N/A. ¡Hola! Pues… Desde hace cosa de un mes que vengo queriendo darle forma al Mermaid!AU para un fanfic pero asdfghghsa. En fin, a ver qué sale~, y supongo que la clasificación irá cambiando con los capítulos, ah... Juro que no sé qué estoy haciendo, lo único que tengo seguro -hasta ahora, he- es que tendrá a mi Viktor y a Iuuri otepé. De ahí en más... Na shé.
Créditos: Los personajes de Yūri! On Ice pertenecen a Mitsuro Kubo y a Sayo Yamamoto, a MAPPA y así. La historia es mía.
El tren que corría sobre el agua
—Nunca me sale el color de tus escamas— Phichit deja el retrato a un lado y suspira. Mira a Yūri esbozar una sonrisa divertida y remojarse nuevamente en el agua.
—Lo siento…
—No es culpa tuya, déjame verlas una vez más.
Yūri sale de un brinco y se sienta en la orilla de roca, junto a su amigo. Eleva su cola y Phichit la mira fijamente, decidido por décima vez en lo que va de la semana a capturarla en toda su belleza. Es larga, aproximadamente de un metro y treinta centímetros, azul en su mayoría y con manchas color turquesa repartidas en el borde de sus caderas, ascendiendo por su piel blanca hacia la cintura. Hacia abajo, en la aleta, la membrana es de un azul verdoso traslúcido, pudiendo apreciarse perfectamente sus articulaciones y la fuerza de estas. Yūri se siente ligeramente avergonzado de saberse observado con tanta atención.
—Estoy seguro de que encontrarás el color, Phichit…
—Ummh… Sí, pero no será hoy— se echa a reír y Yūri lo mira dubitativo. No entiende por qué el moreno se esfuerza tanto en capturar su imagen cuando sabe muy bien que, de ver alguien ese dibujo, lo tacharía de loco y acabaría en el manicomio. Él aprecia demasiado a Phichit para no preocuparse por algo así, pero el otro se niega a escucharlo y sigue intentando. Sumerge de nueva cuenta su cola y la mueve con lentitud bajo los ojos atentos de su amigo—. Yūri, tengo hambre. Creo que es hora de que me vaya— Phichit se incorpora de un salto y es el turno de Yūri de apreciar las piernas ajenas. Largas, morenas, con incipiente vello porque el chico está entrando en eso que su especie llama adolescencia. En la suya también hay algo así, pero no les sale vello ni cosa alguna por el estilo. Ellos sólo experimentan un fuerte dolor por sus membranas estirándose.
Yūri mira hacia el techo de la caverna, donde hay un hueco amplio que permite la entrada de la luz del sol. Calcula que es más del mediodía y es momento de que Phichit vaya a reunirse con su familia para comer. Después de todo, no es como si un niño de quince años pudiera ir como si nada por la vida y ya ha pasado un buen rato desde que están juntos. Le ha dado tiempo de meterse a nadar, secarse, meterse de nuevo, secarse otra vez y volver a meterse. Ahora está secándose de nuevo, frustrado porque no ha podido captar el color de la preciosa cola de Yūri en las hojas de su cuaderno, por más que combinó azul, verde, blanco, negro… Simplemente el color no le salía. Suspira mientras guarda sus cosas en el pequeño bulto de tela gris que carga para todas partes.
—¿Vendrás mañana?— Yūri pregunta, ya de nuevo dentro el agua, que le llega hasta los hombros.
—Claro que sí— Phichit sonríe alegremente. Yuri hace un esbozo de sonrisa por su parte.
—Entonces nos vemos, vete con cuidado.
—Sí, sí— agita la mano derecha a modo de despedida mientras se aleja hacia la salida de la cueva, sus pies chapoteando en el agua que volvió a subir de nivel. En donde estaba sentado no le llegaba, pero es esa única parte en la que no llega. Todo lo demás está cubierto, a mayor o menor nivel. Yūri le ve alejarse hasta desaparecer y entonces se sumerge por completo en la laguna, que está conectada con el océano a sólo unos cuantos metros más debajo. Ha sido un buen día hasta el momento, pues lo ha pasado con su amigo humano y eso lo hace bastante feliz. Espera que no pase algo antes de que termine el día, pues su suerte tiende a traicionarle. O es su suerte o es su mente, o las dos. No tiene muchas opciones.
Nada tranquilamente hacia su casa, pasa por corrientes frías y por corrientes cálidas, disfruta las vistas del arrecife y de los peces que allí habitan. A pesar de que lo ve prácticamente cada vez que va a encontrarse con Phichit, le gusta observarlo. Encuentra en ellos una belleza natural que espera no sea destruida por la gente de su amigo, con tanta tendencia a hacerlo para formar cosas que supuestamente sirven para decorar. O hay otras veces en las que son invasivos y construyen dentro del mar mismo. Ha visto ya una que otra edificación apenas alejada de la costa, sostenida por fuertes columnas de un material que no conoce. Yūri no lo entiende, tan hermoso que es todo en su lugar otorgado por la naturaleza. Son cosas de humanos, había dicho el moreno.
A la distancia distingue una mancha grisácea que se acerca velozmente y se eriza porque ya sabe de quién se trata y por qué. Aprieta los labios en cuando ve la rubia cabeza de Yurio dirigirse sin mermar la velocidad hacia su cuerpo, específicamente hacia su abdomen. Un jadeo sale de su boca cuando siente el impacto y apenas escucha la risa burlesca del rubio.
—¡Yurio, no!— lloriquea sobándose—. ¿Por qué siempre tienes que hacer eso?
—¡Cállate, foca!— el aludido, cruzado de brazos, lo mira con infinito desprecio—. ¡Se supone que iríamos a recorrer las corrientes!
Yūri no lo había olvidado completamente, pero no pensó que Yurio quisiera ir tan temprano. Las corrientes eran mejor al atardecer.
—Yurio, es mediodía, te dije que iríamos cuando el sol bajase…
—Eres una foca mentirosa— Yurio se da la vuelta y empieza a nadar hacia el lugar en el que viven, que ya se distingue y del que salió a todo lo que su cola y aleta daban para poder destrozarle los intestinos al mayor—. Me lo prometiste…
—Ah— Yūri no puede ver al pequeño rubio triste. La cara llorosa de un niño de mar que cree que se le ha roto una promesa es demasiado para su corazón sensible. Yurio nada lentamente, como dándole tiempo de redimirse—. No es así, Yurio… Ven— ha llegado junto a él y le pasa el brazo izquierdo por los hombros, atrayéndolo a su cuerpo en un abrazo reconfortante. Yurio se deja porque quiere mucho a la foca y sólo estaba triste… Porque no le gusta perder su atención. Sí, es un niño de mar muy egoísta y lo sabe, pero no le importa. Ha perdido demasiado como para permitirse perder más.
—Pero vamos a ir, ¿no, foca?
—Sí, sí— Yūri forza una sonrisa ante el apodo, ya no sabe si es despectivo o cariñoso. Se pregunta de dónde diablos saca Yurio las ideas para ponerle apodos cada cinco minutos. Foca, ballena, manatí… Aunque su favorito es "foca". Al menos ese es el que más le grita.
—Mamá no está, se fue con tu hermana hace un rato. Creo que fueron de caza o algo así…— dice Yurio, como quien no quiere la cosa, en cuando se deshace del abrazo asqueroso y dramático de Yūri.
—Está bien...—esboza una sonrisita conocedora—. Quieres practicar, ¿no es cierto?
Las mejillas de Yurio se colorean de rojo ante aquello.
—¡N-no es como si te necesitara para hacerlo!— frunce el ceño y Yūri se enternece ante el fingido enojo.
—Ya, vamos entonces— Yūri suspira cansinamente—. No puedo negártelo para siempre…— llegan a casa. Es una especie de formación de roca que va hacia arriba y a los lados, amplia y con multitud de huecos que permiten el paso de la luz del sol mientras está en su máximo esplendor, rodeada de una gran cantidad de corales, rocas de colores, plantas y animales pequeños—. Sólo déjame comer algo, ¿quieres?
Yurio frunce el ceño y resopla.
—¿Ves como sí eres una foca? Gordo, no haces más que comer.
Yūri se ríe y entra a su hogar, dirigiéndose hacia el lugar donde su madre suele dejar pequeños paquetes de algas combinados con peces cocidos en los géiseres de por allí. Toma tres y sale en busca de Yurio, que le espera flotando con cara de pocos amigos. Se toma el tiempo de apreciar la larga y delgada cola que tiene, diferente a la suya. La de Yurio tiene menos volumen y es de un color gris claro, que se oscurece bruscamente en irregulares y curiosos patrones alrededor de sus caderas, subiendo por su espalda hasta la mitad, y presentándose de nuevo en la parte de abajo, donde su aleta nace. La aleta que tiene Yurio también es diferente, pues tiene una forma delicada y fluida. Aunque todas las aletas se abren desde su nacimiento hacia abajo en curvas suaves hacia los lados y se cierran ligeramente hacia arriba, la de Yurio tiene membranas más delgadas y flexibles que le dan la apariencia de algas grisáceas meciéndose suavemente. La suya propia no es en absoluto como esa. Los cartílagos que unen sus membranas son perfectamente visible y se marcan desde el inicio siendo gruesos y de color verde, estrechándose conforme se expande la aleta y disminuyendo también la intensidad del color, unidos de punta a punta con firmes bordes. Yurio vuelve a sonrojoarse al sentirse observado, así que reanuda su ataque de ofensas. Yūri le palmea la cabeza cariñosamente y emprende el camino hacia la isla deshabitada a unos cuantos kilómetros de allí.
—He traído comida para ti también— dice después de un corto silencio.
—¿EH?— el rubio suelta un chillido—. ¿Es que quieres que acabe como tú?
—No, pero seguro tendrás hambre al terminar y estás en crecimiento, no debes pasar hambre.
Yurio gruñe, pero está feliz de que Yūri se haga cargo de él como si fuera su hermano mayor o su madre. Él ya no tiene a alguien a quien la sangre lo una, pero quiere muchísimo a Yūri, cuya familia lo acogió desde que lo perdiera todo.
Así que, estando ellos solos relativamente lejos de casa y con poca gente de mar a su alrededor que los conociese, hace a un lado su creciente armadura de chico malo y deja salir al niño que realmente es. Sólo tiene diez años, es un bebé prácticamente. Un bebé con el que la vida ha sido muy dura.
De repente, Yūri nada hacia la superficie y asoma la mitad de la cabeza, comprobando que no haya gente de la de Phichit a su alrededor, pues a veces van a esa zona y a él eso no le agrada.
—¡Mira, foca! Hemos llegado— anuncia, de forma escandalosa, Yurio a su lado, precisamente en su oído. Él da un respingo y se voltea dispuesto a reprenderlo, pero el brillo en esos ojos verdes le obliga a no hacerlo. Yurio en verdad está muy emocionado. Vuelven a sumergirse y continúan su camino, el fondo marino disminuyendo más y más a cada metro, hasta que finalmente ya no pueden nadar y tienen que arrastrarse. La arena se les pega en el cuerpo, ensuciándolos, y Yurio gruñe porque odia estar sucio, pero es parte del proceso. Se arrastran hasta quedar completamente fuera del agua, cubiertos de arena húmeda y, sin embargo, sus alimentos están libres de grano alguno.
—Ahora tenemos que…— mientras pone los paquetitos de alga lejos de la masacre que se dará, Yūri empieza a dar su explicación, pero es interrumpido.
—Esperar. Sí, ya lo sé…— el niño contempla su cola llena de pegotes de arena y uno que otro insecto salido de ella reptar por la superficie. Los aparta de un manotazo.
Entonces esperan que el cambio se dé y Yurio sabe que va a doler, porque Yūri se lo ha advertido. Yūri, Mari, Hiroko, Minako, todos se lo han advertido, pero tales son sus ganas de aprender a hacer eso que no le importó. Es su primera vez en tierra, y soberbiamente no le preocupa el dolor, cree que podrá manejarlo sin problemas. Yūri ya lo ha hecho antes, y si ese gordo pudo, él también podrá, además de que confía en él. Yūri sabe lo que hace. Lo vio con sus propios enormes y verdes ojos una vez.
Yūri tenía piernas. Yūri estaba caminando.
Yurio quiso hacer eso inmediatamente, pero no se lo permitieron. Era muy pequeño para eso y podría lastimarse. Su cuerpo se abriría y eso iba a doler. Hiroko, su madre adoptiva, no estaba dispuesta a permitir que pasara por eso, tenía apenas siete años. Claramente, no es como si tener diez fuera una edad mucho mejor, pero no podía retenerlo por más tiempo. Yurio, a su pesar, tenía que crecer, así que finalmente le dio permiso para irse con Yūri y que este le enseñara a caminar.
El sol les da directamente en la húmeda piel. No hay palmeras o cualquier otro árbol lo suficientemente cercano para cubrirles y ni Yūri ni Yurio estaban acostumbrados a eso, Yurio el que menos. Sienten su piel secarse por la brisa y el mismo sol, y poco después empezar a quemar, pero sus colas siguen en su lugar. Yūri se entretiene mirando la arena, las palmeras, las demás plantas costeras, sus propias escamas, recordando a Phichit hacía sólo un rato y su desesperación por no lograr el color adecuado. Mueve la larga cola hacia arriba y hacia abajo, haciendo que la arena que ya se ha secado caiga, y vuelta a empezar. Yurio está aburrido hasta más no poder. Sólo quiere sentir ya ese dolor del que le han hablado hasta que le sangraron los delicados oídos propios de su gente.
—Oye, foca.
—¿Qué pasa, Yurio?
El rubio mira hacia sus caderas, incapaz de mirar a Yūri. No quiere verse más débil de lo que ya se siente por tener preguntas como la que está por soltar.
—¿Duele mucho cuando… se abre?
—Ummmh…— Yūri se lleva el índice la mano derecha a los labios, tratando de recordar su primera y horrible experiencia—. Sí…— Yurio se eriza de la punta de la cola hasta el último de sus cabellos—. ¡P-pero no te preocupes! S-si quieres podemos dejarlo para otro día si no estás seguro. Después de todo aún eres pe…
—¡No! ¡Quiero hacerlo!
Yūri ve la determinación en los ojos del niño y no se puede negar. Otra vez.
—Está bien, no debería tardar mucho más— dice al comprobar que ambos se han secado. Claramente, en el niño será más difícil y tomará más tiempo, pero bueno, para eso está él. Dejan de hablar y lo único que se escucha son las olas rompiendo en los escollos, las gaviotas chillando y los árboles y vegetación pequeña moviéndose por el viento. Yūri se apoya en sus antebrazos, cuidando de no dañar las aletas que tiene en ellos, y cierra los ojos para disfrutar del tranquilo momento y poco a poco va acercando más el torso a la caliente arena hasta quedar acostado.
No pasan más de diez minutos y ya está a punto de dormirse cuando el terrible grito de Yurio lo saca de su duermevela.
—¡FOCA, LO SENTÍ!
¿Es que no puede dejar de usar sobrenombres denigrantes ni siquiera en momentos como ese? Yūri piensa al tiempo que se incorpora para ver qué es lo que ha pasado. A simple vista, todo permanece igual, pero Yurio se refiere a la ruptura interna.
La cola de un hijo de mar está formada por músculos, huesos, tendones, membranas y ligamentos que le dan forma, fuerza y soporte, tal como a cualquier ser mamífero. Tiene dos hileras de huesos muy similares a la columna vertebral, pero más delgados, para proporcionar un soporte y flexibilidad adecuados y son esos los que permiten pasar por la división para obtener piernas. Después de todo, ellos también fueron humanos alguna vez, además de que son seres sobrenaturales… ¿Era así? Phichit lo explicó. Yūri no le dio mucha importancia. Así que, ante la ausencia de agua, sus cuerpos reaccionan para sobrevivir, cambian para adaptarse al medio terrestre y conseguir alimentos y refugio, pero es una transformación dolorosa al extremo porque básicamente están partiéndoles el cuerpo por la mitad y no todos lo hacen, más que nada por practicidad y sólo por reproducción. Yūri mismo lo descubrió por error hacía un largo tiempo. Sangran, hay bastante sangre de por medio, pero no más, sólo es el dolor del cambio.
Yurio grita una vez más al sentir otra correntada de dolor atravesarle la frágil cola. Y otra, y otra, y miles. Puede escuchar sus músculos desgarrándose para darle eso que tanto quiere. Yūri lo mantiene abrazado, la cabeza rubia pegada a su pecho para confortarlo. Yurio se aferra a él mientras sacude desesperadamente su cola para mitigar el dolor excesivo. Aunque trate de contenerse los gritos, es demasiado para él, llegando hasta las lágrimas. Yūri se traga sus propios jadeos y gritos para no asustar más al niño, puesto que él también ha empezado a sentir cómo se rompen sus ligamentos y tendones para reajustarse a su nueva forma. Un cambio, la primera vez, es muy tardado. Después de eso, el tiempo que toma es menor. Yūri confía en que tendrá sus piernas antes que Yurio y podrá mantenerlo tranquilo.
En un momento, mientras Yurio chillaba, Yūri tiene que soltarlo y estirarse en la arena ante su mirada horrorizada. Su cola muestra una enorme fisura de extremo a extremo, justo a la mitad, sangra y escucha claramente cómo va separándose. Cierra los ojos, respira agitado y su rostro está coloreado de rojo por el esfuerzo que hace para mantenerse tranquilo. Yurio lo mira entre lágrimas, sin parar de sacudirse, y puede apreciar perfectamente la brutal separación con una secuencia de chasquidos grotescos. Sus pupilas se encogen al ver la cantidad de sangre que cubre la mitad inferior de Yūri, los músculos expuestos y los espasmos de dolor. Entonces grita. Grita porque está aterrado de ver aquello, aunque lo pidió, la impresión no va a quitársela persona alguna en este mundo. Se aferra al brazo izquierdo de Yūri y saca fuerzas de donde no las tiene para resistir eso y sus propios dolores. Yūri le palmea el hombro con la mano derecha, ahogando jadeos. Su cola está completamente separada y la piel va cerrándose para formar sus piernas. El dolor continúa intenso, pero poco a poco irá bajando. Su aleta yace en el extremo, separada por completo de su cuerpo. Si hay algo que le molesta de cambiar, es que pierde la aleta y luego tiene que esperar algunos días para que crezca nuevo, lo que le retrasa a la hora de nadar, pues sólo conserva membranas pequeñas entre los dedos de manos y pies. No son suficientes para nadar todo lo que está habituado. Es el precio a pagar.
Yūri suspira, más calmado, y retoma el cuidado al pequeño rubio, que no para de llorar y moquear, desesperado. En su cola ya se notan los indicios de la fisura y hay líneas de sangre brotando. Yurio se niega a verlo, abrazado a él. Escucha los chasquidos, escucha sus huesos tronando, los siente reacomodarse dentro suyo y el dolor está a punto de volverlo loco, pero resiste. Yurio siempre ha sido un niño muy valiente y hará ver que puede con eso. Los minutos pasan, la división es lenta y salvaje, músculo por músculo, tendón por tendón. Tiene miedo de morir desangrado incluso. Yūri también teme eso. No sería la primera vez que un ser del mar muere por no poder soportar la pérdida de sangre, pero confía en que estará bien. Después de todo, Yurio es un niño fuerte y bien alimentado.
Los gritos cesan, pero las lágrimas y los jadeos no. La cola de Yurio está partida, su aleta aún sigue allí, al parecer tendrá que ser retirada manualmente. No es de sorprender. Yurio se atreve a mirar y la escena de su cuerpo destrozado es tremenda, aunado a todo el dolor y el trauma, por lo que acaba desmayándose en los brazos de Yūri, quien piensa que es mejor así. Con menos tensión, su cuerpo trabajará más rápido para tomar su nueva forma. Con cuidado deja a Yurio recostado y se queda quieto para esperar que sus heridas cierren. No se preocupa de que le entre arena, la sangre limpió por completo su cola, formó costras y puede cerrar tranquilamente.
Está orgullo de Yurio. Muy, muy orgulloso. El niño tiene sólo diez años y llevó demasiado bien, para su edad, su primera fractura. Claro, se desmayó al final, pero eso es lo de menos. No tiene la menor duda de que cuando despierte va a negarlo todo y lo golpeará por haberle visto en semejante momento, pero le resta importancia. Lo observa en la inconsciencia, con la respiración volviéndose rítmica, sosegada, y observa también el lento proceso de reacomodación. La sangre está coagulándose bien, pero él está nervioso, quiere sacar a Yurio de su desmayo por miedo a que no despierte, y no sabe bien qué hacer, pero antes de que decida hacer algo, Yurio mismo parece volver a la consciencia.
—Yūri…— escucha que le llama.
—¡Despertaste, Yurio! Ah, qué bueno que estás bien— lágrimas de alivio salen de los ojos de Yūri—. Estaba muy preocupado, ¡pero lo hiciste muy bien!
—Cla-claro que lo hice bien, foca…— murmura mientras se incorpora. Los ojos se le ven perdidos, distantes, hasta que enfoca bien su maltrecha parte inferior y vuelve a gritar, pero se reprime enseguida, tose, traga saliva y respira profundamente. El fuerte aire de la costa es pesado para sus pulmones y siente que se ahoga. Yūri le da cariñosas palmaditas en la espalda.
—Mira, ya está por cerrar— Yūri señala sus propias y nuevas extremidades. Los ojos de Yurio brillan. La forma es perfecta, eso puede notarse aunque esté cubierto de sangre. Yūri tiene muslos, rodillas, pantorrillas, tobillos, pies, dedos en esos mismos pies… Y también tiene algo entre las piernas que a Yurio le llama la atención y hace que Yūri se sonroje terriblemente al notarlo.
—¿Qué es eso?— el rubio pregunta con genuina curiosidad.
—E-esto es… Ah… Ummh… — Yūri no sabe cómo responder. ¿Cómo le explica a un niño de mar de escasos diez años que lo que tiene entre las piernas es lo que le distingue como macho?
—¡Mira, foca, yo también tengo uno!— se echa a reír, satisfecho y débil—. En serio, ¿qué es esto?— Dirige la mano para tocarlo, bruscamente, y se estremece ante eso—. ¡¿Qué demonios fue eso?!
—No lo toques…— desvía la mirada y se rasca la mejilla derecha— Es… lo que te hacer ser un niño de mar macho, pues… Ah… ¿Entendiste?
—No.
—Olvídalo, sólo no… sólo no lo toques.
A Yurio, evidentemente, no le interesa y ya encontrará la manera de averiguar para qué sirve eso y cómo se usa, en un momento en que la foca no esté mirando.
Yūri ve que sus piernas han terminado de formarse, así que se levanta con cuidado para estirarse nuevamente. Trastabilla, pero se mantiene, y mueve los tobillos en círculos para que la sangre empiece a correr con normalidad a través del nuevo sistema nervioso. Las piernas de Yūri son, como su cola, robustas y firmes, con las escamas aún incrustadas en ellas a lados opuestos. Que las pierda tomará más tiempo, pero eso ya no será doloroso. No mucho, al menos. Sus piernas son, por la parte interna, del mismo color que su torso, y la parte externa en la que no hay escamas es de color turquesa, verde, azulado. Todo manchado de sangre. Yurio se asquea, y aunque sus heridas no han cerrado, quiere limpiarse ese líquido inmediatamente.
—¡Oye! ¿Tomará mucho más tiempo esto? Ya quiero caminar.
—No te presiones, quédate quieto. Es normal que tarde.
El pequeño rubio se cruza de brazos y vuelve a echarse en la arena, con la cara al lado del que no está Yūri. No quiere verlo lucir sus preciosas y perfectas piernas, ni mucho menos verlo caminar mientras que él está tirado ahí, destrozado y desangrándose. Yūri sonríe adorablemente ante aquello.
Los sonidos del mar y del viento terminan arrullando a Yurio, aún a pesar de lo emocionado que está. Siente sus nuevos miembros escocer y la piel ir avanzando para cerrarse. Su aleta, contrario a lo que Yūri pensó, ha terminado por caerse, fragmentada, y ahora es sólo un pedazo de membrana lleno de sangre. Para cuando el proceso termina, Yurio está más dormido que despierto.
—Yurio…— Yūri lo mueve, temeroso de su mal despertar incluso si no está durmiendo—. Yurio, mira, ya está…
—¡MALDITA SEA, TENGO PIERNAS!— el rubio grita de alegría al erguir su torso para verlas, e intenta moverlas, consiguiendo un pataleo que sacude la arena por todas partes. Evidentemente no tiene idea de cómo usarlas o siquiera controlarlas. Su felicidad no dura demasiado, pues empieza a compararlas con las de Yūri. Las suyas son largas, delgadas, los muslos no se unen en lo absoluto, con la piel clara, las manchas grisáceas y oscuras a sus costados. Acaba resolviendo que las suyas son mejores porque… porque sí. Porque es un niño y los niños hacen eso.
—Ven, dame las manos— Yūri extiende las propias hacia él, pero se niega. Apoya las palmas en la arena caliente e intenta impulsarse hacia arriba, sólo para no resistir el peso y caer. Acaba por aceptar la ayuda que le es ofrecida—. Tienes que doblarlas e impulsarte, ¿puedes hacer eso?
Yurio chasquea la lengua.
—Claro que puedo.
No, no puede. Yūri tiene que flexionarle las piernas con una mano y sostenerlo con la otra para que pueda estar en pie y aun así, se descubre temblando. Su cuerpo entero está reajustando el centro de gravedad, acomodándose a la presión del exterior. Le toma mucho tiempo mover siquiera los tobillos mientras Yūri lo mantiene casi cargado, pero pronto su orgullo le hace esforzarse increíblemente y da sus primeros pasos entre carcajadas. Se deshace, por segunda vez en el día, de los brazos de Yūri e intenta caminar solo. Acaba en la arena, frustrado. Entre gruñidos vuelve a levantarse y se siente soñado cuando puede hacerlo e incluso caminar un par de pasos antes de trastabillar y caer de nuevo.
—Ven, te ayudo…
—¡No! Déjame, yo puedo.
Yūri no puede con la terquedad del rubio. Sigue caminando a su lado entre miradas de odio y fructíferos esfuerzos, pero Yurio acaba por aceptar su ayuda. Así es más fácil, no tiene que soportar él solo su peso y puede concentrarse en mover una pierna y luego la otra. Se pregunta para qué demonios sirven los dedos mientras avanzan hacia la zona con vegetación para protegerse del sol.
Unos metros más adelante, Yurio se deja caer en la arena, cansado. Ha sido mucho para él. Sólo quiere comer y dormir. Yūri lo nota soñoliento, así que le deja allí sentado y se vuelve, con la mayor de las facilidades, al lugar en el que estaban para recoger sus alimentos, los toma, sacude la poca de arena que se les ha pegado y se dirige de nuevo hacia Yurio, que no le quita los ojos de encima.
—Foca, tengo hambre.
—Sí, sí. Toma— le entrega dos de los paquetes—. Lo has hecho muy bien. Felicidades.
—¡Lo sé!— Yurio da cuenta de su comida en un instante y enseguida cae en el sopor de la tarde, con el estómago lleno y la cabeza extenuada de procesar hechos y cambios tanto físicos como emocionales. Su cuerpo se ladea hacia Yūri, que le acomoda sobre hojas que ha arrancado para formar un rústico lecho donde dejarle descansar.
Sus grandes ojos castaños recorren todo el panorama, buscando peligro o amenaza alguna. Todo se ve tranquilo, así que resuelve echarse junto al rubio para descansar un rato. Los cambios son agotadores, pero no pasa demasiado tiempo antes de que despierte, sólo para ver que su compañero sigue dormido, en apariencia profundamente. Con una exhalación satisfecha, se levanta y empieza a flexionar sus piernas, a estirarlas, a tocarlas extasiado de que pueda tener algo así y de que, mejor aún, sea capaz de usarlo sin matarse en el intento, sin darle demasiada importancia a que están cubiertas de sangre seca. Le gustan mucho. Se va de un lado a otro, sin alejarse demasiado. Corre, salta, gira sobre sí mismo. Cosas que ha aprendido de su amigo humano. Se ríe con la más pura de las alegrías al sentir el aire recorrerlo entero, ajeno por completo al mundo, a Yurio, que se ha despertado al sentirle moverse, y cuya mirada se clava en él como si fuera dios encarnado.
