Claim: IV/III.
Notas: Pre-series. Spoilers de la serie de acuerdo a su transmisión en Japón.
Rating: T.
Género: Romance/Angst.
Tabla de retos: Het/Slash.
Tema: 10. Botón
El reloj despertador sonó puntualmente, a las cinco de la mañana. El timbre, molesto pero tenue, cumplía su propósito de despertar a III todos los días a una oscuridad completa y plagada de silencio. El joven estaba acostumbrada a ella, a esa furtividad que le proveía la noche, el silencio previo al amanecer. Sabía dónde estaban las cosas incluso sin encender la luz, la puerta, la cama, la cómoda llena de ropa multicolor que casi no se atrevía a usar. Como siempre, optó por su traje color rosado, lleno de encajes y botones escondidos por doquier, sentía que al ponérselo se despojaba de todo aquello que lo ataba cuando cerraba los ojos y se abandonaba al sueño, imágenes de pesadilla de un pasado que nunca podría recuperar. Gracias a ese traje, a esa oscuridad que lo envolvía, era capaz de llevar a cabo sus tareas sin verter lágrimas, era capaz de seguir la rutina de siempre aunque ésta fuera ignorada.
Primero levantarse de la cama con cuidado de no hacer ruido. Vestirse, ponerse esa segunda piel, ese disfraz del verdadero III, cuyo nombre olvidado debería ser suficiente prueba de su nueva vida. Posteriormente el desayuno, abundante aunque sin pizca de creatividad, de amor. Té, por supuesto, hecho con todo el cuidado y para armonizar la mañana. Té, por supuesto, siempre olvidado en la esquina de la mesa, enfriándose conforme transcurre la mañana, intacto. Luego...
La puerta crujió a sus espaldas, lanzando un quejido que parecía casi espectral. El joven se dio la vuelta para encarar ese cambio en su rutina, deseando con todas sus fuerzas que no fuera su padre, —no tan temprano, no, por favor—, el que quisiera atormentarlo incluso antes de las primeras luces del alba. El momento le pareció eterno mientras la persona al otro lado se decidía sobre si entrar o no, pero cuando vio a su huésped en el umbral, recortado por la solitaria luz del pasillo, no supo si reír o llorar, ambas quizá, porque su nombre, —su nuevo nombre—, le salió como un ruido ahogado de los labios.
—¡IV nii-san! —le sorprendió el hecho de verlo levantado tan temprano cuando siempre, justo antes de encerrarse en su habitación por las noches, se quejaba de cuán duro era complacer a sus fans y cuán cansado esto lo dejaba, lo que lo excusaba por las mañanas, cuando se levantaba ya casi tocando el medio día. ¿Sucedía algo? Ese miedo lo paralizó durante algunos segundos, momentos que el otro aprovechó para cerrar la puerta a sus espaldas, quedando ambos sumidos en la oscuridad.
—Shh —pidió, llevándose un dedo a los labios. Sin poder evitar sonreír, III dejó que se acercara, preguntándose cuántas horas de sueño había sacrificado su hermano por un momento como ese—. ¿Quieres que nos escuchen?
—No —respondió sinceramente él y aunque sabía que estaba mal (todo estaba tan mal con su familia, todo) no se resistió cuando el otro (su hermano) lo atrajo hacia él, en apenas un roce que parecía ser casual, aunque en realidad había logrado erizar los vellos de su nuca.
—Muy bien —aceptó el mayor de ellos, con una sonrisa que delataba su personalidad, entre juguetona y sádica—. ¿Qué estabas haciendo? ¿Vistiéndote? —le dirigió una mirada evaluativa, aunque, en la oscuridad, apenas y se podían divisar las líneas de la ropa, ya casi totalmente puesta salvo por el detalle de los botones. Sin duda totalmente consciente de éste hecho, IV comenzó a recorrer los contornos del saco, obviando la piel debajo para su mayor diversión y vergüenza del otro. A veces, III tenía ganas de preguntarle: ¿No crees que esto está mal? Pero siempre callaba, con un gesto adecuado por parte del otro, como si IV pudiera leerle la mente y acallarlo. Entonces lo aceptaba, se recordaba que ya no era el mismo niño que jugaba con su perro y sus hermanos tantos años atrás, se recordaba que tenía un nombre nombre y un disfraz, que ya nada importaba su dignidad.
Y se dejaba ir, se perdía cuando IV lo acercaba hacia él, ya fuese en la oscuridad de su habitación o a hurtadillas en la sala, corredores o en medio de una calle abandonada. Se dejaba ir y encontraba seguridad en los brazos de —su hermano— IV, fuertes y casi nunca tiernos, necesitados como lo estaba él desde hacia tantos años. A veces, también el tiempo se iba y entonces susurraba su nombre, en la pausa entre los besos, las caricias o los abrazos. Sólo entonces el hechizo se rompía, como si fuesen palabras condenadas, sólo entonces se encontraba de nuevo en su habitación —en donde lo hubiera sorprendido—, conteniendo el aliento y con el cerebro alborotado.
Esa era una de dichas ocasiones. En la oscuridad, tras despegarse de él con la misma agilidad con la que lo haría un fantasma, escuchó cómo sus pasos se alejaban hasta llegar a la puerta, que derramó un haz de luz a sus pies, sin tocarlo, siempre sin tocarlo. Lo oyó murmurar antes de derrumbarse, antes de que él desapareciera.
—Tu botón se ha roto, ten cuidado —la única prueba de un encuentro furtivo, de un juego. Porque cuando llegara el alba y mientras III sirviera el desayuno, IV miraría hacia otro lado, ignorando su presencia e incluso el pequeño seguro con el que reemplazó el botón roto por sus manos.
