Bonnibel se puso frente al espejo para dar un último vistazo. Alisó con sus manos la falda y se tomó su tiempo en colocar tras la oreja un mechón que se empeñaba en mantenerse sobre su cara. Una vez satisfecha con su aspecto sonrió, aunque este gesto le duró poco. ¿A quién quería engañar? Realmente no le apetecía nada acudir a su cita, pero ya llevaba tanto tiempo posponiéndola que se había convertido en algo inevitable a estas alturas. Intentó enfocarlo con un pensamiento más maduro, lo mejor era enfrentarse a este asunto y quitárselo de encima lo antes posible.

Salió de su cuarto, bajó las escaleras lentamente y de forma desganada cogió las llaves de su casa. Justo cuando estaba girando el picaporte con igual parsimonia que había hecho lo demás una voz le increpó:

-¿Adónde vas?

Se giró para encontrarse con Pep, un hombre de unos treinta y tantos que se encargaba de mantener todo los asuntos de la casa en orden. Decir eso era quedarse corto, pues Pep era un maniático perfeccionista. Al principio entró a trabajar para cuidar de ella cuando aún era pequeña, pero su padre, viendo su eficiencia, fue dándole cada vez más responsabilidades que Pep acogía con gusto y cometía sin ningún fallo, de modo que acabó siendo una especie de mayordomo que pululaba por la gran casa atento al más mínimo detalle.

-Voy a ver a Ricardio.

Las cejas fruncidas del mayordomo se suavizaron al oír esta respuesta y esto sólo pudo provocar rabia y enojo en la joven.

-Ah, bueno, si es así páselo bien y no se preocupe por la hora a la que vuelva, puedo hacer la vista gorda dadas las circunstancias – dijo guiñando un ojo.

Bonnibel se giró y se fue sin decir nada más. Caminó despacio por las calles del pequeño pueblo. Hacía ya 7 años que se había mudado a la pequeña villa desde que su padre heredara la gran empresa que montó su abuelo y decidiera expandirse a otros países. Lo lógico hubiera sido instalarse en la gran ciudad, pero creyó que lo mejor sería que su hija viviera en un entorno tranquilo. Además así también él podía desestresarse tras pasar largas semanas en la capital entre directivos y empleados a los que reprender. Después de 7 años en aquel lugar había poco nuevo que descubrir, bueno, en realidad en un día podías verlo todo. Aunque era un pueblo costero no había crecido nada, posiblemente por estar situado al norte del país lo que hacía que los veranos fueran frescos y apenas se pudiera disfrutar de los baños en el mar. Pocos eran los turistas que allí acudían y los que se asomaban eran curiosos o aquellos que se quedaban de paso para otro lugar. Ya de buena mañana se veía a lo lejos a los barcos pesqueros partir y a los pequeños comerciantes abrir sus negocios, todos ellos tiendecitas de confianza, de las de toda la vida.

Todos los que allí vivían se conocían y Bonnibel iba saludando allá por donde pasaba. Finalmente llegó al café en el que había quedado. No era gran cosa, lo único lo suficientemente decente y enfocado a clientela joven. Igual podías tomarte un café mientras charlabas tranquilamente en la terraza que entrar y tomar unas copas sentado en alguno de los grandes y mullidos sofás que ocupaban los rincones. Además ofrecían juegos de mesa, cartas y había un par de mesas de billar y de futbolín. En una esquina un tanto sombría había un pequeño escenario en el que los más valientes se arrancaban a cantar en el karaoke.

Bonnibel miró la hora en su móvil: las 12:05. Había llegado un poco tarde, algo muy inusual en ella y aun así Ricardio no había aparecido. Se sentó en una de las sillas de la terraza a esperar. Era indignante, encima que había accedido a verlo después de tanta insistencia no aparecía. Unos toques en el hombro la sacaron de sus pensamientos. Al mirar hacia arriba vio a Tessa Trunks, la dueña del café, una mujer que rondaba los 40 años. Todo en ella era bondad y calidez y esto era algo que transmitía también en los pastelitos y tartas que preparaba. Sin duda tenía un don para la repostería y no dudaba nunca en mimar a sus clientes al ofrecerles en su carta su especialidad: la tarta de manzana.

-¡Buenos días! ¿Qué vas a tomar, querida?

-Un té de manzanilla, por favor.

-¿Te gustaría acompañarlo con algo para comer? Los brownies están recién hechos.

-No, con el té es suficiente, gracias – sonrió lo mejor que pudo, no quería ser desagradable con la mujer.

Mientras Tessa desaparecía en el interior, Bonnibel cogió su móvil y leyó un mensaje de Lady.

Lady 12:08:
Mucha suerte en con tu enamorado ;)

Mientras leía llegó su taza de té. Dio sorbos lentos y conforme el líquido caliente humedecía su garganta y templaba su estómago se fue tranquilizando poco a poco. Si su padre no hubiera insistido de aquella manera podría haberse ahorrado este mal trago. Estaba aquí sentada perdiendo su tiempo esperando a alguien a quien no quería ver. Cuanto más lo pensaba más estúpida y absurda le parecía la situación.

Bonnie 12:10:
Ja-ja, muy graciosa sorprendentemente no se ha presentado aún

Lady 12:10:
Vaya, vaya alguien suena ansiosa por verlo…

Ahora para colmo su amiga parecía empeñada en empeorar su humor. Ya lo tenía decidido, le daría 15 minutos más de espera por cortesía, si en ese tiempo no había llegado se marcharía y ya podían Pep, su padre o quien fuera decirle que le diera una oportunidad. Esto le daba la razón de una vez por todas.

Después de otros cuantos mensajes y de pagar la cuenta se fue, cada vez más malhumorada. Lo último que le apetecía era aguantar las mofas y preguntas de su mayordomo, bastante había tenido con las de Lady, así que casi sin darse cuenta se encontró vagando colina arriba, saliendo del pueblo. Al alcanzar la cima del monte llegó a una gran mansión, visible casi desde cualquier punto. Parecía un lugar solitario y frío, la fachada pedía a gritos una buena limpieza y una mano de pintura. Sorprendentemente el jardín parecía no estar en muy malas condiciones. Se quedó unos minutos en la verja observando el gran porche que invitaba a sentarse relajadamente, tras este había una gran puerta de entrada flanqueada por dos columnas. Tenía dos plantas llenas de balcones y ventanas. Todas tenían en común en que estaban cerradas a cal y canto, todas excepto una. Sin querer fijó la vista en ese punto. El vello se le erizó al ver una silueta allí quieta, apenas visible, que parecía estar observándola. No era de ese tipo de personas que creyera en lo sobrenatural o en las experiencias paranormales. No, para Bonnibel todo aquello que la ciencia no pudiera demostrar o explicar estaba de más, pero aquella visión la estremeció de pies a cabeza. ¿Se lo había imaginado o realmente había alguien observándola? Reanudó la marcha desechando todo pensamiento relacionado con esto, ya demasiadas cosas estaban saturando su mente como para preocuparse con más tonterías. Rodeó el muro que rodeaba la mansión hasta llegar a la parte trasera donde había un pequeño bosque. Aquel sitio era un lugar de contrastes, si echaba una mirada atrás podía ver el azul brillante del mar y si miraba al frente tenía ante sí un paisaje verde. Se adentró en el bosque, ya faltaba poco para llegar a su lugar favorito. Encontró este sitio al poco de mudarse, cuando aún le costaba adaptarse al ambiente y a las personas. Llevaba mucho tiempo sin volver, su grupo de amigos y sus responsabilidades ocupaban todo su tiempo ahora. Se reprochó no haber sacado ni una tarde para venir aquí, el efecto que tenía el bosque en ella era casi terapéutico. Se sentó tranquilamente a la sombra de uno de los árboles y cerró los ojos, dejando que el ruido de un arroyo que no andaría muy lejos y que el cantar de los pájaros despejaran su mente.

Justo cuando empezaba a relajarse un sonido que no pertenecía al bosque la sacó de su trance.

-Hola.

Se giró un tanto molesta y se encontró con una muchacha, posiblemente de su edad, aunque la diferencia de altura que había entre ambas la hizo dudar. Vestía una camisa roja de cuadros, totalmente abrochada hasta el último botón y arremangada. Los shorts negros dejaban ver unas largas y pálidas piernas. Una melena larga y completamente negra resaltaba unos ojos claros que Bonnibel no supo identificar en el momento como verdes o azules. Pero no era lo único que resaltaba de su cara, la blancura de su piel acentuaba unos labios rojos que sonreían y mostraban unos colmillos un tanto afilados. Todo en ella parecía haber sido moldeado de manera cuidadosa y estudiada, de modo que invitaba a aquel que la mirara a acercarse a ella y a reconocerla como alguien irresistiblemente atractivo. Para Bonnie sin embargo tanta perfección junta sólo significa peligro. "Tiene algo que no me gusta" fue lo primero que pensó al verla. Cuanto más la observaba más claro le quedaba. Era un prejuicio tonto, pero para ella belleza era igual a problemas y es que hasta la fecha no había conocido ningún caso en el que belleza y estupidez no fueran de la mano y más en la sociedad de hoy en día: todo entra por los ojos y es fácil sacarle partido al físico para conseguir cualquier cosa.

La chica, un tanto impaciente ante el silencio de la rubia enarcó una fina y larga ceja y repitió esta vez de forma más seca:

-Hola.

-¿Qué quieres?

La chica morena rió un tanto sorprendida y con una sonrisa traviesa y cínica contestó:

-Bueno eso debería preguntártelo a ti. ¿Qué haces en mi propiedad? Por si no lo sabes esto es mío.

Esto era el colmo, como si no tuviera ya suficiente ahora venían a reírse de ella. Se levantó irritada.

-¿Ah, sí? Pues yo no veo tu nombre escrito por aquí.

Rápidamente se arrepintió de esa respuesta tan infantil. Vio como la morena se acercaba con un gesto divertido y señaló al tronco del árbol.

-¿Ves eso?

Bonnibel se giró.

-Sí, es el tronco del árbol, ¿y qué?

Señaló de nuevo siguiendo la silueta de algo que parecía que habían grabado allí hacía años.

-M de Marceline, que, por si me lo vas a preguntar, soy yo.

-Bien podría ser M de Mike o de Miranda.

-¿No me crees?

-Mira no tengo el día para aguantar estas cosas, prefiero irme a que sigamos con esta conversación de besugos.

Justo cuando comenzó a caminar oyó de nuevo esa voz, un tanto grave para ser de mujer pero que si la escuchabas sin mirarla parecía sacada de una película antigua y hacía pensar en una actriz enigmática de la época dorada de Hollywood.

-Si no me crees puedes venir conmigo a mi casa, vivo ahí detrás, en la mansión. Puedo demostrártelo. Además estoy sola y aburrida y no creo que tú, al igual que yo, tengas algo mejor que hacer ahora.

Acto seguido Marceline la adelantó, saliendo del bosque. No sabía si era el enfado o que las palabras de la chica habían dado en el clavo pero con paso un tanto dudoso comenzó a seguirla.

Empujó la pesada verja. Al girar, los goznes parecieron quejarse y sonó un fuerte chirrido metálico. Bonnibel enarcó una ceja y mirando a Marceline dijo con tono divertido:

-Sorprendente.

-Pff, por favor, que impresionable eres. Todavía no has visto nada.

Anduvieron por el camino de chinos hasta la entrada, calladas. Bonnibel iba mirando curiosa cada detalle y cada rincón del enorme jardín, tan abstraída que casi se olvidó de que iba acompañada.

-¿Cómo te llamas?

-¿Qué?

-Que cómo te llamas. Tendrás un nombre, ¿no?

-Bonnibel, me llamo Bonnibel.

-Bonnie… ¡Me gusta!

-He dicho Bonnibel, ¿qué confianzas son esas?

Marceline se acercó más, ignorando la "indignación" de la otra chica, y tomó un mechón de su pelo.

-Y dime, Bonnie, esto que te has hecho en el pelo ¿es porque perdiste una apuesta o es fruto de una rebeldía adolescente?

Lo último que esperaba es que comentara las mechas rosas que resaltaban sobre el rubio natural de su pelo. Y lo que más rabia le daba es que en parte, de nuevo, había acertado. Se apartó rápidamente, liberándose del agarre.

-En cualquier caso no es asunto tuyo.

-¡Vaya! No tienes pinta de ser de las que andan por ahí apostando, así que dudo que te hayas jugado teñirte el pelo de rosa chicle. Aún así habría sido peor si lo llevaras completamente rosa. Prefiero pensar que es una pataleta para descontentar a papá y a mamá, ¿no es así, Bonnie?

Arrastró cada letra, haciendo hincapié en el diminutivo. Casi todo lo que decía parecía estar pensado para desafiarla y llevarla cada vez más al límite.

-Ya te he dicho que no me llames así.

-Como usted ordene, princesa.

Para cuando quiso contestar estaban frente a la puerta y Marceline estaba introduciendo las llaves.

-Ahora sí puedes decir que es sorprendente, es la prueba definitiva de que vivo aquí.