Shingeki no kyojin pertenece a Hajime Isayama

Titulo: Había una vez

Género: Romance, Humor.

Advertencias: Mucho cliché, OC, uso descarado del OOC, y humor muy malo.

[AU - Ereri]: En un mundo feliz esto seria así.

La imagen es completa propiedad de la artista Lena.

Lamento si hay errores ortográficos.

Lamento mucho la tardanza de mis otras historias pero a mi pc se le dio por arruinarme la vida, en cuanto pueda me pondré al corriente con ellas. Como compensación traigo esta nueva propuesta que no pude dejar de escribir por mas que quise XD. Espero y sea de su agrado.

¡Disfruten la lectura!


1. Había una vez… un grupo de jovencitas.

...

...

La oscuridad daba paso a las formas un poco irregulares de las estrellas que adornaban el blanco techado de aquella espaciosa habitación, en donde se podía apreciar desde revistas con chicos a medio vestir y ropa espolvoreada por el piso, al igual que esmaltes vacíos junto a recipientes de maquillaje algo añejos de estar guardados, como si de la más preciosa de las reliquias se tratara. Las risas no tan discretas rebotaban en las paredes, y el ondear frenético de una sabana era el único movimiento que se percibía.

Aquellas cuatro chicas −que con algo de rareza en sus sistemas− jugaban con una linterna mientras a duras penas trataban de aguantar las lágrimas de aquella emoción burbujeante que crecía con cada palabra dicha. Eran un grupito de féminas muy peculiar. Cada una de ellas tenia aficiones muy distintas, en los que destacaban los gustos musicales, y la forma en la que cada quien decidía presentarse a la sociedad.

Al ser aún adolescentes podían llegar a ser algo tontas, inmaduras y muy testarudas. Eso claro, siempre les ayudaba a conseguir lo que querían. Eran todas unas reinitas; mimadas y caprichosas. Pero con un corazón inmenso para sus familiares, aunque eso nunca lo admitirían. Sería pecado hacer eso. Literalmente lo era, aquella regla boba y algo cursi estaba escrita con una letra pulcra trazada en un rosa muy chillón dentro de la hoja tamaño oficio −algo amarillenta y rasgada− cuidadosamente pegada a una de las paredes del lugar.

− Y entonces…

− Shh… − la brillantina que adornaba esos finos labios acalló sin mucha delicadeza a su compañera. Sus ojos, que algo extraños por semejante color que los adornaba, se pasearon algo inquietos por los rostros desconcertados de sus acompañantes. Una de ellas −la dueña de casa− le exigía con su gélida mirada una explicación por tremenda interrupción, y es que eso también hacia parte de las reglas. − ¿lo escuchan?

− Solo escucho tu maldita respi¨− las palabras murieron mientras esos ojos grises como balas se expandían ante la expectación. Los pasos algo perezosos y dominantes hacían eco en sus cabezas, y más pronto que tarde, las cuatro adorables chicas estaban aguantando la respiración, rezándole a algún dios que se apiadara de sus almas, y que la persona que se acercaba con algo de pesadez pasara por completo de ellas. − ¡Oh, no!... es mi hermano – ante lo dicho, que era más que evidente, todas palidecieron. − ¡Recojan todo! ¡Ya!

Los labiales manchaban la que antes era una linda y limpia baldosa, por la velocidad en que la sabana que cubría sus secretos voló. El aroma dulzón y empalagoso de los perfumes que antes se habían tomado el atrevimiento de probar comenzó a esparcirse, obligándolas a apretar sus respingadas y algo regordetas narices, con el fin de no estornudar. Si su madre se enteraba de que estaba jugando con la línea de fragancias que trajo de Sina en aquel viaje de negociosos que tuvo el mes pasado, la freía viva. Error. Las freía a las cuatro. Esa era otra de las reglas.

Con la rapidez que sus aún no tan desarrollados cuerpecitos les permitieron, agarraron bolsas plásticas de Hello Kitty para vaciar todo lo sospechoso, mientras en las de color lila guardaban todo lo que de ellas fuera.

En todo el trajín del momento, como pudieron arreglaron la cama y el escaparate, la sabana sucia brillaba por las manchas de sombras baratas y, el canasto de ropa reventaba por el improvisado escondite que decidieron usar. Mientras en ellas reinaba el silencio absoluto, el pobre gato que sufría de pisotones en su cola por la correndilla que tenían las chicas, no paraba de maullar en busca de auxilio. Lo cual causo que las pisadas de afuera aumentaran su velocidad y fuerza.

− ¡Mikasa, ¿Qué le estás haciendo al gato?! − irrumpió de repente la grave voz que hasta hace unos meses acababa de acostumbrarse.

− Nada − respondió con rapidez la dueña de casa, se sentó de sopetón por el susto que le causo el abrir de la puerta tan estrepitoso. Todo fue tan rápido, que hasta ese entonces no se había dado cuenta de la revista, que abierta mostrando esos apetitosos músculos, se reía de ella en el piso, justo a los pies de su hermano mayor, quien con lentitud y algo de asombro había que admitir, la recogió con cuidado mirando con una ceja levantada a aquel rubio de ojos despampanantes posando en una tanga de leopardo.

− ¿Qué carajos?...

− No es nada. Yo no veo nada. ¿De qué hablas? – dijo rápido, casi atropellado pero sin permitirse balbucear. La pequeña mano de Mikasa actuó conforme a su boca y de la nada la revista desapareció en la abertura que siempre quedaba entre su cama y la pared. − ¿a qué has venido? – preguntó esta vez la dueña de casa con voz más segura y con su compostura totalmente recuperada.

Su hermano, quien aún trataba de procesar como era posible que un tipo tan grande pudiese entrar en esa tanga tan diminuta, se mostraba muy sorprendido, el desorden de la habitación solo le hizo surgir más preguntas en su cabeza, y llegando a la conclusión de que el tipo posiblemente la tenia chiquita, decidió no involucrarse en los asuntos de su hermana. – escuché al gato maullar y yo solo… − suspiró al no encontrar nada mejor que decir, apoyado en el marco de la puerta con algo de pereza en sus ojos y con las miradas inquisitorias de aquellas féminas pubertas que lo hacían incomodar, decidió por fin anunciar el motivo inicial del porque había llegado ahí – estoy buscando mi linterna ¿la has visto?

− No − respuesta unánime

− La tiene Isabel en la mano.

− No es cierto − balbuceó Isabel. Todos, incluidas sus compañeras de delitos, la miraron de forma acusadora mientras la pobre chica guardaba el objeto detrás suyo. Más obvia imposible. Hubo más reacciones luego de tal acción; miradas de reprobación y palmface fueron las más sobresalientes. Y es que la chica no podía estar hablando en serio.

− Tiene mi nombre en ella.

− Posiblemente es de otro Levi. No eres el único con ese nombre ¿sabes?

− ¿En serio? − preguntó algo divertido por la actitud de la chica que nerviosa trataba de quedarse la linterna.

Mikasa suspiro un poco y miro a Isabel de forma insistente; ya habían perdido ¿para qué darle largura a la cuestión? − Solo dásela − susurro acompañada del asentimiento de las otras dos chicas que miraban a la pecosa. Esta, ya viendo su clara perdida, con un aullido de dolor y exagerada drama le extendió la linterna a su legitimo dueño, quien sin vacilar se la quito de las manos. Le hecho una mirada algo rara a las calcomanías que decoraban la agarradera del objeto y sin compasión las arrancó todas.

− ¡No! − gritó Isabel arrastrándose por el piso con las manos muy aferradas a su pecho casi inexistente− en representación de cómo le partían el corazón, que con las carcajadas del perpetrador hacían de dicha escena algo digno de grabar. Justo lo que hacia Nicoletta con cero disimulo, mientras aplaudía como foca retrasada al compás de las risas de sus compañeras.

Pronto el drama ceso al ver la seriedad volver al rostro de Levi, el hermano mayor de la linda e imperturbable Mikasa, quien debía estar vigilando a ese grupito de locas pero que prefirió mil veces salir al parque de la esquina a joder un rato con sus amigos. En su defensa, Mikasa era lo suficientemente grandecita como para no quemar la casa, además por lo visto en esas revistas, el crecimiento de su hermana iba a pasos agigantados. Sacudió un poco su cabeza tratando de olvidar aquello y se concentró en el piso lleno de labial y purpurina. Esto tenía que ser una broma.

Se acercó con lentitud casi aterradora, y con ojos de ultratumba miró a las chicas que hasta ahora se dieron cuenta que las toallitas desmaquillantes eran realmente malas.

−Espero que el piso este deslumbrante antes de las siete, si mamá me obliga a limpiar esta pocilga, te las veras conmigo – Las chicas con rapidez asintieron y se pegaron al cuerpo de la cama como unas lagartijas.

Levi siguió caminando por la habitación con la mirada de las niñas en su espalda, olía algo raro pero por lo general su hermana gustaba de ese tipo de fragancias, por lo que no le prestó mucha atención. Agarró al gato con cuidado y sin más se dirigió a la puerta al ya no encontrar algo con lo que poder sobornar a Mikasa. ¡Ah! como extrañaba los días en que no tenía que hacer el aseo de su habitación. − Andando, dulce de limón − fue lo último que se escuchó junto al cerrar nuevamente de la puerta de entrada.

Un suspiro de alivio colectivo rompió la tensión.

− ¡Dios! Que sexy esta tu hermano − dijo Petra, recibiendo la bendición de una y la repugnancia de las otras.

− ¡Iug! − agregaron Mikasa y Nicoletta. Ambas chicas aún no sabían porque a Isabel y a Petra les gustaba tanto ese enano gruñón. Que para gato añejo y estreñido tenía mucho. – No acabas de decir eso. – dijo la rubia.

− Yo prefiero a Eren. – risueña, comento Mikasa.

− ¡Oh Dios! ¿Por qué es que seguimos siendo amigas? − repuso Isabel − ¿Cómo les puede gustar el atolondrado de mi hermano?

− Lo mismo me pregunto.

Nicoletta y Petra miraron a la dueña de casa, con los ojos volteados y con carcajadas en la garganta negaron a la vez. Realmente se iba a formar la de Troya en aquella juvenil habitación. Y es que ninguna de las hermanas quería perder, mucho menos al hablar de los gustos en el campo masculino.

El grupito de jovencitas siempre destacaba por el hecho de ser tan desiguales, aunque lo que sacaba la extrañeza de las personas al verlas juntas no era precisamente eso; era el hecho de saberse competitivas entre ellas y su testarudez al momento de afirmar algo.

Nicoletta Chanté, quien fue la última al integrarse, era sin lugar a dudas la segunda mamá de cada una de las sobrantes: era responsable, correcta, elegante y delicada; pero eso no la hacía menos divertida y respondona. Cuando las tres chicas la vieron en aquella calle mientras hacia el teatro de la vida para un policía, con el fin de joderle la vida a esos imbéciles que la molestaban, supieron de inmediato que era una de ellas; y sus gustos particulares por los mitos griegos y la elegancia de la corona inglesa solo confirmaron esa sospecha; y a pesar de no estudiar en el mismo instituto, hicieron de ella una hermana mas.

Petra Ral, por otro lado, era considerada como la bipolar de la familia, podía ser un volcán en erupción en cuanto menos te lo esperabas pero seguía siendo la mocosa más dulce del mundo, tan dulce como un regaliz, tanto que a veces sus besos y toques en el trasero llegaba a ser demasiado empalagosos; aunque claro, si sabias mover bien los cables todo podría salir a tu favor. Sin embargo ese día todavía no había llegado. Y a pesar de ser la más pequeña de todas, furiosa daba la impresión de ser enorme.

Luego estaba Isabel Jaeger , la adorable e ingenua Isabel, la que creía que los unicornios, las hadas y los duendes tenían un acuerdo para no dejarse ver por humanos impuros. Esa, al igual que su sexy hermano, llevaba lo tonto en la sangre, pero compensaba cualquier desastre con sus dientes blancos bien alineados en su característica sonrisa infantil junto a esos hermosos ojazos. Los que te podían hechizar por completo, justo como lo habían hecho con la pequeña Mikasa de cinco años en aquella dulcería que quedaba a cinco cuadras de donde actualmente vivían ella y su familia; de la que solo quedo el recuerdo del verde hermoso y el sabor de los caramelos regalados.

Mikasa Ackerman, o como sus compañeros de clase preferían llamarla: corazón de hierro, era una chica de catorce años relativamente tranquila, amante del rock, de las uñas postizas y las sombras oscuras; con una afición obsesiva por la lindura, en especial si de Isabel se trataba, porque no había nada más lindo que una hermanita pequeña, eso salido de su propia boca.

Las risas volvieron mientras limpiaban, e Isabel sacudía su pierna izquierda con frenesí. ¡Malditos calambres!

Alrededor de faltando quince para las siete, las chicas terminaron de limpiar. Y tal como lo pidió el hermano de la dueña de casa, el piso quedo impecable, incluso más de como estaba antes. Se sacrificaron muchas cosas para que lograran aquel acabado, comenzando por el pañuelo de seda que siempre llevaba consigo la intachable Nicoletta, hasta las cremas vaporosas que la misma traía consigo a todas partes. En realidad solo se sacrificaron cosas de la pobre rubia que se sentía morir mientras intentaba asesinar a sus amigas con la mirada.

−Son de lo peor – enojada, dijo Nicoletta.

−No seas exagerada – Isabel como siempre tratando de quitarle importancia a las cosas.

Ya todas mas calmadas por la adrenalina del encuentro de hace una hora con el gruñón que se suponía debía ser su niñero −y que agradecían que no se tomara el trabajo en serio−, decidieron hablar un poco más en lo que llegaban los señores Ackerman.

Ya era algo tarde para poner música a todo volumen por lo que quisieron retomar la revista y, morbosear uno que otro ángulo del guapísimo André Cappiriní, el lindo modelo rubio que estaba de moda, ese mismo que posaba en tanga de leopardo.

Petra, quien era la única con una complexión extremadamente flexible entre las cuatro chicas que conformaban el grupo, se ofreció a sacar de debajo de la cama dicha revista. Removió, removió y removió, su brazo comenzaba a cansarse, y el solo hecho de tener a Isabel gritándole que debía salvar al pobre de André de las entrañas oscuras que formaban aquel espacio de esa cama, no estaba ayudando en nada. − ¡¿Quieres callarte?! – preguntó enojada. Las demás reían un poco, intentando no ser escuchadas. Todas sabían que el humor de la pequeña Petra era muy volátil, por lo que hacer un comentario fuera de lugar significaba suicidio seguro. Y bueno, lo tonto a Isabel le venía de familia, lo cual solo era cuestión de tiempo para que estallara.

−Solo me preocupo por el pobre André, debe estar pasándola fatal… y seria un desperdicio – susurrando lo último, agregó la pecosa.

−Alguien por favor cállela.

Ante dicha petición en tono desesperado, Mikasa y Nicoletta callaron como pudieron a la revoltosa de Isabel. Petra comenzaba a volverse loca, la puñetera revista nada que aparecía y para esas alturas había dejado de sentir el brazo. En su odisea se topó con collares, chicles a los que tiro en la cara de Mikasa diciéndole lo asqueroso que era tener guardada comida bajo la cama, esta solo se defendió comentando lo mucho que había valido la pena ver a su hermano desesperarse por no encontrarlos− y un montón de uñas postizas, con lo cual se ahorró las preguntas. Hasta que al fin sus delicados dedos dieron con las hojas que completaban el objeto. Con una sonrisa triunfante saco con rapidez la mano mientras daba un grito de guerra muy femenino.

− ¡Joder! Por fin.

−Petra, ese vocabulario.

−Petra, ese vocabulario. − se burló la castaña de Nicoletta.

−Dios, no tienes remedio.

−Ya chicas, tranquilas. – trató de apaciguar las aguas la morena. Sus amigas a veces eran demasiado pesadas.

Las otras dos chicas se miraron por un momento y terminaron riendo un poco, Mikasa suspiró al notar que no era nada serio.

− ¿Qué rayos es esto? – de repente la voz chillona de Isabel cruzó por el espacio. − ¿Dónde está mi guapo André? – volvió a reclamar.

En manos de la revoltosa yacía un libro bastante extraño a su parecer, tenía muy bien dibujado a dos especímenes masculinos dándose la espalda en un tipo de atmosfera misteriosa, la portada luminosa le daba un toque angelical a las figuras, y las cadenas en sus cinturas solo las hacia cautivantes. Los cuatro pares de ojos, curiosos se acercaron cada vez más y con cuidado comenzaron a leer.

"Cadenas de Pasión Margott Bitolly"

− ¡Oh! Ese debe ser el libro que encontré en el cajón de interiores de mi madre. – dijo Mikasa.

−Primero ¿Por qué rayos revisas el cajón de interiores de tu mamá? − preguntó Nicoletta −Sabes que, no es necesario que respondas– agregó al instante. −Segundo, ¿de qué va esto?

Nicoletta miró con expectación a la dueña de casa, quitando así también la atención de Isabel y Petra de aquel raro libro. Las tres insistieron por unos breves momentos, mientras ocupada con la lectura y el sonido de las hojas al pasar, Mikasa se dignaba en responder. −Ni idea, nunca tuve la oportunidad de leerlo, además ha pasado tanto tiempo… − la morena seguía devorando las paginas hasta que el dibujo definido de un trasero colisiono en su cerebro. − Seguramente se me había olvidado en cuanto lo to…me. ¡Oh…!

− ¿" ¡Oh…!"?, No me gusta cuando dices "¡Oh…!", tus "¡Oh…!" siempre son malos y yo la verdad no quiero quedarme para averi¨

−Cállate un momento, y mira. − le dijo Mikasa a Isabel

− ¡Oh…!

−Déjame ver. – esta vez la curiosa era Petra

− ¡Por Zeus! – exclamó Nicoletta con sus manitas tapando sus labios recién pintados.

Ya entendían el porqué del nombre: Cadenas de Pasión.

Esa tal Margott si que tuvo una vida muy alocada, en cuyo caso de estar muerta; de no ser así, era una completa pervertida.

No era extraño que hubiera parejas de un mismo género, las personas eran libres de amar a sus anchas a quien quisieran, nunca hubo tabús alrededor de aquello; era algo hermoso el poder ser testigo del amor que se profesaban las personas, pero sin duda alguna nunca se les pasó por la cabeza como es que esas parejas intimaban, de hecho nunca se les ocurrió por hacer preguntas con respecto al sexo, para ellas eso −hasta ahora− era un campo que no se atrevían a explorar. Es decir, había que admitir que el comenzar a ver al cuerpo de alguien con otros ojos y de querer explorar los propios, era algo que se les había dado a muy temprana edad, a eso de los doce años para ser más exactos, pero saltar del hecho de querer saber que se sentía tener la lengua de alguien más en sus bocas al choque de genitales, era un tramo bastante amplio dentro de sus mentes. ¡Que ni siquiera habían experimentado el roce de labios, joder!

Los ojos rodaban con la rapidez en que la historia avanzaba, los besos se volvían más intensos, los gemidos más fuertes y las penetraciones más poderosas. Era increíble la forma de dibujar de aquella mujer; cómo era posible que algo tan pequeño pudiese acoger a algo tan, tan grande. Pobre uke, pensaron a la vez junto al pasar de las páginas. Muchas palabras bizarras y malsonantes quedaron grabadas a fuego dentro de sus recuerdos. Aprendieron ese día que el pene podía mutar de tamaño, el ano podía llegar a ser realmente muy estrecho, y lo más importante: sin dolor no hay pasión.

La ilusión del momento acabo con la corrida de ambos protagonistas y con lentitud el libro fue cerrado.

Las caras petrificadas no daban cabida a lo leído recientemente. Los ojos estupefactos solo podían brillar ante lo desconocido, y de entre la oscuridad de aquella habitación, cinco minutos antes de que los señores del hogar llegaran, una sonrisa siniestra se hizo vislumbrar.

−Chicas, creo que es hora de agregar una nueva regla. – anunció la dueña de casa con ojos brillantes, similares a los de dulce de limón cuando se acurrucaba junto a su hermano a medio vestir en el sofá de la sala.− Nicoletta, tienes los honores.

−Como siempre.

− ¿Están listas? − preguntó Mikasa

−El color ceremonial… − inició Isabel con el mítico lapicero de purpurina rosa chillón. El pobre llevaba aguantando más de cinco años

−…Y el papel de la verdad. − terminó Petra mostrando entre sus dedos la vieja hoja de las reglas inquebrantables.

−La nueva regla será… − dijo la morena antes de susurrar despacio en la oreja de la rubia. Que divertido.

− ¿Había una vez…? – preguntaron las otras dos al ver las letras.

− ¿Alguna de ustedes ha leído alguna vez un fanfic? − preguntó nuevamente la dueña de casa. Las miradas confundidas se disipaban en la oscuridad al momento de entender a lo que se refería la líder de la pandilla. ¡Oh claro que habían leído!

−Necesitaremos una lista. − susurró con rapidez Nicoletta recogiendo las pocas cosas que había llevado. Ya se podía escuchar la aterciopelada voz de la matriarca del clan Ackerman.

−Pido ser la primera. − se adelantó Isabel a los deseos de sus compañeras. Debía ser rápida después de todo solo les habían dado cinco minutos para organizarse.

−Ese es el espíritu. − alabó Mikasa mirando las expresiones mosqueadas de sus amigas.

Rieron juguetonas saltando los escalones de la escalera, se despidieron de su líder con ese saludo tan cool y secreto que crearon una noche de verano y partieron con la mamá de la morena. Esta, se aseguraría de dejarlas sanas y salvas en sus casas.

Aquellas cuatro chicas nunca sospecharon que aquel domingo por la noche, donde compartieron risas traviesas y sus más íntimos secretos, marcaría sus corazones y enlazarían el camino de dos chicos destinados a estar juntos.


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Próximo capitulo: 2. Había una vez… una historia

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