Envidia
Disclaimer: todo pertenece a J. K. Rowling.
Esta historia participa en el minireto de enero de la cuarta edición de la copa de la casa del foro La noble y ancestral casa de los Black.
Otra vez, de nuevo, la misma situación. Otra vez los mismos personajes: magos y brujas de aspecto distinguido y nombre rimbombante que saludan a su madre con la consabida pomposidad que parece ser un requisito indispensable para gozar de buena posición en el mundo mágico.
Helena lo observa astiada. Siempre es lo mismo. Solo cambian las caras de los invitados de turno. El resto, los besos en las mejillas, las alabanzas al aspecto y a la casa de Rowena, incluso la fría cortesía de la tan vehementemente elogiada, se repiten como si alguien hubiera accionado un giratiempo.
Sin embargo, esa es la parte soportable. La parte que a Helena le da verdaderas ganas de vomitar es la que viene después. Se trata de ese momento en el que los invitados se acercan a ella y le sonríen con condescendencia, como se hace con los niños pequeños, a pesar de que ella ya es casi una mujer. Se trata del momento en que le dicen con su tono de voz más irritante.
–Lady Helena, sois la viva imagen de vuestra madre cuando tenía esa edad.
En ese momento ella devuelve la sonrisa, tan educadamente como le han enseñado, y contesta con un escueto gracias. Entonces el invitado o invitada, da igual su sexo o su procedencia, comienza a soltar una interminable perorata sobre lo orgullosa que Helena debe sentirse de su madre; sobre las cosas tan importantes que su madre ha hecho.
Nunca hablan de las cosas que hace Helena; y eso se debe simplemente a que no les importan. Helena no es tan lista como Rowena, ni tan imaginativa, ni tan práctica; Helena no ha hecho nada de importancia. Helena no es como su madre; y por eso lo que ella sea, lo que ella haga, nunca será el motivo de los halagos de nadie.
Helena no quiere dejarse vencer por el pesimismo; no quiere, de verdad que no, albergar ese tipo de pensamientos. Mas cuando se ve obligada a escuchar por décima vez las proezas que su madre ha llevado a cabo de labios de aquella bruja de rostro sonriente; Helena se da cuenta de que no puede luchar contra ello. Tiene que reconocerlo, al menos ante sí misma: la corroe la envidia cada vez que alguien menciona el nombre de su madre.
