SALVANDO A ALBERT
Hola, les traigo esta nueva historia esperando les guste. Aviso que será muy pequeña, de unos cuantos capítulos solamente.
Los personajes no me pertenecen, la historia es totalmente mía.
CAPÍTULO 1
Después del regreso de William Albert Andley a la sociedad las cosas marchaban mejor de lo que se esperaba; Albert había tomado las riendas de la familia y trabajaba sin descansar para protegerla y mantenerla en la posición que por años había tenido.
En uno de sus largos viajes de negocios Candy accedió a hacerle compañía a la abuela Elroy para que no estuviera sola. Al paso de los días ambas mujeres Andley entablaron una afectuosa relación.
—¿sabe cuándo volverá Albert? — preguntó Candy una tarde en la que tomaban el té en el jardín.
—tal vez llegue en unas horas o mañana por la mañana— respondió Elroy— Candy, vamos a mi habitación, hay algo que tengo que mostrarte— dijo levantándose de su asiento con algo de dificultad.
—déjeme ayudarla— dijo Candy levantándose rápidamente para después tomar a la abuela del brazo para que se apoyara en la joven.
—gracias hija.
Juntas atravesaron el jardín, entraron a la casa y subieron las escaleras hasta llegar a la habitación de la abuela Elroy; esta le hizo una seña a Candy para que se sentara mientras ella buscaba algo en uno de los cajones de su escritorio.
—¿sabías que las mujeres de la familia somos guardianas? — preguntó Elroy acercándose con una caja negra.
—¿guardianas? ¿De qué? — preguntó Candy frunciendo el ceño.
—de esto— respondió abriendo la caja en la que había una piedra, un cristal en forma de gota, roja, brillante, una verdadera joya pues era un rubí.
—¡es hermoso! — exclamó Candy sin atreverse a tocarlo.
— es la joya de la familia y solo pasa de una mujer Andley a otra. Yo la recibí de mi madre, quien la recibió de la suya. Yo tenía que dársela a Rosemary, mi sobrina por ser la hija mayor, pero por obvias razones eso fue imposible— explicó con nostalgia— creo que es momento que la siguiente Andley cuide de ella— siguió mirando fijamente a la joven.
—la mujer que se case con Albert deberá tenerla—dijo Candy pues no quiso entender lo que la abuela quería decir.
—comienzo a dudar que William se case algún día— Elroy respiró profundo— ya es un adulto, ha vivido mucho y ha madurado, pero parece no querer entregarse al amor.
—dele tiempo, tal vez aun no encuentra a la persona correcta.
—tienes mucha fe Candice— sonrió la abuela— pero no es eso de lo que hablaremos ahora. Dime Candy, ¿conoces la mitología griega? — preguntó cambiando por completo el tema.
—sí, un poco. ¿Por qué lo pregunta?
—porque esta piedra tiene una historia muy curiosa y antigua.
—¿en serio? ¿Cuál es? — preguntó Candy curiosa removiéndose en el sillón en que estaba para acomodarse mejor y escuchar la historia:
En los tiempos de los dioses antiguos era común que ellos jugaran con el destino de los hombres y dos diosas lo hicieron con el de una joven bellísima de la que nadie conoce su nombre real.
La joven tenía todas las cualidades que los dioses deseaban en un ser humano; era inteligente, valiente, llena de pasión y una fuerza en su corazón inimaginable. Estas cualidades eran tan perfectas que dos diosas sintieron envidia de la joven; la diosa Atenea tuvo celos de su inteligencia y valentía mientras que Afrodita sintió celos por su belleza y la fuerza de su corazón y capacidad de amar.
Cuando la joven estaba a punto de casarse ambas diosas unieron fuerzas y mataron a su prometido; ella lloró y lloró hasta que la gente comenzó a darse cuenta que era lo único que hacía, pues la joven no comía y no dormía; solo lloraba la muerte del amor de su vida.
En cuanto ella se dio cuenta de lo que ocurría pidió consuelo a los dioses, en especial a Afrodita, la diosa del amor, pidiéndole que calmara el dolor de su corazón, que ya no quería sentir más y, le fue concedido. El corazón de la joven se volvió piedra, incapaz de sentir nada.
El tiempo pasó y la joven se recuperó de la perdida, pero se dio cuenta que habían pasado muchos años y que la gente que ella conocía había muerto ya. Sin embargo, ella seguía viva y seguía siendo joven y hermosa. Su corazón se había detenido para no sentir nada, nada que lo destrozara así que se convirtió en un ser inmortal, condenado a esta vida y ver morir a las personas que la rodeaban.
El tiempo no se detenía nunca y ella seguía viviendo hasta llegar a la época que conocemos como la Edad Media. La mujer viajó por todo el mundo, pero ya no como un ser noble sino como uno que disfrutaba del sufrimiento, los rencores y todo sentimiento negativo que los hombres somos capaces de sentir.
La mujer llegó a Escocia, donde Armand Andley, uno de nuestros ancestros vivía protegiendo a los pobladores con ayuda de una docena de nobles caballeros. Él había sido hijo único, por lo que el destino de la familia estaba en sus manos. Armand creció al lado de Corín, la hija de uno de los caballeros más allegados a la familia Andley. Corín era una mujer excepcional: inteligente, noble, de una belleza y un corazón inigualable; ella vivía enamorada en secreto de Armand por eso cuando este conoció a la joven inmortal y se dijo estar enamorado de ella Corín sufrió mucho. Ella no podía resistir ver a Armand con una mujer que no lo merecía, una mujer que ocultaba algo, aunque ella no sabía exactamente qué.
Semanas después de haberse conocido Armand se casó con la inmortal, que lo había cautivado con una magia extraña aprendida en los lugares más lejanos, inexplorados hasta ese entonces por los hombres.
Después de la boda Corín se alejó de su hogar en compañía de un caballero que la amaba también en secreto y al verla sufrir por Armand él sufría también, por eso no la dejó sola y juntos partieron lejos de aquel lugar.
Armand estaba tan enamorado de la inmortal –para ese entonces una bruja— que poco le importó que su mejor amiga desapareciera sin decir nada. El primer aniversario del matrimonio se acercaba y en todo ese tiempo el jefe Andley había olvidado por completo a sus súbditos, a las personas que debía proteger de las invasiones, las guerras, las enfermedades y el hambre. Él solo se dedicaba a cumplir los caprichos de su esposa que cada día era más exigente en sus deseos.
Una semana antes del primer aniversario Armand cayó gravemente enfermo, nadie sabía a ciencia cierta cuál era el mal que lo había atacado. Él estaba a punto de morir cuando llegó Corín acompañada siempre de aquel caballero enamorado. Juntos habían viajado mucho para investigar sobre la esposa de Armand hasta que dieron con la leyenda de la joven del corazón de piedra –que así era como todos la llamaban—
Corín enfrentó a la bruja con mucho valor, claro está que esta se defendió lo mejor posible con la magia que poseía, pero Corín también tenía una magia poderosa: el amor que profesaba por Armand la ayudó a vencer a la bruja y encerrar su magia en un cristal, uno que al contacto con la magia se volvió rojo como la sangre. Algunos dicen que ese color es la sangre que tenía en corazón de la bruja antes de ser convertido en piedra, pero nadie pudo nunca asegurarlo.
Extraída la magia de la mujer Armand se recuperó por completo. Al abrir los ojos lo primero que vio fue a Corín que rogaba a Dios que se recuperara.
Cuando le fue explicado todo a Armand se dio cuenta que siempre había estado enamorado de Corín y que la bruja de alguna manera se había dado cuenta de ello y utilizó todas las cualidades que Corín poseía para enamorarlo.
La bruja fue expulsada de las tierras del caballero Andley y este contrajo matrimonio con Corín y tuvieron una enorme familia. Armand, ayudado siempre por sus caballeros corrigió sus errores para con la gente.
El caballero que había vivido enamorado de Corín al verla feliz se dio una oportunidad en el amor y se casó con una dama hermosa quien también le dio una gran descendencia.
Corín protegió el cristal toda su vida y cuando fue el momento lo pasó a su hija mayor para que también lo cuidara pues la bruja inmortal había jurado vengarse de Corín en algún momento, pues ella aún era un ser inmortal.
Así, esa joya ha pasado de generación en generación a cada una de las mujeres Andley para que sea protegida de la mujer del corazón de piedra.
—esa es la historia de ese rubí— dijo Elroy cuando terminó de contar la historia. Candy no había dicho palabra alguna desde que Elroy había comenzado a hablar; tenía los músculos contraídos y solo se relajaron al escuchar la última palabra— claro que esa es solo una leyenda de la familia, una historia familiar para heredar semejante joya encontrada en un lugar lejano por alguno de nuestros ancestros. — agregó cerrando la caja donde reposaba el rubí.
—entonces es sólo una leyenda— afirmó Candy— la bruja no existe ¿verdad?
—¿no creerás que existen esas cosas? — respondió Elroy con otra pregunta— tú eres una muchacha inteligente, moderna. No pensarás que la magia y la inmortalidad son reales.
—¡claro que no! Exclamó Candy encogiéndose de hombros— son solo historias— afirmó como si quisiera convencerse a ella misma.
—me alegro. Y ahora que sabes la historia no me queda más que decirte que esta joya es…— las palabras de Elroy fueron interrumpidas por una mucama que entró en la habitación.
—señora Elroy, señorita Candy: el señor William ha llegado y pide que bajen a recibirlo— informó la jovencita algo temerosa.
—¡llegó ya! — exclamó Candy emocionada levantándose como un resorte.
—vamos a verlo— agregó Elroy levantándose ayudada por la rubia.
Juntas salieron de la habitación, atravesaron el pasillo y bajaron las escaleras seguidas por la mucama. Una vez que pusieron el pie en el último escalón una voz llena de emoción las hizo sobresaltarse.
—¡tía!, ¡Candy! — exclamó Albert caminando hacia las dos mujeres que sonreían emocionadas también de ver a Albert otra vez en casa— me da tanto gusto verlas— dijo abrazando y besando primero a la abuela y después a Candy.
—me alegra verte en casa hijo— expresó la mujer de más edad abrazando a su sobrino.
—¡qué alegría que hayas vuelto! — dijo Candy a punto de llorar por volver a ver a Albert después de dos meses de ausencia.
—también me alegra volver, pero no lo vine solo. Les tengo una sorpresa, una maravillosa sorpresa— dijo más emocionado— ¡Cariño ven aquí! — dijo elevando un poco la voz en dirección a una escultura lo suficientemente grande para ocultar a una persona.
Una joven salió de su escondite acercándose a los tres Andley. Una mujer rubia, de cabello largo y ondulado, muy delgada, de finos rasgos y elegantes movimientos se detuvo frente a la abuela y Candy, justo al lado de Albert.
—abuela, Candy, ella es Lucy— la presentó Albert dejando a las dos Andley mudas.
—es un placer conocerlas al fin, Albert me ha contado mucho de ustedes— dijo Lucy estrechando la mano de la abuela y de Candy.
—el placer es nuestro— respondió Elroy con la mayor cortesía.
—mucho gusto señorita— saludó Candy también.
—no me hables de usted por favor, me hace sentir vieja.
—entonces llámame Candy— dijo esta no muy convencida de sus palabras. Elroy solo asintió sin decir palabra alguna dejando muy en claro que a ella tendría que tratarla de usted y con el mayor respeto.
—Albert, ¿por qué no dijiste que venías acompañado? — preguntó Elroy.
—quería darles una sorpresa. Quería presentarles en persona a mi futura esposa— respondió Albert abrazando a Lucy por la cintura.
—¿tu esposa? — repitió Candy aturdida.
—sí Candy, Lucy aceptó casarse conmigo una noche cuando cenábamos en el barco que nos trajo de vuelta.
—¿no crees que es demasiado apresurado William? Supongo que hace muy poco tiempo que conociste a la señorita— dijo Elroy— disculpe mi sinceridad— dijo a Lucy.
—tal vez es apresurado tía, pero Lucy y yo estamos enamorados y queremos casarnos lo más pronto posible, ya lo he decidido y no hay marcha atrás— respondió Albert firme en su decisión.
—en ese caso no me queda más que felicitarlos y desearles los mejor en su porvenir— la voz de Elroy no había cambiado su tono al igual que su expresión fría y dominante.
—gracias tía, no esperaba menos— dijo Albert abrazando a su tía— ¿tú no dices nada Candy? — le preguntó al ver que Candy no decía nada y no quitaba la vista de encima a Lucy.
—que te deseo lo mejor Albert— respondió al fin— mereces ser feliz y espero que lo seas.
—gracias. Ahora si nos disculpan quiero enseñarle la casa a Lucy. Nos vemos en la cena— dijo tomando la mano de su prometida para llevársela por el largo pasillo.
Segundos después entró George con unos papeles en la mano. Al ver a Elroy y Candy juntas fue a saludarlas.
—¿quién es ella George? — preguntó Elroy después del protocolo.
—es una joven que conoció en Escocia, ella paseaba cerca de los terrenos de la familia acompañada de un enorme perro. El señor Albert la vio y creyéndola perdida le hizo compañía un rato. Luego la invitó a cenar y desde entonces se hicieron inseparables hasta que él le propuso venir a América para que conociera a la familia— dijo George sin hacer ninguna pausa en su explicación.
—y se va a casar con ella.
—así parece señora— dijo George mirando a Candy quien parecía no estar presente, sino en otro tiempo o en otro lugar.
—Candy, ¿estás bien? — preguntó Elroy tomando del brazo a la joven.
—sí, solo necesito un poco de aire fresco— dijo encaminándose a la puerta para después salir corriendo de la casa.
