Aquella noche, Amrin subió consideradamente más tranquilo a su aposento, dando por terminada de una vez aquella jornada tan pesada. Todo el día había estado tras montones de protestas de sus campesinos, largos rollos de propuestas por revisar, aceptar o denegar y, por si fuera poco, sumido bajo la atenta y fría mirada de Eissesh.

Deseaba con todas sus fuerzas dormir unas cuantas horas y volver a pensar con claridad en algún lugar tranquilo, y sobre todo, en solitario. Se sentó pesadamente sobre su silla y apoyó los codos en el escritorio. Estuvo un rato inmóvil, con la cara enterrada entre las manos, víctima del cansancio y la desolación. Su reino era dominado por los sheks, y él era rey sólo de nombre, como los demás "gobernantes" de Nandelt. La gran serpiente era quien decidía todos los movimientos del reino. Eso sí: del horrendo papeleo que había entre acto y acto se encargaba él. En ese momento, mientras su mente descansaba tras horas enteras soportando la mirada de Eissesh en la nuca, leyendo sus pensamientos, se levantó y fue a la terraza para admirar las estrellas que resplandecían en aquél inmenso cielo azul oscuro.

Recordó el rostro de su hermano mayor, Alsan.

Él siempre le había tenido mucho respeto. No sólo era su hermano mayor, el próximo rey, sino que también se había convertido en el mejor guerrero de la academia de Nurgon, ala cual ambos habían asistido. Alsan era un héroe, había sido educado para ello. Su físico, cómo no, era envidiable, y no conocía Amrin persona más sincera y honrada, excepto su propio padre, Brun, quien tampoco cesaba su orgullo hacia su gran hijo Alsan.

Pero, todo ése respeto, ésa admiración se habían desvanecido aquél día. Aquél día en el que Ashran había destruido a todos los dragones y unicornios, y había liberado a los temibles sheks, por siglo presos. Aquél día en el que le habían ordenado a Alsan y a otros valientes caballeros que buscasen a cualquier dragón o unicornio que quedase con vida. Aquél día todos habían fallado en su misión, todos excepto su heroico hermano. Alsan había conseguido apoderarse del último dragón vivo, y lo había llevado a la torre de Kazlunn, y después a la Tierra junto al último unicornio. Él y, sobre todo su padre habían estado orgullosos de él, pero toda la estima desapareció de Amrin cuando, días después, les comunicaron que su hermano no sólo había partido en busca del dragón al otro mundo junto a un mago, sino que ninguno de los dos había regresado. Nadie sabía lo que había pasado, pero esperaban que apareciesen de un momento a otro. Como el rey de Shia, quien atacó a sheks completamente solo, y eso provocó la muerte de su reino y su familia. Poco después, Brun también atacó a Ashran, esta vez junto a otros reinos, pero también fallaron. Afortunadamente, los sheks no destruyeron nada más, pero Amrin vio morir a su padre, y también a muchos otros caballeros de Nurgon, todos ellos traicionados por uno de los suyos, Kevanior de Dingra.

Amrin, viendo en peligro a su reino y a sí mismo, optó por rendirse ante las serpientes. Al menos así, su gente viviría en paz a pesar de traicionar sus propias enseñanzas. Pero no tenía esperanzas. Ya no. Sabía que su hermano estaba muerto, pues nunca daría la espalda a algo tan importante como su padre y su reino.

Si su hermano estuviese todavía con él, vivo, ¿qué habría hecho? ¿qué estaría haciendo en ese momento, aquella noche despejada? Amrin no lo sabía y, por primera vez en diez años, lo echó de menos. Por primera vez en diez años, su mente había evocado un tierno momento con su heroico hermano

Alsan había revivido en su memoria.

Miles de mundos más lejos, Alsan también miraba las estrellas mientras Shail, su nuevo compañero inspeccionaba confuso aquél micromundo al que acababan de llegar, Limbhad.