¡Hola a todos! n~n Me llamo Toni, y soy nuevo en fanfiction.
Este es el primer fic que subo, que transcurre justo después de la muerte de Light Yagami. Está escrito con mucha ilusión y me encantaría que vuestras críticas fuesen sinceras, y que si creéis que puedo mejorar en tal o cual cosa lo digáis, pues no me molesta que señaléis mis fallos.
Si queréis saber más sobre mí y no os aburre leer, podéis pasaros por mi perfil.
Espero que os guste, y disfrutéis del primer capítulo ¡gracias! :)
Disclaimmer: Los personajes y escenarios utilizados en el siguiente fanfic son obra de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, a excepción de Dimitri y Kaiser, personajes asiduos salidos de mi propia imaginación.
CAPÍTULO 1:
Una desesperante calma regía sin control en la habitación.
El silencio parecía llevar el mando, extendiéndose como un fluido en sus oídos. Perdiéndose en el último recoveco de los ladrillos que le daban forma a las paredes.
La evidente mudez que requería la situación era acompañada por la extraña brillosidad que recorría sus mejillas.
En exiguas ocasiones ahogados sollozos irrumpían la paz ya quebrantada.
En el suelo reposaban doce cojines alineados en filas de cuatro. Sin embargo, solo dos de ellos estaban ocupados.
De rodillas, un alma con el rumbo totalmente perdido, cerraba los ojos con fuerza, como si al hacer aquello y cuanto más fuerte lo hiciera, más hechos se desharían en el tiempo. Su semblante se mostraba más cansado que nunca, siendo ladeado de un lado a otro. Sachiko se llevó la mano a un pañuelo y se sonó con fuerza.
A su derecha, las facciones más singulares:
Misa Amane mantenía sus ojos completamente abiertos. El azul eléctrico de estos había perdido fugazmente la razón. La actriz más alegre del país, y posiblemente del mundo entero, mostraba ahora un aspecto aterrador. Su piel había palidecido, y su característica sonrisa parecía no haberse mostrado en muchos años; Sin embargo, no había pestañeado ni una sola vez desde su llegada a la estancia.
Amane, podría casi compararse con una de esas personas que vendían su alma al Diablo.
Apartados, en la esquina de la habitación, se encontraba de pie el Equipo de Investigación Japonés. Todos ellos tenían la mirada clavada fijamente en el suelo.
Incapaces de dirigirla al frente.
El punto al que no se atrevían a mirar, era concretamente el motivo que los había llevado a estar allí. Tristes y serios.
Un altar improvisado se alzaba ante todos, definiendo una impotente situación.
El cuerpo frío y sin vida que había sido conocido como el estudiante más inteligente de todo Japón yacía en él, visible para todos.
A la derecha, dos figuras contemplaban a los presentes.
Tras aquellos minutos de silencio, el más adulto habló. Se trataba de un anciano de diminutos y prácticamente nada separados ojos.
Los escasos pelos que salpicaban su corona habían adoptado un tono gris debido a la edad, y eran claramente grasientos.
Vestía tal y como la ceremonia le requería a un sacerdote budista.
Después de carraspear seguida veces, comenzó a recitar los sutras*.
El joven que tenía a su lado comenzó a tomar apuntes a una frenética velocidad, según el sacerdote hablaba.
Cualquier persona que tuviese buen gusto reconocería que se trataba de alguien atractivo.
Su nombre era Dimitri y su oficio era algo singular, de hecho, solo era un aprendiz del oficio. Quería ser sacerdote budista en un futuro, a pesar de haber nacido en España.
Con la ceremonia ya avanzada, comenzaron a oírse unos suaves golpes que recibía el suelo, sintiéndose cada vez más cerca. Todos sabían de qué se trataba, pero ninguno consideró oportuno mirar.
Sayu entró con el semblante sombrío. Caminaba despacio, como si le pesara, apoyando su peso en la muleta.
Se encaminaba hacia el tercer cojín de la primera fila, para arrodillarse junto a la que un futuro iba a casarse con su hermano.
A pesar de todo, caminaba con decisión.
El rostro pálido de Misa se giró y la encontró justamente detrás, mirándola desde arriba.
Estuvieron un largo momento intercambiando una mirada que parecía llevar a cabo un diálogo.
Mientras, las palabras del sacerdote seguían haciéndose de sonar; sin pausa.
Sayu comenzó a temblar, víctima de la realidad. Como si en poco menos que minutos la situación le hubiese golpeado y fuese demasiado pesada como para mantenerse en pie.
Sus piernas parecían ser agitadas como si estuviesen en una batidora, sus rodillas se golpearon la una con la otra y no tardó en encontrarse con el suelo.
Misa se mantuvo inmóvil.
Sayu alzó el rostro, el cual había sido enterrado en su propio pecho.
Sus labios vibraron y acto seguido gritó, rompiendo la tranquilidad del momento, haciendo que todo el mundo que la escuchara fuese consciente del dolor que desgarraba su pecho y atravesaba su alma.
Un grito desgarrador, que incluso si los muertos hablasen su propio idioma, habrían comprendido todo lo que cargaba.
El momento había llegado.
El coche funerario ya estaba de camino para llevarse el cuerpo de Light al crematorio, y tanto el sacerdote como su ayudante estaban a punto de irse. Solo tenían que terminar de santificar algo.
Aizawa, respaldado por el resto de policías, se dirigió hacia Misa, indeciso por lo que estaba a punto de hacer.
Sacó de su bolsillo un objeto metálico tan frío como la sensación que albergaba en su interior.
El objeto se asimilaba a la forma de un lazo plateado, o más apropiado, a la de dos pulseras unidas por una correa de hierro.
Se saltó todo el protocolo. Misa ya sabía porqué iba a ser arrestada.
Tras la muerte de Light y su autoconfesión de ser Kira, había quedado claro que ella había actuado como Segundo Kira.
Aizawa esperó paciente a que la joven extendiera los brazos para esposarla. Sin embargo, Amane seguía sin transmitir ninguna emoción. Sus ojos seguían abiertos como platos y sus pensamientos solo podían divagar en la persona a la que había amado… a la que amaba.
Se dio la vuelta con delicadeza, dándole la espalda al equipo de policía.
Había jurado no oponer resistencia a su detención. Pero tenía que hacer algo.
— ¡Eh! –exclamó Matsuda. Como acto reflejo, Matsuda había avanzado hacia ella para impedir que escapara. Aizawa lo detuvo poniendo su brazo a modo de barrera y lo arrastró hasta donde estaba.
Misa caminó hacia Light, despacio, mostrando que no intentaba huir.
Cuando lo tuvo en frente, sujetó su mano inerte y la dirigió a sus labios.
Aizawa salió de la habitación para dejarle privacidad. Sacó al resto y con total silencio hizo un gesto con la mano indicando que lo siguieran.
Misa siguió junto a Light, y pensaba quedarse hasta que apareciera el coche para llevárselo.
Todo parecía tan irreal…
No podría vivir en un mundo en el que no viviera Light.
La idea de suicidarse le había estado martilleando el cerebro desde que le revelaron su muerte.
Observó el altar, como si esperara algo, una señal, un mensaje, algo…
Entonces se acordó. Una serie de palabras pronunciadas por el ser al que amaba le golpearon como un jarro de agua fría en la cabeza. ¿Cómo no se había acordado antes?
No podemos descartar que algún día me pase algo. Es posible que Ryuk se canse o que la policía, acabe descubriéndome –Light había reído al añadir aquello.
Si esto pasa, he dejado algo para ti escondido en un lugar en el que nadie se atreverá a mirar. Se trata del frasco en el que guardamos las cenizas del cuerpo de mi padre…
Misa ladeó la cabeza, creyendo por un momento que el que le había dicho todo aquello había sido el mismo Light tumbado frente a sus ojos.
Aizawa, Mogi, Ide y Matsuda se habían reunido en el salón.
— ¿Qué propones entonces Aizawa?
El hombre meditó la respuesta un momento.
—Claramente, que Amane no sea arrestada.
Tras la muerte de Soichiro, y el desenlace del caso Kira, hacía falta un nuevo jefe del cuartel. Aizawa había sido el elegido.
Tan solo le bastaba dar la ordenar de liberar a Misa y así sería. Sin embargo, le gustaba hallar la aprobación de sus decisiones en el resto de trabajadores. Era una persona justa, pero no un dictador.
Matsuda emitió un aullido de triunfo.
— ¡Completamente de acuerdo!
Sus compañeros le miraron con algo parecido al reproche. ¿Cómo podía mostrarse tan feliz un día como aquel?
La verdad es que Matsuda no era exactamente una persona que reprimiese sus emociones. Estaba afectado pero no tardaba en encontrar una liberación cuando se encontraba mal.
— ¿Qué pasa? Es verdad lo que dice el jefe, aunque Misa haya sido el segundo Kira, ya no lo recuerda. Sabemos de sobra que el propietario del cuaderno era Mikami, y después Near quemó los cuadernos… Ella no recuerda haber sido el segundo Kira, ¿Qué sentido tiene pagar por un delito del que nunca será consciente?
A pesar de la manera en la que se expresaba su compañero, estaban de acuerdo con él.
La decisión se había tomado: Misa no sería arrestada.
Dimitri se retiró de la puerta con cuidado de no delatarse. Su cerebro no terminaba de procesar todo aquello. ¿La famosa Misa Amane, Kira?
La actriz abrió con cuidado el frasco de cerámica donde se guardaban los restos del hombre más honrado que había pisado Japón.
Miró en su interior y se topó con lo que parecían ser un montón de páginas.
¿Le había dejado una carta?
Sacó los papeles, algo emocionada.
Lo que pasó a continuación nunca lo habría imaginado: Un montón de recuerdos perdidos resucitaron en su mente. Lo veía todo a gran velocidad, como si fuese un vídeo rebobinándose. Imágenes de trampas, venganzas, fechas y nombres, y seres extraños a los que llamaban shinigami, la inundaron.
Retuvo un grito, impresionada.
Ojeó las páginas y encontró lo que sospechaba:
Para Misa:
Si estás leyendo esto significa que ha ocurrido algo grave. No podré seguir con el plan por un tiempo o quizás nunca lo retome…
Estoy seguro de que el mundo sigue estando podrido, y no hay persona más adecuada para llevar a cabo su limpieza que tú, Misa.
Te pido que lo hagas para que pueda amarte, y una vez muramos, podamos vivir siempre juntos en el más allá.
—Para que pueda amarte… –repitió Misa, aferrándose a aquella anhelada promesa que nunca había obtenido. Dispuesta a seguir con el cometido de su amado pestañeó seguidas veces, recobrando la sensatez que nunca imaginó recuperar.
*Sutras: Los sūtras o suttas son mayoritariamente discursos dados por Buda o alguno de sus discípulos, o en su defecto, por los sacerdotes que se encargan de dirigir un velatorio Budista.
