Uno de los fics guardados en un cajón durante mucho tiempo. De hecho, los primeros capítulos (salteados) los inicié el 14 de junio de 2013. Hace casi dos años…aunque una persona recibió en primicia un capítulo, que saldrá más adelante. Posteado también en AO3, gracias a Mary Yuet que me pidió que por favor lo subiera a Fanfiction, ya que es más sencillo.
Es un songfic, que se inicia tras la batalla contra Hades.
Como dice el resumen, Saori tiene doce horas para conseguir reunir a la élite, dispersa por todo el mundo. Obviamente ella es una diosa y tiene la ventaja de poder aparecer donde quiera al instante. Por eso que no os extrañe que en algunos relatos sea de día y en otros de noche, ya que los diferentes husos horarios cambian. Pero no quería meterme en ese jaleo de andar mirando las diferencias horarias entre países.
Las canciones comienzan en el primer capítulo. El prólogo lo prefiero en silencio. La letra está en cursiva, intercalada.
Espero que lo disfrutéis.
Melissia Scorpio.
Prólogo
Grecia, a las puertas del Santuario.
"Cuando observes el firmamento nocturno, mira cada estrella. Hay miles de ellas ¿verdad? Quizás no te hayas percatado antes pero algunas se agrupan, aunque exista una distancia de años luz entre ellas, formando una figura. Caprichos de los dioses, que regalan esas formaciones a aquellos seres que bien lo merecen…"
Bajo aquel crisol de estrellas que poblaba la bóveda celeste durante la noche, Saori Kido, o más bien la diosa griega Atenea, recordaba las palabras de Mitsumasa Kido. No había ni una sola noche en que no lo hiciera.
Ahora, bajo el escrutinio del Sol, su cabeza palpitaba en aras de tomar una decisión.
Había pasado la noche en vela y al amanecer pidió a su padre que hablara con los dioses del Olimpo, exigiendo una moratoria a la condena de ostracismo que les habían impuesto a sus guerreros.
Suspiró suavemente, cerrando los ojos al recordar a todos y cada uno de los doce caballeros de oro. Trece, contando a Kanon.
No importaba el tiempo que hubiera pasado, ni lo que hubiera sucedido en el Santuario; aquel recóndito lugar poblado de templos semiderruidos, ahora recubiertos de hiedra y malas hierbas al permanecer durante tantos años vacíos.
Nadie existía ya en ese lugar apartado del tiempo, solamente consagrado a las deidades vetustas griegas. Apartado de la capital, lejos de las masas de turistas que pisoteaban las ruinas del Partenón. Pero sin embargo…
—¿Has tomado ya una decisión, Atenea?
La voz grave de su padre, el dios entre los dioses, le conminaba a tomar una decisión. Y debería hacerlo ya.
La diosa volvió su vista al cielo y asintió levemente.
—Es egoísta por mi parte, pero les necesito.
—Así sea, hija mía. Ve en su busca pues, aunque lamento decirte que sólo tienes doce horas para recuperarles y no pueden ayudarte los caballeros de bronce ni los de plata. Son las condiciones que han pedido en el concilio.
Atenea volvió a asentir.
Entonces, aquel reloj que se alzaba fantasmagórico, como árbitro en la encomienda que tenía preparada la diosa, prendió sus llamas azuladas, como pequeños fuegos fatuos, en cada símbolo zodiacal.
—Recuerda, sólo dispones de doce horas…
Y con esa advertencia que sonaba a condena, la voz de Zeus se apagó y Atenea emprendió su viaje.
