro. ¡No había ni llegado al colegio y ya alguien quería competir con él! Al parecer, Hogwarts no sería miel sobre hojuelas.
Fue justo en el momento que pensaba eso que la rana que tenía el otro muchacho entre manos decidió escaparse, pegando un gran brinco para desaparecer por la puerta sin que nadie pudiera impedirlo.
- ¡Trevor! ¡Trevor! ¡Mi abuela me matará!. - gritó su dueño horrorizado.
- No te preocupes, Neville, nosotros te ayudaremos a buscarlo, ¿cierto Alexander? - ofreció Hermione, colocándole una comprensiva mano en la espalda.
Alexander simplemente se encogió de hombros en señal de que lo ayudaría. Cerró su libro con delicadeza, no sin antes dejar marcada la página donde había quedado, depositándolo posteriomente en el asiento.
Salieron los tres pequeños en búsqueda de la rana perdida, y Alexander se adelantó para cubrir la parte delantera del Expreso. Preguntó por ella a un par de alumnos que lo miraron extrañados, para luego responder que no habían visto ninguna rana fugitiva por el lugar. No había caso... eso tomaría tiempo.
Después de varios minutos, y cuando ya estaba buscando sin mucho ánimo, vio una cosa verde saltar por el pasillo. Corrió para alcanzarla, pero la bastarda era demasiado rápida y escurridiza. La vio esconderse debajo detrás de un bolso gigante que estaba tirado en el pasillo, y sin pensarlo dos veces, se agachó para atraparla.
- ¡Te tengo! - exclamó victorioso, sosteniendo al anfibio entre sus manos - ¡Agh, que asco! - agregó al sentir su piel pegajoza.
Un par de zapatos negros, pulcramente lustrados, se atravezaron en su campo visual. Levantó la mirada para ver de quén se trataba, pero sólo pudo divisar unas piernas blancas y el comienzo una falda. Se incorporó azorado por el desliz, encontrándose con una muchacha de primer año como él, de ojos azules como él, y de pelo azabache como él... pero con las facciones más lindas que hubiera visto en toda su vida.
- Quítate. Estorbas.- le dijo ella como si nada hubiera pasado.
Ahí se percató que estaba cortándole el paso. Se corrió para permitirle avanzar y la muchacha lo hizo, sin siquiera dedicarle otra mirada. Frunció el ceño molesto, ¿acaso todos serían igual de maleducados? Se preguntó. Luego de mirarla desaparecer por uno de los compartimientos, volvió donde se encontraba el resto. En el lugar ya estaba tanto a Hermione – que ya había desistido de la búsqueda - como a Neville - el cual estaba hundido en su asiento en la más profunda depresión.
Sin decirle palabra, le entregó su rana y se volvió a sentar en su lugar, mirándose las manos asqueado.
- ¡Gracias! - soltó sinceramente alegre el chico rechoncho - Me acabas de salvar de una muerte segura.
Hermione le dedicó una sonrisa amplia, y luego de mirar por la ventana, informó.
- Es hora de que nos pongamos nuestras túnicas, ya estamos por llegar ¡que nervios!.
Dicho y hecho, la maquina comenzó a detenerse, mostrándole que el camino ya había terminado.
No tardaron en bajar del expreso y en subirse a los botes que los llevarían al castillo. Había nerviosismo en el ambiente, incluyéndolo a él mismo, pero no lo demostraría, pues trataba de mostrarse indiferente ante los magníficos paisajes que se cruzaron por sus ojos. Todo el trayecto fueron dirigidos por un semi gigante muy amable que les contó un poco de la historia del lugar. ¿Todo será así de magnifico? Se preguntó.
Cuando llegaron a las puertas del castillo ya era la hora de la cena. Una vieja profesora llamada Minerva Mcgonagall les explicó que antes de comer, tendrían que pasar por la selección de casas. Se le apretó el estómago de nerviosismo cuando la oyó.
Entraron en fila al gran comedor. Uno a uno, cada alumno nuevo fue sentándose en esa gran silla para colocarle el sombrero seleccionador, y como su apellido comenzaba con "B", no tardó en ser llamado.
- ¡Alexander Bleu! - exclamó de pronto la vieja profesora.
El muchacho respiró hondo, y colocándo su mejor cara de "no extoy nervioso" subió los peldaños, hasta llegar a la silla y sentarse en ella. El sombrero fue colocado de inmediato en su cabeza, el cual comenzó a divagar en voz alta "mmm... tienes valentía, podrías ser un Gryffindor... pero también la astucia de un Slytherin... mmm... defintivamente no vas en Hufflepuff, eres de buenos sentimientos, pero careces de inteligencia emocional para tratar con el resto, pasarías peleando con tus compañeros...mmm... aunque tu lealtad es a prueba de fuego.... ¡Vaya! Hay mucha inteligencia...¿no?... está decidido..."
- ¡Ravenclaw! - gritó el sombrero.
La mesa de la casa explotó en aplausos, y él sonrió orgulloso. Ravenclaw, era la casa de la inteligencia, ¡su padre estaría muy orgulloso! ¡estaba seguro!. Tan emocionado estaba que no atinó que tenía que ir a tomar asiento con los suyos, y se quedó ahí, entremedio de los alumnos que aún no estaban seleccionados en ningún lado, viendo como seguía el proceso.
- ¡Pansy Parkinson! - gritó ahora Mcgonagall, cuando siseó una voz conocida a sus espaldas.
- Quítate. Estorbas.
Se quitó automáticamente para darle el paso, y de inmediato la reconoció... era la misma del expreso, la chica mal educada.
La muchacha, nuevamente, sin dedicarle mayor atención, subió los peldaños con lentitud, como si fuera una celebridad a punto de recibir un premio. Se sentó y cruzó las piernas como toda una señorita, esperando el dictámen de ese roñoso artefacto mágico.
- ¡Slytherin! - gritó el sombrero sin esperar mucho tiempo.
La niña se bajó con elegancia del asiento, ondeando el cabello con presunción. Pasó por el lado de Alexander con el mentón bien en alto, y luego de darle un pequeño empujón con el hombro, se fue a sentar con los suyos, las serpientes, justo al lado de un rubio platinado.
- Engreída – masculló el pequeño Alexander – Tenía que ser Slytherin.
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¡Hey! Espero que les haya gustado la primera entrega.
Desde ya les aviso que no todos los capítulos serán así de largos. Mi idea era hacer una serie de viñetas (para actualizar más rápido), pero como vieron, no puedo controlarme al escribir, y por eso son una serie de mini historias.
Saludos cósmicos y si llegaron hasta aquí, gracias por leer.
Mad.
Ps: Si les gustó, aporree go!
