1. Anuncio

Para variar, sería otro día abrasador. Las temperaturas en el exterior rondaban casi los cuarenta grados, los que en el interior de la pequeña cocina, con el calor que desprendían los hornos y las máquinas de café, se duplicaban sin percance. Gotas de sudor resbalaban desde la frente de la joven, empapando mechones de su cabello. La ropa húmeda se le pegaba al cuerpo, incomodándola, más molesto aun, resultaba el uso del reglamentario delantal.

Sakura tomó un paño húmedo para frotarlo sobre su piel calenturienta, la sensación de ahogo mejoró algo, no demasiado. Sonrió con amargura, Suna estaba en medio del desierto. Durante el día, el viento era seco, y caliente, cargado de arena que se le incrustaba en la piel hasta dejarla áspera, sin embargo, durante las noches las temperaturas caían en picado, rozando límites peligrosos. Nada que ver con su natal Konoha, oculta en medio del bosque, siempre fresca y llena de vida, con una vegetación variopinta, una población alegre y afable. Los tiempos cambian, pensó con tristeza. Daba igual que tan atractiva fuera Konoha, se había vuelto una trampa mortal para ella. Con un suspiro cansado, revisó los alimentos que preparaba en aquellas placas de fuego, todo en orden, así que bajó la potencia de los quemadores, asegurando que se mantuvieran a la temperatura adecuada. Un vistazo al reloj en lo alto de la pared, confirmó sus sospechas, el horario pico matutino del restaurante había pasado. Calculaba que tendrían alrededor de media hora de descanso. Lavó los pocos trastos que quedaban sucios, se enjuagó las manos y salió al área de servicio. Tal como pensó, todas las mesas estaban vacías. Las dos meseras, la rubia con malas pulgas, Temari, y Matsuri, una cariñosa jovencita de cabellos castaños se encontraban holgazaneando en una de las mesas, Kankuro, el aburrido cajero hermano de Temari, dormitaba sobre la barra.

La joven pelirosa observó la escena con una media sonrisa. Se acercó a la barra con pasos menudos, disfrutando de la relativa frescura del exterior.

Tiempo de almorzar, chicos –llamó con suavidad.

Sus compañeros la observaron con alivio. Si bien el restaurante no era el más sofisticado de la ciudad, tenía una clientela importante, y aunque el horario de la mañana les había pasado factura, sabían por experiencia que el tiempo de la tarde sería peor con mucho.

El sol del medio día castigaba sus torsos desnudos. El menor de los hermanos sostenía con fuerzas un poste de concreto, que el mayor fijaba al suelo por medio de poderosos golpes de un mazo. El menor murmuró algo que hizo detenerse en seco al joven de la coleta.

¿Qué acabas de decir? –increpó antes de poder detenerse.

Sasuke lo miró con aburrimiento, le dio un encogimiento de hombros, y confirmó con voz monótona:

Eso, que he puesto un anuncio en la radio buscando esposa.

El hermano mayor lo observó incrédulo, inseguro de cómo responder.

¿Te importaría terminar? –demandó Sasuke con fastidio sosteniendo el poste de concreto–. Yo aquí me canso.

Itachi continuó descargando golpes de mazo sobre la estaca hasta que por fin quedó fija en tierra. Gotas de sudor recorrían los cuerpos de ambos, cuando por fin se dejaron caer en tierra, respirando agitados.

¿Qué clase de esposa se escoge por sorteo? –inquirió el mayor de los Uchihas.

Una que sea capaz de cuidar mi casa y a mi hija y mantenga caliente mi cama –respondió sin sentimentalismos–. Estás demasiado crecidito para pensar en cuentos de amor, Itachi. Se práctico.

Pero…

¡Olvídalo! Haré lo que sea, pero esa zorra no volverá a poner una mano sobre mi hija o mi dinero.

Itachi suspiró. Sabía que cuando su hermanito se ponía en ese plan no había manera de convencerlo. Inevitablemente, la culpa martilló en su conciencia. Varios años atrás, sus padres habían muerto en un accidente de tránsito, por aquel entonces, Itachi, con dieciocho años, estudiaba administración de empresas, y aunque lo correcto hubiera sido volver a casa, dejó a su hermano de trece años al cuidado de un tío abuelo con muy malas pulgas. Como resultado, cuando regresó cinco años más tarde, se encontró a un Sasuke, amargado, y enredado en un matrimonio forzoso con Tayuya Uzumaki heredera de una importante cadena hotelera en Konoha. El matrimonio duró tres años, luego de un desastroso incidente del que no quería recordar nada, Tayuya se largó, llevándose más de la mitad del patrimonio Uchiha, y abandonando a una niñita recién nacida. Los hermanos rescataron lo que pudieron del patrimonio familiar, abandonaron Konoha y se establecieron en las afueras de Suna, donde instalaron un rancho de caballos. La pequeña Ayumi creció sola con su padre, o mejor sería decir, bajo el cuidado de su tía y varios vecinos, porque el trabajo en el rancho absorbía la mayor parte del tiempo del menor de los hermanos, lo que facilitó que cinco años después del desastre, Tayuya regresara amenazando con llevarse a la niña "que no estaba creciendo en un hogar adecuado"

Sakura estaba terminando de lavar los trastos de la cocina, su cuerpo pedía a gritos por el descanso. Hacía diez minutos que habían cerrado el restaurante, desde fuera le llegaba el sonido de Kankuro y las chicas contando el dinero. Segundos más tarde, Temari enciende la radio y trastea los botones hasta dar con uno de esos estúpidos programas del corazón que tanto le gustaban. La pelirosa pone los ojos en blanco y adopta una expresión sarcástica tan pronto comienza a escuchar los primeros consejos del "gurú del amor" de esa noche. Odiaba esa clase de programas.

"…Y ahora en nuestra sección Enamórate…, nuestro afortunado de esta noche, es un misterioso amigo que ha pedido le llamemos, señor U. Divorciado, veintiséis años, busca esposa. Afirma proveer confort económico en su rancho en las afueras…"

Con una risa mucho más amplia, Sakura dejó de prestar atención. ¿Qué clase de idiota esperaba encontrar esposa a través de un programa de radio? La cocina estaba impecable. Colgó el mandil en un perchero, y salió fuera estirando sus miembros entumecidos. Agradeció el aire fresco del exterior. Con la llegada de la noche, las temperaturas descendían bastante. Se arrebujó en su vieja gabardina gris, tomó el bolso con sus escasas pertenencias:

¿Qué tal ha ido hoy el día? –cuestionó con una sonrisa.

Kankuro, que de paso era copropietario del establecimiento le respondió con un pulgar en alto.

Ha estado bien, la verdad es que con la nueva cocinera, la clientela va en aumento.

Un suave sonrojo cubrió las mejillas de la chica que se despidió con una sonrisita incómoda y salió a la calle. Nunca pensó dedicarse a las Ciencias Culinarias, de hecho, la cocina y ella nunca ligaron muy bien, y existían tres o cuatro anécdotas explosivas para corroborar el echo, sin embargo, cuando se comprometió y sintiendo la cercanía de la boda, había tomado cartas en el asunto, tomando varios cursos de cocina, que, aunque no hubo esposo o suegra que complacer, si le sirvieron para ganarse la vida cuando sobrevino el desastre.

Levantó la mirada al cielo y constató el firmamento oscurecido. El barrio donde se alquilaba, no estaba cerca, ni tenía fama precisamente de confiable, así que aunque representaba un buen mordisco a su economía se obligó a detener un taxi, y pedirle que la acercara al complejo de apartamentos.

Subió los tres pisos de escaleras, casi a rastras, estaba completamente agotada. Antes de abrir la puerta del departamento, ya sentía el aroma a comida.

Empujó la puerta y se encontró en un pequeño recibidor, con un espejo, durante breves instantes, la imagen la desconcertó. El cabello más corto, las marcas de cansancio en el rostro, pero sobre todo, la expresión madura y cínica que había sustituido a la de niña consentida y crédula. Sacudió la cabeza y avanzó al interior. Una cálida atmósfera la recibió, las luces prendidas, comida servida, y su pequeño hermano sentado frente al televisor. Una ancianita vivaz, salió con una sonrisa a darle la bienvenida.

Hola, querida, ¿qué tal tú día?

Chiyo-obasama, -comenzó la chica mientras se quitaba la gabardina y la bufanda–, ya es bastante con que cuide de Konohamaru, no es necesario que…

Bobadas, Konohamaru es un chico tan bien portado que me sobra tiempo –se defendió la anciana–, y tú trabajas mucho, una ayuda simple como esa no es nada. Adelante, toma un baño y cena tranquila. Ese chico ya está listo para irse a la cama.

La anciana se despidió con un beso en la mejilla. Sakura observó al chico de revueltos cabellos oscuros sentado en el sillón de dos plazas. Se dejó caer a su lado.

¿Te gusta la tele, camarada?

Silencio. No es como si esperara que le contestara, pero se negaba a rendirse. Le habló de su día, de la cocina agobiante, de las divertidas peleas, entre Temari y Kankuro, de lo dulce que era Matsuri, de las nuevas quemaduras que había obtenido. Nada, el chico permaneció mirando a la nada, y la joven sintió un nudo en la garganta. Konohamaru siempre fue un chico hiperactivo, travieso las más de las veces, así que verlo reducido a ese estado de…, indefenso, y ella no ser capaz de ayudarlo la agobiaba. Le dio un beso en la frente y se dirigió a la cocina. Abrió la alacena, apartó tarros de galleta y cereal, hasta dar con la vieja botella de sake, la destapó y bebió dos buenos tragos. La vida era una mierda.